Siendo yo un incipiente metalero adolescente con gustos que se movían tentativamente alrededor de clásicos como Metallica, Megadeth, Iron Maiden o Motörhead, el Arise de Sepultura fue el primer disco «extremo» que llegó a mis oídos. Pero lejos de poder narraros una potencialmente nostálgica especie de revelación o un flechazo a primera vista, lo cierto es que de buenas a primeras el cuarto disco de los brasileños me pareció un engendro extremadamente ruidoso y totalmente inescuchable. Debemos estar hablando, me imagino, de 1993 (con catorce años recién cumplidos, y gracias), y en aquel momento esas guitarras ariscas y pesadísimas, esa batería frenética y machacona y, sobre todo, esa infernal voz de ultratumba (recordad que estamos ante mi primer contacto con unos guturales y a mí eso me pareció ya muy exagerado) me pillaron con el pie cambiado y la nariz encogida.
Pero estando como estaba metido de lleno en tiempos de contínua absorción musical (bueno, musical y de todo tipo) y, en consecuencia, de evolución y matización perenne en mis gustos, esa aversión primeriza se esfumó bastante rápidamente. De hecho, al cabo de bien poco tiempo los hermanos Cavalera y compañía publicaban Chaos A.D., un disco que, bien acompañado de un generoso hype, me entró ahora sí como cuchillo en mantequilla y, fíjate tú por dónde, convirtió a Sepultura en una de mis bandas de cabecera y en uno de los grandes tótems a los que todos aquellos que crecimos metálicamente en los noventa nos agarramos con apasionado furor. Ahí ya se alejaron un poquito de ese death metal (una etiqueta que entonces yo ni tan siquiera conocía) que tanto abundaba en su disco anterior, cosa que los hacía más «frescos» y «accesibles» a mis aún tiernos oídos, pero Chaos no dejaba de ser un puñetazo en todos los morros a cuyo impacto sónico y visual me resultó absolutamente imposible resistirme.
Y claro, como de repente me convertí durante un corto periodo de tiempo en el mayor fan de Sepultura de todo el barrio y no me quitaba mi camiseta del Chaos A.D. ni con agua caliente (una camiseta que asocio a un montón de fantásticos recuerdos, por cierto, más quizás que ninguna otra), no me quedó alternativa a lanzarme a bucear en sus cuatro discos anteriores, que fui adquiriendo y asimilando tan rápidamente como pude. Entonces quizás ninguno llegó a gustarme tanto como ese nuevo Chaos A.D. con el que me encandilaron, pero como mínimo Beneath the Remains (un disco por el que siempre he tenido especial debilidad) y Arise siempre estuvieron cerca y, con el tiempo, llegaron a gozar de tanto respeto y admiración en mi mundo como esa primera obra que me hizo descubrirles y amarlos de verdad.
Lo cierto es que la evolución constante a la que se autosometieron Sepultura a lo largo de esos primeros años de su carrera fue verdaderamente admirable, pasando de ser una banda ilusionante y prometedora en la época del divertido pero garrulillo Schizophrenia a establecerse como un estandarte indiscutible, sucesivamente, del thrash, del death, del groove metal y del nu metal, convirtiéndose eventualmente en una de los fenómenos metálicos más grandes del mundo una vez que centenares de miles de adolescentes de todos los rincones empezaron a botar como locos al ritmo de los timbales de «Roots Bloody Roots». Y más allá de que tenían buena prensa y cayeron en gracia entre la metalada de todo pelaje (aunque unos pocos los fueron repudiando a medida que evolucionaban musicalmente), es igualmente innegable que el talento, la visión y la valentía que poseían les puso a comer a parte del resto casi, desde el primer momento.
Y claro, si entonces ya lo petaban como lo petaron, el hecho de que su formación clásica se desmoronara ruidosamente poco después de publicar Roots (el disco que los abocó definitivamente al éxito más o menos mainstream) no hizo más que agigantar su mito y alimentar contínuas y recurrentes polémicas que duran ya más de veinticinco años. Y eso que, probablemente, de haber continuado juntos les habría tocado lidiar con poco más o menos lo mismo que cualquier otra banda de metal en los noventa: una crisis existencial trufada de cambios de formación y acompañada de una serie de discos dudosos que acostumbran a estar entre lo menos celebrado de sus carreras. Sepultura vivieron esa época ya sin Max, y eso es algo que, junto a su propio descenso de popularidad y a que Soulfly nunca llegó a despegar al mismo nivel, ha ayudado a perpetuar la creencia que, de haber continuado juntos, habrían sido inmunes a las visicitudes de la época y se habrían convertido en vete a saber qué.
Pero bueno, tales peripecias quedan aún bastante lejos (aunque solo sean cinco años, a nivel energético y circunstancial se trata de mundos totalmente distintos) al propósito de este artículo, así que dejaremos esas reflexiones para otro día y nos meteremos de lleno, por fin, en este Arise. Porque tras haber dado el salto definitivo a la primera línea del metal extremo dos años antes gracias al genial Beneath the Remains, el joven cuarteto brasileiro (contaban entre 20 y 23 años en esa época) tenía ahora el reto y la responsabilidad de confirmarse como uno de los nombres más prometedores de la floreciente vertiente extrema del metal. Y vaya que si lo hicieron. La avispada gente de Roadrunner Records, con proverbial buen ojo, se los apropió como punta de lanza y les envió a la meca del death metal del momento, los Morrisound Studios de Tampa, en Florida, para grabar bajo la dirección del mítico y celebrado Scott Burns. El resultado: uno de los discos definitivos del metal extremo de principios de los noventa.
De hecho, desde su formación en 1984 los propios Sepultura habían sido tan percusores del death metal como cualquier otra banda que reclame este honor (con Death y Possessed a la cabeza), así que su encaje en el sonido y el espíritu floridiano (capitaneado por los propios Death, Morbid Angel o Deicide) les venía como anillo al dedo. En este nuevo disco iban a continuar con la cruda y agresiva mezcla entre thrash y death que ya habían desarrollado brillantemente en su trabajo anterior, pero esta vez se atrevieron a abrir un poco más su abanico de posibilidades tanto al metal industrial como a los ritmos tribales, dos elementos que se desplegarían definitivamente tanto en Chaos A.D. como en Roots pero que aquí empezaban a tomar ya un papel protagonista, cosa que apuntaba las intenciones conscientes o inconscientes de los brasileños a la hora de configurar su futuro a corto plazo.
Aunque la «suciedad» de su sonido hace que, a veces, podamos tender a menosvalorar la capacidad técnica de los chavales de Sepultura, la realidad es que ese line up formado por los hermanos Cavalera, Andreas Kisser y Paulo Jr. distaba mucho de ser manco. Las capacidades rítmicas de Max fueron siempre tremendas, mientras que tanto Andreas como Igor son poco menos que virtuosos en lo suyo. Curiosamente (de esto me acabo de enterar ahora), el bueno de Paulo Jr. fue en esa época una especie de Sid Vicious a la brasileña, no por su comportamiento destructivo (que desconozco si lo tenía, la verdad, y tampoco me importa) sino porque resulta que a pesar de aparecer en los créditos de todos y cada uno de ellos, nunca tocó ni una triste nota en los cuatro primeros discos de la banda, en los que Andreas Kissser se encargó de grabar las líneas de bajo. A partir de Chaos A.D. parece que Paulo se sacó los miedos de encima o aprendió a tocar por fin, y desde entonces es él quien se encarga, ahora sí, de la que siempre había asumido que era su función.
En lo visual, y asimilado ya su look de pantalones miltares y camisetas deslabazadas como el elegido por el grueos de la metalada noventera (entre la que me incluyo, por supuesto) como uniforme de su día a día, en Arise los brasileños por fin se dejaron los cuartos y pudieron mostrar orgullosamente una portada a la altura de su música después de tres discos con diseños frontales más que mejorables. Probablemente se trata de la mejor y más elaborada de su época clásica junto a la de Chaos A.D., y representa la figura de la entidad cósmica del universo Lovecraft Yog-Sothoth interpretada por los lápices de Mike Whelan, autor entre otras de la mayoría de portadas de los Sepultura clásicos y, también, de la del Cause of Death de Obituary.
Pero bueno, vamos a lo musical por fin que aquí está lo que mola de verdad. Para empezar, supongo que nadie duda de que los tres primeros temas de este disco («Arise», «Dead Embryonic Cells» y «Desperate Cry») son ley y están en el Olimpo de cualquier lista de hitazos históricos del metal que se precie. La inicial «Arise» es un puto martilló pilón que, en poco menos de tres minutejos (si quitamos la intro apocalíptcia e industrial), empaqueta buena parte de lo que nos encanta de los Sepultura más clásicos y destroyers y nos aplasta el cerebro de buenas a primeras con riffs afilados y velocidad endiablada. En contrapunto a ese frenetismo y a esa agresividad cruda y desmedida, el que fuera segundo single «Dead Embryonic Cells» tiene ese toquecillo industrial, groovey e inquietante que tanto suena a Chaos A.D. A pesar de no alejarse demasiado de lo que conocíamos de ellos y de contar con pasajes eminentemente thrash, la incursión de todos esos elementos y de algunos riffs más cercanos al hardcore lo convierten en toda una premonición, llegando a su punto álgido con ese espectacular e icónico ritmo machacón y punteo doble que se desarrolla con toda su exuberancia a partir del minuto 3:30.
«Desperate Cry» siempre ha sido mi gran debilidad, y de hecho uno de mis sueños de juventud siempre fue poder versionarla con alguna de las mediocres bandas en las que tuve la oportunidad de tocar si hubiéramos tenido ni tan siquiera remotamente el nivel para hacerlo. Se trata del tema más largo del disco con casi siete minutos de duración, y tras su evocador inicio acústico aquí encontramos todo lo que hizo grandes a los Sepultura del pasado y del futuro. El intenso ritmo machacón de aire territorial que ocupa sus primeros compases desprende sudor y destrozo cervical a espuertas, y el tema en general apunta a todo lo que la banda desarrollaría en los próximos años sin dejar de ser genial y completo en sí mismo. El estribillo es magnífico y la alternancia entre ritmos lentos y pesados con medios tiempos vacilones, punteos melódicos y ultra heavies, pasajes acústicos y thrash veloz y afilado trufado de solos frenéticos es constante. «Desperate Cry» es un temarral top en la carrera de la banda y, probablemente, mi corte favorito de todo este disco.
Y aunque estas tres son indudablemente las joyas de la corona, tras ellas viene otra serie de temarrales para dejarte titiritando. La dinámica y divertida «Murder», por ejemplo, podría ser perfectemente un clásico en sí mismo si no fuera porque viene después de lo que viene. Y es que más allá de su extraño y abrupto final, se acerca bastante a la perfección thrashera gracias a una colección de riffs, punteos y grooves para parar un tren. También siguiendo más o menos esos cánones nos encontramos con la bélica y germánica «Subtraction», otro potente y disfrutable pepinazo de puro thrash old school en el que Igor parece quererse acelerar más de la cuenta en alguna que otra ocasión.
Los timbales tribales que tanta prominencia tomarán en el futuro cercano de la banda hacen su primera y tentativa aparición en la intro, aún poco integrada en el resto de la canción, de «Altered State». Se trata de otro de los grandes himnos de este disco, probablemente el más grande junto a los ya mencionados tres primeros cortes. Y no hay para menos, ya que es un temarral elegante pero potentísimo que alterna oscuridad con brutalidad y cuenta con un montón de pasajes memorables ante los que resulta imposible dejar el cuello quieto. Supongo que algunos la tendrán como semi experimento de culto, pero a mí «Under Siege (Regnum Irae)» siempre me ha parecido un poco rara, y aunque tampoco me atrevería a decir que sus curiosas cacofonías y sus extraños cambios estén realmente mal (de hecho algunos pasajes están realmente bien), también pienso que lo mejor que ha hecho esta canción es darle nombre al directo que iban a grabar unos meses más adelante en Barcelona.
Nos acercamos a la recta final del disco metidos de lleno en sus momentos más insulsos, ya que a pesar de algún que otro riffaco molón (que lo tiene), tampoco es que la siguiente «Meaningless Movements» sea del todo memorable o, mejor digámoslo así, sea suficientemente regular para estar a la altura de los momentos más álgidos de este Arise a excepción de un divertido despiporren cerca del final que lo peta cosa mala. A la que sí que le puedo poner pocos peros es al trallazo llamado «Infected Voice», otro martillo pilón que, a modo de capicúa, nos revienta la cabeza con la misma contundencia y velocidad que lo hacía la inicial «Arise» (incluso la manera en que suena la frase clave del estribillo es parecida) y que consigue que acabemos con el disco absolutamente sacudidos.
La gira de Arise fue la más larga de su carrera, y entre pitos y flautas les entretuvo dando vueltas por el mundo durante casi dos años. Cómo bien sabéis, ese época quedó inmortalizada para siempre en un vídeo en directo llamado Under Siege, grabado durante dos noches de finales de mayo en una Sala Zeleste (ahora Razzmatazz) totalmente enloquecida y, creo, repleta de trasheros más que conscientes de que estaban formando parte de un documento histórico y que eran testimonios de la eclosión de una banda destinada a cotas aún impensables para una agrupación eminentemente extrema. Es una pena, pero personalemente nunca tuve la oportunidad de ver a Sepultura con Max (en realidad, ni tan siquiera he visto nunca a Max sobre un escenario, siendo como soy bastante poco fan de Soulfly). Tanto esa como sus dos visitas siguientes a la misma sala me pillaron aún demasiado joven, de forma que la primera vez que disfruté de los brasileños en directo fue en ese concierto bicéfalo en el que, ya con Derrick Green a las voces, compartieron cartel con Slayer y con unos entonces prometedores System of a Dawn en el Pavelló de la Vall d’Hebron barcelonés.
Hoy en día, y diga lo que diga el bueno de Andreas Kisser, escuchar las canciones de Arise en directo es una experiencia un poco decepcionante, y no porque la formación actual de Sepultura no sea igualmente un pepino (que lo es) sino porque con una sola guitarra todos esos temas antiguos quedan vacíos y desesperadamente faltos de punch. Aún así, y como era de esperar, este álbum completa junto a Chaos A.D. y Roots el podio de discos más revisitados en directo. Centrándonos en Arise, y también como era de esperar, los tres primeros temas en orden decreciente son los que más protagonismo han tenido sobre un escenario, desde las casi 900 interpretaciones del tema título (segundo más popular de toda su carrera tras «Refuse / Resist» y seguido de cerca por «Roots, Bloody Roots» y «Territory»), hasta las 350 de «Desperate Cry». Eso sí, todas las pistas de este disco han sonado alguna vez, muchas en tiempos bastante recientes, lo que viene a confirmar que aquí hay bien poco relleno.
Arise es, evidentemente, un discarral imprescindible para entender el metal y su evolución en la difícil pero fascinante década de los noventa. Tan rápida y sorprendente fue esa evolución que llegó un momento en que Sepultura fueron probablemente la banda más cool, más relevante y más influyente de todo el panorama metálico mundial, y ese éxito y todo lo que conlleva fue precisamente lo que acabó con su mágica e icónica formación original. Lejos de lamentarme de esa inevitable rotura, solo me queda romper mi lanza habitual cuando me toca hablar de Sepultura: los brasileños llevan en constante evolución (con y sin Max) desde el primer día de su carrera, así que a mi juicio no ha lugar para las quejas generalizadas de un supuesto cambio de estilo o de paradigma que han tomado bajo la férrea dirección de Andreas Kisser. No tendrán la repercusión mediática que tenían en sus mejores tiempos, pero a mi juicio siguen siendo tremendamente relevantes. Y el hecho de negarse repetidamente a perpetrar una reunión por la que Max lleva tiempo suspirando, llenaría pavellones y les cubriría de oro dice mucho, y muy bueno, de su integridad.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.