El power metal dominó la escena europea de 1998 a 2005 hasta que la saturación hizo mella. Definitivamente la búsqueda de los nuevos Helloween fue infructuosa y sólo llegaron a las grandes arenas los mismos Helloween rejuntados y unos Avantasia que tuvieron que sacrificar a Michael Kiske. Eso envió a la cuneta a miles de grupos que lo intentaron con poca suerte y de la segunda ola quedaron HammerFall, Stratovarius y poco más… La pregunta es: ¿Vale la pena una banda de power metal en pleno 2022?
La respuesta viene de Islandia, un país que sorprendentemente no para de darnos alegrías, pero siempre en otros estilos más extremos… Habrá que darles la razón y más cuando la emergente discográfica de Markus Steiger les auspicia. Es todo un batiburrillo de canciones a doble bombo con elementos folk, con todos los clichés y mucha gracia. Van de Helloween a Skylark, así que puedes amarlos u odiarlos perfectamente. De todas formas, y si te va el estilo, valen mucho la pena.
Abren con la potente y pegadiza «Kraven the Hutnter», directa y muy entonada, perfecta para dar el chupinazo de salida. La base es más de heavy de los 80 que de power en general, pero ya se ve bastante lo que el grupo persigue. Instrumentalmente hay mucho que ofrecer y los nueve temas son generosos en cuanto a minutaje, incluyendo en esta un sorpresivo solo en acústicas que queda de fábula.
Atli es el típico cantante de power de los 90, tremendamente agudo pero plenamente capaz y sin llegar forzado a nada. Por momentos pueden llegar a sonar a los notables suecos Nocturnal Rites, lo cual está más que bien. El folk y los pajaritos felices te dan la bienvenida en «Righteous Fury» en la que el doble bombo de Karl Júlíusson marca los tiempos rememorando un poco a los Helloween clásicos de agudos imposibles. No faltan los dobles ataques de guitarras con Ingi Þórisson y Bjarni Þór Jóhannsson haciendo de las suyas y siendo totalmente melódicos.
«Enchanted Lands», «Eagles» son palabras con las que juegan a modo de tributo en «Evermore», que posee un amago a balada de inicio. Incluso hay los recurrentes «uooo, uoooo» tan prototípicos del estilo. «Dark Crystal Final» es una cabalgada con riffs algo más profundos y oscuros y «Way of Kings» es el perfecto ejemplo de que su propuesta puede funcionar perfectamente, pues tienen muy claro que no hay que recargar en exceso el peso instrumental sin llegar a que la sobreexposición de teclados te lleve a poder llegar a ser calificado como metal sinfónico.
«Ride the Distant Storm» es correcta y poco más, en la que se le da cancha a Bjarni Egill Ögmundsson y sus teclados en una composición que por momentos se acerca a HammerFall, especialmente por el riffeado. Narraciones para presentar una de las canciones más logradas y certeras de la obra: «Creatures of the Night». Sorprende que no la hayan sacado como single puesto que muestra todas sus virtudes y es de lo más directa, con un riff de apariencia simple y un puente-estribillo genial. Hasta cierto punto podemos llegar a decir que es bastante original y que atisba que el grupo tiene capacidad de hacer algo propio.
Los terrenos Helloweenianos lo invaden todo e «Into the Forbidden Forest» es un acercamiento a las calabazas de Hamburgo, concretamente a los Keepers, y en concreto a «Twilight of the Gods», lo cual no está nada mal, pues es una de mis canciones favoritas… La balada parece llegar en el punto final del disco en «There Can Be Only One», con piano dominante, pero luego ya entra un galope a tresillos. Gran composición con un poderío vocal absoluto y con gran carga sinfónica. La han guardado para el final, y la verdad es que se les da de maravilla.
Escuchar a Power Paladin es un poco recordar el final de los 90 con esa invasión de power metal. Cada mes aparecían fotocopias de bandas intentando emular a Helloween y a Gamma Ray. El tiempo ha pasado y se agradece que existan todavía formaciones con ganas y material suficientemente bueno como para intentar dar la campanada. Y aunque el nombre parezca coña, el disco está realmente bien.