El pasado día 5 de octubre se celebraron 20 años (¡20 años, ya!) del segundo disco de, por entonces, Rhapsody. Un año antes, en 1997, habían dejado boquiabiertos al panorama metalero con uno de los debuts más frescos y sorprendentes que recuerdo, Legendary Tales, pero es con este Symphony of Enchanted Lands (1998) con el que le dicen al mundo que están aquí para quedarse. Tanto es así que, años después y cuando ya estaban de capa caída, tuvieron que recuperar el título, añadiendo un part 2, para intentar no ahogarse.
Su fórmula es inequívoca, y en aquél entonces, novedosa. Tanto que hasta se crearon la etiqueta más what the fuck que he leído en mi vida: epic-symphonic-hollywood-metal. Si, muy WTF, pero muy gráfica de lo que es su música. Temas muy épicos que corroboran las letras y las historias que cuentan (y que servirían de gancho para un rastro de frikis pajilleros, cosa que ya comentaré luego), con una orquesta (virtual en estudio), aires de banda sonora y, por supuesto, heavy metal. El conjunto resultaba, o resulta, una música grandilocuente, muy recomendada para saberse Conan y con mil detalles. Pero también, en ocasiones, cansina, larga y repetitiva. Aquí ya entran los gustos subjetivos de cada uno. El mío dice que, hace 20 años, me gustaban las canciones más cortas y directas, mientras que las más largas, instrumentales y, en definitiva, más Hollywood metal me resultaban aburridas. 20 años después (incluso a los 10 años) me cuesta horrores ponerme a escucharlos, como me pasa, por ejemplo, con Blind Guardian, pero negar que tuvo su impacto en la escena y en mí es absurdo. ¡Viva la épica italiana!
Como ejemplo de lo que pudo suponer para el metal y su llegada a la universidad, recuerdo que, viviendo una residencia de estudiantes, era “vecino” del típico chico friki: rechonchete, incapaz de leer algo que no fuera fantasía y muy flipado con todo lo que ellos implicaba (rol, dragones, guerreros, magos y un largo etcétera). Eso sí, de música, y en especial de heavy metal, ni papa. Por casualidades de la vida que ya no recuerdo le dejé los dos primeros discos de los protagonistas que hoy nos ocupan, y el chaval lo flipó. Aquello parecía estar compuesto justamente para él. Lo intenté con otros grupos menos épicos, como Iron Maiden, Metallica o, en un intento de pillarle por la melodía, Helloween, pero no hubo forma. Él quería todos los clichés que tienen los italianos y que los poco versados en el power metal generalizan en el estilo. Es decir, Rhapsody tenía su público (de hecho varios tipos de público) y sabían muy bien cómo llegar a él. Si hasta llegaron a encabezar un festival, el Rock Machina…
El álbum consta de diez temas en unos 55 minutos, contando intros varias. Podemos encontrar desde canciones de mi gusto como “Emerald Sword” (una de las mejores del grupo) o “Wisdom of the Kings”, hasta esas otras más cansinas que ya he descrito, con pasajes interminables, como “The Dark Tower of Abyss” o la que da título al cumpleañero, “Symphony of Enchanted Lands”. Todo ello bien empaquetado en una historia, o saga, que hará las delicias de cualquier amante de la fantasía épica y un gran gancho comercial para no perderte nada de la historia del Warrior of Ice.
No hace falta decir que la puesta en escena, o en disco, es magistral. Sascha Paeth es de lo mejorcito de todo el panorama en cuanto a producción, y si le acompaña una mente privilegiada como Miro, sus virtudes se multiplican. La ejecución es excepcional. Siempre he sentido predilección (bueno, aquí sí debería hablar en pasado) por la forma de tocar que tiene Luca Turilli, pero es que el resto le va a la zaga. Staropoli se sale componiendo esos pasajes que tan cansinos me resultan (oye, que no me gusten a mí no quiere decir que no estén bien hechos), Carbonera y Lotta proponen una base rítmica más que digna (eso sí, lejos de lo que Holwarz podría hacer en el futuro) y Lione se salía, no como ahora en mis amados (ex) Angra. Grupos como los nacionales Dark Moor y otros tantos no existirían sin los italianos.
En definitiva, creo que su tiempo pasó (aunque según me han dicho, cuando vinieron al Leyendas del Rock se salieron) y que hoy en día están bastante perdidos, pero negar su impacto en el metal europeo de finales de los 90 y principios de los 2000 es ridículo. Sigo creyendo que pueden tener su público (Eso sí, mucho más reducido que hace 20 años), que pueden seguir trayendo a frikis pajilleros al metal y que, de centrarse, pueden seguir haciendo temas decentes. Lástima que peleas internas acabasen con el matrimonio Turilli – Staropoli y que, además, crearan la absurdez de lo absurdo, dos Rhapsody: Rhapsody of Fire (nombre que ya adquirirían antes de su divorcio musical) y Luca Turilli’s Rhapsody. Aunque a día de hoy no me los ponga, mi corazoncito friki pajillero (que también lo fui, o lo soy, yo ya no sé…) sigue teniendo un lugar muy especial para la cabeza más visible de la ola de metal italiano que inundó al mundo.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.