Después de semanas y meses de hype creciente, por fin el calendario se asentaba en el fin de semana que iba a albergar la quinta edición del Rock Fest. El festival colomense ha ido creciendo año tras año para establecerse como uno de los eventos estrella del verano peninuslar y (dejando algunos detalles de lado), como una de las nuevas referencias del calendario festivalero europeo. A cada nueva edición hay mejoras evidentes tanto en el recinto (este año forrado de césped artificial en su totalidad) como en la organización (evitando por ejemplo las colas kilométricas a la entrada que habían plagado ediciones anteriores), pero también en el cartel.
En la edición de este año se reunían hasta cinco potenciales cabezas (Judas Priest, Ozzy, la reunión de Helloween, Scorpions y Kiss) que resultaron un imán irresisible para que las masas metálicas se acercaran a Can Zam en más volumen que nunca. Es evidente que la cabecera de este año ha sido verdaderamente espectacular en cuanto a nombres y nivel de miticismo, pero quizás el previsible desembolso que este quinteto obligó a hacer derivó en una serie media/alta, a mi juicio, algo más floja que en anteriores ediciones. En todo caso, viendo el aspecto del recinto durante todo el fin de semana, no hay duda que la apuesta salió bien. Y me alegro.
En la medida de lo posible, siempre me gusta llegar a los conciertos y festivales con tiempo suficiente. En ediciones anteriores, las colas kilométricas para entrar hicieron que me perdiera los primeros minutos (a veces, muchos minutos) de las bandas iniciales, y al ver que el párking situado a lo largo del Besòs ya estaba prácticamente lleno (más lleno que nunca a esa hora) no pude sino temer que lo de hoy iba a ser insostenible. Pero no, después de recoger mi acreditación, me dirigí a las puertas y entré con la más absoluta comodidad, sin esperarme ni diez segundos. La idea de abrir a las once de la mañana para ir dejando pasar a la gente a medida que llegaban resultó ser brillante, y la organización supo lidiar con una de sus grandes lacras en el pasado. Un gran manera de empezar el día.
Born in Exile
Al llegar dentro ya pudimos ver que la cosa sigue, un año más, en crecimiento constante: más césped, más espacio entre escenarios (con la Motörtent arrinconada al fondo del recinto – lo que no fué mala idea -) y, en definitiva, la intención general de ser capaces de albergar más gente con más comodidad. Aciertos a parte, si hay algo que echo en falta de verdad en este festival es la apuesta por bandas locales más underground. Las horas muertas de la carpa o la propia Motörtent se podrían aprovechar para dar un empujón a algunas de las múltiples bandas locales y nacionales que llaman a la puerta y que vienen sobradas de calidad, originalidad, actitud y talento. Eso sería presupuestariamente negligible de cara al global del festival, pero haría mucho por acercarlo al entorno y actuar de elemento vertebrador de la escena barcelonesa y catalana.
En este sentido, cada año solo contamos con la presencia de una única banda local jóven, encargada explícitamente de abrir el festival en uno de sus mastodónticos escenarios (y anunciada como tal). Si en ediciones anteriores habían sido Alyanza o Astray Valley los que llevaron a cabo esta tarea, este año les tocaba el turno a los también colomeses Born in Exile, que demostraron por qué son una banda en auge en el underground barcelonés y siendo capaces de congregar a un buen puñado de gente a sus pies. Aunque nunca es fácil para una banda pequeña e inexperta sobreponerse a la tendencia de quedar engullidos tanto musical como escénicamente por un espacio tan gigante, este quinteto consiguió hacérselo suyo más temprano que tarde.
El sonido no fue ni mucho menos perfecto, pero gracias a un excelente nivel instrumental y a la presencia y el vozarrón de una Kristina Vega que, con su melena flameante y su pinta de vampira feroz y despiadada, no paró de subir pasarela arriba pasarela abajo para arengar a la gente y para abrumarnos con su imponente variedad vocal, convenciendo y dando color a cada una de las múltiples vertientes del metal progresivo que caracterizan a esta banda. Born in Exile
e sienten igualmente cómodos en registros más modernos, en pasajes más cercanos a bandas clásicas o, incluso, al atacar momentos tirando a orientales. Solo dispusieron de media hora (menos que cualquier otra banda de todo el festival), pero con cuatro canciones tuvieron tiempo de convencernos (o recordarnos) que son una banda a tener verdaderamente en cuenta dentro del panorama metálico catalán.
Amaranthe
No sé yo si el sexteto sabía dónde se metía. Salir a las 15:30 al escenario, en la Barcelona de pleno julio, con chaquetas de cuero es de una insensatez muy grande, y así lo demostró Elize, que poco a poco fue quitándose ropa hasta quedarse en paños menores, como diría algún abuelillo. El sol era absolutamente abrasador, era día laboral y no creo que Amaranthe llame demasiado la atención, aún, pero así y todo nos reunimos unos cuantos para ver la actuación de los nórdicos.
Conocí a Amaranthe hace un par de años, y aunque ni son ni serán mi grupo preferido, sí que tienen canciones divertidas de escuchar. Eso, sus videoclips (todos la mar de majos) y la curiosidad de llevar a tres cantantes tan distintos entre sí (y tan bueno, que no cantan nada mal) hace que tengan algo que llame la atención. Pero eso sí, cero expectativas. No sabía lo que podía encontrarme.
El concierto empezó con un servidor pidiendo matrimonio a la frontman, pero no me escuchó. Porque fue eso, que no me escuchó ¿verdad? “Maximize” dejaba entrever un pedazo de bolo, pero la verdad es que fue totalmente de más a menos. Lo que en disco funciona muy bien, en directo (o en este directo) no fue tanto, y aunque cada uno de los tres cantantes es bueno en su estilo, el sonido les jugó una mala pasada.
“On The Rocks” y “Digital World” siguieron la estela de lo ya comentado, de más a menos, y el sonido seguía siendo su peor aliado. Quizá “Amaranthine” puso la nota distinta, con Elize sentada en el escenario, cantando suavemente, para poco a poco ir subiendo el tono con sus compañeros. De lo mejor del show, aunque los que se llevaron la palma, como no podía ser de otra forma, fueron “Hunger” y “The Nexus”, con la que cerraron.
Show digno para ser a las 15:30 de la tarde del primer día de festival, pero eso es todo. Quizá estaría bien verlos en sala y con un sonido mejor. Y, quizá, sin tanta parafernalia tan difícil de llevar al directo, aunque en disco quede bien.
Tankard
Éste es un festival que en seguida te tiene como loco de escenario en escenario. Los platos fuertes empiezan muy temprano y, después de ver por encima a unos Amaranthe que no son para nada mi rollo, los alemanes suponían mi primer gran punto de interés de la jornada. Considerados por muchos como el primo tonto del Big 4 del thrash teutón, Tankard no se toman tan en serio como sus belicosos compatriotas, sino que optan por ahondar en la vertiente más festiva, desenfadada y alcohólica del estilo sin dejar de lado una caña y una precisión encomiables. Los «Kings of Beer» (que así rezaba el gran telón de fondo que se desplegaba detrás suyo) se presentaban dispuestos a volar los sesos a todos aquellos que, ávidos de metal trallero y de calidad, los esperábamos bajo el sol de mediodía.
Después de que sonaran los acordes de «El Condor Pasa» de Simon & Garfunkel, los alemanes salieron a la carrera de un lado a otro del escenario empezando con el tema que abre su último (y muy buen) disco, «One Foot in the Grave». Mientras el improbable y simpático Frank Thorwarth no paraba de dar vueltas al trote cochinero, el cachondo y grandote Andreas Geremia no tenía muchos reparos en mostrar, a la mínima que tenía ocasión, una panza que creo que ha disminuido algo respecto a su última visita a Barcelona. Sonaron temas de todas sus épocas, con bastante énfasis en sus últimos discos: «The Morning After», «Rapid Fire», «R.I.B.» o «A Girl Called Cerveza» no desentonaban para nada con clásicos como «Chemical Invasion» o la lenta (porque ya se hacen viejos, dicen) «Rectifier». Algo normal, por otra parte, ya que Tankard no se caracterizan precisamente por haber evolucionado demasiado a lo largo de los años.
No sé si es porque el sonido no ayudaba demasiado o es que a esa hora yo aún no estaba del todo metido en situación, pero me costó acabar de conectar con el concierto a pesar de que ellos nos dieron todo lo que tenían (incluso un puñado de cervezas que guardaban por allí, previo paso por la melena de Geremia). Cómo no, acabaron con su gran himno, «(Empty) Tankard», que ahora sí nos tuvo a todos cantando eso tan festivo de «I wanna drink some – whiskey! – I wanna drink some – beer!» y nos dejó con una sonrisa en la boca. Como curiosidad, al despedirse se incorporó un muchacho adolescente al escenario (me imagino que sería el hijo de uno de ellos) en busca de una cuota de protagonismo totalmente fuera de lugar, incluso soltando algunos «gracias» por el micro. A mí me pareció un poco capullo, pero bueno oye, el chico fue feliz.
Eclipse
Llegaba el momento de ver a mis adorados suecos. “Hello, we are Eclpise, from Stockholm, Sweden”, anunciaría Erik, como siempre. Las veces anteriores que les había visto, tanto en festival como en sala, habían sido un vendaval, así que las expectativas eran altísimas. Saltaron al escenario y… ¡WOW! Aquello prometía, principalmente cuando sonó el tercer tema, “The Storm”. Pero… pero…
Dos cosas hicieran que su concierto fuera regulín, a pesar del carisma, simpatía y buen hacer que demostraron (como siempre hacen). Una fue, de nuevo, el sonido, principalmente el del micro de Erik, y en segundo lugar el set list. Vamos a ver, almas de cántaro, el año pasado ya tocasteis en este mismo festival, en diciembre hicisteis una gira por España. ¿No se os ocurre cambiar algo el set list? Y es más, si tocáis a las 17:30, con el público entregadísimo y aún fresco y con solo 1 hora de tiempo, coño, id a por todas. ¿Qué pinta “Hurt” ahí? Y aún más, ¿qué pinta “Battlegrounds” EN ACÚSTICO ahí? Si hueles sangre, ves a por ello. Pero no supieron o no quisieron ir, y lo que al
principio prometía mucho, se quedó en un coitus interruptus.
Empezaron con “Never Look Back”, y bien, la cosa iba bien. Siguieron con “Blood Enemies”, que aunque a mi se me hace algo cansina, no deslució. La ya mencionada “The Storm” fue el punto álgido del concierto. De ahí, cuesta abajo. “Wake Me Up” no sonó como debía, como “Stand On Your Feet” ni “Jaded”.
Ya hemos comentado “Hurt”, pero es que siguió “Black Rain”, cancionaza pero que en absoluto hacía falta en ese show, y más si la va a seguir “Battlegrounds” versión acústica. Creo que este trío fue el que mató el concierto. Al final remontó algo con “The Downfall Of Eden” y “I Don’t Wanna Say I’m Sorry”, pero el remate final, “Runaways” volvió a deslucir el tema.
Temas como “Take Back The Fear” o la propia “Bleed & Scream” (imperdonable su omisión, sobre todo tras lo que nos dijo Magnus en la entrevista que le hicimos a finales del año pasado) le hubieran dado un punto totalmente diferente al show. Tienen repertorio y, sobretodo, calidad para hacer un set list de una hora que no de tregua, pero no lo hicieron.
Dee Snider
El nombre de Dee Snider quedará ligado por siempre de los jamases a Twisted Sister, y eso lo sabe todo el mundo, él el primero. Gritó cada tres por cuatro que tiene nueva banda, que el lunes 8 de julio sacaba nuevo video y que en breve tendríamos más material suyo, pero lo más coreado de la noche, con muchísima diferencia, fue “We’re Not Gonna Take It”, “I Wanna Rock” y… “Huevos Con Aceite… ¡y Jamón!”. Servidor perdió la voz y los pies. Supongo que ni él mismo se sorprendió.
El sonido seguía sin ser el mejor del mundo, y el hombre tiene ya una edad, pero lo que más le reconozco es eso, precisamente, que a su edad aún quiera (¡y pueda!) dar shows tan cargados de energía, y que sabiendo que su reputación va en ello, vaya al escenario contiguo a decirles a los técnicos del próximo grupo que hagan bien su trabajo y no le interrumpan. No fue el mejor concierto de la noche pero desde luego fue más que digno.
Evergrey
Después de ver a Eclipse empezar como un cañón y diluirse por culpa de un setlist muy mejorable, y después de comprobar (durante un par de canciones) que Dee Snider mola más con Twisted Sister que en solitario aunque le valoro que intente sonar trallero y moderno en esta nueva encarnación, me encaminé por primera vez hacia la carpa para ver a Evergrey. El patadón sónico que recibí al entrar fue algo bastante chocante, y por culpa de tal abuso de decibelios me fue imposible disfrutar de la descarga de los suecos como se merecían. Para compensar el volumen que salía del escenario principal, los técnicos de la carpa decidieron poner los controles al 11 (o al 12) y deleitarnos con una explosión atronadora que dejó un reguero de tímpanos maltrechos a su paso. El suelo retumbaba y todos mis órganos también, literalmente, algo sin duda innecesario.
Después de unos primeros minutos de absoluto dolor físico, mis sufridas orejas se acostumbraron un poco a la hostilidad del ambiente y fui capaz de centrarme un poco en la música. A pesar de que el death metal melódico y progresivo que practican es un estilo que, a priori, me debería de gustar mucho, nunca he seguido con demasiada atención la carrera de los de Göteborg. Y es una pena, la verdad, porque he conectado muy bien con lo que he escuchado a modo de aproximación durante estas últimas semanas y, aquí, el cuarteto liderado por Tom S. Englund se marcó un bolazo duro, melódico y atmosférico que, de haber sonado a un volumen razonable, se podría haber convertido en uno de los momentos cumbre del día.
La mesa de sonido de la carpa, por cierto, se colocó este año mucho más atrás que en anteriores ocasiones, con el evidente objetivo de albergar a mucha más gente con más comodidad. Y aplaudo la decisión (una más), ya que en todos los conciertos que vi aquí (que fueron bastantes) se estuvo perfectamente cómodo. Quizás solo con Tremonti el último día se petó un poco la cosa, pero con Everygrey y con la mayoría de bandas extremas era perfectamente posible colocarse en las primeras filas en cualquier momento sin casi ninguna dificultad. Unos que lo hicieron, por ejemplo, fueron un par de componentes de los también suecos Amaranthe, a los que se vio disfrutar del muy buen concierto de sus compatriotas, mediatizado absolutamente por un volumen injustificable.
Accept
Mientras tocaba Uriah Heep ya se podía ver que, como mínimo, el escenario de los alemanes iba a ser chulo. La cosa es si se iba a quedar ahí o no, y desde luego que no. Lo de Accept, como se dice en fútbol, fue de “traca i mocador”, y aunque es algo osado decirle a una banda que lleva qué, ¿40 años? tocando que fueron una sorpresa, la verdad es que lo fueron.
No es que yo sea muy fan suyo, pero obviamente conozco y adoro sus clásicos, que no dejan de ser clásicos del heavy metal. A su último disco le puse una nota discretita, básicamente porque era lo mismo de siempre, sota, caballo y rey, y a un grupo de su veteranía (y más si tienen savia nueva en sus filas) les pedía algo más, así que no estaba demasiado seguro de qué esperar.
Pues bien, eso de no tener expectativas funciona. Hasta el momento, y de muy lejos, el mejor concierto de la noche, con un sonido brutal, una puesta en escena digno del nombre que llevan, un Uwe que parece que aún le falta un pelín de integración (excepto en momentos puntuales le vi muy apartado del resto), un Christopher Williams dando un absoluto recital en la batería, y un Wolf Hoffmann que por muchas caras de malote que ponga, se ve a leguas que es un tío absolutamente feliz. De hecho, iba a empezar la crónica diciendo “De mayor quiero ser tan feliz como el sr. Hoffmann”, pero lo digo ahora. Simpatía y carisma a raudales, amigos.
Sobre lo que tocaron, pues un poco de todo. “Die By The Sword” y “Pandemic” abrieron, aunque la primera gran ovación se la llevó “Restlees And Wild” seguida de “Princess Of The Dawn”. Obviamente lo más coreado fueron la colección de clásicos que tienen a sus espaldas, como “Fast As A Shark”, “Metal Heart” o “Balls To The Wall”. Concierto absolutamente tremendo el que dieron, lleno de entrega, simpatía y calidad a raudales.
Casi siempre me equivoco, en todo, pero hay en ocasiones, y esta es una de ellas, en las que estoy más que feliz de mis errores. Cuando vuelvan en sala no me los perderé por nada del mundo.
The Last Internationale
Aunque tenía la intención de sacar la cabeza por Uriah Heep, acabé atrapado en el siempre entretenido Kararocker, que en esta edición estuvo confinado en la Motörtent, viendo a muchachos anónimos marcarse rendiciones magníficas de clásicos del metal de todo pelaje. Sin ir más lejos, ahí estaba un tío (que ya estuvo el año pasado cantando esta misma canción) bordando el «Painkiller» de una manera que el pobre Rob Halford no podría ni soñar a día de hoy (tal y como comprobaríamos en unas horas). También estuve viendo a Accept durante cuatro temas, para comprobar como los teutones iban de camino a marcarse uno de los bolos del festival gracias a un sonido perfecto, a una selección de canciones inmejorable y a una actitud y presencia escénica impecable tal y como cuenta el amigo Xavi Prat en el párrafo de arriba.
Tentado como estaba de quedarme a ver a Wolf Hoffmann y los suyos (porque mira que los estaba disfrutando), reuní las fuerzas de voluntad suficientes para encaminarme hacia la carpa a disfrutar de una banda que también tenía muchas ganas de ver. ¡Y suerte que lo hice! El trío neoyorkino The Last Internationale son, de largo, el nombre que menos encajaba en el cartel del festival, y buena prueba de ello es que no fueron capaces de congregar a muchos más de cuatro gatos delante de su escenario. A pesar de ello, la banda liderada por la maravillosa Delila Paz no se dejó ni una gota de esfuerzo en el camerino, y descargaron su hard rock retro, combativo, rebelde y bluesero con toques psicodélicos y espíritu punk como si no hubiera mañana.
El momento cumbre, por supuesto, fue cuando Delila bajó todo decidida a cantar entre un público que la recibió con sonrisas de oreja a oreja. Cuando terminó su concierto me dio la sensación que me debía haber liado con la hora de inicio, ya que se me hizo cortísimo y tampoco es que sepa destacar muchas cosas concretas. Pero no, al salir no pude más que pillar el último par de minutos de Accept y su final «Balls to the Wall», así que lo que ocurrió es que los alrededor de cuarenta minutos que estuve ante The Last Internationale se me pasaron flipantemente volando, metiéndome de forma hipnótica en su propuesta. Una banda que excedió sobradamente mis expectatvas y que espero tener la oportunidad de ver en mejores circunstancias, ya que aquí creo que ni pegaban mucho ni les ayudaba tener que competir con el concierto de Accept ni con la batalla por el posicionamiento pre-Judas / Ozzy.
Judas Priest
Aunque hice lo posible por colocarme tan bien como pude en mi veloz viaje desde la carpa, avanzar hacia las posiciones delanteras se trataba poco menos que de una misión imposible, así que como no me gusta abrirme paso a empujones entre la multitud aglomerada, me tuve que conformar con vera los británicos a la altura de las mesas de sonido. Las camisetas de Judas reinaban claramente en la jornada de hoy, estableciendo a la banda liderada por Rob Halford como el gran atractivo del día, por delante de Ozzy y de cualquier otra de las propuestas que se nos ofrecían este jueves. Los más puristas dirán que, faltando KK Dawning y faltando Glen Tipton (aunque a éste le veríamos un ratito) esto no es Judas, y quizás tienen razón, pero musicalmente ni Richard Faulkner ni el nuevo Andy Sneap, afamado productor, guitarrista de Hell y ex de los míticos Sabbat, desentonaron con el conjunto.
Sin intros ni historias accesorias, los componentes de la banda se subieron al escenario tal cual y empezaron su actuación con «Firepower», el tema que da título a su celebrado último trabajo. Como era de esperar, cuando Rob hizo acto de presencia atravesando las cortinas laterales del escenario, la gente se volvió absolutamente loca. No importan sus chaquetas horterísimas ni que su voz esté lejos de sus mejores tiempos (aunque tampoco fuera el horror): Rob Halford es un icóno y un mito. Y además cae simpático.
Rápidamente empezaron a sucederse clásicos: «Grinder», «Sinner» o la genial y para mí inesperada «The Ripper» (y su punteo memorable) se intercalaban con algunos cortes de su último disco (que, confieso, no he escuchado tanto como el hype creado a su alrededor me insistía). El setlist acompañaba, el sonido era decente, las icónicas coreografías se sucedían, pero algo parecía no acabar de arrancar. La multitud a mi alrededor, a pesar de que muchos de ellos estuvieran enfundados en camisetas de la banda, recibía con sorprendente tibieza cada uno de los temas, fuera nuevo o viejo. Aquí podría meter una gran disertación sobre el público casual de este tipo de grandes festivales, y muchos ya os podéis imaginar mis argumentos, pero lo dejaremos así.
De hecho, si hay una canción que la genté celebró con fuerza fue precisamente «Turbo Lover». Y eso que Turbo es ese disco que se supone que la todo el mundo odia y que es tan indigno dentro de la discografía de la banda, pero ya ves: el tema de mayor éxito antes de la traca final. Como en muchos conciertos, hubo una canción que supuso un punto de inflexión en mi implicación y disfrute, y en este caso se trató de «Freewheel Burning». Mira que tampoco es que sea un tema que se cuente entre mis favoritos, pero conecté con su interpretación de una manera que me enganchó y que hizo que ya no me fuera a desconectar hasta el final.
Mi simbiosis continuó con la genial «You’ve Got Another Thing Coming», y la histeria se desató del todo cuando Rob reapareció en el escenario montado en su mítica Harley y enfundado en su no menos mítico gorrito de cuero para interpretar otro temazo como es «Hellbent for Leather» (que, todo hay que decirlo, no sonó del todo bien). El final del set principal estaba reservado para «Painkiller», cuyo icónico redoble inicial (Scott Travis demostró ser un señor batería una vez más) enloqueció a todos los presentes sin excepción. Se trata de un temón, por supuesto, como todo el disco que lo contiene, pero como era de esperar Rob sufrió lo indecible para intentar llegar a sus notas más altas. Las sospechas, por cierto, se confirmaron: la interpretación del tío del Kararocker a media tarde le dió mil vueltas a la del señor Halford. Aunque claro, también tiene treinta años menos que el encorvado vocalista británico.
El momento más emotivo del concierto llegó con el bis: sin ninguna introducción previa Glen Tipton apareció sobre el escenario con un aspecto bastante desmejorado y algo falto de energía para ser partícipe de los tres clasicazos pertenecientes a British Steel que cerraron el concierto: «Metal Gods», «Breaking the Law» y la final «Living After Midnight», un tema que siempre me ha parecido algo irritante pero que aquí sonó como un auténtico cañón, obligándonos a repetir su archiconocido estribillo una docena de veces. El heavy metal, tíos, no dá mucho más de sí que estos tres temas. Al final, un concierto que empezó de forma algo fría acabó por ser una pequeña apoteósis de autocelebración metalera. No podía ser de otra forma con tal batallón de clásicos sobre el escenario.
Ozzy Osbourne
La demostración de que Judas eran el gran reclamo de la noche es que después de su concierto se produjo una pequeña desbandada, y si bien tampoco es que aquello se quedara vacío ni muchísimo menos, me fue relativamente fácil avanzar posiciones hasta colocarme sin problemas sobre la fila diez. En nuestra asignación de conciertos previa, el de Ozzy le correspondía a Xavi Prat, pero exhausto como estaba el tío, que ya no está para estros trotes, decidió retirarse un buen rato a descansar, dejándome a mí, nada experto en el catálogo en solitario del príncipe de la oscuridad, ante la complicada tarea de transmitir lo más fehacientemente posible lo que ocurrió sobre el escenario.
La cosa empezó con un largo y motivante vídeo de repaso a la carrera de Ozzy desde que era niño hasta la actualidad, con especial émfasis, cómo no, en sus años mozos tanto al frente de Black Sabbath como en su propia banda. Sabiamente, no hubo referencias, por ejemplo, a su época televisiva con The Osbournes, aunque a mí me resultó imposible disociar el adorable personaje que vi sobre el escenario del excéntrico protagonista de ese reality show, alguien manejado y abrumado por todo el mundo a su alrededor. Ozzy es genio y figura, sea o no eso algo buscado o hecho a posta.
No hubo ninguna queja sobre la formación de la banda, con el espectacular Tony Clufetos a la batería o su último gran guitarrista clásico, Zakk Wylde (ahora hablaremos de él) de nuevo al cargo de las seis cuerdas. Tampoco sobre la elección del repertorio, empezando ya a saco con «Bark at the Moon» y «Mr. Crowley». Aunque hubo gente que se quejó de la voz de Ozzy, yo no vi nada particularmente fuera de lugar en su actuación: como nunca ha tenido demasiada voz, le es mucho más difícil perderla que a, por ejemplo, un Paul Stanley que veríamos arrastrarse vocalmente en un par de días. Más que la voz, lo que me desconcertó fueron las ansias de dar palmas o hacer «oh-oh-ohs» completamente a destiempo o las ganas de que la gente moviera los brazos de lado a lado, algo que consiguió en una muy buena «I don’t know» pero que, a mi juicio, es tan poco heavy como las burbujas que Sharon le obligó a usar como recurso escénico hace ya años.
Al cabo de poco hicieron la primera y esperada incursión en el catálogo Sabbath, y la elegida fue la magnífica «Fairies wear Boots». Aquí es donde la estridencia ochentera que caracteriza el estilo de Zakk a las seis cuerdas me chirrió con más violencia: Donde el maestro Iommi pone una nota que hace retumbar el escenario a base de contundencia, oscuridad y sobriedad, Zakk decide poner tres y un harmónico. Y no solo eso, sino que necesita que el teclista Adam Wakemanle haga de guitarra de apoyo (eso ocurrió con todas las canciones de Sabbath que interpretaron) para que la cosa ni tan siquiera se acerque a su brillantez original. Ese es su estilo y es lo que tiene no estar viendo a Sabbath si no a Ozzy, dos conceptos de banda esencialmente muy diferentes. Pero para un fan de Sabbath como yo (que además, nunca ha tenido la suerte de verles en directo), la cosa no me convenció un pelo.
Aunque los escenarios llevaban pasarelas incorporadas por primera vez (excepto el día de Aerosmith el año pasado), tanto Ozzy como Rob Halford sudaron largamente de ellas, y nuestro protagonista se limitó a ir de un lado a otro con su carácterístico caminar rápido y encorvado. Algo que siempre me ha resultado fascinante del señor Osbourne es su capacidad camaleónica: sonó como el más setentero en los setenta, sonó como el más ochentero en los ochenta e intento sonar como el más noventero en los noventa, tal y como podemos comprobar en temas como «No More Tears», «Suicide Solution» o «Road to Nowhere». Para ello, siempre ha sido listo y se ha hecho acompañar de los mejores músicos de todos los registros y épocas. Y la época actual, aunque ya hace tiempo que no nos ofrece nuevos discos de estudio, no es para nada excepción.
Uno de los momentos cumbre (para lo bueno y para lo malo) de este concierto llegó con la interpretación de «War Pigs». Este tema es sencillamente impresionante, de eso no hay duda, y lo estaba disfrutando como gorrino en lodazal a pesar de ese sonido estridente que a estas alturas ya había asimilado. Cuando mejor estaba la cosa, Zakk se animó a pegarse un solo inexistente en el tema principal. Al principio la cosa molaba, ya que el solo era épico y técnicamente espectacular. Después el barbudo guitarrista se bajó al foso a continuar su solo. Después se fue para el otro lado de la pasarela, continuando su solo. Después acabó la canción y enlazó con otro pasaje instrumental que, básicamente, consistía en un gran solo, con dientes y espalda incluidos. Veinte minutos después (de reloj) yo ya estaba un poco hasta el moño de tanto solo. Está claro que Zakk es una bestia de las seis cuerdas y que Ozzy necesitaba un tiempo de recuperación, pero ese solo infinito me pareció a todas luces exagerado.
Con la mosca tras la oreja, finalmente Zakk puso a descansar sus dedos un rato para, no lo diríais nunca, pasarle el testigo de los solos a Tony Cufletos. Joder. Por suerte, cuando el líder de la banda volvió al escenario, enlazaron rápidamente con unas grandes «Change the World» y «Shot in the Dark», certificando que el grupo sonaba compacto y poderoso y haciéndome olvidar rápidamente el tedio. El set principal acabó con la celebrada «Crazy Train», y para el bis las elegidas fueron la emotiva y algo desafinada «Mama I’m Coming Home» y, después de hacerse de rogar un poquito, la infalible «Paranoid», un tema tan rematadamente simple que supongo que tuvo a Zakk comiéndose las uñas.
Personalmente, y a pesar de las anécdotas relativas a los solos, que por lo que vi a mucha gente le encantaron, el concierto de Ozzy me pareció más que digno. En ningun momento tuve la senación que el vocalista diera especial vergüenza ajena (almenos, no más de la que ha dado en los últimos quince años, si eso es vergüenza ajena), y la banda sonó, desde donde yo estaba, maravillosa. Dí que sí, Ozzy.
H.E.A.T.
Salen unas leyendas como Accept y lo petan. Saltan Judas Priest, que con su mera presencia ya quitan el aliento. Aparece Ozzy, el más esperado de la noche. ¿Y cómo salen unos chavalines suecos, a la 1 de la mañana, con medio recinto durmiendo la mona o ausente? Pues salen a comerse el escenario y el mundo, y vaya si lo hicieron. Sorpresa absoluta, mayúscula y agradable la de H.E.A.T. dando el que, para muchos, fue el mejor concierto del primer día.
Erik lo acapara todo, y muy bien que lo hace. Con su “movimiento sensual, un movimiento sexy”, su buen hacer como cantante y su interacción con el público, consiguió que los que nos quedamos lo flipáramos mucho. Tuvieron la suerte que a otros les faltó: escenario espectacular con pantalla, sonido impecable y la noche, que hizo que los fuegos artificiales y los juegos de luz tuvieran sentido, pero es que fue más que todo eso, fue esperar muy mucho a verles en sala, fue disfrutar como un enano con temas como “Inferno”, “Living On The Run” o la versión de AC/DC “Whole Lotta Rosie” (a medias con el “Piece Of My Heart” de sra. Franklin) y fue marcar en rojo el mes de diciembre.
Absoluta sorpresa la de los suecos, que con un derroche de calidad, actitud y ganas, dieron el mejor concierto del primer día. ¡ES-PEC-TA-CU-LAR!
Bömbers
El día se cerraba con Bömbers, una banda que ha subido de división después de que el año pasado tocaran en la carpa con, también, un sonido verdaderamente atronador. Los noruegos, liderados por el entrañable mito del black metal Abbath, ex-bajista de Immortal y hoy al frente de su propia banda, son considerados por mucho como la mejor banda tributo a Motörhead. La verdad es que lo hacen muy bien, y el vocalista dá perfectamente el pego tanto a nivel vocal como de planta (aunque le falte un palmo para llegar a la altura de Lemmy). Lo cierto es que yo ya no podía ni con mi alma, así que decidí poner punto y final a mi jornada después de ver como interpretaban «Ace of Spades» y «Stone Dead Forever» y como Abbath se metía un hostiazo en su carrera pasarela arriba. Abbath es bien conocido por ver sus niveles de psicomotricidad afectados por el alcohol bastante a menudo, y fue todo un detalle que nos obsequiara a nosotros tambíén con una de sus más conocidas características. ¡Mañana más!
Texto:
Albert Vila (Born in Exile, Tankard, Evergrey, The Last Internationale, Judas Priest, Ozzy, Bömbers)
Xavi Prat (Amaranthe, Eclipse, Dee Snider, Accept, H.E.A.T.)
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.