Italia dijo presente y se apuntó a la moda creciente del power metal de una forma impensable en esos días. Del país transalpinos sólo conocíamos a los fantásticos Labÿrinth que asomaron con el disco No Limits en el que destacaba ese cantante llamado Joe Terry. Lo que nadie esperaba es que ese mismo cantante se hubiera enrolado con un par de tipos capaces de llevar al heavy metal a unas fronteras desconocidas hasta ese entonces. No era nada nuevo, puede… pero es que Manowar les llegaría a plagiar en años venideros.
El problema es que eran animales de sangre caliente y Luca Turilli, el guitarrista, chocó siempre con el otro líder, el teclista Alex Staropoli, y claro, sumaron para el proyecto toda una prima donna como Fabio Lione. Imaginad al pobre Sascha Paeth, líder de Heavens Gate y pieza fundamental de Avantasia allí, aguantando escenas de gritos entre latinos pendecieros que tenían en sus manos una de las claves del futuro del heavy metal: el llevarlo hacia atrás, al barroco, a Paganini y a sumar una orquesta completa a su música.
Antes de Rhapsody el grupo se llamaba Thundercross y ya tenía un par de demos editadas, prometedoras, arriesgadas y absolutamente ambiciosas. Turilli ideó la saga de la espada esmeralda y son su concepto y pluma lo que hace avanzar el grupo. No creo que las letras sean lo mejor del disco, pero a esas alturas todavía se aceptaban elfos, espadas y brujería. Toca destacar también el sello Limb Music que estuvo activo durante muchos años yendo a la búsqueda de los nuevos Helloween. No anduvo lejos con Rhapsody, todo sea dicho.
El disco
La obra se abre con una de las más míticas introducciones de la historia del power metal. Pura música clásica con coros de voces masculina y femenina en todo lo alto. Aquí perfeccionan el concepto de la intro y en ella misma ya te marcan por dónde van los tiros… Lo mejor es ese final abrupto que termina en el inicio de esa cabalgada sobre equino que es “Warrior of Ice”, inmortal canción y uno de los mejores temas que nunca grabaron los itálicos. Nunca nadie había llevado la orquesta clásica tan lejos en el mundo del heavy metal y el resultado es sencillamente estelar. Complejidad barroca, cambios de tiempo y la perfecta producción de un Sascha Paeth que es absolutamente clave. El neoclasicismo de Malmsteen también está presente.
La genialidad de “Rage of the Winter” se entiende si escuchas a Paganini pues fusilaron muchas de sus rapsodias y las llevaron a un terreno virgen y metálico. Ampulosidad, horror vacui sonoro, pomposidad y pura clase. Es otra de las maravillas, y es que casi que podríamos hablar de metal progresivo, pero en esos días nadie pensaba en esa etiqueta pues esto era música clásica, directamente, en la que entraba de lleno una banda de heavy metal de toda la vida y unos arreglos sutiles que vestían de maravilla a una complejidad absoluta. Era todo majestuoso, era todo brillante.
“Forest of the Unicorns” pone la pausa y el freno al disco con un tema en balada, despojado de toda la carga orquestal. Hay flautas a teclado y muchísimo sentimiento para que se luzca Lione con grandes maneras. En otro giro de guion inesperado aparece su cara más medieval en el estribillo y te vuelven a dejar pasmado. Nadie componía así y quizá Blind Guardian serían los únicos que podrían andarles cerca, pero es que Rhapsody iban muchísimos pueblos más allá.
No había descanso alguno y los tappings salvajes de Turilli acompañaban algo tan logrado como “Flames of Revenge”. Otra vez jugaban con el legado de Paganini y no les podía quedar mejor. Otra excepcional composición llena de sentimiento y con los dobles bombos de Daniele Carbonera. El riff es excepcional y el tema va dotado de un interludio clásico fantástico. “Virgin Skies” es un tema de enlace, suave y de reposo con el clavicordio de Staropoli.
Sirve este de entrada a otra maravilla de Paganini como es la entrada de “Land of Immortals”, otra de las piezas estelares y fundamentales del disco con Robert Hunecke (Heavens Gate) al bajo aguantando esa velocidad orquestada y ese estribillo épico como pocos. Realmente puedes imaginarte al héroe cabalgando sin pausa a la vez que Fabio lo borda. Temas como este no podían pasar desapercibidos a la escena. Estábamos ante el amanecer de algo que cambiaba las reglas de juego. Hay momentos en los que juegan con las fugas al estilo Bach, tiran de solos camuflados entre tanta pompa y te dejan con la boca abierta.
No es de lo más memorable “Echoes of Tragedy”, pero ejemplifica perfectamente la apuesta de los itálicos con predominio casi absoluto del coro sobre la voz solista al puro estilo Therion. “Lord of the Thunder” es otra canción épica y rápida en la que la orquesta queda relegada para los arreglos. Es quizá la más prototípica del power metal de la época. pero no deja de ser la misma fórmula de Gamma Ray llevada a su terreno, hasta que aparece el interludio orquestal para romper la canción.
“Legendary Tales” es reposada, a modo de coda, con mucho clavicordio y espacios para lo solemne y ceremonial. Es el tema más extenso, el que da nombre al disco y muy posiblemente, junto a los dos interludios, lo más pasable de la obra. Se va animando cuando entran las guitarras y la cosa avanza con elegancia, pero en este disco lo que brilla de verdad son las cabalgadas frenéticas en las que la orquesta flota sobre el doble bombo de Daniele Carbonera.
Veredicto
El Legendary Tales no sólo fue rompedor, sino que llevó a heavy metal hacia unos terrenos que, si bien no podemos hablar de que fueran inexplorados, sí que nadie había llegado a dar tanto protagonismo a lo orquestal. Hay momentos en los que son los instrumentos de banda de metal los meros acompañantes. El mundo descubrió a Fabio Lione como uno de los vocalistas definitivos del estilo y a Turilli y a Staropolicomo dos compositores absolutamente destacados.
Pero con el tiempo vimos que tiraron mucho de las rapsodias de Paganini y… lo peor de todo: ¿Cómo se podía llevar eso al directo? Las expectativas eran tan altas que la cosa fue desastrosa para el grupo pues les tocaba pensar el cómo defender esa maravilla en medianas salas. Se tomaron su tiempo y sacaron un segundo disco absolutamente maravilloso que todavía elevó el listón más si cabe. Ese sí les puso en el mapa, pues con Legendary Tales sólo entrarían en las listas niponas.
Y no lo sabíamos, pero el grupo era un polvorín absoluto. Turilli y Staropoli eran líder y antilíder, a Lione se le subió el ego y fallaba en directo, Carbonera no podía llegar al nivel y no había bajista. El gran nombre a tener en cuenta es el del excepcional productor Sascha Paeth que elevó al grupo a un nivel al que no estaban ni por asomo preparados. No sólo él, en este disco están todos los Heavens Gate en la sala de máquinas ayudando a crear algo único y diferencial. Este disco es una auténtica barbaridad lo mires por donde lo mires y desde Italia llegaba algo tan revolucionario como lo fue el Theli de Therion.