Históricamente, cuando alguien me preguntaba cuál era mi banda favorita, no tenía ninguna duda en afirmar que eran Slayer. De la misma manera, siempre consideré que el Reign in Blood (1986) era, por supuesto, el mejor disco de todos los tiempos. Con los años, y ante la cantidad de música que he llegado a conocer y a apreciar de estilos muy distintos, esto de nombrar un único favorito se me antoja algo complicado y carece bastante de sentido, pero este álbum seguiría siendo uno de los 10, cinco o tres discos que me llevaría sin dudarlo a una isla desierta, ya que no solo me sigue pareciendo un trabajo absolutamente increíble sino que mis vínculos emocionales con él se mantienen intactos. Así que a nadie le extrañe que esta reseña sea más una masturbación a dos manos que una crítica mínimamente objetiva.
Porque… es el Reign in Blood el mejor disco de la historia del metal? Todos aquellos que consideren el metal extremo una forma de metal menor o menos digna dirán que por supuesto que no, que menudas tonterías que digo, con la de grupos que hay que cantan tan bien, mientras que este tal Tom Araya solo sabe gritar y las guitarras son ruidosas y disonantes. Pues la verdad es que me cuesta mucho encontrar discos más redondos, brillantes e influyentes que éste. No sé si es el mejor disco de la historia del metal (hay bastantes listas y publicaciones muy reputadas que lo ponen bien arriba, en todo caso), pero de lo que estoy seguro es de que no hay discos mejores que él. Indudablemente se trata del disco de thrash metal quintaesencial y definitivo, imitado mil veces (incluso por los mismos Slayer) pero nunca superado.
La mayoría de los vínculos emocionales con aquellas expresiones artísticas que más nos han marcado tienen lugar durante nuestra adolescencia, la época en la que somos más tiernos e impresionables. Con los años no solo conocemos más cosas y tenemos más perspectiva, sino que nos volvemos más cínicos y analíticos, menos permeables a la sorpresa y más difíciles de emocionar, con lo que es complicado que algo que descubras a los 30 tenga el mismo impacto en ti que algo que conociste con 15. En mi caso, pasé de que los 40 Principales me introdujeran a Aerosmith, Nirvana, Guns N’ Roses y Héroes del Silencio (mis cuatro grupos de cabecera a los 13-14 años), a interesarme por mí mismo en buscar a Metallica, Motörhead o Iron Maiden (escuchar «The Trooper» por primera vez fue toda una revelación). Después vinieron Megadeth, Pantera y Sepultura (con ese vozarrón… podía alguna banda ser más bestia que Sepultura?). Slayer no llegó hasta un poquitín más tarde, y recuerdo que venían envueltos en una cierta aura de maldad y misticismo. El primer disco que me compré de ellos, totalmente a ciegas, fue el Hell Awaits, que me pareció un discazo pero tampoco me emocionó más que aquellos grupos que ya conocía. En 1994 publicaron el Divine Intervention, un disco de cambio después de la marcha de Dave Lombardo, con un sonido un poco más moderno que fue repudiado inmediatamente por muchos fans, pero que yo descubrí en el momento en que salió y me gustó también mucho.
Pero lo que leíamos en todos sitios es que «el disco» a escuchar de Slayer era el Reign in Blood. El mejor disco de la historia del thrash, decían. Casi nada. Mis amigos y yo, que tampoco conocíamos a muchos más jevis en esos tiempos, nos obsesionamos en conseguir ese álbum. En nuestra pequeña ciudad solo había un par de tiendas de discos que tuvieran un catálogo metalero digno, y ninguna de ellas lo tenía. Recuerdo también ir sin éxito al mercado semanal a ver si estaba en los tenderetes itinerantes de cintas que lo frecuentaban. Finalmente, al cabo de unos días uno de estos amigos bajó a Barcelona y, claro, lo encontró en alguna tienda del carrer Tallers. Os podéis imaginar la emoción que se apoderó del grupo. Cuando por fin lo tuve en mi casa y lo pude poner en mi mini-cadena el hype se me salía por las orejas pero, a pesar de ello, lo que me encontré superó en mucho lo que me esperaba. Exponerme a la brutalidad que es «Angel of Death» por primera vez supuso un shock que me tuvo enganchado a escucharla en bucle un montón de veces. Ni tan siquiera recuerdo si esa tarde fui capaz de continuar con el resto del disco, tal fue la impresión que me causó este tema. En ese mismo momento se cimentó mi devoción eterna por Slayer.
Para añadir leña a las llamas de esta pasión recién nacida, al cabo de pocas semanas de mi descubrimiento mesiánico se dio la feliz casualidad de que la banda venía de visita a la sala Zeleste, acompañados por unos imberbes Machine Head que también se convertirían a partir de ahí en otro de los grupos de mi vida. Un mes antes habíamos visto a Pantera en el Pavelló de la Vall d’Hebron, en el que fue mi primer gran concierto de metal, y hasta a un adolescente impresionable como yo le pareció un absoluto truño, con un ritmo deplorable y una banda (especialmente Phil) que pasaba de todo. Pero esto de Slayer y Machine Head fue otra cosa, uno de los conciertos que recuerdo con más cariño de toda mi vida. Solamente conocía los tres discos que he mencionado antes, que veo que ocuparon dos tercios del setlist, y viví la sensación de estar en medio de algo realmente especial, envuelto de temas míticos y mirando a esos metaleros rudos y veteranos que pululaban por la sala con respeto, reverencia e incluso un poco de miedo. Existía algún tipo de leyenda urbana, quizás fabricada por nosotros mismos, que decía que el pit en la final «Angel of Death» era la cosa más bestia que te podías imaginar, y así me pareció ese día, cuando fui escupido rápidamente por algunos pateadores frenéticos. Ya entonces los fans más viejunos y cerriles se quejaban amargamente y lanzaban abruptos improperios cuando sonaba algún tema del Divine Intervention (qué buen disco, y qué injustamente ignorado está), animándoles a tocar solo temas antiguos (ergo, hasta el Seasons in the Abyss). Salí exhausto e impresionado, y mi tierna pero convencida devoción por Slayer ya no tenía límites.
Reign in Blood no llega a la media hora de una intensidad apabullante, sin respiros. Un compacto conjunto de diez temas, casi todos por debajo de los tres minutos, que forman un puñetazo sónico nunca visto hasta entonces. Slayer siempre tuvieron mucho de punk agresivo y gritón (como se encargaron de revelar años más tarde con su Undisputed Attitude), y esto fue quizás lo que hizo que su música fuera siempre más dura y maléfica que cualquier otra banda del momento, mezclando la maldad de bandas como Venom con la crudeza del thrash y del punk. El productor Rick Rubin, dueño de Def Jam Recordings, una discográfica especializada en rap y hip hop, se fijó en ellos para dar su salto al mundo del metal, y el resultado es una producción icónica: magnífica, poderosa y dura pero limpia, nítida y afilada a la vez, que no ha perdido vigencia con el tiempo como ha pasado con muchos otros álbumes de la época e incluso posteriores (empezando por el South of Heaven mismo).
Es «Angel of Death» la mejor canción de la historia del metal? Pues no lo sé, pero a mí me cuesta encontrar alguna mejor. Hoy en día no la escucho tanto como lo hacía tiempo atrás, claro, pero cada vez que lo hago no puedo sino motivarme sin remedio y rendirme a la absurda maravilla que es. Un tema absolutamente icónico que tiene de todo, desde riffs frenéticos a un medio tiempo memorable, una línea vocal desesperada y coreable con una letra violenta y fascinante, una batería precisa y la cantidad ideal de gritos y solos histéricos. En menos de cinco minutos tenemos una síntesis perfecta de lo que es Slayer y de lo que es todo un género. No soy objetivo, por supuesto, pero esta canción me parece sencillamente perfecta, tanto en el resultado global como en cada una de sus partes por separado.
Como todos sabemos, «Angel of Death» trata de las atrocidades cometidas por el médico nazi Josef Mengele en el campo de concentración de Auschwitz. Esto, junto con varias imágenes en los que el logo de Slayer se ha ido combinando con águilas imperiales y demás memorabilia del Tercer Reich, les generó en su momento la reputación de que sentían una especial simpatía por el régimen nazi. El malogrado Jeff Hanneman, compositor de la canción y fanático de la imagenería alemana de la Segunda Guerra Mundial, lo ha negado mil veces por activa y por pasiva. El hecho de que Tom Araya (chileno) y Dave Lombardo (cubano) no sean especialmente arios también debería haber ayudado en su momento, pero no ha sido hasta muchos años más tarde que han conseguido sacudirse finalmente ese estigma.
«Piece by Piece» es uno de los temas más normalitos del álbum, y sería uno de los mejores en casi cualquier otro disco. Una canción agresiva, corta, incisiva, afilada y veloz, típica de Kerry King, que se queda en medio tiempo al lado de la bestial «Necrophobic», un caos descontrolado, con riffs frenéticos y abejunos que forman un temazo increíble que me impresionó mucho en su momento. Especial mención para ese momento en que la canción se ralentiza de forma sorprendentemente natural para, en una primera instancia, transicionar inmediatamente de nuevo hacia el caos, con un par de solos histéricos y, después, dar paso al siguiente tema mediante ese motivante «Necrophobic can’t control the paranoia, scared to die» final. Brutal.
«Altar of Sacrifice» contiene otro riff icónico de Slayer. Es otro temazo de armas tomar y uno de mis favoritos de siempre. Es curioso que aun siendo frenética lo parece menos al venir después del despiporre que es «Necrophobic». Las guitarras son perfectas, el medio tiempo intermedio es impresionante, la diabólica entrada y salida de los solos es impecable, la frase «Enter to the realm of Satan» es un clásico del thrash (aunque ya habíamos escuchado algo parecido en «Captor of Sin», del EP Haunting the Chapel (1984), solo que ahí decía «I’ll take you down into the fire») y la transición hacia la lentitud pesada y opresiva del principio de «Jesus Saves» es inmejorable. Esta lentitud dura un tercio del tema, hasta que todo se transforma con dos simples golpes de caja que sirven de transición hacia el resto de la canción, muy rápida, muy punk y llena de solos disonantes. Ambos temas forman un todo indisoluble que supone otro de los múltiples puntos álgidos del álbum.
«Criminally Insane» empieza dándonos un respiro de unos segundos que nos sirve para coger aire y volver a meter la cabeza en el océano del frenetismo. Si tuviera que escoger sin pensarlo mucho el tema que menos me emociona de este álbum tendría que decir que es éste, pero la verdad es que, escuchándolo bien, la parte final me parece perfecta, así que creo que no me atrevo a afirmarlo muy tajantemente. «Reborn» es tralla burra desde el primer momento, con una estructura aparentemente sencilla, riffs motivantes a tutiplén y una línea vocal magnífica. Pero si hay un tema que me vuelve loco de todos los que no se han convertido en un clásico atemporal, este es «Epidemic». Me parece un temazo al nivel de los mejores del disco, divertidísimo e infeccioso, con riffs fabulosos y una estructura saltarina que ha influido a cientos de bandas. Como en la mayoría de temas de este disco, me fascinan los enlaces tan ridículamente naturales entre las diferentes partes de la canción, sean lentas o rápidas.
«Postmortem» es el tema más diferente que encontraremos aquí. Solemne, lento, machacón, diabólico y espectacular, con un riff que se te queda grabado a fuego. Uno de los mejores temas de este álbum y de la carrera entera de la banda. Se nota la mano de un Jeff Hanneman que siempre tuvo más consideración para la atmósfera que Kerry King, que siempre ha ido más a piñón fijo. Como en otras canciones, se mantienen en un tono constante hasta que el ritmo cambia súbitamente y empieza un divertido jugueteo entre las guitarras, para acabar llegando a la frenética parte final opresiva y feroz que desemboca finalmente en el sonido de la lluvia y en los tres golpes de batería más reconocibles de la historia del metal.
Los punteos agudos con los que empieza «Raining Blood» eran desconocidos por esos entonces en el mundo Slayer, pero se desarrollarían en «South of Heaven» y «Dead Skin Mask» para convertise en uno de sus trademarks más reconocibles. Uno de los mejores y más famosos temas de la trayectoria de la banda, quizás el que más, combina partes rapidísimas con un medio tiempo impresionante. Si algun pero se merece es el brusco enlace entre la caótica batalla entre guitarras final y el sonido de lluvia, que creo que podría haber estado un poco más trabajado. Esa sangre que llueve del cielo nos ofrece por fin el merecido descanso después de la bestialidad que hemos estado escuchando en la última media hora, y da la sensación que se recrea incluso un poco más de la cuenta, con casi 50 segundos de sonido ambiente que nos ayudan a relajar los músculos después de la tensión acumulada. Por cierto, que el juego de palabras «Raining Blood» / «Reign in Blood» me fascinó en su momento y me sigue pareciendo muy acertado y original.
Aunque se podría pensar que no, muchas de las canciones que vemos en este disco han tenido una exposición más bien limitada en los setlists de la banda a lo largo de los años. «Angel of Death» y «Raining Blood» son los dos temas que más veces han tocado en directo, y «Postmortem» también es bastante habitual, mientras que «Altar of Sacrifice» y «Jesus Saves» tienen su oportunidad de tanto en cuanto. Pero sorprendentemente, el resto no ha sonado con demasiada asiduidad. Quizás sería interesante que, estando ante una efeméride tan señalada, Slayer se decidiera a tocar el disco entero, sin parones entre temas, en alguna de sus giras a medio plazo (y aún les daría tiempo para añadir 10 canciones más al setlist sin problemas). Después de haberlos visto una decena de veces, sería un aliciente espectacular para la próxima!
En estas últimas semanas he estado escuchando y reseñando algunos discos de thrash metal, tanto de bandas antiguas como nuevas, y la mayoría me han gustado mucho, demostrando que el estilo goza de un estado de forma excelente. El Reign in Blood estaba presente en todos ellos, y su influencia en la música extrema contemporánea es incalculable. Pensad que en ese bendito 1986 salieron a la luz, entre otros, el Master of Puppets de Metallica, el Peace Sells… but Who’s Buying? de Megadeth, el Among the Living de Anthrax y este Reign in Blood, cimentando la leyenda de este famoso Big 4 del thrash metal. Todos estos álbumes son obviamente magníficos, el momento más álgido de cada uno de esas bandas (en Megadeth sería más discutible, pero en las otras 3 está más o menos aceptado que es así, y yo también estoy más o menos de acuerdo), pero solo uno de ellos representa la esencia del thrash que se ha acabado transmitiendo mayoritariamente a las futuras generaciones de bandas y de fans. Porque amigos, Reign in Blood es el thrash.
Artículo publicado originalmente en Metal Symphony Website:
http://www.metalsymphony.com/slayer-reign-in-blood-def-jam-recordings/
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.