Las primeras horas del tercer día del Rock Fest venían absolutamente a tope: Destruction, Dark Tranquillity, Unleash the Archers (o The Dead Daisies), Iced Earth e Insomnium. Casi nada para todos aquellos que ya llevábamos un par de días de tute bajo el sol. Pero aunque reventado, me levanté con todo el tiempo del mundo para estar como un clavo ante los grandes escenarios de Can Zam. Pero los astros habían decidido algo distinto: al llegar al coche y darle al contacto… «tchk tchk tchk…»: el muy cabrón no arrancaba. ¿Batería? Descartado el empuje o el inexistente vecino con cables, llamé al seguro y, al cabo de treinta eternos minutos, llegó un tío muy amable para decirme que efectivamente, que la batería ya tenía siete años (y por lo que se vé suelen durar seis), así que tenía dos opciones: o me la cargaba para arrancar ahora, que era un momento, o me la cambiaba, algo que iba a tardar un poco más pero es algo que tendría que hacer más pronto que tarde a riesgo de que me volviera a quedar tirado.
Miré el reloj y vi que, de esperar a cambiarla, no solo me iba a perder unos Destruction que, con todo mi dolor, ya daba por perdidos, sino que también peligraba el concierto de Dark Tranquillity. Y por ahí sí que no paso. Los suecos no solo son una de las bandas de mi vida (mirad de nuevo el nombre de nuestra revista), sino que teníamos una cita especial con ellos, ya que nos habían prometido que nos dedicarían nuestra canción. ¿Cómo iba a perderme eso? Así que le dije al señor amable que muchas gracias, pero que correría el riesgo. Y para allá que me fui.
Evidentemente, si el primer y el segundo día fue complicado aparcar llegando a primera hora, imaginaos la que me esperaba siendo sábado, siendo el día de KISS y habiendo comenzado ya el festival. Pues sí, me tocó aparcar en un polígono industrial a dos kilómetros y caminar carretera abajo a toda velocidad con la esperanza de llegar a tiempo para ver la mayor parte del concierto de Mikael Stanne y los suyos. Los astros, siempre caprichosos, se alinearon esta vez, ya que por algun motivo que desconozco Destruction iban con quince minutos de retraso. De hecho, incluso me dio tiempo de disfrutar de la maravillosa «Bestial Invasion» final a lo lejos mientras me acercaba a las puertas del recinto.
Dark Tranquillity
Así que bien, me perdí a los alemanes y me jodió, la verdad, porque me encantan y me supuso un alegrón que entraran en lugar de Pänzer, la otra banda de Schmier que no me dice ni fu ni fa, pero por lo menos logré plantarme ante el escenario de la derecha (ahora no recuerdo si es el «Rock» o el «Fest», nombres ambos manifestamente mejorables) antes incluso de que empezaran Dark Tranquillity. Los suecos son una de mis bandas fetiche, favoritas, especiales o como queráis llamarle. Aunque yo he ido cambiando (y ellos también), su música me ha acompañado sin descanso desde que escuchara por primera vez ese mítico «Punish my Heaven» a mediados de los noventa. Por esos entonces, los vi teloneando a Cannibal Corpse en la añorada Sala Garatge, y con el tiempo los he vuelto a ver un montonazo de veces, todas ellas absolutamente brillantes. Mira si me gustan que acabé por convencer a todos mis compañeros que esta revista tenía que llamarse como una canción de Dark Tranquillity.
Porque ésta es otra, claro. No solo tenía unas ganas locas de ver de nuevo a los suecos, sino que esta vez era aún más especial: en la charla que pude mantener con el encantador Mikael Stanne hace un par de meses, le más o menos arranqué la promesa de que nos dedicaran la canción que da nombre a nuestra revista. Bien, eso de que «arranqué la promesa» es quizás una visión un poco optimista de la situación, ya que lo que él dijo en realidad fue algo como «eso es definitivamente algo que deberíamos considerar». Pero bueno, yo venía con toda mi ilusión, y recluté a mis compañeros para que, móvil en mano, pudiéramos inmortalizar tan histórico momento.
Según los setlists que había visto, «The Science of Noise» era la quinta. Empezaron, al igual que su último y brillante Atoma, con la potentísima «Encircled». Entonces el sonido aún no era muy allá, pero en la genial «Monochromatic Stains», perteneciente a una de sus obras cumbre (Damage Done) la cosa empezó a mejorar. «Clearing Skies», de entre las nuevas, fue una elección un poco rara, pero «The Treason Wall», dedicada a la estafa que son las religiones organizadas, volvió a enganchar a todo el mundo. En esas yo ya me estaba poniendo un poco nervioso en pensar como iba a reaccionar en caso de ser apuntado por la tierna sonrisa de Mikael mientras comentaba algo como «A ver, ¿quiénes sois pues los de la revista esa?». Pero en vez de eso, el tío dijo sencillamente «Ahí va otro tema dedicado a la religión… The Science of Noise». Y ale, empezaron a tocarla y nos dejaron con un palmo de narices.
Y la verdad es que, pasados los primeros segundos de quedarme con una cara como si la chica con la que había quedado me acabara de dejar plantado, ese olvido supuso casi un alivio, y me permitió difrutar del concierto sin ningun tipo de agarrotamiento innecesario. ¡Y vaya si lo disfruté! «The Science of Noise» es un temazo (por eso lo escogimos), pero es que a partir de ahí el repertorio fue de aúpa (aunque es verdad que bastante poco sorprendente): «Forward Momentum» y «Atoma» son los dos grandes hitazos de este nuevo disco, y cosas como «Final Resistance», «The Wonders at Your Feet», «Therein», «Lost to Apathy» o ese «Terminus (Where Dead is Most Alive)» dedicada a The Walking Dead me obligaron a sacudir la cabeza con violencia, dejarme las cuerdas vocales y, bajo un sol de justicia, acabar exhausto y empapado de sudor de arriba a abajo (me costaría un rato recuperarme de eso).
Para el final, por supuesto, la inevitable y emotiva «Misery’s Crown». La banda empezó sonando mal pero acabó sonando magnífica (si exceptuamos los exasperantes problemas de Mikael con el micro inalámbrico). Los tres nuevos miembros (los dos guitarristas Christopher Ammott y Johan Reinholdz, y Anders Iwers al bajo) se han integrado en la dinámica Dark Tranquillity de forma magnífica, sonando más compactos que nunca, y el hecho de que no sean gente particularmente expresiva (Anders un poco más), ni se nota cuando tienes como frontman a un tío tan encantador como el señor Mikael Stanne. Muchas veces digo que, en muchos conciertos, hay un punto de inflexión que hace que un concierto correcto se convierta en memorable. Y curiosamente, hoy ese punto fue precisamente «The Science of Noise». ¡Grandes Dark Tranquillity!
Unleash the Archers
El retraso que me permitió ver a Dark Tranquillity al completo venía con un precio a pagar, y ese era el llegar tarde al concierto de Unleash the Archers en la carpa. De hecho, cuando me encaminaba rápidamente hacia allí ya sonaban las últimas notas de la grandisima y épica «Cleanse the Bloodlines», que me huelo que ya debía ser, fácil, el segundo o tercer tema de su descarga. Una pena, porque tanto ésta como «The Matriarch» con la que abrieron son temones serios.
Para alguien a quien el power metal no le gusta un pelo, lo de los canadienses es digno de mención: Los conocí a raíz de su visita junto a Orden Ogan y lo que queda de Rhapsody of Fire a finales del año pasado, y tanto su concierto de ese día como la escucha de su magnífico Apex y el encanto y la dedicación de su vocalista Brittney Slayes me convencieron de que no estábamos ante una banda cualquiera: el quinteto de Vancouver ha conseguido mezclar lo clásico con lo moderno de una forma tan natural y tan creíble que logra atrapar por igual a fans de muchas vertientes dentro del metal. Las nuevas generaciones, amontonadas ante el escenario, tienen claro que el futuro es suyo, y me parece que hoy algun que otro veterano se convirtió también a su religión.
Power metal, heavy metal clásico, death metal melódico, juegos de voces con diversos tonos de guturales… todo eso y mucho más es lo que nos ofrecen Unleash the Archers con su música, y al igual que el año pasado supieron conectar con la gente a pesar de venir como outsiders, demostrando otra vez que estan agarrados bien fuerte al telearrastre de subida montaña arriba. La simpatía, el vozarrón, el magnetismo y la naturalidad de Brittney son la cara visible de una banda con una proficiencia técnica y un talento innato que ha alcanzado su zénit gracias a Apex, un discazo verdaderamente magnífico que tuvo, como no puede ser de otra forma, especial protagonismo en el día de hoy.
De hecho, en este trabajo vemos la definitiva evolución de la banda desde un heavy / power metal más tradicional reflejado en temas como «Taste your metal» hacia la poderosa mezcla que nos apabulla en «The Matriarch» o en el tema que dá título al disco. Con la clásica «Tonight We Ride» los canadienses se despidieron entre aplausos, suspiros y caras embelesadas de gente que había descubierto una nueva banda favorita a seguir. A mí me convencieron de nuevo a pesar de tocar solo cinco largos temas, y como sigan así (su próximo disco va a ser toda una prueba de fuego) me da que apuntan realmente alto. Nosotros estaremos muy atentos y os recomiendo que vosotros también lo estéis. No digais luego que no os hemos avisado.
The Dead Daisies
¿Sabéis lo que es el rock? ¿Sí? ¿Seguro? Permitidme que os diga que, si no habéis visto a los Dead Daisies no lo sabéis, así de simple.
A una hora impropia para unos nombres tan ilustres, y con el sol pegando de lo lindo, los Aldrich, Corabi, Mendoza, Castronovo y Lowy saltaban al escenario para dar una auténtica lección de actitud, tablas, buen hacer y carisma. Claro que, con ese line up, no lo tenían demasiado difícil. Es complicado, realmente complicado decir cuál de los miembros destacó más, y es que todos, absolutamente todos, rayaron a un gran nivel. Quizá Lowy, por ser el menos conocido (aunque sea el único miembro original de la banda), pasase algo más desapercibido, pero estuvo más que decente poniéndose moreno al sol. El sonido fue limpio y sucio a la vez, es decir, como debe ser para un grupo de este tipo de rock.
Corabi se destapó como un frontman de muchos quilates, y no solo por la tripilla que le salía por debajo del chaleco, sino por su simpatía y carisma. Se ganó al público desde el principio. Mendoza tres cuartos de lo mismo, a pesar de los problemas con su micro. Vaya lección que dio el bajista. Y Aldrich, ¿qué decir de Aldrich? Poca cosa que no se presuponga ya. Clase inigualable, carisma por doquier y una simpatía acorde a la entrega que tuvo, total. No esperaba yo un show tan bueno, la verdad.
“Ressurrected”, “Rise Up” y “Bitch” fueron algunos de los temas de su último disco que sonaron, aunque la gran ovación se la llevó “Mexico”.
Sinceramente, el set list me importa poco en esta ocasión. Por ahí tenéis Setlist.fm que os lo chivará. Esta vez creo que es mucho más destacable el concierto en sí, el sonido, la actitud de la banda. Creo que más vale remarcar lo bien que se lo pasó el público, a pesar del calor asfixiante que hacía, y de cómo saltamos y cantamos. Y decir que, sin duda, fue una de las grandes sorpresas del festival. Si vienen en sala, por favor, no te los pierdas. Te lo pido yo, y te lo pido porque si es la mitad de buen concierto que el vivido, te lo pasarás de lujo.
Iced Earth
A los americanos les tenía muchas ganas. Existe un Top 5, una de nuestras secciones, que nunca ha visto la luz en la que detallaba los 5 grupos que más ganas de ver tenía, y Iced Earth estaban ahí. Recuerdo que los vi un par de veces en la época Barlow, y que lo vivido fue un auténtico apoteosis, unos conciertos absolutamente brillantes. Además, el Incorruptible me pareció una de las grandes noticias de 2017, una gran lección de heavy metal. Y el sr. Block, en ese disco (el único que he escuchado con él a la voz), a diferencia del bueno de Ripper Owens, me parece un sustituto adecuado del gigante pelirrojo. Tenía que ser un show brutal.
Y se quedó en gatillazo. No sé si la culpa fue del grupo o del técnico de sonido. Si es de este último, espero que ya tengan el finiquito preparado, pues los de Schaffer gozaron del peor sonido del día. A Block apenas se le oía, y entre eso y que abusó de los agudos y grititos (ni su fuerte ni su estilo), el chasco fue enorme. La guitarra solista de Dreyer era inaudible, la rítmica (Schaffer-Appleton–Smedley) sonaba atronadora, tanto por calidad como por barullo y, en definitiva, todo el conjunto parecía muy saturado, demasiado. Suspenso absoluto en esto.
Nos presentaron su último trabajo con “Great Heathen Army” y “Raven Wings”, así como con el primer bis, “Clear The Way (December 13, 1862)”. Pero ¿y su primer single y temazo del copón, “Blag Flag”? No apareció, no. Al igual que tantos clásicos del grupo. Si estuvieron presentes “Burning Times”, del que disfruté como un enano a pesar de la mediocridad generalizada, “The Hunter” o su más reciente “Dystopia”.
Menos mal que para el final dejaron “Watching Over Me”, el mejor tema de su carrera para el que suscribe, se lo dedicaron al fallecido amigo de Schaffer y sonó algo más decente. Esto último les redime, pero en general el concierto me decepcionó absolutamente.
Insomnium
Fue un alivio poder escaparse del sol infernanal bajo el que habíamos visto a Iced Earth para meternos de nuevo en la carpa, que si bien no es que fuera un paraíso de frescura ni mucho menos, sí que no hacía que te quedaras atontado y aplastado contra el suelo en minutos. Insomnium es una banda que me encanta, sobretodo a raíz de su último discazo, Winter’s Gate. Después de que vinieran a presentárnoslo hace unos pocos meses, hoy quedaba la duda de si, en el contexto de un festival, se iban a atrever a tocarlo o tirarían hacia un setlist de greatest hits (recordemos que se trata de un disco con un solo tema de cuarenta minutos). Y como probablemente era de esperar, tiraron por la segunda opción.
Es normal, pero a mí me dio un poco de pena, ya que las veces que me he trillado este disco multiplican por unos cuantos las veces que he escuchado el resto de su discografía. En todo caso, el cuarteto finlandés vino con ganas de comérselo todo, pero a mi juicio les quedó un concierto un pelín plano: muy correcto, pero falto de momentos álgidos. Empezaron con un sonido infame que, como es habitual, fue de menos a más, aunque nunca llegó a ser todo lo nítido que una banda que mezcla la tralla y la emoción de una forma tan sutil como ésta necesita para transmitir lo mejor de sí.
Su vocalista Niilo Sevänen estuvo en todo momento muy simpático y comunicativo, además de obsequiarnos con su gravísimo vozarrón, tan característico de la banda y del melodeath finés. Ville Friman estuvo sobrio como siempre tanto a la guitarra rítmica como a las voces más melódicas, mientras que el elegante Markus Vanhala, con su característica muñequera de Omnium Gatherum (su otra banda) no escatimó en poses como es también habitual. Aunque temas como «The Killjoy» o «The Promethean Song» tuvieron su gancho, y en general sonaron contundentes y poderosos, lo de las melodías casi inaudibles me chafó un poco el concierto (y es verdad que desde el desgaste con Dark Tranquillity yo andaba ya frito perdido).
Al final, la interpretación del hitazo que es «While We Sleep» me animó un poco, pero es innegable que, por mucho que sea una banda que me encanta en disco, no me han convencido en ninguna de las dos veces que les he visto este año. Una pena que no creo que evite que vuelva a intentarlo la próxima vez que decidan pasarse por nuestros escenarios.
Phil Campbell and The Bastard Sons
Llegados a este punto, confieso que no honoré la agenda que pactamos en nuestro afán de cubrir todos los conciertos posibles, ya que me tocaba ir a ver a Phil Campbell y sus hijos bastardos (que son sus hijos de verdad) y, al final, acabé haciéndolo desde la distancia y casi de espaldas, enfrascado como estaba en una apasionante conversación metalo-existencial sobre el festival, sus gentes, su futuro y demás elementos de incuestionable interés.
Lo que oí desde lo lejos, de todas maneras, no me pareció mucho más que un hard rock simplón y algo falto de personalidad entre el que acomodaron, almenos, un par de versiones de Motörhead («Going to Brazil» y «Born to Raise Hell») probablemente inevitables viendo el pedigrí del guitarrista, pero que no me convencieron demasiado. De hecho, no me convencieron casi nada. Le valoro a Phil que quiera volver a empezar con su carrera y además lo haga arrastrando a sus hijos, un proyecto bonito a todas luces. Pero aunque me gustaría equivocarme, y aunque evidentemente mi percepción del concierto fue distante y difusa y, por ello, no tiene por qué ser tomada muy en serio, así a bote pronto no les auguro un recorrido demasiado largo.
Tremonti
Con Phil hice un poco de campana, pero con Tremonti, en cambio, lo intenté con bastante más ahínco: me posicioné en algun lugar del final de la carpa (lejos del halo de sol del que el público huía como si fueran vampiros) dispuesto a ver qué tenía que ofrecernos el guitarrista de Alter Bridge en el proyecto que lleva su nombre. Pero hay un problema: yo no he sido nunca fan de la banda en la que comparte liderazgo con Myles Kennedy, e incluso el año pasado el concierto de estos últimos en uno de los escenarios principales me pareció bastante anodino. Y por ello, menos aún he seguido la carrera de Tremonti en solitario, así que llegué aquí un poco a verlas venir.
Seguro que el hecho de estar ya bastante frito por culpa del desfase acumulado con Dark Tranquillity y que el cuello aún me dolía desde el día anterior con Kataklysm no ayudó en nada, pero el hecho es que el buen guitarrista americano siguió sin conseguir atraparme tampoco en esta ocasión. Y eso que a pesar de contar con un volumen demasiado alto a mi juicio, Tremonti y los suyos sonaron limpios, contundentes e impecables, con una actitud energética y potente sobre el escenario y pinceladas de tralla bastante disfrutables, pero ese hard rock moderno tan limpio y tan perfecto no es lo mío, así que, antes de que me hundiera en la más absoluta de las miserias del cansancio, decidí retirarme de forma prudencial a descansar bajo un árbol y confiar mi futuro a las bondades del Monster por, creo, primera vez en mi vida. ¡Y oídme chicos, la cosa esa obra milagros!
Söber
Söber aparecieron en el escenario para presentar la Sinfonía del Paradysso, la manera con la que han querido celebrar los 25 años de su disco con mayor impacto masivo. El reto no era fácil, pues subir al escenario a una orquesta sinfónica (orquesta montada para la ocasión) entre Phil Campbell y Stryper se antoja complicado. Solano y calor a parte, estuvieron muy bien, deshojando los temas de Paradysso, ya grabados en un disco en directo con orquesta. El sonido rayó a buen nivel, cosa extraña durante un festival que flojeó un poco en ese sentido, mientras que la orquesta, compuesta por gente muy joven, disfrutó de la experiencia y se veían caras de satisfacción entre los ejecutantes (y alguna que otra camiseta metalera).
La presencia de la orquesta, precisamente, da un toque épico a las composiciones muy destacable, y la banda se sintió cómoda y agradecida a la organización por haber asumido el reto. Temas como «Arrepentido», «Lejos» o «Paradysso» se llevaron la palma, certificando un buen concierto en un entorno que quizás no era el mejor, pero los hermanos Escobedo & Co cumplieron con creces con el objetivo.
Stryper
Cuando a final de año saquemos los míticos Top 5 con mejores canciones, discos, etc, o tenemos muy buenas noticias en lo que queda de 2018 o Stryper aparecerán en mis listas, sin duda alguna. Digo esto para que os hagáis una idea de las ganazas que tenía ver a los hermanos Sweet y de lo que me jodió llegar tarde.
Setlist.fm me ha chivado, para mi tristeza, que me perdí “Yaweh” y “The Valley”, de su God Damn Evil (2018). Digo para mi tristeza no porque me gusten mucho esos temas, sino porque deseaba fervientemente que “Take It To The Cross” y “Lost”, dos de sus mejores cortes del último trabajo, estuvieran entre las escogidas. ¿Cómo puedes no meter semejantes temazos, sobre todo si vienes presentando el disco en el que salen? Pero, en fin, dejemos lo que no pasó para centrarnos en lo que sí ocurrió.
¿Y qué ocurrió? Pues que se marcaron un bolazo como la copa de un pino. Si Iced Earth gozó de un sonido pésimo, Stryper sonaron atronadores. Los cuatro componentes de la banda dejaron claras evidencias de lo grandes que han sido y siguen siendo. Michael Sweet ejercía de maestro de ceremonias a la perfección, con una ejecución brillante tanto a la guitarra como a la voz. Voz que compartió con otro de los triunfadores, el sr. Fox. ¿Y qué decir de Robert? Madre del amor hermoso, qué recital a la batería.
Llegué con “Calling On You”, uno de sus grandes clásicos y que fue coreada por la horda de fans que estaban en el recinto. “Free” y “More Than A Man” sonaron como Dios manda (el chiste era fácil). “All For One” y “Surrender” sirvieron para, ahora sí, dar paso a los otros dos grandes temas del disco que presentaban, el single “Sorry” y la hard rockera “God Damn Evil”. Si ya me habían ganado, con estas dos estaba rendido. “A la mierda mis piernas, mi voz y el resto de conciertos”, pensé, y me puse a saltar y cantar como un poseso.
Así estábamos cuando empezaron las primeras notas de “Soldiers Under Command”, quizá su gran clásico y un temazo como la copa de un pino. Enloquecía, de verdad, al igual que con “The Way” y la hímnica, ilustre y última “To Hell With The Devil”.
Conciertazo descomunal de los americanos el vivido en Santako, con lanzamiento de biblias incluido. Sólo añoré las mallas negras y amarillas, pero viendo la edad que tienen, creo que han hecho bien en dejar esos colores para los instrumentos. ¡Ah sí! También me faltó que todos los presentes le cantásemos el cumpleaños feliz a Perry Richardson, el bajista que está ahora con ellos. Hubiese sido molón. ¿O no?
Megadeth
Recuperado como estaba de todos mis males gracias al efecto miraculoso del Monster, me envalentoné a acercarme a las primeras filas para ver de cerca el concierto de Megadeth. El catálogo de la banda de Dave Mustaine contiene algunas de las canciones que más he escuchado y disfrutado en toda mi vida, pero si tenía que basarme en las dos últimas veces que había tenido la ocasión de verlos, más me valía mantener las expectativas en niveles tirando a bajos. Fue en el Sonisphere de 2013 en el Parc del Fòrum y en el Resurrection Fest de 2014, y en ambos casos la banda sonó apagada, desganada y desangelada, con Dave en un estado vocal lamentable y con la pareja Drover / Broderick demostrando que, si bien dan el pego técnicamente (bien, el segundo si, el primero no tanto) les falta mucha sangre en las venas para empujar la máquina Megadeth satisfactoriamente.
Así que lo que realmente me llenaba de curiosidad hoy era saber si podía enterrar definitivamente a Megadeth como una banda acabada en directo o bien el reemplazo de esos dos músicos ha causado un necesario efecto revitalizador en las huestes de Mustaine. Dave nunca se ha conformado con músicos del montón, pero en esta ocasión ha tirado de dos personajes muy consagrados: por un lado, el brasileño Kiko Loureiro, eterno guitarrista de Angra (ahora ya ex-guitarrista), y por el otro, el ex-batería de los suecos Soilwork, el belga Dirk Verbeuren. Y este line up tan internacional, efectivamente, demostró que no tiene nada que ver con lo que arrastraba el nombre de Megadeth estos últimos años.
Porque aunque Dave no haya aprendido a cantar de un día para otro (y supongo que ya podemos darlo por perdido en este sentido), la energía de la banda es totalmente diferente. En vez de mantenerse en la ascética pulcritud que les vimos en el pasado, la absurda calidad de Kiko a las seis cuerdas y la contundencia que imprime Dirk tras los parches hacen que la banda parezca diferente y todo. El principio con «Hangar 18» (a por todas desde el minuto uno) no fue para tirar cohetes, y tanto la nueva «The Threat is Real» como el sorpresón que supuso «The Conjuring» sirvieron como transición para que en «Sweating Bullets» ya se pusiera todo a sitio (menos la voz de Dave, pero ya os digo que esto es mejor olvidarlo).
Después de la pegadiza «She Wolf» llegó el que ara mí es el mejor tema de la carrera de esta banda (y mira que tienen temazos) como es «Tornado of Souls», que sonó maravillosamente y me tuvo dando botes y cantándola de pe a pá, tan fuerte como me fue posible para tapar la horrenda voz de un Dave que se mostro preciso, concentrado y voluntarioso en sus labores a la guitarra en todo momento, y que no tuvo ningun problema en ceder buena parte del protafonismo escénico a un Kiko que bien que se lo merecía.
«Trust» fue el ansiado single nº 1 de los californianos, y por ello se trata de un corte inevitable en sus conciertos. Es buenísima, pero me sorprendió que la gente se pusiera a poguear justamente aquí y no tanto en la que, para mí, fue la gran sorpresa del concierto: «Take no Prisoners». Después de «Dystopia», otro gran corte de su muy buen último disco del mismo nombre, tocó prepararse para encarar una de las rectas finales más imponentes que existen en el mundo del metal, empezando por «Symphony of Destruction», el tema perfecto en directo por su groove y facilidad, por mucho que me irrite sobremanera escuchar eso de «Mega-deth, aguante Mega-deth».
Antes de las dos canciones que suelen cerrar, hoy se coló una frenética y deliciosa «My Last Words» que, ahora con razón, puso a la gente a engorilarse sin remedio, dando paso a la inemporal «Peace Sells» y, después del baño de masas de de Dave en solitario, al maravilloso final con «Holy Wars… the Punishment Due», otro tema que, por si solo, eleva a Megadeth (y a ese inigualable line up Mustaine / Ellefson / Friedman / Menza) a los altares más elevados de la bóveda celestial metálica.
Vamos a ver, el concierto de Megadeth no fue maravilloso. Tardaron en sonar bien y la capacidad vocal de Dave está para el arrastre, pero viendo de donde venían, ofrecieron una descarga más que decente y supieron defender con dignidad un puñado de canciones que son historia viva del thrash y del heavy metal, mientras sorprendían con un setlist que, a mí, me gustó mucho. ¡Aguante Mega-deth!
Scorpions
En 2014 fui a Madrid a ver la que se suponía que era la gira de despedida de los germanos. Esperaba mucho, muchísimo del concierto, a pesar de no ser ningún fan acérrimo de la banda, y salí totalmente defraudado. De los grupos denominados grandes, míticos si se quiere, era el peor concierto que había visto con mucha diferencia. Así que pocas expectativas, muy pocas, tenía a eso de las 22:00 del 7 de julio. Afortunadamente y para mi gozo y el de (casi) todos los asistentes, me equivoqué, como casi siempre hago.
Después de la intro del helicóptero recorriendo ese mundo loco, las luces estallaron y los “viejos alemanes viejos” saltaron a escena a ritmo de “Going Out With A Bang”. Aquello parecía no tener nada que ver con lo de hace 4 años en la capital. El sonido era de lujo, la puesta en escena, brutal. A la batería, para sorpresa mía más que agradable, Mickey Dee dando un recital. “Make It Real”, “The Zoo”, mientras imágenes de todo tipo inundaban las pantallas. Por el amor de Dios, ¿las dos bandas, la de Madrid y la de esa noche, eran la misma? La mitad de las canciones que sonaban ni las conocía, pero poco importaba. El concierto estaba siendo absolutamente brutal, lo mejor del día de largo y compitiendo con Helloween para llevarse la medalla de oro.
Meine está algo mayor, sí, y su voz se resiente, como no puede ser de otra manera, pero aún así vaya manera de cantar. Vaya dúo a las guitarras el de Shenker y Jabbs (el abuso de solos, supongo que para descanso de los compañeros, fue lo único que me sobró. Pero se lo perdono por todo el resto). Vaya sonido, vaya público. Es que no me salen las palabras.
Clásicos que no conocía y otros que sí iban cayendo entre You Know y You Know de Klaus, que dirigía la orquesta con las tablas que le han dado tantísimos años encima del escenario. De repente, “We’re gonna do a song that you know the lyrics by heart. Sing with us” y empiezan los acordes de “Send Me An Angel”. Soy bastante contrario a, en festivales (y más si tienes un tiempo limitado), tocar baladas, pero sonó de lujo. Y la cara de tonto que se me quedó cuando siguieron con otra balada, “Wind Of Change”, duró centésimas de segundo, pues sonó absolutamente tremenda. El que escribe tenía poca voz, ya, pero creo que ahí la perdí del todo, a la vez que, como diría aquél, tenía gallina de piel. Magistral es poco. Si hasta resbalaron algunas lágrimas en personas cerca de mí (literalmente hablando).
Yo solo (junto a miles de personas) me venía arriba, bastante incrédulo de lo que estaba viendo. ¡Joder! Qué gusto tener unas expectativas tan equivocadas, y qué bien (o algo más grande, no me sale otra expresión) ver un concierto así de uno de los grandes del rock.
“Tease Me Pelase Me” subió el ritmo, y esta sí me la conocía. Pero lo mejor aún estaba por llegar. “Please, welcome on stage, mr. Phil Campbell”, y allí que salió. Y con Campbell y Dee en el escenario lo que se venía podía ser bastante obvio. “This is what is all about, you know”, decía Meine mientras recordaba a Lemmy y lo que realmente importa en la vida. Pues oye, “Overkill” como homenaje mientras imágenes del fallecido salían en pantalla fue espectacular. La versión dio paso a un solo de batería, con la misma por los aires, que también me sobró (a pesar de demostrar la máquina que es este señor) y cerrar con dos clasicazos como “Blackout” y “Big City Nights”. Increíble es poco. Pero, ¿ya estaba? No sé, me faltaba algo…
Y como no podía ser de otra manera, salieron de nuevo a escena. Primero con la tercera balada de la noche (again, demasiado, pero se les perdona por ser las baladas que son), “Still Loving You” y después con su gran himno rockero y broche final del oro más macizo que se pueda encontrar, “Rock You Like A Hurricane”.
Ahora sí, final del concierto, y la sensación de haber visto algo absolutamente irrepetible. Lo mejor del festival hasta ahora, o lo segundo, con mucha diferencia. He leído críticas diciendo que si el set list fue una porquería, que si el concierto no valió nada… bueno, qué queréis que os diga, a todos con los que he hablado les pareció una absoluta barbaridad. La absoluta dignificación del rock y de una banda legendaria.
KISS
Tras lo vivido con Scorpions, había muchas ganas de ver a Kiss. “The hottest show in the world”, dice su intro, y es lo que se ansiaba, como en 2010 en el St. Jordi, como años más tarde en el mismo recinto. Kiss es algo más que rock and roll. Kiss es parafernalia, espectáculo, el showbusiness más showbusiness de la música (por algo son una de las marcas que más venden en USA. Y ojo, hablo de marcas, como pueden ser Nike, Adidas o Coca Cola), así que lo que se esperaba era de auténtico órdago. Además, durante todo el día se podía ver cómo iban montando el escenario, y aquello pintaba requetebién.
Ese día, el sábado, llegué pronto al recinto festivalero, y sin embargo me costó horrores aparcar. Vi como 200 camisetas idénticas a la que llevaba (la cara de Gene Simmons sacando la lengua), otras tantas muy parecidas y miles del grupo. Por doquier había niños y no tan niños pintándose la cara como sus ídolos, y el ambiente ya invitaba a la ilusión, así que cuando megafonía escupió aquello de “You want the best, you got the best. The hottest show in the world. Kiss” y cayó la lona con el logo del grupo las ganazas estaban muy presentes.
Del cielo descendía, en unas plataformas, el grupo a ritmo de “Deuce”. La ilusión no nos dejó comprobar que el sonido, principalmente a las guitarras, era bastante malo, pero al poco rato ya era más que notorio. Simmons ejercía de voz, en este primer tema, mientras que el Starman hacía poses muy poco heterosexuales y muy glammers por doquier con una colita enganchada a sus mallas. El Spaceman estaba algo más tranquilo, sin tanta plataforma en las botas, y detrás el gatete estaba a lo suyo, sin estar demasiado presente.
“Shout It Loued” evidenció los problemas de sonido, y que el espectáculo, aún siendo majestuoso, de momento no estaba a la altura de un nombre tan imponente como el de las cuatro letras. Stanley ya estaba a la voz cuando quemaron uno de sus clásicos más clásicos, “I Was Made For Loving You”. ¿No era algo pronto? ¿Y la bola discotequera? De hecho, no se vio en todo el concierto.
Tres canciones, hasta el momento, y sí, eran Kiss con todos sus ingredientes y un mal sonido, pero no era lo que se esperaba. Le faltaba algo, como si de un coitus interruptus se tratase. Esperaríamos a ver lo que pasaba. “Firehouse” nos trajo al demonio escupiendo fuego, como siempre, y “Shock Me” a Thayer a la voz, con el consiguiente solo y fuegos artificiales disparados desde su guitarra. Por detrás, como en todo el concierto, fuego, imágenes, KISS, las letras, en plan discotequero… estaba bien, pero no pasaba de ahí. Era como un dejà-vu desde los 70. “Love Gun” y, sobretodo, “Lick It Up” le dieron algo más de vidilla al show, pero seguía sin ser digno de un nombre tan grande.
De repente las cámaras enfocan a Simmons y con gestos mortíficos, empieza a escupir sangre y a volar por los aires hasta otra plataforma para interpretar un solo de bajo (y no es que sea especialmente buen bajista) y “God Of Thunder”, que aunque es un clásico, para mi gusto no tenía el ritmo necesario para estar en ese set list.
Con “Flaming Youth”, “Say Yeah” (esta con interacción del público destacada) y “War Machine” tanto el sonido como el concierto mejoró algo, aunque personalmente son canciones que no hubiese metido en el set list revisando la cantidad de clásicos apoteósicos que tiene la banda.
Al acabar las mencionadas, Stanley le dice al público que le gustaría estar ahí con ellos (con nosotros, vaya), y que si se lo pedimos se nos une. Obviamente se lo pedimos a grito pelao, y con la tirolina se plantó encima de la caseta de sonido para cantar “Psycho Circus”. Al acabar, y aún desde la caseta, recordó que todo país tiene un himno, pero que el mundo tiene un himno rockero, “Rock And Roll All Nite”. Y ahí sí, ahí si fueron Kiss y ese sí que fue uno de los grandes, grandísimos momentos del festival. Una fiesta de todo el RockFest, todo enterito, entregado al clásico, con confetis blancos volando, llamas y un grupo que sólo en ese tema demostró lo que son. La comunión banda – público fue total. Y final… hasta los bises.
“Cold Gin” re-abrió el espectáculo pero a mí me dejó frío, justo lo opuesto a Detroit Rock City y a medio camino entre, ahora sí, el último tema de la noche, “Black Diamond” con Singer cantando desde la batería.
A ver, no fue un mal concierto, pero el sonido horripilante, el mal estado vocal de Paul (no vamos a hacer sangre, todos lo vimos ya) y, en mi opinión, una colección de temas muy mal escogidos hizo que no estuviera a la altura de las expectativas. ¿Dónde estuvieron “Heaven’s On Fire”, “Do You Love Me” o la tremendamente emotiva “God Gave Rock n’Roll To You”? Esperaba hora y media de lo vivido en “Rock And Roll All Nite”, pero eso duró unos 5 minutos. Esperaremos que en la próxima sean algo más listos.
Llegamos pues al final de una edición del Rock Fest que, a pesar de contar con el cartel de más enjundia de su historia, creo que ofreció un nivel musical global algo inferior a otros años. Los conciertos que me impresionaron de verdad son pocos, y el sonido falló en demasiadas ocasiones. La organización introduzco mejoras, eso sí, pero aún espero poder superar, por ejemplo, esa impresionante tarde noche Anthrax – Amon Amarth – Thin Lizzy – Whitesnake – Twisted Sister – Slayer que pudimos vivir hace un par de años. Aún y así, por supuesto, se trató de un gran fin de semana, que el año que viene se amplía hasta un día más, lo que imagino que significará que contaremos con una serie media de nivelazo (para mí, el éxito de cualquier festival) y donde, me temo, nos veremos obligados a confiar de nuevo en los niveles curativos de la Monster.
Por cierto, para los interesados que habíais leído los primeros párrafos… sí, después de caminar mis dos kilómetros de vuelta para llegar a mi coche, puse la llave y… «tchk tchk tchk». Por suerte, al cabo de pocos segundos apareció por ahí un grupo de quince valientes metaleros que en un abrir y cerrar de ojos me empujaron a la velocidad suficiente para arrancar el coche, llegar hasta casa y, oh sí, posponer mis problemas un día más. ¡Qué bonito es el metal a veces!
Texto:
Albert Vila (Dark Tranquillity, Unleash the Archers, Insomnium, Phil Campbell & the Bastard Sons, Tremonti, Megadeth)Xavi Prat (The Dead Daisies, Iced Earth, Stryper, Scorpions, Kiss)
Joan Calderón (Söber)
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.