Vamos a empezar por aquí, y así no nos llevamos a equívocos ni me tacháis de poco objetivo: Russian Circles me ha parecido siempre una de esas pocas bandas con la mágica capacidad de emocionarme sin necesidad de pronunciar ni una sola palabra, y todos sus discos, a mí, me resultan entre excelentes y maravillosos. Y eso que les descubrí en una época en la que pegabas una patada a una piedra y te salían tres bandas de post rock o post metal instrumental, casi todas ellas muy escuchables y muy disfrutables en el momento en que disponían de tu completa atención, pero de las que era bastante complicado acordarse de ni una sola de sus genéricas melodías una vez habías dejado los cascos encima de la mesa.
Ahora esa moda ha pasado un poco, por suerte, pero una vez separado el grano de la paja, y dejando de lado pioneros como Isis o Pelican y contendientes como los japoneses MONO (bandas, todas ellas, totalmente maravillosas por derecho propio), a día de hoy me han acabado quedando básicamente tres grupos en el Olimpo (mi Olimpo) del post rock instrumental de tintes más metálicos: nuestros increíbles Toundra, los alemanes Long Distance Calling (que ya han dejado de juguetear – me atrevería a decir que por suerte – con la idea de meter un vocalista a sus canciones) y los americanos Russian Circles.
Lo que siento al escuchar este Blood Year es lo mismo que sentí cuando los conocí por primera vez hace ya casi diez años, en motivo del lanzamiento de Empros (2011). La intensidad con la que expresan sus melodías y sus potentes y machacones ritmos me resulta irresistiblemente contagiosa, y sus pasajes más potentes son capaces de alcanzar niveles de emotividad y tensión casi inigualables. Por otro lado, cuando digo eso de que «siento lo mismo» también quiero inferir que este disco no nos aporta demasiados cambios respecto a ninguno de sus álbumes anteriores.
Porque quizás es un error mío pensar así, pero en mi cabeza el post rock y el post metal son o deberían ser estilos de vanguardia, y por ello, quizás me gustaría encontrar un poco más de experimentación en cada uno de los nuevos trabajos de los grandes baluartes del género. En todo caso, dejo a la responsabilidad de cada uno el valorar si eso es importante o no, y sea como fuere, este detalle no empaña el hecho de que este nuevo álbum de los americanos, comparaciones y expectativas a un lado, sea una obra indiscutiblemente brillante en sí misma.
Como es habitual en todos sus trabajos, Blood Year es un disco bastante corto, y en este caso se sitúa ligeramente por debajo de los cuarenta minutos. Creo que apostar por un minutaje tan breve es todo un acierto, tanto en general (a mí esos discos que duran hora y diez, o son la leche o se me hacen eternos) como, especialmente, en un estilo que puede tender a pecar de repetitivo. Es cierto que esa es una característica indefectiblemente asociada a los propios cánones y directrices del post rock, pero no es la primera vez que se convierte en un problema en caso de abuso. Los temas tampoco se pasan de largos (solo dos de ellos superan los siete minutos), y en general hacen que la escucha de este álbum sea siempre muy amena. En realidad, y para qué mentir, estamos ante un discarral como la copa de un pino, y sus pistas contienen algunos momentos espectaculares ante los cuales, palabrita del niño jesús, no serás capaz de mantener el cuello ni los pelos de los brazos a sitio.
Uno podría tender a pensar que en un disco instrumental es más complicado encontrar e identificar matices entre las canciones, pero un buen disco instrumental no solo es siempre capaz de ofrecértelos sino que sabe como hacerte viajar de un lado para otro con el único poder de la energía que transmite la música. Y en Blood Year, el trío de Chicago lo ha vuelto a conseguir. Sobradamente. La atmosférica, dulce y repetitiva introducción llamada «Hunter Moon» da paso a un potente y orgánico redoble de batería al que rápidamente se le añade un bajo como muy stoner y que, finalmente, alcanza su esplendor gracias a la fuerza de la guitarra de Mike Sullivan (un tío que se parece a su tocayo Mikael Akerfeldt, y que es casi tan jefazo como él). Las seis cuerdas empiezan como un pequeño caos de agudos y, como por arte de magia, acaban por cabalgar por encima del ritmo marcado por el bajo de una forma muy potente. Una de las mayores fascinaciones ante este tipo de música reside en ver como a pesar de usar un patrón muy sencillo como base de la canción, van jugando con las capas y con las intensidades haciéndote volar de un lado para otro a la mínima que te dejes.
Aunque esa primera «Arluck» no estaba nada mal, para mí «Milano» está mucho mejor. Rica en detalles, con algunas melodías muy juguetonas y bordeando la épica más desesperada en más de una ocasión, se trata de un temazo dramático y emotivo que por momentos no está exento de fuerza casi black metalera, mostrando así casi todas las vertientes de una banda tan jugosa y personal como ésta. Siguiendo con la tónica creciente, «Kohokia» es un temarraco incluso más brillante (me atrevería incluso a decir que se trata del mejor del disco). Es un corte 200% Russian Circles, exprimiendo al máximo este sonido tan orgánico y tan cálido que les caracteriza, y tanto el fabuloso y relajado principio como la mágica y bombástica densidad en la que se convierte al cabo de los minutos (sin cambiar casi ni un ápice de la base) son sencillamente memorables. Un temazo maravilloso lleno de melodías infecciosas y llorona emotividad que va de cabeza a mi greatest hits personal de la banda americana.
La breve, inquietante y casi ambiental «Ghost on High», de solo dos minutos y medio, actúa de pequeño interludio para despresurizarnos de la potencia creciente que han acumulado los tres temas que la preceden, aunque su dulce, simple y repetitivo punteo acústico es casi tan insistente y angustioso como los guitarrazos más potentes que hemos escuchado hasta ahora. Su final enlaza de forma muy natural con la lentamente creciente «Sinaia», otro temazo con una cadencia infecciosa y sinuosa que tarda un minuto y medio a coger vuelo y que, cuando lo hace, llega a recordar un poco a un tema del Vortex (2018) de Toundra del que ahora no recuerdo el nombre. Sea como fuera, tanto durante el proceso de crecimiento como una vez lo ha hecho y cabalga ya a toda máquina es complicado resistirse a su potencia, con un bajo magnífico y un cambio de ritmo que, una vez más, nos descubre y recuerda algunas de las mejores características de la música de esta banda.
Casi sin darnos cuenta llegamos al final del álbum, y otra vez es una batería en solitario la que nos abre las puertas a «Quartered», un tema que, en su mayor parte, galopa sobre el clásico y machacón chugga-chugga tan típico de la música de Russian Circles, un recurso que hemos escuchado ya en tantas canciones a lo largo de su carrera. De una forma u otra este tema recuerda un poco a la inicial «Arluck», pero en este caso la melodía es mucho más protagonista y el argumento da bastantes más vueltas, desde ritmos ascetas y angustiosos hasta pasajes épicos que te ponen la emoción a flor de piel. Y cómo marcan los cánones del post rock, no podía faltar un final creciente y apoteósico de esos que te dejan aguantando la respiración y con ganas de levantarte y ponerte a aplaudir una vez se ha hecho el silencio.
Aunque Blood Year no aporta nada demasiado novedoso al brillante catálogo de Russian Circles, ese es quizás el único pero que le pongo a este magnífico trabajo. Porque deberías tener orchata en las venas para que casi todo lo que suena aquí dentro, de pe a pa, no te ponga la piel de gallina. El trío liderado por Brian Cook y familia tiene una habilidad innata para emocionar que se repite disco tras disco, y éste no es una excepción, situándose allá arriba junto a sus mejores trabajos. Al final, imagino que se trata de esto, ¿verdad? Blood Year es un discarrazo épico que, además, entra de lleno en mi lista de candidatos a lo mejor de 2019. Esperemos que su publicación sea una buena excusa para que se pasen por aquí a presentarlo, porque si en estudio lo suyo es memorable, sobre un escenario su música cobra una nueva dimensión. Muy grandes.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.