No deja de sorprenderme la considerable cantidad de referencias y guiños a Rush que aparecen en series o en películas, tanto con personajes de carne y hueso como animados, principalmente facturadas en los Estados Unidos. Incluso en internet hay bastantes páginas que enumeran, bien detalladas, estas dedicatorias o citas cinematográficas al disuelto trío canadiense. Unos abundantes datos que contrastan con la escasa repercusión que la banda recibió en nuestro país durante gran parte de su trayectoria, lo que provocó que sus giras europeas nunca hicieran parada en las ciudades españolas (yo tuve que desplazarme a Londres, en 1992, para contemplar dos conciertos del Roll the Bones Tour).
Recuerdo que cuando descubrí su música, gracias a un vinilo de edición francesa que recopilaba singles de hard rock y heavy metal; y en el que estaba insertada la trepidante “The Analog Kid” del LP que hoy celebramos el 40º Aniversario de su publicación, no pude compartirla con nadie de mi entorno juvenil porque ninguno de mis compañeros mostró el mismo exaltado interés. Y así estuve a lo largo de unos cuantos años, comprando gradualmente su catálogo y escuchándolo en absoluta intimidad; a veces en la habitación que tenía en casa de mis padres, otras en el transcurso de extensos recorridos en solitario con mis primeros coches, hasta que con el asentamiento de mi tienda de discos empecé a conocer a varias almas gemelas. Desafortunadamente, en el momento que estas orejas afines hicieron acto de presencia, justo a inicios de los noventa, el grupo norteamericano ralentizó su producción y, a continuación, se retiró temporalmente por culpa de un par de tragedias familiares, casi consecutivas, que sufrió el batería Neil Peart. Después vendría el anhelado regreso, verían la luz nuevos trabajos, llegaría otra discreta separación y finalmente acaecería el fallecimiento que prácticamente pocos se imaginaban, pero este tramo de la historia mejor narrarla en un futuro escrito.
Echando la vista atrás, os confieso, aunque más de uno ya lo habrá deducido, que la década de los ochenta es mi etapa favorita de Rush. Poniendo a un lado el célebre Moving Pictures y el doble en vivo Exit… Stage Left, ambos editados en 1981 pero todavía manteniendo las directrices estilísticas de la postrera época setentera, los restantes lanzamientos de dicho decenio, Presto, Hold Your Fire, Power Windows, Grace Under Pressure, el directo A Show of Hands y la conmemorada obra que protagoniza este artículo, pese a sus puntuales imperfecciones, derrochan maestría, ingenio y una decidida voluntad de constante reinvención.
Retrospectivamente hablando, Signals es una creación indispensable dentro de la amplia carrera del irrepetible conjunto (por mucho que sus detractores defiendan lo contrario) porque, de entrada, frenó una previsible rutina compositiva y, asimismo, resultó ser un impecable hijo de su tiempo. El contemporáneo artwork diseñado por el habitual Hugh Syme, las letras de carácter marcadamente terrenal y las sonoridades cercanas a sus admirados The Police, son los aspectos más destacables (o criticables, dependiendo de quién opine) del álbum que con las singulares y maduradas firmas de Geddy Lee, Neil Peart y Alex Lifeson nos legó canciones tan fascinantes como “Subdivisions”, “Losing It”, “Countdown”, “Chemistry”, “The Weapon (Part II of Fear)” o la antes mentada “El chico analógico”.