Estaba yo mirando el otro día la lista de aniversarios que me quedaban para este año (spoiler alert: están Youthanasia y No Control), y me sorprendió ver que el Divine Intervention no tocaba hasta el 27 de noviembre. Pero pensándolo bien…. yo me acuerdo perfectamente de que el concierto de presentación de este disco junto a Machine Head en la Sala Zeleste de Barcelona fue un 22 de noviembre, y allí yo ya lo había escuchado un montón de veces. Así que he decidido volver a comprobarlo y… ¡patám! No era el 27 de noviembre, sino el 27 de septiembre. Vamos, que la cagamos imperdonablemente al ponerlo en nuestra exhaustiva y teóricamente fidedigna hoja de excel y nos lo hemos saltado del todo.
Superado el breve momento de pánico (a veces me tomo esto de la revista demasiado en serio), vino el placer habitualmente inherente en recuperar estos álbumes clásicos que, 25 años atrás, marcaron a fuego mis inicios en este bendito mundillo del metál. El Divine Intervention, además, siempre ha sido una debilidad personal especial, ya no solo porque fue el primer trabajo de los californianos que salió al mercado cuando yo ya era fan, sino porque, en serio, me parece un discazo de tres pares de cojones que, como todos los de la época Bostaph, es injustamente denostado por muchos aficionados a la banda e, incluso, por los propios Slayer, que acostumbran a marginarlo inexplicablemente en directo desde hace ya un montón de años (aunque sí, ya sé que en la última gira tocaron «Dittohead»).
Después de la revelación divina que supuso la escucha de Reign in Blood, Slayer se convirtieron inmediatamente en mi banda favorita, y así los identifiqué con orgullo durante toda mi adolescencia. Tuve suficiente con el susodicho y con Hell Awaits (un disco que, por cierto, podría bien ser el peor de su época clásica, y espero que algun día tenga la oportunidad a hablar de ello) para tener claro que esta gente era lo máximo a lo que yo quería llegar. No recuerdo exactamente cuando se produjo este primer y mágico encuentro, pero lo que sí que tengo claro es que me sentí muy afortunado al ver que no mucho tiempo después de empezar mi recién estrenada obsesión, los califonianos sacaban disco nuevo y, por si fuera poco, venían de gira junto a unos novatos llamados Machine Head que tampoco estaban demasiado mal.
Entonces, por supuesto, yo no disponía aún de la perspectiva suficiente, pero este disco significó un punto de inflexión verdaderamente pivotal en la banda de Tom Araya y compañía. El cambio más importante, por supuesto, fue la rotura de una formación que llevaba junta desde el primer día y que ahora veía como Dave Lombardo, seguramente uno de los baterías más admirados y reconocidos de todo el panorama metálico de la época, daba un paso al lado para dedicar, en principio, más tiempo a su familia (digo «en principio», claro, porque al cabo de bien poco se embarcó en ese también excelente proyecto llamado Grip Inc.). En su lugar incorporaron a un señor aún no muy conocido llamado Paul Bostaph que se había hecho un pequeño nombre en Forbidden y que, incluso, había formado parte durante un breve periodo de tiempo de los también californianos Testament.
A estas alturas el bueno de Paul ya no necesita presentación, ya que por esas vueltas que da la vida vuelve a ser el batería de Slayer a día de hoy. De todas maneras, creo que es importante reivindicarlo de nuevo, porque me dá la sensación que la gente nunca ha acabado de valorarlo como se merece y siempre lo ha tenido en un escalón inferior al de Dave, cuando no tengo claro que eso sea realmente así. Una de las anécdotas / batallitas que explico siempre que tengo ocasión es que cuando estuve viviendo en Australia allá por 2008, tuve la ocasión de asistir a un clinic que Paul, entonces (y otra vez) batería de unos Testament que estaban de gira por Oceanía y que acababan de publicar el fenomenal The Formation of Damnation después de casi diez años de silencio discográfico, dio en Surfers Paradise, localidad muy cercana a mi casa (que, para los curiosos, estaba en Helensvale).
Según comentó, ese era el primer clínic que daba en su vida, y lo que hizo fue básicamente tocar tres o cuatro temas del nuevo disco de Testament, hablar un poco de ellos y contestar a las preguntas de la treintena larga de personas que se reunieron ahí (la sala estaba medio vacía, y la cosa costaba, si no recuerdo mal, diez tristes dólares – unos seis euros y pico – ). Uno de los chicos más activos en la conversación (que también era batería como la gran mayoría de asistentes) hizo una reflexión que recordaré siempre (y que fue recibida con asentimiento y aplauso general y humilde y ruborizada timidez por parte de nuestro protagonista). Le dijo: «Paul, Dave Lombardo tiene mucha más fama que tú, pero tú puedes tocar perfectamente sus temas mientras que él no es capaz de tocar los tuyos«. La verdad es que tampoco tengo el criterio percusionista suficiente como para afirmar la veracidad objetiva de tal afirmación, pero lo cierto es que los temas de la época en la que Paul estuvo en la banda (y que comprendió los discos Divine Intervention, Diabolus in Musica y God Hates Us All) siempre fueron totalmente olvidados una vez Dave volvió poco antes de grabar Christ Illusion.
Pero no fue ese el único cambio que se produjo en este disco ni mucho menos. Para empezar, Divine Intervention suena mucho más crudo, seco y agresivo que lo que lo hicieron tanto South of Heaven como Seasons in the Abyss. El sonido es más sucio, las canciones son más rápidas y hay un cierto tono gore más o menos presente en todo momento. Una posible razón para ello es que, extrañamente, Kerry King agarra la mayor parte del peso compositivo de un disco por primera vez en la carrera de la banda. Si históricamente (y en el futuro) siempre había sido Jeff Hanneman el firmante de la gran mayoría de las canciones, aquí el rubio guitarrista solo aporta «213» más cuatro temas en colaboración con su compañero a las seis cuerdas, mientras que el recién rapado Kerry (otro cambio), firma cinco canciones en solitario. Y, claro, ya sabemos que King siempre ha sido bastante más punki y más guarro (con cariño) que el más perfeccionista Hanneman, así que supongo que de ahí un resultado que, de todas maneras, fue bastante criticado, incluso por parte de la propia banda.
Otra novedad sorprendente es que, por primera vez (y quizás última), la portada no era feísima. Quizás hay gente a quién le gusten y le parezcan muy auténticas e identificativas, pero personalmente siempre he pensado que las portadas de Slayer eran el horror. Aquí, por fin, nos obsequiaron con una bella composición de colores magníficos que ilustró la primera camiseta que me compré de la banda, una camiseta que acabó siendo gris claro y cayéndose a pedazos. Curiosamente, parece que esa portada fue una especie de imposición de la discográfica que se tragaron a regañadientes, y buena prueba de ello es que a partir de entonces volvieron sin pudor a las portadas horrendas (con la única excepción, quizás, de la Biblia claveteada de God Hates Us All) que siempre les ha carecterizado. Y ojo que, si la miras en frío, el concepto de esta portada también es quizás un pelín cutrón. Pero joder, viniendo de donde veníamos a mi me pareció las puñeteras Meninas.
Otra cosa que también acompañado este disco fue el jodido animal que se rajó el logo de Slayer en el brazo con una Gillette. La foto con el resultado se descubría al levantar el CD de la caja, pero el video completo de la acción aparece en Live Instrusion, el VHS que la banda grabó para inmortalizar esa gira y que, entre otras cosas, muestra como los miembros de Slayer y Machine Head se juntan al final del concierto para pegarse una excelente versión del «Witching Hour» de Venom. Y por cierto, ahora que lo recuerdo, también muestra a Tom Araya comportándose como un auténtico imbécil al pegarle una patada a un fan que intentaba subirse al escenario y partiéndose ostensiblemente de risa ante su hazaña justo después. Pero bueno, si siempre hemos amado a Slayer no ha sido precisamente por el hecho de ser bellísimas personas.
La demostración final (y os prometo que enseguida me pongo ya en serio con el disco) de que Divine Intervention fue un punto de inflexión en la carrera de la banda y la puerta de entrada definitiva a una nueva etapa de su carrera es que, durante el concierto ese del que os hablo dos mil párrafos más arriba, un montón de carcamales no paraban de abuchearles cada vez que tocaba un tema nuevo, reclamando que tocaran «las buenas» (las buenas debían ser temas hasta Seasons, publicado solo cuatro años antes). Creédme que entre eso y los fans de Iron Maiden lanzándoles de todo a los pobres My Dying Bride (anda que también, ¿a quién se le ocurre meterlos de teloneros de su gira?), desde bien tierna edad he desarrollado un cierto repelús por los trues de cualquier tipo que me dura hasta hoy.
El hecho es que este cambio de etapa es una nueva demostración, como ya comenté cuando hablaba del Stranger Than Fiction de Bad Religion, de que mi entrada en el mundillo rockero y metálico coincidió con un antes y un después en la carrera de muchas bandas clásicas, y ese periodo alrededor de 1992 a 1994 supuso cambios decisivos en agrupaciones punteras como Iron Maiden, Judas Priest, Metallica, Guns N’ Roses, Sepultura, Anthrax, Kreator, Testament y muchísimas más. Está claro que el auge del grunge y del rock alternativo y la consiguiente y súbita desaparición entre los gustos de la masas del hard rock de aires glam que había reinado en los ochenta se tenía que notar tanto musical como estéticamente, con lo que tantas y tantas bandas vivieron una pequeña catarsis que se tradució en cambios de formación y/o de estilo que significaron el inicio de nuevas y, a veces, desconcertantes etapas en sus carreras. En esos momentos, por supuesto, yo no era en absoluto consciente de ello, pero con la perspectiva del tiempo estoy más que feliz de haber aterrizado aquí justo en esa época tan fértil, vibrante e interesante. Evidentemente que le tengo especial cariño por ser la mía, pero en serio que no la cambio por ninguna.
Venga, y ahora sí, después de once párrafos de preámbulo, vamos por fin con el disco. Un disco que, no sé si lo he dicho ya tan explícitamente como se merece, es un auténtico pepinaco lleno de temazos infravalorados uno tras otro. Los reconocibles redobles del diablo y los dobles bombos frenéticos que abren «Killing Fields» vienen a querer demostrar (quizás un poco al igual que pasaba con «Where Eagles Dare», Nicko McBrain y el Piece of Mind) que las habilidades del nuevo batería de la banda están fuera de toda duda, mientras que los guitarrazos a modo de disparos laser dan pie a una intro magnífica cuyos múltiples pasajes se van sucediendo hasta que Tom Araya empieza a explicar las atrocidades que tenían lugar en los killing fields cambodianos durante la dictadura de Pol Pot y sus infames khmer rouge. Ese gritón estribillo se ha convertido, redobles múltiples a parte, en lo más icónico de un tema sanguinario que te apabulla fácilmente.
Aunque en su momento «Sex. Murder. Art» no se contaba entre mis favoritas del disco, con el tiempo he aprendido a apreciar las espectaculares líneas vocales que cabalgan sobre sus riffs caóticos e incisivos y sus ritmos frenéticos. En menos de dos minutos 100% made in Kerry King, Slayer empaquetan muchos de los elementos característicos de su música, con especial mención para el brutal cambio de ritmo que da pie a la machacona y asesina parte final. Tampoco «Fictional Reality» se anda con chiquillas, aunque aquí tiran más hacia un medio tempo acelerado y enfadado que no te permite dejar el cuello quieto en ninguno de sus pasajes, que como siempre se suceden con una pasmosa naturalidad.
La brutal y rapidísima «Dittohead» es quizás el tema más conocido de Divine Intervention, tanto por el hecho de haber sido su primer single que publicaron como porque es la única que, muy de tanto en cuanto, ha tenido algo de presencia en sus setlists de los últimos años. El hecho de escoger la canción más probablemente poco amigable del disco como single dice mucho de en qué punto se encontraban Slayer en relación a la industria discográfica en esos momentos en que la mayoría de bandas de thrash de los ochenta apuntaban a una comercialización bastante impúdica de su propuesta. De hecho, se vé que cuando la banda se presentó en las ofcinas de American Recordings con las diez canciones que iban a formar Divine Intervention, estos les dijeron que muy bien, pero que necesitaban un hit single. Os podéis imaginar que Tom, Kerry y compañía se descojonaron en su cara, diciéndoles eso de: «si queréis un hit single, escribidlo vosotros«. Quizás por eso, la banda apretó para que el single fuera precisamente esta canción, que no tiene ni estribillo ni melodías recordables ni nada que se le parezca.
Lo que sí que tiene son unos riffs brutales, a Tom Araya escupiéndote en la oreja sin piedad y, de nuevo, un cambio impresionante que, en el segundo 50 y a la orden de «Nothing to regret», inicia una serie de bamboleos relantizadores que desembocan en un espectacular riff machacón y un solo disonante e histérico que acaba volviendo de nuevo a su brutal frenetismo inicial. En el último concierto que dieron en Barcelona junto a Lamb of God, Anthrax y Obituary, la interpretación de «Dittohead», fue, quizás sorprendentemente, el momento en el que me engorilé con más fuerza, hasta el punto que ni tan siquiera yo era consciente de que me gustaba tanto esta canción. Lo cierto es que no hay ningun motivo para que no lo haga, ya que se trata de un temarral impecable y brutal.
«Divine Intervention» viene a ser un poco lo que era «Seasons in the Abyss» en el disco anterior. Un tema más lento, oscuro y severo que, en contraste con la violencia y la velocidad de «Dittohead», nos da el contrapunto a esos Slayer más rítmicos, pacientes y macabros que encontramos en cortes como éste. El desarrollo y la evolución de la canción y, en especial de su primera parte, es una auténtica maravilla que, quizás, no habría sido una mala elección como single, mientras que los desgarrados berridos de Tom Araya se te clavan como un puñal en toda la zona abdominal. Este tema título, el más largo, el más lento y el más distinto, actúa como auténtico pivote central sobre el cual gira todo el disco, y en su momento era, sin ninguna duda, uno de mis temas estrella. Y hoy, qué leches, lo sigue siendo.
En parte, «Circle of Beliefs» suena un poco a proto-Diabolus in Musica, tanto por sus ritmos modernizados como por la voz telefónica que podemos escuchar a lo largo de varios pasajes. Es verdad que ese tipo de ritmos se alternan también con partes 100% old school, con velocidad infernal y solos exhilarantes, pero no hay duda que estamos ante una de las canciones más transicionales del disco. «SS-3» es un tema que habitualmente nadie debería poder negar que se trata de otra canción excelente que fluctúa constantemente entre la tralla incontestable que te pone a mover el cuello a lo Kerry King (ya sabéis como quiero decir, así rápido y con un arco de movimiento mínimo) y los ritmos más pausados e incisivos.
«Serenity in Murder» me pareció un single algo extraño cuando salió se presentó como tal. Si te lo miras bien es verdad que esas voces limpias y psicóticas tienen su potencial y su gracia pegadiza, pero tampoco ha acabado por tener demasiado recorrido (tan poco que nunca la han tocado en directo). La extraña e inquietante «213», que lleva este nombre por ser el número de apartamento en Milwaukee en el que vivía y acumulaba recuerdos el conocido asesino en serie Jeffrey Dahmer, es el tema más oscuro y macabro del disco. En sus momentos más inesperados suena completamente disonante, mientras que cuando se lanza a por un ritmo machacón vuelve a recordar un poco a «Seasons in the Abyss». Muchas de sus líneas vocales y también su estribillo se sitúan entre algunas de las más icónicas de todo el disco, con eso de «Death Loves Final Embrace / Your Cool Tenderness / Memories Keep Love Alive / Memories Will Never Die«. Un temazo diferente que, a mí, personalmente, me gusta mucho.
Los 36 minutos que dura el disco (una duración ideal) acaban con la espectacular «Mind Control», un tema que no sólo me parece (quizás) el mejor corte de todo el Divine sino también uno de los temas más infravalorados de toda la discografía de Slayer. Todos y cada uno de los riffs principales son impresionantes, el groove general es irresistible y, de nuevo, los cambios de ritmo son sencillamente perfectos, formando una auténtica brutalidad de canción que cierra el disco de forma inmejorable y que es una pena que no haya llegado más lejos. Aunque bueno, con el catálogo absurdo que tienen los amigos, supongo que es complicado que haya lugar para todo.
Visto con la perspectiva del tiempo y la sabiduría que me dá haberme trillado su discografía hasta el absurdo, Divine Intervention me parece fácilmente uno de los cinco mejores discos de la carrera de Slayer, y vete a saber si no está más arriba y todo. Fue un cambio respecto a South of Heaven y Seasons in The Abyss, no hay duda de ello, pero creo que el resultado es otro puñetazo en la mesa que, probablemente, no recibe el amor que merece ni tan siquiera por parte de la propia banda. Los californianos siempre han sabido adaptarse a los tiempos sin por ello tener que curvar ni una pizca su esencia y sus trazos característicos, y en contra de lo que muchos opinan, a mi sus producciones noventeras me parecen geniales. Discazo brutal el Divine, y geniales los Slayer de Bostaph.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.