Portishead – Dummy: 25 años de la sensualidad hecha música

Ficha técnica

Publicado el 22 de agosto de 1994
Discográfica: Go! Discs / London Records
 
Componentes:
Beth Gibbons - Voz
Geoff Barrow - Piano Rhodes, batería, programación, arreglos
Adrian Utley - Guitarra, bajo, theremin, órgano Hammond, arreglos

Temas

1. Mysterons (5:06)
2. Sour Times (4:14)
3. Strangers (3:58)
4. It Could Be Sweet (4:20)
5. Wandering Star (4:56)
6. It's a Fire (3:48)
7. Numb (3:58)
8. Roads (5:10)
9. Pedestal (3:41)
10. Biscuit (5:04)
11. Glory Box (5:06)

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Aunque Science of Noise es obviamente una revista de rock y metal, por suerte los intereses musicales de cada uno de los que colaboramos en ella van mucho más allá de estos dos estilos y sus casi infinitos derivados. Y es que la magia de la música no entiende, a nuestro juicio, de los trvismos y de los talibanismos que algunos parece que se empeñan y necesitan abanderar para demostrar que son más metaleros que nadie. Yo no sé si soy más metalero que nadie (supongo que no, y en realidad tampoco me importa demasiado), pero lo que sí que sé es que disfruto de muchas bandas y muchos estilos que poco o nada tienen que ver con el metal. Por ejemplo, por nombrar algunos entre muchos otros, me encanta Loreena McKennitt, me encantan Placebo Depeche Mode y, por Dios bendito, me encanta mucho Portishead.

De hecho, en su momento (bastante más tarde de la salida de este Dummy, la verdad, más bien a principios de los dosmiles) tuve una época de cierta debilidad por esas bandas de trip hop o de música más o menos chillout como Massive AttackSt. GermainTricky, Lamb, Morcheeba, Quantic, Thievery CorporationAir o muchas otras. Incluso cosas más directamente electrónicas como Gotan Project, Moby, Goldfrapp, The Knife, Moloko Röyksopp, bandas que aún hoy me apetece ponerme de tanto en cuanto, solían formar parte de mi menú musical habitual de aquellos tiempos. Hoy en día, y más allá de un publicitado Carpenter Brut que parece que ha caído en gracia entre la metalada, estoy totalmente desconectado de los caminos que está tomando la electrónica actual, pero todas estas bandas que menciono y que tuvieron su momento álgido entre el 1995 y el 2005 aún me tiran lo suyo. Y de entre todas ellas, la que más me llegó entonces y más me llega aún hoy son precisamente estos bristolianos de Portishead, una banda tan especial que no hay dos como ella.

A pesar de considerarme muy fan, no os creais que conozco mucho de su historia ni de sus circunstancias más allá de que son de Bristol, que se fundaron en 1991, que han sacado tres discos maravillosos y que están formados, en esencia por Adrian Utley, el mastermind y multi instrumentalista Geoff Barrow y por la aterciopelada, áspera, nicotínica y absolutamente maravillosa voz de Beth Gibbons, una voz que me hace prometer lo que sea, por imprometible que sea, cada vez que la oigo susurrarme al oído en la oscuridad. Lo que sí que sé, y eso es lo que me importa, es que Portishead es una banda capaz de despertar en mí las mayores pasiones y de conectar con mis deseos más íntimos, a veces de una forma casi obscena. Lo ha hecho siempre y lo sigue haciendo ahora, y eso es algo que no entiende de historias ni de contextos.

No sé hasta qué punto es apropiado contar según qué cosas aquí (sería muy práctico si, como espero poder hacer algun día, cojo todos estos artículos, los grapo y los publico tal cual como mis memorias), pero la de historias íntimas que podría soltar alrededor de mi relación con la música de esta banda creo que os sorprendería y, quizá, haría que me mirárais con otros ojos y todo. A través de un imaginario hilo conductor que tiene a Portishead como protagonista he vivido momentos de pasión, de celos, de resentimiento, de deseo, de tentación, de dolor, de culpabilidad… y de mucho más. Porque hay muchas bandas que me gustan, probablemente que me gustan mucho más que ellos, pero en mi mundo Portishead son absolutamente únicos, y con ellos he sido capaz de conectar mi visceralidad de maneras con las que no he conectado, probablemente, con nadie más.

Para muchos, este Dummy está varios escalones por encima de su homónimo disco posterior, publicado tres años más tarde (y no hablemos ya de Third, la oscura y maravillosa rarunez con la que, en 2008 y de momento, cierran su breve pero brillantísima producción discográfica). Y aunque Dummy es una obra maestra indudable, yo tampoco lo tengo tan claro. Probablemente ayuda el hecho de que los conocí ya no solo después de publicar ambos discos, sino que lo hice con la banda ya disuelta (se separaron en 1999 y yo no los descubrí hasta dos, tres o cuatro años más tarde). Ahora no recuerdo exactamente como llegaron a mis manos, pero sí que recuerdo que escuché esos dos primeros trabajos casi a la vez. Por eso, para mí siempre se han comportado casi como una unidad indisoluble, y a pesar de tenerlos trilladísimos y aunque, si lo miras bien, la producción sea notoriamente distinta en uno y en otro, siempre tengo serias dificultades para decir qué canciones pertenecen a qué disco.

Para mí, tanto Dummy como Portishead son obras realmente magníficas, con un componente casi mágico. El sonido cálido, analógico, rítmico, hipnótico, cinematográfico, dulce, tántrico, extremadamente sensual y explícitamente sexual que desprende su música está ahí, sin matices, en todas y cada una de las canciones de estos dos primeros discos. Cada corte te hace el amor con suavidad pero con firmeza. Te acaricia suavemente y hace que, poco a poco, todo tu cuerpo acabe por involucrarse en él, por formar parte activa de la canción: tu respiración y tu corazón siguen el ritmo marcado por los delicados pero imparables samplers lanzados por Geoff, mientras que la inimitable voz de Beth te eriza el vello del cuello y hace que contorsiones cada centímetro de tu cuerpo a cada nuevo susurro, a cada nuevo desgarro. No es un sexo duro, agresivo ni con prisas, es una cadencia fascinante, aparentemente eterna, cíclica, magnética, de orgasmo prolongado e incluso innecesario. De hecho, si algún tipo de inquisición moderna se molestara en mirárselo bien (ahora que la censura y los alegatos moralistas vuelven a estar tan de moda), seguro que encontraría la lujuriosa mano del diablo en la música de esta gente.

Soltadas mis confesiones más íntimas (si algun día queréis llevarme al huerto, ya sabéis qué debéis hacer), vamos a ver qué encontramos dentro de las once pistas que forman este disco maravilloso. Los aullidos fantasmagóricos que abren «Mysterons» sirven de perfecta alfombra de entrada para descubrirnos la voz encantada y obsesiva de Gibbons, que aquí brilla en su vertiente más desesperada, mientras que la misteriosa, hipnótica y psicodélica oscuridad que colorea el aura de este tema lo convierten en uno de los grandes momentos de todo el disco (habrá un montón, ya aviso) y, sin duda, en una inmejorable manera de empezar. El surf cinematográfico y de Martini en mano de «Sour Times», en cambio, parece sacado de otro mundo aunque te atrape con el mismo convencimiento. La infecciosa melodía que marca la voz es genial en todos sus matices, y el estribillo con ese «Nobody loves me, it’s true, not like you do» supone una de las líneas más reconocibles y sensuales de su producción lírica. Dos temas, dos atmósferas bien distintas. Y una brillantez insultante en ambas.

«Strangers» goza de un ritmo machacón, obsesivo, intenso y repetitivo que mezcla un poco las virtudes de los dos temas que la preceden: misterio y oscuridad por un lado, melodía e infecciosidad por el otro. El sonido de vinilo que podemos oír durante gran parte de la canción, una característica habitual de la banda, así como los amagos de trompeta y de otros instrumentos que tienen protagonismo mínimo pero que se dejan oir son algunos de los puntos álgidos de un temazo que acaba bruscamente y te deja con ganas de que no lo haga nunca. En «It Could Be Sweet» la voz tiene un protagonismo aún más elevado que hasta ahora. Si hasta ahora eran los samplers rítmicos los que brillaban en primer plano, ahora la instrumentación se esconde detrás de la preciosa, melódica e íntima (salivadas incluidas) melodía vocal. Aunque se trata de un tema también magnífico y de un pequeño receso que funciona muy bien en el global del disco, a mi no llega a convencerme ni a impactarme de forma tan exhuberante como hacen otros cortes probablemente más completos y más «Portishead«.

Seguro que si hablaras con bandas como Leprous te dirían que este disco y esta banda fueron decisivas en su crecimiento musical (de hecho, hace poco publicaron su versión del «Angel» de Massive Attack, una banda de la misma familia), y solo hace falta ver el obsesivo ritmo de bajo que guía la maravillosa «Wandering Star» para comprobarlo. Se trata de un temazo impresionante, sin duda uno de los mejores de la carrera de la banda inglesa: rítmico, melódico, íntimo, lleno de pequeños cambios de intensidad, de scratches y de arreglos brillantes que ponen el foco en todos sus múltiples y magníficos matices. Un tema indefinible que tienes que escuchar para entender y disfrutar. En «It’s a Fire» se acentúa aún más lo que veíamos en «It Could Be Sweet»: una melodía y una estructura muy sencilla, casi popera, quizás preciosa en sí misma. Pero sabiendo lo que es capaz de ofrecernos esta banda corte sí corte también, la verdad es que me sabe un poco a poco.

Como contrapunto radical a lo que acabamos de ver, la muy cinematográfica «Numb» está llena de raruneces y de ruiditos y nos acerca tanto a su vertiente más cercana al hip hop como a la voz más viperina de una Beth Gibbons que nos impresiona con su versatilidad, dejando de lado su dulzura habitual para cambiar de tono y actitud hacia su faceta, por decirlo así, más estridente y agresiva. Pero si hay aquí un temazo que brilla por encima de todos los demás (y eso es brillar mucho) es «Roads», una obra de arte que tiene de todo y que se ha convertido, por derecho propio, quizás en la gran canción de la discografía de la banda. La melodía vocal es sencillamente preciosa, con Beth brillando de forma exhuberante en todos sus matices, sus suspiros y sus temblores. El crescendo de las cuerdas es épico y el ritmo y el bajo jazzero la convierten en una canción ideal para casi cualquier circunstancia, ya sea un anuncio de Audi, una llorera solitaria, un cóctel a media noche al lado de la playa o una tarde de sexo en una cabaña enmedio de las montañas. Absolutamente top. Una de las mejores canciones de la historia del mundo.

Llegamos a la recta final del disco y el ritmo y la calidad de las canciones no decrece ni un ápice, más bien al contrario. De hecho, los tres temas que cierran este Dummy son auténticas maravillas de esas que te dejan la mandíbula colgando. «Pedestal» es un temarraco hipnótico, vinilero, rítmico y lleno de ruiditos, con scratches a tutiplén, un saxo cálido, sorprendente y maravilloso y una melodía vocal que me encanta y me atrapa. El ritmo vacilón y entrecortado de la añeja «Biscuit», por su parte, imposibilita mantener el cuerpo quieto mientras la escuchas, descubriendo músculos que no sabías que tenías mientras te contorsionas de arriba a bajo. Es uno de los temas más lentos y misteriosos del disco, con voces de ultratumba actuando de contrapunto a la eterna serenidad que nos propone Beth.

Antes decía que «Roads» es el gran temazo de la discografía de Portishead, pero probablemente muchos me discutirán que ese honor se lo merece «Glory Box», el temarral en blanco y negro que pone el punto y final a Dummy. Y la verdad es que no me voy a pelear por ello: este tema es igualmente espectacular en todos sus matices, con una melodía vocal increíble y sexy como ella sola, una atmósfera de club humeante que te atrapa e, incluso, la única guitarra distorsionada que podemos escuchar en todo el disco. Como curiosidad que probablemente ya sabéis si estais leyendo esto, el sampler sobre el que se construye la canción está tomado de un tema del compositor americano Isaac Hayes (concretamente de «Ike’s Rap II»). Este mismo sampler es también la base de «Hell is Round the Corner», probablemente la canción más conocida de otro de los grandes nombres del trip hop británico como es Tricky. Y aunque esta segunda es también un temazo, lo de «Glory Box», amigos, es insuperable.

La verdad es que no me quedan muchas cosas que decir… Dummy es un disco mágico que escuchado de principio a fin casi da miedo de lo bueno que es, y Portishead ofrece una propuesta como ninguna otra. Auque la banda ha estado apartada del estudio desde 2008, cuando publicaron el sorprendente Third (que a mí me gusta mucho también), ellos siguen activos (aunque limitadamente) a nivel de directo. Desgraciadamente, ya sea porque muchas de sus visitas se han reducido a festivales, porque no han coincidido con los momentos en que más me han apasionado o por vete a saber qué razones, el hecho es que nunca he tenido la oportunidad de verles en directo. Pero creédme que si por casualidad tuvieran a bien volver a pasar por aquí, llueva o nieve, ahí estaré en puñetera primera fila sintiéndoles con los ojos cerrados. Mientras tanto, seguiré disfrutando de ellos y con ellos de una manera que ninguna otra banda me ha invitado aún a hacer.

Por cierto, si pensáis que la relación entre Portishead y el metal es nula y seguís sin entender qué leches hace un artículo como éste en una revista tan y muy metalera como la nuestra, os invito a escuchar la versión de «Black Sabbath» que Beth Gibbons hizo en colaboración con la banda británica de stoner / doom Gonga. No es su interpretación más memorable ni mucho menos, pero oye, sin duda la cosa tiene su curiosidad. Y si por el camino se gana el respeto de algún true, bienvenido sea.

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Sobre Albert Vila 954 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.