Si de algo me arrepiento en esta vida es de no haber disfrutado plenamente de determinados conciertos, a la postre esenciales. De entre ellos, los ofrecidos por el mítico conjunto de rock progresivo Rush, con los excéntricos Primus de teloneros, en el Wembley Arena de Londres los días 17 y 18 de abril de 1992. Si bien fui acompañado de un buen amigo y que nuestra breve estancia en la multicultural capital británica fue bastante provechosa (en suculentas comidas exóticas y en excepcionales adquisiciones discográficas), un infausto asunto muy personal y el escaso deleite que hasta aquel momento me había transmitido el flamante «Roll the Bones» me impidieron dedicarle la conveniente atención a unos anhelados shows que, con el transcurso del tiempo y tras repasar el idéntico pero ajustado setlist interpretado en ambas veladas, tendrían que haberme saciado completamente. Con el agravante de que la inesperada muerte del batería y letrista Neil Peart en enero de 2020 me ha privado definitivamente de una posible segunda oportunidad.
De hecho, podría contar numerosas anécdotas propias relacionadas con la música del grupo (desde que la vibrante «The Analog Kid», descubierta por primera vez en una variopinta compilación francesa de éxitos de hard y metal del año 1983, aterrizó y se instaló en mis orejas), porque ella ha sido una necesaria y exclusiva banda sonora de muchos períodos de mi existencia. Pero hoy toca hablar de su octavo trabajo de estudio, “Moving Pictures”, con la excusa del 40 aniversario de su lanzamiento.
De entrada, y a diferencia de como está alabado por la mayoría de sus seguidores, confieso que no es mi temario favorito del trío canadiense, primordialmente porque considero que gran parte de su repertorio está al mismo destacable nivel (aunque tengo cierta debilidad por las notables composiciones incluidas en los infravalorados “Caress of Steel”, “Power Windows” y “Grace Under Pressure”). Pero reconozco que con dicho elepé consiguieron el perfecto equilibro entre lo complejo y lo accesible, la cual cosa les permitió vender millones de copias, ampliando y consolidando su base de fans.
Tal como se sugiere en la foto inventada por el artista gráfico Hugh Syme para la carátula frontal, Geddy Lee, Alex Lifeson y Neil Peart, con la inestimable producción del también habitual Terry Brown, entregan siete esplendidas, pulidas y enmarcadas pinturas, que mantienen sus señas de identidad y no esconden sus superlativas destrezas técnicas. Imaginando una exposición, un poco corta (solo 40 minutos) pero apta para todo tipo de paladares melómanos, que empieza su recorrido con la rebelde y extremadamente popular «Tom Sawyer», continua con la futurista «Red Barchetta», galopa a través de la intrincada instrumental «YYZ», prosigue con la pegadiza «Limelight», se detiene ensimismada en la suite «The Camera Eye», penetra en el sombrío discurso inquisidor de «Witch Hunt (Part III of Fear)» y concluye con el reggae sinfónico «Vital Signs».
Para finalizar está concisa revisión, os dejo un par de datos que reafirman la importancia de este álbum dentro del extenso catálogo de la excelsa y ya disuelta formación norteamericana:
- Cuando se cumplían tres décadas de su publicación, Rush lo estuvo tocando íntegramente durante la gira «Time Machine» (la actuación de Cleveland en 2011 quedó inmortalizada en DVD, Blu-ray, doble CD y diversas ediciones en vinilo).
- En la actualidad, cuatro piezas (dos en el podio) de las diez más escuchadas en su lista de Spotify pertenecen a está fundamental, influyente y celebrada obra.