Para bien o para mal, Metallica son probablemente la banda más grande de la historia del heavy metal. Por ello, son capaces como nadie de generar amores incondicionales y desprecios despechados a partes iguales. Lo que es prácticamente seguro es que los californianos, siempre comandados por James Hetfield y Lars Ulrich, han sido una banda clave en la evolución del metal tal y como lo conocemos y, en consecuencia, en como hemos llegado a donde estamos casi todos los que hoy nos consideramos metaleros en mayor o menor medida. Quizás les conocimos en los ochenta y luego asistimos a su incremento de popularidad con ojos inyectados en rabia, o quizá los conocimos con el Black Album y somos de los que decimos que ese fue su último gran disco. Quizá, incluso, somos de los que disfrutamos de toda su discografía, o bien pasamos rápidamente de largo hacia otros estilos y otras bandas.
Sea como fuera, casi todos los hemos amado, ni que sea un poco, y en motivo de su próxima visita a Barcelona, hemos querido recordar nuestras batallitas personales con esta banda ya histórica. Por ello, diez compañeros de la revista han escogido una canción (spoiler: todas pertenecen a sus cinco primeros discos… segundo spoiler: hay un disco que, sorpresivamente, no está representado) para, con esa excusa, explicarnos sus batallitas y su relación -pasada y presente- con Metallica. A nosotros nos ha encantado escribirlo y recordarlo, esperamos que a vosotros también.
«Motorbreath» por Abel Marín
Álbum: Kill ‘Em All (1983)
Autor: James Hetfield
El hecho de escoger esta canción no es el parecer el más trve del universo metálico, pues reconozco que con el paso de los años han habido muchas más canciones en su discografía que me han marcado de por vida, pero “Motorbreath” impactó de golpe en aquel adolescente que se iniciaba en el maravilloso mundo del… (grito agudo) ¡¡meeetaaal!!
Mi desagradable primer contacto con Metallica fue con apenas 14 años a través de unos compañeros de trabajo de mi padre. Tenían puesto a todo trapo el Ride the Lightning (1984) y aquello sonaba horrible; he de decir que tenía el oído acostumbrado a menos distorsión y mala baba. Durante los primeros años de instituto, el primo de (por aquel entonces) mi mejor amigo, nos abrió las puertas del universo metálico a golpe de vinilos, entre ellos el Master of Puppets (1986). Aquella maravilla nos enganchó de tal manera que sirvió para limpiar mi conciencia, reconciliándome seguidamente con el Ride the Lightning.Tales maravillas sirvieron para engancharnos y que ahondáramos en su corta (por aquellos inicios de los 90) discografía. Y es aquí donde encontramos el Kill ’Em All (1983). La suciedad y la crudeza de su sonido junto con el fabuloso solo de “(Anestesia) Pulling Teeth” me dejó muy tocado. Después de muchas escuchas descubrí que lo que sonaba tan potente y distorsionado no era para nada una guitarra. Desconocía que un bajo pudiera sonar de esa manera, evidentemente aún no había llegado a escuchar a Motörhead. Aquel adolescente quedó sucumbido al poder de aquel thrash de los Four Horsemen.
Desgraciadamente, mi idilio con Metallica se rompió después de los malogrados Load (1996) y Reload (1997), llegando incluso a renegar de poder verlos en directo por primera vez en mi vida en aquel ya lejano 1997. No hay que ser demasiado avispado para deducir lo arrepentido que he estado de aquella absurda decisión de trve de postureo, pues han tenido que pasar 20 largos años hasta haber podido subsanar aquel error, pues el año pasado pude verlos por primera vez. Para colmo lo voy a hacer por segunda el próximo mes de mayo, ésta vez acompañado de mi hijo que ha estado estoicamente aguantando y escuchando la aburrida batallita de marras. Allí estaremos dándolo todo.
Posiblemente sean unos peseteros que han estado viviendo de rentas desde el Black Album (1991) o el Load, pues sus posteriores lanzamientos no creo que hayan estado a la altura de la fama que poseen y que les precede, pero no se les puede negar que tienen un directo demoledor a pesar que el amigo Lars llega más que justo ejecutando el material antiguo.
¡Ah, por cierto! Si durante estos años no los hemos suficientemente estigmatizado y vapuleado, solo les faltó el editar el dramático documental Some Kind of Monster (2004), en el que destapaban todas sus miserias.
Cuando Darth Noise nos propuso escoger un tema que nos haya marcado para realizar este pequeño artículo se me pasaron muchos por la cabeza, siendo “One” el primero que me vino antes de caer en “Motorbreath”. Incluso cualquiera de los que hayan escogido mis compañeros de redacción podrían incluirse en mi lista de favoritos. Bueno, todos no, obviaremos muchos temas de los Load, Reload, St. Anger (2003) y el Lulú (2011) al completo, éste sí. Discos que podrían haber sido escritos y editados como proyecto alternativo y bajo otro nombre, así nos los hubiéramos tragado de buen agrado, quien sabe.
Céntrate, Abel… “Motorbreath”… Vamos al tema elegido.
“Motorbreath” es el tercer tema y el más corto del primer álbum de Metallica, recuperado de su primera demo No Life ‘til Leather (1982), siendo el inicio algo diferente en esta primera edición, ya que el ritmo de batería que inicia la canción se añadió para el disco de debut. La letra se le atribuye a James Hetfield y es una apisonadora sucia, directa que no permite que puedas quedarte quieto ni un segundo. Recuerdo con 15 años escucharla en bucle mermando la paciencia de mis progenitores.
El inicio con Lars aporreando la batería (¡Ay, Lars! esos años en que no se cuestionaba tu valía), seguido de Kirk rascando las seis cuerdas para luego arrancar todos a los 15 segundos a un ritmo frenético. La jovencísima y chillona voz de James escupe cada palabra; nadie diría que se trata de un canto al Carpe Diem. Nada de virtuosismo, todo actitud y sentimiento agrupada en los poco más de tres minutos que dura la canción. El solo de Kirk, sin pedal (menos mal), es de los de rememorar, escoba en mano, haciendo air guitar.
Varias han sido las versiones que se han hecho de esta canción, siendo la de Rage mi favorita, y escuchada hasta aburrir, de su directo con la Lingua Mortis Orchestra, pero eso podría ser tema para otro artículo. Así pues amiguit@s, recuperad vuestros antiguos CD’s, vinilos e incluso cassettes (originales o grabados con los logos currados a mano) y darle un repaso a canciones como ésta, que seguramente teníais algo olvidadas.
¡Salud y heavy metal!
«Seek & Destroy» por Ricard Altadill
Álbum: Kill ‘Em All (1983)
Autores: James Hetfield y Lars Ulrich
Fue el 3 de julio de 1982 en The Concert Factory, Costa Mesa, CA, USA cuando Metallica incluyó por primera vez este tema en su setlist, y desde entonces lo han trillado en más de 1.500 ocasiones en directo, convirtiéndolo en el tercer tema más interpretado por la banda. Por lo tanto, ante unos datos de estas características “No hase falta desir nada más”, como decía el gran erudito del fútbol llamado Bernard Schuster.
Aún y así, para todos los no amantes de Metallica intentaré daros dos motivos básicos para respetarlos:
- Kill ‘Em All, Ride the Lighting y Master of Puppets son los tres discos de la banda en los que Cliff Burton y Dave Mustaine (con 6 temas) fueron partícipes
- «Dead Reckoning» de Diamond Head fue la madre del cordero de «Seek & Destroy»
Barcelona. 1984 fue año del gran hermano para muchos heavys que vivíamos amamantados por la NWOBHM (New Wave of British Heavy Metal). Pero, aún así, eramos muchos los que esperábamos señales de alguna nave nodriza que nos diera una “hostia bien dá” y sí, Metallica nos la pegó en todo el careto.
La velocidad de ejecución de los temas de Metallica te dejaban exhausto. «Seek & Destroy», su letra, fue también un reflejo que adoptó aquella Barcelona thrash que empezaba a hacerse hueco entre tanto rock. En Catalunya surgieron las mejores bandas de thrash metal del país, y logré ser el mánager de algunas de ellas.
A finales de 1984 era DJ de Barna Heavy y un asiduo a Les Enfants. Allí, mi gran amigo y DJ Joan Pijoan luchaba sin mucho éxito por evitar que las nuevas hordas de seguidores le atosigaran para poner algún tema del Kill ‘Em All. Más tarde, en enero de 1985, inauguramos la discoteca Metal. Allí, Metallica ya estaba presente en mis sesiones de DJ, aunque no fueran muy del gusto de mi jefe Gabi Alegret (vocalista de Los Salvajes), pero como buen rockero tragó, aceptó y apoyo.
Hoy en día, en pleno año 2019, siguen siendo parte de la banda sonora de mi vida y no fallo a sus visitas a Barcelona. Ahora ya son como Mozart, Beethoven o Deep Purple. En definitiva, música clásica.
«Fight Fire With Fire» por Rubén de Haro
Álbum: Ride the Lightning (1984)
Autores: James Hetfield, Lars Ulrich y Cliff Burton
En mis más de 40 años de existencia, me he visto envuelto en varias encrucijadas, así porque sí. Recuerdo que de pequeño me dio por coleccionar cintas de VHS de películas de terror y cassettes con los Chistes de Arévalo. Mi colección, que algún día recuperaré de la casa de mis padres, era (y es) bastante extensa… y variada, muy variada. Una de las primera encrucijadas fue la de pasarme del hip hop al metal, y lo hice tan bien que aún a día de hoy me gustan (no por igual) ambos géneros. Ya metido de lleno en el mundillo del rock/metal, las revistas especializadas y los medios de comunicación me forzaron a escoger entre The Beatles y The Rolling Stones; entre Nirvana y Pearl Jam; entre Green Day y Offspring. Luego, con el paso de los años, me di cuenta por mí mismo que eso de escoger era una total pérdida de tiempo cuando podías quedarte con todo, y así lo hice. Me quedé con todas ellas, y le metí aún más ingredientes a mi cabeza; así estoy…
Reconozco, eso sí, que me costó entrar en Metallica, y que no fue hasta que sacaron su homónimo álbum en 1991 que me dio por “tomármelos en serio”. Por aquel entonces yo tenía 14 años. Recuerdo que muy cerca de mi casa había una tienda de discos, cuyo nombre no recuerdo. Era una tienda pequeña, en la que vendían un poco de todo. Un buen día, mi buen amigo Jacob se hizo con una copia en cassette del Black Album, la cual me dejó para que me grabara en mi Technics de doble pletina… que un buen día le vendimos a un señor argentino, todavía no sé porqué.
La verdad, y permitidme que haga un inciso, por aquella época, mis mixtapes tenían un éxito brutal, y no solo me curraba para mí unas mezclas del cagarse, sino que, corrió la voz, y recibía incluso encargos de gente más o menos cercana a mí. De todos ellos, el más extraño fue uno que me encargó un compañero de clase, que me solicitó que le grabará el “Knockin’ on Heaven’s Door”, la versión de los Guns, en una TDK de 90 (¿era normal, ferro o chrome?)… a lo que diera. Sí, así es. La misma puta canción, on repeat mode, ad eternum.
Total, que mi yo de aquella época, el mismo que en un viaje de fin de curso a Cantabria se compró el CD de Charmed Life (1990) de Billy Idol y el vinilo de To the Extreme (1990) de Vanilla Ice el mismo día, estaba a punto de descubrir la que, seguramente, fuera, es y será la banda de rock duro más grande de la historia. Pero claro, pocas semanas más tarde, mis adorados Guns N’ Roses publicaban dos pedazos de discazos del recopetín, los Use Your Illusion, y como yo siempre he sido muy de escoger, me volví a encontrar en la misma encrucijada one more time. ¿Guns N’ Roses o Metallica? Pues sin salir del estado de California, me decanté por los de Sunset Boulevard.
La música en general, y el rock en particular, me han aportado miles de experiencias maravillosas en mi vida, de la misma forma que, en ocasiones, te hacen actuar de una forma, por así decirlo, poco convencional. Hace relativamente pocos meses falté por primera vez al trabajo, en los más de diez años que llevo en mi empresa (la que me da de comer, no esta mierda de Science of Noise)… pero he de reconocer que, estando yo currando en el McDonald’s del Barnasud (¿existe todavía?) de Gavà, hubo un día que también “estuve de baja”. Por aquel entonces yo tocaba la batería en una banda de punk rock de Castelldefels llamada, en honor al gran Russ Meyer, The SuperVixenS. Compartíamos local de ensayo con unos metaleros justo en los locales de ensayo, que me imagino yo que todavía existen, ubicados entre el Razz 3 y el Ceferino, justo encima (séptima planta), si no me equivoco, de las oficinas de Razzmatazz. Recuerdo que aquella tarde -hablo del año 1999- nos dio por hacer una jam a ambas bandas, y en un acto de valentía, tomé el micrófono y empecé a berrear como un desgraciao hasta el punto de quedarme totalmente afónico. Al día siguiente se supone que tenía que ir a trabajar, pero llamé a mi jefa para decirle que me encontraba mal y que me iba a quedar en casa de reposo; la afonía ayudó a que mi coartada fuera creíble, y coló. Pero, ¿por qué hacer todo este paripé? ¿Si os digo que aquel día era lunes, 12 de julio de 1999, ayuda? Seguramente esta fecha no os diga nada, pero a los pocos minutos de mentir vilmente a mi jefa por teléfono, me vestí y me dirigí junto a un par de colegas al Palau Sant Jordi, pues esa era la fecha elegida por Metallica para traer su The Garage Remains the Same 1999 Tour a la Ciudad Condal.
Y ya les volvemos a tener por aquí… ¡caramba! Los Reyes de San Francisco nos visitarán en breve, y aquí estamos nosotros con nuestras movidas e historias. Que si Metallica para aquí, que si Metallica para allá. Que si ya no son lo que eran, que si hace cuatro discos que se tendrían que haber retirado, que si el talento de Trujillo está desaprovechado y, por encima de todo… ¡qué malo que es Lars Ulrich, coño!
Cuando nos paramos a pensar en las mejores canciones de la banda, siempre destacamos los mejores solos de guitarra de Kirk Hammett y enumeramos las líneas de bajo más memorables del difunto Cliff Burton. Pero ahora es el momento de darle al capullo de Lars sus líneas de gloria. Así es, celebremos lo bueno/pésimo batería que es celebrando su trabajo tras su Tama. Sin Ulrich, Metallica nunca hubiera existido. Sin él, Metallica nunca habría conseguido que su primera canción, «Hit the Lights», fuera incluida en el primer recopilatorio de Metal Blade Records, Metal Massacre (1982). Si bien el danés casi siempre sale en los medios por cosas como la de ser el poseedor de una colección de arte ridículamente cara, las contribuciones de Ulrich a Metallica son las que lo han convertido en una verdadera leyenda del metal. Es esa base de ritmo que actúa a modo de columna vertebral del sonido exclusivo y distintivo de Metallica y, en honor a Ulrich, he escogido «Fight Fire With Fire», pues creo que, al igual que «Motorbreath», «Battrey» o «Dyers Eve», nos muestra a un batería en plena forma.
Comenzando con una hermosa apertura acústica, nadie sabía lo que les esperaba la primera vez que escucharon «Fight Fire With Fire». Aproximadamente a los 40 segundos, Hetfield y compañía chocan contra una fuerte y casi perfecta melodía. La habilidad de Ulrich no solo para establecer una base, sino para mantenerla durante toda la canción, es absolutamente mágica.
Pero, yo me pregunto. “¿Es Lars un mal batería?”. He tenido esta conversación con varias personas a lo largo de mi vida y las conclusiones que he podido sacar son dos. La primera es que a la gente no le gusta Lars como persona y, por extensión, piensan que toca como el culo. La segunda es que Lars siempre ha estado más interesado en ser una estrella de rockdentro de una gran banda que en convertirse en un gran batería. ¿Qué opináis vosotros?
Debido a que él y James Hetfield son los dos líderes destacados dentro de la banda, creo que nunca sabremos exactamente quién es responsable de qué en el momento de componer los temas de los que son co-autores, pero sí sabemos que Lars ciertamente ha jugado siempre un gran papel la hora de componer los temas de la banda. Y de todo esto, me saco la siguiente conclusión tan patillera: como el nombre del Sr. Ulrich sale en los títulos de crédito de casi todos sus himnos más importantes, considero que él es algo así como un «músico que es batería». Esto concuerda con eso que os decía unas líneas más arriba, con la teoría de que siempre ha querido dirigir una gran banda más que ser un gran batería en una banda de rock.
Sobre la primera de las conclusiones, sobe la idea de que toca como el culo, creo que eso es algo que se ha ganado a pulso, sobre todo en los últimas dos décadas. No digo que sea un mal batería, pero sí digo que es un pésimo batería de directo, y esos fills innecesarios y esos platos fuera de tempo que mete cada dos por tres, no hacen más que reforzar mi teoría.
A pesar de ello, hay que reconocer que en sus primeros álbumes, incluido el Black Album, su labor tras los parches es muy, pero que muy correcta… brillante, me atrevería a decir. En aquella época había pocos baterías que fuera capaces de hacer lo que él hacía. Su estilo inicial, a medio camino entre en thrash y el speed metal, hizo de él un batería, singular e innovador, de clase mundial.
Finalmente, otra cualidad buena e importante acerca del estilo de Lars es que encaja muy bien en el estilo musical general de la banda. Incluso él mismo ha reconocido en alguna ocasión que él toca con el objetivo de tocar lo que es correcto para la banda o la música. Esto puede sonar obvio, pero algunos músicos (especialmente la “base” como suelen ser los baterías o los bajistas) tienen dificultades con esto, pues en ocasiones ellos también quieren su cuota de pantalla y brillar un poquito más que el resto. La búsqueda del elogio y del halago constante por su manera de tocar. Pero quizá Lars diga esto en la actualidad para cubrir su más que evidente disminución de habilidades a lo largo de los años, pero creo que es, al menos, parcialmente cierto. Como ya dije un poco más arriba, quizá sí que sea cierto que lo que él realmente siempre ha querido es dirigir una gran banda más que ser un gran batería en una banda.
«Fade to Black» por Xavi Garriga Giol
Álbum: Ride the Lightning (1984)
Autores: James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammett y Cliff Burton
No sé si alguna vez os he contado que hubo un tiempo, en este país, en que escaseaban los cacareados y actualmente muy multiplicados festivales de música. Tampoco disfrutábamos de la mayoría de giras internacionales y, por tanto, teníamos que cruzar las tradicionales fronteras para ver en directo a nuestros artistas preferidos. El reconocido Monsters of Rock, que se realizaba cada mes de agosto en el autódromo Donington Park, era uno de esos asiduos peregrinajes. Ahora que ya no existe, da gusto y cierta añoranza repasar sus acertadas programaciones durante toda su trayectoria. Pero si tuviera que elegir una sola edición escogería la celebrada en 1985. En ese año, el atinado cartel lo conformaron los imperecederos Magnum, los reinantes ZZ Top (con su famoso Ford Coupe 1933 «Eliminator»), las hair bands Bon Jovi y Ratt presentando, según mi personal criterio, sus mejores redondos (7800° Fahrenheit e Invasion of Your Privacy, respectivamente), mis predilectos Marillion en su punto más álgido de popularidad (Misplaced Childhood Tour) y, naturalmente, los emergentes Metallica exhibiendo su segundo trabajo Ride the Lightning.
Justamente por tales fechas, el vinilo de la silla eléctrica ya daba vueltas en mi plato. Era una copia que me habían traído, por encargo, de Andorra (el paraíso de la importación en esa época) y que se distinguía por su erróneamente impresa carátula en color verde. Aunque mi estreno auditivo con el catálogo del cuarteto se había originado un poco antes mediante una grabación casera, a cargo de un compañero de pupitre, del preliminar Kill ‘Em All. Confieso que, de entrada, no acabé de asimilar su agresividad, rapidez, crudeza y suciedad. Pero, en su conjunto, el material apuntaba muchas maneras y así lo corroboré cuando pinché su posterior publicación. Bastaron los 35 segundos iniciales de “Fight Fire with Fire” para percibir un paso evolutivo respecto al anterior disco. Y tras varias escuchas descubrí que en estos surcos, de esmerada producción, habían pulido sus virtudes y, sobre todo, incluido nuevos trazos creativos como el accesible compás de «Escape», la progresión instrumental de “The Call of Ktulu”, la marcialidad de «For Whom the Bell Tolls» o la depresiva suavidad de “Fade to Black”.
Esta última canción, el corte número cuatro del álbum (una reiterada norma en los futuros registros del grupo) ha sido considerada como la primera power ballad de los estadounidenses. Un dictamen basado en la notable introducción y en los sucesivos pasajes donde se entremezclan armoniosos rasgueos acústicos y soberbios punteos eléctricos como colchón de un cadencioso recitado. Pero su ausencia de coro, su contundente cambio de ritmo (marca de la casa) en el ecuador de la pieza y esos fulgurantes solos finales que se diluyen en el horizonte, rompen la habitual estructura de este género. La letra, que podría ser descrita como una evidente carta de despedida de un suicida, también se aleja de los patrones típicos de la etiqueta. En conclusión, una oscura y desgarradora partitura que yo siempre he definido, aunque suene a sacrilegio, como una especie de réquiem dentro de los parámetros de aquel incipiente thrash metal.
Para rematar la presente disección, quiero destacar el abundante y peculiar anecdotario que rodea a dicha composición, firmada por los cuatro apellidos (Hetfield, Ulrich, Burton y Hammett) de ese periodo y la favorita del siguiente bajista Jason Newsted. Pero estas curiosidades se encuentran fácilmente en internet.
A partir de aquí, mi seguimiento de la formación angelina (o californiana, dependiendo de la biografía) me deparo grandes momentos (el magistral e indiscutible Master of Puppets o su apoteósica y apabullante actuación barcelonesa en enero de 1987) y determinados episodios para olvidar. Que narraré, si se tercia, en otro artículo…
«Creeping Death» por Robert Garcia
Álbum: Ride the Lightning (1984)
Autores: James Hetfield, Lars Ulrich, Cliff Burton y Kirk Hammett
Hablar de Metallica es hablar de uno de los grandes grupos que consiguieron traspasar la barrera del underground y gustar a todo tipo de gente. Eso, en un principio, debería ser algo positivo pero los metaleros (los heavies o como se nos quiera llamar) lo hemos visto siempre como una pérdida de la esencia del porqué hacemos música.
Metallica me abrió los ojos a un mundo para mí desconocido hasta ese momento. Había escuchado algunas cosas de Aerosmith, Nirvana, Bon Jovi pero nunca algo como eso. Me lo pasó un colega cuando apenas tenía 14/15 años y me enamoré. Era un directo pirata grabado en Londres de cuando tan solo tenían editados sus dos primeros discos. Al principio me centré en una única canción: “Seek and Destroy” (cosas de ser un adolescente gilipollas como todos). Iban al doble de velocidad que la original y con una mala hostia brutal. La escuchaba, rebobinaba y vuelta a empezar hasta que un día me dije: ¿Y si lo escucho entero? Joder, vaya brutalidad. “The Four Horsemen”, “Pulling Teeth” (enorme Cliff Burton), “For Whom the Bell Tolls”, “No Remorse”, la propia “Seek and Destroy”, “Whiplash”, “Creeping Death” (amor a primera escucha) y para rematar “Metal Militia”. Y bueno, me enganché cosa mala. En la cara B tenía el Nevermind de Nirvana, cosas de esa época el cual también me creó adicción.
Y así hasta el infinito. Vamos, que he rebuscado en un cajón y he encontrado tan preciada cinta la cual sigue funcionando y me ha traído un montón de recuerdos, casi lloro. Luego si que me llevé una leve decepción ya que las canciones en los discos están a una revoluciones que nada tenían que ver con ese crudo y visceral directo mostrando a un grupo que sabía lo que hacía con un desparpajo impresionante. Pero bueno, empecé a soñar con tocar la guitarra como ellos y así fue como me apunté a clases, así que les debo mucho.
El primer cd original que me compré fue el Master of Puppets (1986) y le di tantas vueltas que me sabía las letras de memoria hasta el punto que las podía escribir sin ningún tipo de referencia. Un disco que me descubrió una manera diferente de hacer música. Luego fui consiguiendo el resto de su discografía y en el año 1996 llegó la primera vez de verles en directo. Fue en el Palau Sant Jordi, 22 mil personas abarrotando cada rincón del recinto en un concierto de tres horas que nos dejó con la boca abierta. Y sí, venían a presentar su controvertido Load (1995) pero solamente tocaron tres canciones, el resto fue BRUTAL. Los vi en otra ocasión y ya tuve suficiente.
Pero bueno, aquí hemos venido a destripar nuestra canción preferida y entre las muchas maravillas que han creado en sus extensa carrera me quedo con “Creeping Death”.
Ya desde sus primeros acordes desprende un halo épico que me encanta y no lo pierde casi nunca. El siguiente riff es simplemente uno de los más vacilones y directos que han parido (de los centenares que tienen). Hetfield ya con una voz más madura va escupiendo una letra que habla sobre Egipto y sus faraones demostrando también que se aplicaron en el tema lírico para salirse de lo típico.
El solo de Hammett es sublime y la parte siguiente es lo más épico que jamás han escrito y en directo funciona a las mil maravillas ya que esos gritos que hacen participar al público son lo más. La vuelta al principio es orgásmico y lo esperas con ganas y ansias y vuelta al estribillo con dobles voces So let it be written, so let it be done, to kill the first born pharaoh son!!
El final es totalmente apoteósico y aunque en total dura más de seis minutos y medio no se hace para nada larga. Canción que no puede faltar nunca en sus directos y que puede animar hasta a un muerto.
«Blackened» por Beto Lagarda
Álbum: …And Justice for All (1988)
Autores: James Hetfield, Jason Newsted y Lars Ulrich
Sin caer en la tentación de afirmar que Metallica es la banda más grande de la historia del metal, frase que evidentemente diría un ultra fan de los de San Francisco, diré que Metallica está en el top 3 de las bandas más grandes de la historia del metal, junto a Black Sabbath e Iron Maiden. Mi relación personal con Metallica es de esas de amor eterno, inquebrantable, hasta que la muerte nos separe; pueden sacar una basura de canción y nunca diré que es nefasta.
Pensaréis que menuda mierda de opinión tiene este tío, pero todo tiene explicación. Mi “juventud”, por decirlo de alguna manera, me permitió meterme en el mundo del metal a los 14 años. Por aquél entonces corría el año 1998. Sin opinión ni amistades metidas en el mundillo, mis dos primeros álbumes de metal fueron el Reload (1997) y el S&M (1999). Me enamoré del segundo, y sobre todo de los temas lentos “The Unforgiven II”, “Low Man’s Lyric”, y de la sublime versión de “Nothing Else Matters”. Del primero, me quedo con “The Memory Remains”. Sobra decir que tanto “The Unforgiven II” como “Nothing Else Matters” han sido los temas que más he escuchado en mi vida, que más he puesto a mis novias. Son los temas que me han acompañado a lo largo de más de 20 años en momentos felices y en otros más tristes; he llorado con ellos y por ellos.
Si un tío arranca su historia personal con el que teóricamente es el peor trabajo de la banda, y lo adora, ¿cómo no va a idolatrar toda la discografía de Metallica si lo demás es infinitamente mejor que eso? Es muy complicado escoger uno u otro tema de Metallica. Sentimentalmente me quedaría con “Nothing Else Matters”. Por intensidad, con “Master of Puppets”. Por belleza con “For Whom the Bell Tolls”. Pero ahora mismo, separando lo sentimental de lo efectivo, me quedo con «Blackened», el tema que abre …And Justice for All.
La sacudida bestial que sufrió la banda en esa carretera helada marcó el destino, no solo de la banda, sino del metal. Metallica sufrió más de lo imaginable (en vistas de cómo lo relatan en las biografías autorizadas de la banda), llegando incluso a pensar en dejar la banda. Cuando un infortunio golpea directamente y con tanta violencia los cimientos de un grupo, el contraataque normalmente es impactante.
«Blackened» son 6:42 minutos de gozo, de pasión, del mejor thrash posible. Aún sin encontrar el bajo, el tema es sublime. Los 40 segundos iniciales de riff hasta que despega la batería resonante de Lars a los 47 segundos, y cuando las voces de James entran más violentas que nunca en el minuto 1:20… ¡uff, menudo arranque! Toda la estética de la canción es oscura, punzante, agónica, violenta. El solo de Kirk es poco menos que genial. Personalmente es uno de los más intensos y logrados en toda la carrera de la banda.
“See our mother put to death, see our mother die.”
El tema trata sobre una guerra nuclear, la desesperación de la humanidad y la destrucción completa de la Tierra. El mundo se sumerge en una oscuridad congelada. Y la pregunta sería: «¿Así se sentían Lars, James y Kirk tras la pérdida de Cliff?»
«One» por Sergi Vila
Álbum: …And Justice for All (1988)
Autores: James Hetfield y Lars Ulrich
Seguramente seré de todos los participantes quien peor deje a Metallica, así que si te mola mucho, no sigas leyendo porque no te va a gustar mucho lo que pienso (ahora) de ellos.
Mi historia de amor/odio con Metallica empezó en la habitación de mi primo a una edad más bien temprana (sobre los 12 años). Acné, masturbaciones, un fortuna entre cuatro, skate -mucho skate– y, sobre todo, como siempre ha estado presente en mi vida, la música.
Recuerdo estar en la habitación de mi primo Falo, que tenía una estantería llena de vinilos de su hermano mayor (mi primo Pedro, vaya), un heavy de cabo a rabo. Yo venía del punk. Mi hermano me enseñó a amar el punk por encima de todas las cosas, pero siempre me gustaba mirar las portadas de Poison, Accept, Cinderella, Whitesnake, Maiden, Helloween, Twisted Sister,…
Entre ellas, recuerdo una que me daba especial grima. No tenía monstruos dibujados, ni peña con el pelo encrespado con pantalones de tigre ni nada parecido. Tenía un martillo encima de un charco de sangre, y se llamaba Kill ‘Em All. Joder, qué rabia me daba cuando me salía esa portada tan poco cuidada (ahora la encuentro una obra maestra, pero antes me flipaba más el rollo del Keeper, los dibujos impresionantes de Maiden y demás por el estilo), y además así, en ese rojo oscuro, tan feo y tan poco atrayente para mis alimentados ojos en la zona tonal.
La cuestión es que un día, pasados los años -tendría ya unos 14-, un buen amigo (Joan Costa, cuánta música me llegó a hacer conocer este cabronazo. Joan, cabró… t’estimo!!) bajó donde solíamos quedar y venía con su walkman (sí, antes íbamos SIEMPRE con walkman, y con pilas medio gastadas que metíamos en el congelador porque alguien dijo que así cargaban. Pero NO, no cargaban; duraban una mierda y menos, pero es lo que había). Total, que venía con el walkman y me dejó un casco a la vez que me dijo “Escolta això, tio. Et molarà!” y me reventó la cabeza con un TEMAZO llamado “Master of Puppets”. Y ahí empezó el enamoramiento…
Un pequeño inciso: aviso a Millennials, antes no te “bajabas” la música. Antes te la grababan en cintas y, con suerte, si tu amigo era la bomba, te dejaba las tapas para fotocopiarlas y ver a la banda en blanco y negro y tener sus letras (si es que las había, odiaba comprar una cinta y que no llevara las putas letras), y te veías el culo para conseguir el disco tal o pascual de cualquier banda que ahora en un solo puto click te dice hasta el ADN del roadie que les acompaña.
Cuando me dijo que era Metallica me vino como un chungo, porque odiaba aquella puta portada… LA ODIABA, JODER. ¿Dónde cojones estaban los colores y el muñeco amenazante de la portada? No, joder, esto era thrash. Esto era más rápido, más sucio, más la puta yugular del oyente, así, que me dejé de mierdas y, entre todos los amigos, conseguimos todos sus discos (en aquellos tiempos, eran solo cuatro: Kill, Ride, Master, Justice) y los escuché e hice el amor con ellos (orejudamente) hasta la saciedad. Sí, quería ser un puto FOUR HORSEMEN. Se acabaron las tachuelas y los parches de los Sex Pistols. Ahora mi bomber llevaba un parche de Kortatu (ellos siempre han estado conmigo) y uno que encontré en Kebradisc que salía un lavabo con un cuchillo y ponía “Metal Up Your Ass”. Sí, también me pillé pantalones elásticos negros, mis J’hayber y mis greñas horribles. Ya está, mama, yo quiero ser thrasher. Tengo 14 años, fumo pitis y nadie me va a parar, joder (y en skate, siempre en skate).
Fuimos creciendo, descubrimos más bandas (Megadeth, Slayer, Kreator, Sodom), pero mis preferidos en ese mundillo eran Metallica (y Megadeth, pero en aquella época, creo que más Metallica). Recuerdo ir a Andorra (con un papel firmado por mis padres para poder entrar al país ya que era menor, y que me dejé en casa ese día… pero en la aduana no me pidieron nada) a comprarme la caja del Live Shit Binge and Purge (1993), para la cual ahorré 11.000 pelas -currando los sábados con mi padre- para tenerla en mis manos. Sí, la conseguí, y la caja contenía la vida y media de mierdas, discos en directo, videos en directo, un libro muy guapo con letras e imágenes inéditas… todo bien, luego me grabaron el A Year and a Half in the Life of Metallica (1992), que era un video que enseñaba la grabación del álbum negro (el que sería mi último gozo de Metallica, y que yo no sabía) y nos flipaba verlo mil veces. Me encantaba ver la escena de la gente haciendo cola y quemando coches porque había salido el nuevo de mis héroes, y bueno, al salir el negro de Metallica, aún siendo un cambio bastante vertiginoso, me gustó, y cuanto más lo escuchaba, más me gustaba. Todavía no sabía el palo que me venía encima…
Un día, un sábado por la mañana, recuerdo ir a donde íbamos a jugar al futbolín y vino mi amigo Joan Costa (el que me los enseñó) y me dijo, tengo una mala noticia, Xino (él siempre me han llamado Xino) y yo pues me quedé como con cara de… joder, ¿qué ha pasado? Y me dijo, he visto a James Hettfield con el pelo corto en la MTV. En aquellos tiempos, TV Manresa pinchaba la MTV los domingos, que veíamos y grababamos videos, y nos poníamos al día con el HeadBangers Ball y su preciosa presentadora Vanessa Warwick, creo recordar. No lo quise creer, Sí, hombre, el cabecilla de los Four Horsemen se ha cortado el pelo… ¡UNA MIERDA, BLASFEMO! Pero sí… se lo había cortado, y los otros… también… pero… qué.. ¿y el thrash? ¿Yla cerveza? ¿Y las bambas blancas sucias…? ¿Y el tralla en la cintura..? ¡Qué es este puto engaño, que alguien me despierte! Y me desperté, a la tierna edad de 18 años, y yendo en el bus que me llevaba a la mili con mi amigo Albert López (compañero de vida, de viajes a la mili, y fuma-porros juvenil), y le dije: «Mira, Albert. Disc nou de Metallica!! I sense obrir! L’obrim i escoltem-lo junts!!». Y al abrir y ver a esos tipos que parecían narcos cubanos, ya se me cayó el mundo al suelo… ¿Dónde estaba el sudor, la cerveza, la sangre, los gritos…? Ya solo era una imagen de cuatro chuloputas fumando puros… y no, tíos, eso NO es thrash. Eso es DINERO.
Y ahí empezó mi odio irrefrenable contra los que más me habían dado. Tenía carpetas llenas de fotos suyas, cientos de recortes de conciertos, cientos de recuerdos viviendo grandes momentos al son de esa banda, ahora para mí ya extinta… y si, ya no les odio, simplemente paso de ellos, es como el reggaeton, que existe y me la pela- Pues lo mismo con Metallica.
Y la historia es mucho más larga y llena de cosas divertidas, pero me extiendo y como que no… que entre todos los que lo hacemos haremos un tocho mortal y para mí, ellos (Mierdallica) ya no lo merecen…
¿Por qué elegí «One»? Pues, primeramente, porque es un temazo (de entre tantos que tienen), pero un temazo de tres pares de Torres Eiffel. También lo elegí por rabia, porque fué su primer videoclip (y, según ellos, “Nosotros jamás haremos un videoclip”. No, James, suerte que no… ya hemos perdido la cuenta de cuantos habéis hecho…)
«One» es una canción llena de rabia, incomprensión, odio, y mucha ira y tristeza. Está basada en la película Johnny Got His Gun (1971), que trata de un chico que se va a la guerra y pierde todos sus miembros a causa de una mina y, como es normal… joder, pide morir.
La melodía principal es triste, y esa tristeza se va transformando en frustración, que a la vez se convierte en odio y ganas de morir, hasta que llega a la parte final, en la que unos riffazos de 7 pares de cojones y un solo como solo Hammett sabía hacer, desencadena un final apoteósico instrumental in crescendo y con un nosequé que se te mete dentro y te hace flipar como en la puta vida lo has hecho.
Para mí, sus cinco primeros discos son miel pura. Para mí, sus cinco primeros discos son toda su discografía. Para mí Metallica murió con el álbum negro, y con ese buen recuerdo de aquellos cinco (Cliff siempre estará entre ellos) chicos peludos y rabiosos me quedo.
Parafraseando una cita de la película en la que un militar traduce lo que dice Johnnie en su cama/prisión:
”He said «Kill me» over and over again.”
Es lo mismo que dije yo al intentar escuchar el Load (1996)…
Fin. Os quiero.
«Harvester of Sorrow» por Pau Rosell
Álbum: …And Justice for All (1988)
Autores: James Hetfield y Lars Ulrich
Toca hablar de Metallica, posiblemente la banda que ha generado más amor-odio en los últimos años entre los metaleros, ya sea por la bajada de calidad y pureza en sus discos a partir del Black Album (1991) y el haberse cortado las greñas, haberse alejado del thrash, haber coqueteado con artistas muy alejados de la escena metálica, o por muchas otras razones, que a mí, particularmente, me dan igual. Yo me considero un fan de los de San Francisco desde que tengo uso de razón, y he decir que cuando empecé a tenerlo puede que fuera el peor periodo de la banda en el terreno musical – Reload (1997) – y en adelante. Esta es la historia de mi vida con las bandas míticas. A todas las he conocido bien avanzadas sus carreras, e investigando hacia atrás en su historia. Y fue ahí cuando descubrí los “Master of Puppets”, “Seek and Destroy”, “From Whom the Bell Tolls”, “Nothing Else Matters” y otras joyas, las cuales me dejarían marcado de por vida. Fue mi primer contacto con el thrash metalcuando ni siquiera sabía lo que era, pero concretamente, voy a centrarme en uno de sus álbumes.
Tendría yo unos once o doce años y andaba con un colega en una tienda de discos en Tenerife, cuando me llamó la atención una portada, blanca con letras verdes, y la diosa Themis de ojos vendados, atada y resquebrajada, con billetes cayendo de su balanza, y con la inscripción “…And Justice for All”. Por aquel entonces no tenía ni idea de lo que significaba este disco, y estamos hablando de la era pre internet (ni me paré a mirar que el disco tenía ya más de diez años), por lo que lo que hizo que me decidiera a comprarlo fue justamente esa increíble portada. Y qué suerte la mía, porque este …And Justice for All (1988) es para mí uno de los mejores álbumes de toda la discografía de Metallica.
En …And Justice for All, podemos encontrarnos joyas tan emblemáticas como “Blackened” abriendo el disco de manera épica, la propia “…And Justice for All” que da nombre al plástico, o la universal e inmortal “One” entre otras, pero sin duda lo que hace más especial al disco no es precisamente algo bueno, y es que seguramente haya sido el disco más complicado de parir para los californianos, ya que fue el primero que sacaran sin una de las piezas fundamentales de la banda, y del metal en general; el increíble bajista señor Cliff Burton tras su trágica muerte en Suecia durante una gira. No voy a entrar en detalles técnicos ni nostálgicos ya que este artículo trata de una canción, y veo que me estoy enredando, pero sí diré que este disco a pesar de su indudable calidad y virtuosismo, ha sido ampliamente criticado por muchos sobre todo respecto a la grabación, en la que se dice que no se aprecia la presencia del bajo. Y bien, puede ser, y hay diversas opiniones al respecto, pero a mí me gusta pensar que es una cuestión de respeto a la memoria de Burton, llámenme nostálgico si quieren. Pero en mi opinión es uno de los principales atractivos de esta obra maestra, sin hablar del papelón que le tocó al pobre Jason Newstead, para el que no tuvo que ser fácil.
Bueno sin más preámbulos, vamos a lo que toca. Es muy difícil elegir una canción preferida dentro de la amplia discografía de una banda tan grande como Metallica, y con tantos buenos trabajos a sus espaldas. Para hacerlo más fácil primero elegí el disco, así la decisión sería más sencilla, aunque tampoco tanto ya que…And Justice for Allestá plagado de auténticos temazos. Y bueno, puede que no sea ni de lejos la mejor canción de Metallica, pero yo siempre he tenido debilidad por “Harvester of Sorrow”. Se trata del sexto corte del álbum y tiene una de las mejores intros que he escuchado en mi vida, con un sonido thrashero a más no poder y una batería súper agresiva para bajar un momento la intensidad con un punteo 100% Metallicasin distorsión como ya veríamos en su predecesor trabajo en temas como por ejemplo “Battery”, sobre el que la segunda guitarra asoma largas notas distorsionadas, para luego continuar con el mismo punteo pero ya con la distorsión tan característica del sonido Metallica sobre un inspirado Lars Ulrich que a golpe de timbales nos va metiendo de lleno en el tema. Cerca del primer minuto entra uno de los riffs que más me gusta de toda la discografía de la banda con un thrasheropalm mute sobre el que va a entrar la desgarradora voz del Hetfield ochentero “My life suffocates…”, tremendo. Un par de estrofas después volvemos a escuchar el punteo de la intro solo una vez para otra espectacular entrada vocal de Hetfield “Anger, misery…”, que es el preludio perfecto para entrar en el estribillo de la canción sobre el riff principal. Tampoco voy a describir la canción entera a nivel técnico porque básicamente no soy ningún experto, pero sí diré que “Harvester of Sorrow” lo tiene todo para volver loco a cualquier fan del thrash metal y de Metallica, con sus potentísimos riffs y sobre todo hacia el final del tema haciendo gala de la vertiente más virtuosa de los guitarristas que es para mí la principal característica del disco, con unos Hetfield y Hammett haciendo de las suyas con imposibles punteos perfectamente compenetrados después del solo de Kirk, que no es ni de lejos uno de sus solos top, pero no podía faltar uno en un tema tan Metallica.
Aunque yo sigo considerándome un fanboy de Metallica, esta vez no estaré en la visita que vienen a hacernos el próximo mes de mayo junto con Ghost, pero sé que muchos miembros de Science of Noise estarán allí dándolo todo. Yo pude verlos el año pasado en el Sant Jordi y la experiencia fue acojonante, así que para todos los que tengan la suerte de vivirlo de nuevo, disfrútenlo mucho …and justice for all!
«Dyers Eve» por Jordi Tàrrega
Álbum: …And Justice for All (1988)
Autores: James Hetfield, Lars Ulrich y Kirk Hammett
Si Metallica a día de hoy son una de las bandas más importantes del planeta es por méritos propios. Consiguieron llevar al thrash metal al éxito masivo y lo culminaron con el famoso Black Album (1991), aunque aquí ya hubo un giro estilístico intentando lo que se supone que es el concepto de evolución: “cambiar tu estilo para ganar más adeptos sin perder los que ya tienes”. Algo que suele ser imposible. Puede que la perfección de Metallica la encontremos más en el Ride the Lightning (1984) y Master of Puppets (1986), pero su evolución en …And Justice for All (1988) y el disco negro, vista con el filtro del tiempo, es perfecta en ella misma. Soy de la generación que fue golpeada brutalmente por “Enter Sandman” en la MTV y en una era en la que Metallica lo arrasó todo, pero lo mejor de todo fue tirar para atrás y poder escuchar y descubrir los discos anteriores, que, a los ojos de muchos de sus fans (también los míos), son muy superiores.
Metallica, después del disco negro, ya es otra banda y hay más desaciertos que golpes de efecto. Lars y James viven como estrellas, y lo peor de todo, no les importa que el mundo lo vea. Momentos irritantes que dejan en una anécdota temas tan banales como el rímel, el corte de pelo o el semen con sangre (en esos días a muchos de sus fans les pareció el final). Load, Reload y especialmente St. Anger fueron puntos bajos, pero quizá necesarios para que el grupo viera que la única salida era volver sobre sus pasos. Afortunadamente para su público, a nivel de directo, el grupo nunca se ha separado de sus clásicos y sobre las tablas siempre lo han dado todo. Es más, son capaces de variar algunas canciones a su voluntad haciendo que cada concierto sea diferente. Iron Maiden, Kiss o Judas Priest empiezan la gira con un set del que no variarán ni una coma en el guion. Con Metallica siempre hay la expectativa. No son Bruce Springsteen, pero dentro del metal es lo que más se acerca a ello.
Siempre que les he visto en directo han brillado y demostrado que están por encima del resto, incluso en su última gira, puede que la más flojita de todas, pero superior a la mayoría de bandas de su tamaño. No quiero alargarme, pero sí defender a Lars Ulrich como batería y como figura fundamental para lo que es el rock duro en general. Puede que el tipo caiga mal, pero tampoco merece las críticas absurdas que recibe constantemente. Otro punto a destacar es que el último disco de Metallica está muy bien comparándolo con todo lo grabado después de 1991.
Dudo que ninguno de mis compañeros haya seleccionado este tema, pero para un servidor es de los más grandes que ha grabado el grupo en toda su historia. “Dyers Eve” cierra el disco, una obra en su momento polémica pues los temas son más largos, hay un evidente descenso de la velocidad, y ya graban un videoclip… por primera vez crecen las voces de “vendidos”. Pero la velocidad y las sonoridades thrash siguen y este tema es, de largo, el más rápido del disco. Conecta con sus inicios, pero con la clase del And Justice… y adaptada a los nuevos tiempos. El doble bombo de Ulrich es incesante y la línea vocal exquisita, que se vuelve más melódica en el estribillo. Los solos doblados por Kirk y James son geniales y las letras crudas, con la voz de Hetfield destilando rabia. El día que la tocaron en los bises en Zaragoza, de forma inesperada, fue uno de los mejores momentos que he vivido durante los centenares de conciertos a los que he podido asistir.
«The Unforgiven» por Alex Añez
Álbum: Metallica (1991)
Autores: James Hetfield, Kirk Hammett y Lars Ulrich
Hablar a estas alturas de Metallica es como decir que la tierra es redonda o que las vacunas han salvado a millones de personas en el mundo, o como que Casado es “facha”. No obstante, a pesar de que todo está dicho, hay escepticismo, gente que no cree. Estamos ante la banda más grande de metalde todos los tiempos de la que se ha escrito, grabado, revisado, criticado y alabado cada mínimo paso que daba. Su rocambolesca historia desde los principios ha incluido fallecimientos (DEP Cliff Burton), luchas de poder y escisiones creando archienemigos tipo tebeo con Dave Mustaine, rehabilitaciones en clínicas de desintoxicación y auténticos fracasos experimentales a nivel artístico (aunque el tiempo hablará de Lulu). Estoy deseando ver el biopic, pero que lo haga Christian Bale. Es tanto lo que ya hay que me centraré en mi experiencia personal que, al fin y al cabo, es la que mejor puedo explicar.
Corría el año 1996, la MTV no era de Mario Vaquerizo sino de Beavis & Butthead y Los 40 Principales ponían rock. Sí, ROCK! Por aquella época el estímulo audiovisual a mis 14 años era poco menos que mi segundo profe de instituto (Saludos a Fernandisco). Esto y el boca a boca, las cintas de casete TDK o BASF y la única tienda de discos que había en mi pueblo quedaban como una auténtica odisea para la inquietud musical que se creaba en aquellos tiempos. Y no existía YouTube, Spotify, ni Torrent. Estaba Napster, pero eso es otro tema que los de Los Ángeles no quieren ni escuchar. Mi afición musical siempre era uno de los temas más recurrentes entre mis colegas y el trapicheo no era otro que de temas en forma de cachitos de hierro y cromo.
El caso es que había una chica en mi clase (siempre la hay, ¿no?) que revolucionaba mis hormonas más de lo que ya lo estaban, granos en cara y voz de gato pisado. Sorprendentemente un día éstame habló sobre algo de lo que yo me creía el sabio de la colina, la música rock. No obstante, aún en aquellos momentos estaba descubriendo clásicos ya que me centraba en la música americana que estaba de moda (Machine Head, Marilyn Manson, Korn y demás grupos que mejor no mencionar por miedo). A mi mano llegó de ella una cinta con el llamado Negro de Metallica. A pesar de haber escuchado temas de la banda que rulaban por los medios como «The Memory Remains» o «Fuel» no estaban en su mejor momento y no me llamaban especialmente la atención.
No sé si fue por quién me pasó el disco o porque realmente me cambió mi manera de entender el metal,pero ese casete estaba lleno de pepinazos. Quizás el mayor apego a la cinta me lo dio aquella semi-balada con un James Hetfield entonando más profundo y lento: «The Unforgiven». Por supuesto hay trasfondo adolescente en todo esto, si no, no tendría sentido, pero sigue siendo uno de mis temas favoritos de la banda. Quitando el vídeo oficial, la vuelta de tuerca y originalidad de aquel álbum fue detonante para la banda americana, y temas como éste lograron un trabajo muy redondo que hoy día sigue sonando en mis auriculares.
En otra ocasión hablaremos de Load (1996) y Reload (1997) y de lo bien que han envejecido, pero eso es ya otra provocación.
Saludos.
«Wherever I May Roam» por Albert Vila
Álbum: Metallica (1991)
Autores: James Hetfield, Jason Newsted y Lars Ulrich
Debía correr el año 1993 (yo tenía 13 o 14 años) cuando empecé a interesarme más o menos en serio por el rock y el metal. Ya lo he explicado siempre que he tenido la excusa en mil artículos pasados: mis primeras bandas de referencia fueron exactamente Aerosmith, Nirvana, Guns N’ Roses y Héroes del Silencio, cuatro bandas que, al no tener ni hermanos ni amigos mayores que me lavaran el cerebro, descubrí (ojo) a través de Los 40 Principales. Poco a poco me llegó, por un lado, una cinta con Bad Religion y Pennywise, mientras que por el otro descubría a bandas como Iron Maiden, Motörhead, Black Sabbath o Sepultura, y esa mezcla dio forma a la que durante muchos años ha sido más o menos mi persona musical.
No sé cuanto tiempo transcurrió, probablemente poco, desde que empecé a conocer a esos gigantes del metal hasta que escuché finalmente a Metallica, pero sí que recuerdo que, antes de hacerlo, en mis fantasías los proyectaba como una banda verdaderamente especial, como «LA BANDA» que se situaba un escalón por encima de todos los demás. Mi impresionable y receptivo cerebro adolescente había oído no sé dónde que los cuatro jinetes (aunque entonces no sabía que los llamaban así) eran la banda más gigantesca del metal mundial (ergo, ¿la mejor?), así que me los imaginaba como una especie de ente sobrenatural, unos seres de luz que envolví mentalente de una aura de misticismo. Además que joder, ME-TA-LLI-CA, menudo nombre, ¿no?
En aquellos tiempos pre-internet, y a falta de otros canales, lo habitual era estar más o menos enganchado a una serie de programas de radio que nos iban descubriendo las novedades del panorama rockero y metálico. Estaba El Pirata en Cadena 100, estaba Mariano García y su Disco Cross, estaba La Taverna del Llop en Ràdio 4…. Supongo que estaban otros, pero los que recuerdo escuchar más o menos asiduamente eran estos tres. Yo siempre tenía una cinta en la pletina lista para darle al REC a todo lo que me llamara la atención, y un día, en no sé cuálo de esos programas, por fin dijeron eso de «y ahora, vamos a escuchar el nuevo single de Metallica: ‘Blah blah blah, Blah». Entre que mi inglés en esos tiempos era macarrónico y la pronunciación de los popes de la radio española del momento ya ni os cuento, no me enteré de nada del título, pero mis sentidos se alertaron y, una vez me aseguré que la cinta estaba corriendo, puse toda mi atención sobre el temita en cuestión. Estábamos ante mi primer encuentro con los tan esperados Metallica.
La canción empezaba con un punteo acústico así orientaloide, seguía con un riffaco y unas guitarras que sonaban de la hostia, y contaba con un bridge y un estribillo magnífico. Además, todo el tema tenía un cierto aire de grandeza que le iba como anillo al dedo a mis húmedas expectativas. Como no tenía ni idea de cómo se llamaba, me lo apunté como «Metallica – Anywhere» (ya que esa palabra es la que se repetía constantemente) y en los siguientes días lo escuché en repetidas ocasiones, flipándolo crecientemente en cada una de ellas. Supongo que no pasó demasiado tiempo hasta que descubrí que el tema, en realidad, se llamaba «Wherever I May Roam», y pertenecía al entonces último y muy exitoso disco de la banda, uno con la portada negra y que no tenía nombre. Un disco que, por lo que parece, todo el mundo estaba escuchando pero yo aún no me había enterado.
En cuestión de meses, Metallica se convirtieron en toda una obsesión para mí. Adquirí ese Black Album en CD y el Ride the Lightning en casette (un disco que se acabó por convertirse en mi favorito de la banda – y «Creeping Death» en mi canción favorita), mientras que el Kill ‘Em All, el Master of Puppets y el …And Justice for All llegaron, entonces, en forma de cintas grabadas. Hubo unos meses, no recuerdo cuantos, que no escuchaba otra cosa. Empecé a hacer acopio de bootlegs (a cuál más cutre), de rarezas como el Garage Days, de camisetas…. me compré un libro (mi primer libro musical, de la editorial La Máscara) que repasaba al dedillo toda su carrera, y me empapé de su historia hasta convertirme en todo un experto.
Recuerdo rallar a mi compañero de pupitre hasta la saciedad (estoy seguro que el pobre Àngel, con la memoria prodigiosa que siempre ha tenido, aún sabría repetir de pé a pá el tracklist de cada uno de esos cinco primeros discos), recuerdo intentar aprendernos (y fracasar estrepitosmente) el «For Whom the Bell Tolls» con mi mediocre banda adolescente («Los Ruidos», nos llegaron a llamar) y recuerdo que el día que cumplí 15 años mi familia me obsequió con el privilegio de pinchar toda la música durante el trayecto desde nuestra casa hasta Andorra, donde íbamos a pasar un fin de semana largo. Os podéis imaginar: Kill ‘Em All, Ride the Lightning, Master of Puppets, Justice… y vuelta a empezar. Pobres….
Como todas las obsesiones (almenos las mías) hubo en día en que acabó, supongo que porque no tardé en descubrir a una barbaridad de bandas más (Slayer y cosas más duras por encima de todas), y aunque Metallica siempre han estado más o menos ahí, nunca más les he llegado a contar entre mis bandas verdaderamente favoritas. Imaginaos hasta qué punto no lo han sido que no fue hasta el año pasado, en febrero de 2018, que tuve la oportunidad de verlos en directo por primera vez, en esa visita al Palau Sant Jordi acompañados de Kvelertak. ¡Y he estado en centenares de conciertos en mi vida! Si todo va bien, de todas maneras, en pocas semanas repetiré, esta vez compartiendo cartel con otra de mis nuevas bandas fetiches: los suecos Ghost.
Aunque como digo, hace ya años que aparté a Metallica de mi cajón de bandas top, y al contrario de muchos de los que los conocieron en esa época, tampoco os creais que he sido especialmente crítico con su trayectoria posterior a sus cinco discos míticos y unánimes. Recuerdo disfrutar perfectamente de «Enter Sandman» y «Sad But True» en las discotecas de la época, recuerdo apreciar «I Disappear» y «Until it Sleeps» cuando salieron como singles y videos, y recuerdo, aunque tampoco me los escuché hasta rallarlos, no tener ningún problema con Load y Reload. El cambio estético al unísono sí que me chirrió – y me chirría – bastante, la verdad, pero musicalmente, no dejó de ser una evolución perfectamente natural a su carrera: los cuatro jinetes nunca repitieron su fórmula, y ahora no iba a ser distinto, con un disco (doble) que continúa con criterio y coherencia el camino marcado por el Black Album.
El S&M, que en este 2019 cumple dos décadas, también me pareció una buena idea (a pesar de que a algunos temas la orquesta no les pegara en absoluto), St Anger me pareció un truño que sonaba como el ojal y el documental Some Kind of Monster (2004) me maravilló en su honestidad y en cómo los miembros de la banda podían no tener ningún problema en quedar como unos auténticos capullos. En esos tiempos también fue cuando Lars tuvo su polémica con Napster, por esos entonces la primera gran plataforma de descarga de música (para mí, mi primera Meca internáutica). Aunque todo el mundo se le echó encima y le puso la cruz, para mí lo que decía, desde su punto de vista, tenía perfectamente sentido. A la gente siempre le ha gustado hatear, pero a mí me preocupaba bastante más su decreciente capacidad a la batería.
Aunque escuché Lulu media vez y me pareció un auténtico horror (Lou Reed no me ha gustado nunca), aprecié que la banda siguiera innovando, arriesgándose y probando cosas fuera de su zona de confort. Muchos les reclaman que se retiren ya, pero yo aplaudo que se metan en extraños fregados como montar su propio festival multidisciplinar, dar un concierto magnífico en una tienda de discos minúscula durante un Record Store Day, irse a tocar a la Antártida (como parte de su reto de tocar en los siete continentes en un solo año) o meterse a hacer una peli, «Through the Never», que era mucho mejor idea de la anodina mediocridad que acabó resultando. Quizás yo no les queda mucho que aportar al mundo de la música (aunque tanto Death Magnetic como Hardwired… to Self Destruct me parecen discos perfectamente decentes, el mundo podría vivir sin ellos perfectamente), pero su capacidad económica les permite hacer cosas al alcance de pocos. Podrían quedarse en casa a contar billetes, pero prefieren arriesgarse y seguir probando cosas nuevas y no necesariamente populares. Pues olé por ellos.
Así que me queda escoger una canción. Y aunque quizás no es mi favorita absoluta, he decidido quedarme con ese «Anywhere» que descubrí de adolescente. «Wherever I May Roam» es un pedazo de temarral lleno de pasajes memorables, riffs magníficos y líneas vocales motivantes hasta el infinito. El sonido del Black Album es casi legendario, ha envejecido a las mil maravillas y ha influenciado a infinidad de bandas posteriores, desembocando en el hecho que Metallica, como mis adorados Death, sea de esas pocas bandas que puede presumir de haber ayudado a crear no uno, sino hasta dos subgéneros dentro del metal. Mucha gente ha renegado de ellos a día de hoy, pero es altamente probable que el metal no fuera lo que es ahora sin la aparición y la evolución de James, Lars, Kirk y Cliff / Jason / Robert. Y probablemente, tampoco yo lo sería.