Diez años después de su primer larga duración, Rude City Riot vuelven a pronunciarse con este Shady Schemes & Molotov Dreams, donde la banda, originaria de Vancouver, vuelven a invitarnos a bailar con sus ritmos ska, complementados con un trasfondo punk rock
Comienza el guateque con “Molotov Dreams”, que desprende esa palpable ironía característica del género, con los vientos presentes pero sin tomar demasiada relevancia hasta la entrada de “World Weights a Ton”, vacilona y ligera, con ramalazos reggae que tampoco podían faltar en un disco como el que tenemos entre manos.
Se permiten dejar de lado el saxo y el trombón en “Kiss Me Bella”, mostrando, aún más, la influencia que las bandas punkrocker norteamericanas han ejercido sobre la formación.
Vuelve el sector encargado de soplar para “Don’t Go Margarita”, retornando el sonido que caracteriza a la banda, que no desaparece en “See You in Hell”; sonido difícil de definir, pero, si hay que ponerle nombre, podríamos acordarnos del supergrupo Skandalous All-Stars y referirnos a él como punksteady.
Percusión y bajo allanan el camino a la potente “Gladiator”, ecléctica e impredecible, tras la que entra “The Castle”, mucho más canónica, que nos hace seguir sus ritmos irremediablemente.
“Gibraltar” presenta, amén de un estribillo coreable, ciertos guiños al blues por parte de las guitarras, que adoptan brevemente el carácter del género, aunque se evapora rápidamente en “Howlin’ at the Moon”, donde la premisa principal vuelve a ser el pasarlo bien.
En “Ringtone” merece una mención especial de nuevo el solo de guitarra, que esta vez se viste galas que evocan al surf rock, como último acto camaleónico antes de cerrar el disco con “Shadows”, en la que se despiden como vinieron: haciendo ska, salpicado aquí y allá con retazos de otros géneros, a conveniencia.
Como es casi norma en los grupos de este estilo, Rude City Riot han puesto en la mesa un disco que se disfruta sin ningún problema, pero que nos deja con el nervio de poder verles en directo, que es donde de verdad de disfrutan estos ritmos, aunque al día siguiente nuestro propio cuerpo nos quiera convencer de lo contrario.