No creo que casi ningún fan de Slayer que se precie tenga muchas dudas en aupar el Reign in Blood en la cúspide compositiva de los californianos. En escasos treinta minutos, los de Jeff Hannemann y Kerry King se llevaron por delante como un bulldozer sin frenos todo lo que pensábamos que significaba el thrash metal y el metal extremo en general, pariendo uno de los discos más jodidamente redondos e influyentes de toda la historia del género. Casi treinta y cinco años después, esta opinión continúa más que reafirmada, y todo el mundo sigue colocando ese disco como epítome indiscutible del thrash y, de paso, como uno de los momentos clave para entender lo que significa todo esto del heavy metal. Y debo decir que, en mi opinión, no es para menos.
Asumiendo pues que ese disco está totalmente fuera de concurso, el recurrente debate sobre cuál es el (segundo) mejor trabajo de Slayer suele saldarse sin un ganador claro (lo cuál, en mi opinión, es un excelente indicativo del nivel de su discografía). Nos podemos encontrar aquellos que valoran especialmente la crudeza de Show No Mercy, los que aplauden la valentía y la apertura que supuso South of Heaven e, incluso, quiénes se ven encegados por la innegable calidad de sus temas más conocidos para no valorar que, en su conjunto, Hell Awaits es un disco tirando a flojo. Pero otros muchos, entre los que me incluyo, no tienen demasiadas dudas en apostar por Seasons of the Abyss como el otro discazo redondo de la banda de la Bahía. Tanto, que personalmente lo colocaría ya no solo en esa meritoria segunda posición dentro de su brutal trayectoria, sino también muy cerca del podio global del thrash que con tanta confianza ocupa su compañero.
Aunque aún hay mucha gente (gente que supongo que no los ha escuchado con mucho detalle, todo hay que decirlo) que tiende a considerar a Slayer un grupo tirando a repetitivo e inmovilista en lo musical, lo cierto es que la banda no ha parado nunca quieta en sus constantes ansias por avanzar. Sin ni tan siquera mencionar los arriesgados devaneos que tomaron en los noventa (devaneos que personalmente me gustan mucho pero que fueron recibidos con más abucheos que aplausos por parte de sus seguidores), creo que es bastante notorio que sus cinco discos “clásicos” muestran una evolución clara: mientras Show No Mercy era tralla cruda y diabólica sin muchas más aspiraciones, en Hell Awaits complicaron un poco su propuesta alargando las canciones e incorporando ciertos elementos “progresivos” y en Reign in Blood mataron definitivamente el thrash. Y ante tal evidencia, se enfrentaron a South of Heaven levantando el pie del acelerador y abriendo su sonido a otras tonalidades sin dejar nunca atrás su esencia malévola y su personalidad única.
Este Seasons in the Abyss, por su parte, supone la culminación de todo ese camino que la banda recorrió en los ochenta. Y más allá de la excepcional inspiración compositiva que demuestran en este trabajo, lo que me flipa de verdad es ver cómo son capaces de concentrar todas las vertientes que los hicieron y los hacen tan (y tan) grandes en un solo disco: la velocidad endiablada de “War Ensemble” o “Born of Fire”, los riffacos vacilones y canónicamente thrasheros de “Spirit in Black”, “Hallowed Point” o “Temptation”, los medios tiempos de “Expendable Youth” o “Skeletons of Society”, la “balada made in Slayer” que es “Dead Skin Mask”, y el apoteósico final antémico, atmosférico y casiacústico llamado “Seasons in the Abyss”. Diez temarrales sin discusión que repasaremos con algo más de detalle unos párrafos más abajo, pero que dejan poco resquicio de duda a la hora de afirmar que estamos, probablemente y gustos aparte, ante el disco más completo y variado de toda la carrera de la banda.
Durante la década dorada del thrash metal, Slayer alcanzaron un merecido lugar de privilegio que los hizo inmensamente populares y que, ante la “suavización” en el sonido de otros gigantes del estilo como Metallica, Metallica o Testament, les ganó un respeto inmenso, militante y innegociable entre buena parte de aficionados al género. Es verdad que, como comentamos más arriba, también la banda de Tom Araya y familia había evolucionado en lo musical, pero esa evolución nunca fue a costa de una esencia diabólica que siempre siguió siendo parte integral de su personaje. Así que tras la apertura y la moderación que supuso el exitoso pero arriesgado South of Heaven, los californianos decidieron tirar por el mismo camino y seguir expandiendo su sonido de forma natural, incorporando elementos aún desconocidos que se revelaron como adiciones absolutamente acertadas a su propuesta musical.
El resultado fue todo un éxito tanto en lo artístico como en lo comercial, y la perspectiva del tiempo nos confirma que Seasons in the Abyss se ha establecido como el álbum más vendido de la historia de la banda con casi un millón de copias. No podemos obviar la caña que le metió la entonces musical y admirada MTV a los vídeoclips de “War Ensemble” y “Seasons in the Abyss”, pero la principal responsabilidad de este triunfo reside sin duda en que estamos ante un trabajo definitivo y definitorio en el que Slayer saben encontrar el equilibrio perfecto entre la caña, la accesibilidad, la consciencia y la infecciosidad. Y gracias a ello, las ya entrenadas orejas de tantos metaleros a lo largo y ancho del mundo lo abrazaron con absoluta devoción, considerándolo aún hoy como un auténtico tótem de la música extrema.
El cambio de década supuso una metamorfosis bastante drástica también en el panorama musical rockero y metálico. Los géneros en boga en los ochenta (heavy metal, hard rock edulcorado, thrash metal….) se vieron dramáticamente afectados por el auge del rock alternativo y el trasvase de fans extremos a géneros como el death o el black metal, mucho más agresivos y radicales que el viejo thrash. Casi todas esas bandas que lo petaron en los ochenta (desde Metallica a Iron Maiden o Megadeth) sufrieron crisis más o menos severas de identidad y/o de popularidad que les obligó a adaptarse, morir en el intento o sufrir una travesía por el desierto que iba a durar casi una década. Y Slayer, por supuesto, no corrieron mejor suerte. Seasons in the Abyss supone el final de su época clásica y, para muchos aficionados tirando a cerriles (una variante bastante abundante entre la fanbase de los californianos), también el final de los Slayer “de verdad”.
Porque más allá de las obvias circunstancias externas que afectaban el mundo del metal, se suele identificar este final de la época clásica de la banda con la marcha de su batería original Dave Lombardo y la posterior incorporación del infravalorado Paul Bostaph. Ese reemplazo se produjo en 1992 (poco después de la publicación del maravilloso Decade of Aggression), pero las desaveniencias entre Dave y el resto de la banda ya venían de largo. De hecho, en 1987 ya les había abandonado brevemente por primera vez tras quejarse que sus emolumentos no eran justos (la misma razón por la cuál volvió a hacerlo en 2013, esta vez de forma ya definitiva). En esta ocasión, de todas maneras, el motivo de la rotura fue que el batería cubano-estadounidense había pedido estar presente en el nacimiento de su hijo, y a última hora la banda cerró su participación en un festival que le habría impedido hacerlo. Esa decisión le hinchó las pelotas sobremanera, así que rápidamente agarró las baquetas y abandonó a la banda a su suerte durante los difíciles noventa.
En lo personal, tanto Divine Intervention como Diabolus in Musica y God Hates Us All me parecen tres discarrales tremenadamente infravalorados, pero tal y como es el caso de tantas otras bandas en esa tumultuosa época, la marcha de miembros clave como Bruce Dickinson, Rob Halford, Joey Belladonna o Max Cavalera (éste un pelín más tarde) se suele asociar con una especie de punto de inflexión en sus respectivas carreras, obviando el hecho que la tendencia de los géneros a los que pertenecían ya iban descaradamente a la baja (y las crisis galopantes a nivel de popularidad e identidad que vivieron bandas como Testament o Kreator son buen testimonio de ello). Así que la asociación de causalidad que se suele hacer entre la marcha de Dave Lombardo y el final de la época dorada de la banda me resulta un poco oportunista, más aún teniendo en cuenta que el bueno de Dave (un batería espectacular en todos los sentidos, por supuesto) no había colaborado con una sola nota a las composiciones de la banda.
Slayer es un grupo que siempre me ha flipado MUCHO, hasta el punto de haberlos considerado, durante gran parte de mi vida adolescente y post-adolescente, como mi indiscutible banda favorita. Con el tiempo, y con la de música que he llegado a conocer y apreciar, hoy en día me resulta un poco complicado escoger una sola banda a la que darle esa etiqueta, pero sin duda siguen teniendo un lugar de privilegio entre mis gustos, en mis listas de reproducción y, también, en mi pequeño corazón metálico. Echando la vista atrás, de todas maneras, es curioso observar como este Seasons in the Abyss no fue ni mucho menos un disco que escuchara demasiado en esos años formativos (diría que el que menos de todos los clásicos, e incluso por debajo de los posteriores Divine, Diabolus e incluso el directo Decade of Aggression). Por ello, de una forma u otra se trata de un álbum que he llegado a apreciar en su plenitud bastante a posteriori, y lo he hecho tanto que, a día de hoy, me parece el más inspirado de sus “otros” trabajos.
El responsable del sonido, más cercano al de South of Heaven que al de Reign in Blood, fue otra vez el barbudo y cada vez más influyente Rick Rubin. Este señor, como sabréis, se convirtió eventualmente en uno de los grandes productores del universo rock / metal, pero cuando empezó a trabajar con Slayer su carrera se había limitado a sonorizar discos de rap. La portada, como casi siempre, vuelve a ser absolutamente horrorosa, mostrando una simplista cabeza con cruces en la frente que escupe o vomita calaveras (¿o son bebés?) dentro de una especie de agujero con forma de cruz rodeado por algo que parecen ataúdes de pie con esqueletos dentro. Seguro que tiene un qué simbólico que no he entendido, pero por mucho que me guste Slayer, solo salvo la portada del Divine Intervention de la hoguera más impietosa.
Como es habitual, la responsabilidad compositiva recayó exclusivamente en las manos del dúo de guitarristas (con Tom Araya encargándose de algunas de las letras y Dave centrado en diseñar los complejos patrones de batería). Kerry King firma tanto las comedidas (y bastante parecidas entre ellas) “Expendable Youth” y “Skeletons of Society” como la interesante y culebrera “Temptation”, mientras que ambos colaboran en dos temas excelentes pero secundarios como son “Hallowed Point” y “Born of Fire”. Los grandes hitazos del disco quedan en manos del señor Jeff Hannemann, autor de casi todos los grandes clásicos de la banda (y un tío que a mí me cae bastante mejor que Kerry). Es curioso, por cierto, porque éste es el primer álbum en el que King coloca un porcentaje más o menos elevado de composiciones propias (antes se limitaba a un tema o máximo dos por disco), un número que no haría sino crecer a partir de entonces.
De este álbum han salido tres hitazos indiscutibles e imprescindibles que han merecido un lugar de privilegio en la inmensa mayoría de repertorios de la banda desde entonces (las tres están en el top 10 de canciones más interpretadas en su historia): “War Ensemble”, “Dead Skin Mask” y “Seasons in the Abyss”. La primera abre el disco con una velocidad y una agresividad endiabladas y es un pepinazo de puro thrash metal prácticamente perfecto y lleno de momentos icónicos tanto en sus fragmentos más rápidos como en los deliciosamente machacones. Dedicada a la entonces omnipresente y medíatica Guerra del Golfo, “War Ensemble” es la canción más popular de este disco y la cuarta que más veces han tocado en su historia, solo superada por clásicos tan clásicos como “Raining Blood”, “Angel of Death” y “South of Heaven”.
“Dead Skin Mask” recoge precisamente el testigo de ese “South of Heaven” (de hecho las primeras notas de su icónica melodía son exactamente las mismas) y nos presenta como sería una “balada” a los ojos de Slayer mientras explica la historia de “amor” entre el infame Ed Gein y sus víctimas (recordemos, para quién no lo sepa, que el bueno de Ed solía despellejarlas y ponerse su piel a modo de máscara). Musicalmente la tengo tan interiorizada que me cuesta valorarla, pero creo que el realismo con el que consigue expresar la oscuridad, la agonía y la maldad que se explica en la letra (gritos desesperados de una de las víctimas incluidos) es sencillamente impresionante, y certifica la fascinación de la banda cono los asesinos en serie, un tema que les encaja a la perfección.
El último hitazo eterno de Seasons in the Abyss es su tema título, un ejercicio absolutamente novedoso que les quedó a las mil maravillas y que cierra el disco con una clase magistral. Introduciendo elementos acústicos por primera vez en su carrera, esta canción consigue generar una atmósfera opresiva tan maravillosa que se convirtió casi de inmediato en uno de los cortes favoritos para los aficionados de la banda a pesar de ser una apuesta realmente arriesgada y de no ofrecer casi nada de la tralla que siempre había caracterizado todos sus trabajos anteriores. Además de su icónica intro y sus pasajes derivados, el medio tiempo vacilón que guía gran parte de la estrofa es irresistible, y el estribillo casi melódico resulta sorprendente y muestra a Tom Araya defendiéndose la mar de bien fuera de su zona de confort. En circunstancias normales, “Seasons in the Abyss” podría catalogarse fácilmente como la canción más accesible en todo el catálogo de la banda, pero hay tanta maldad en ella que esa me parece una afirmación realmente aventurada.
Pero tras esas tres puntas de lanza se esconde una serie media de un nivelazo elevadísimo que, en consecuencia, convierten a Seasons in the Abyss en el disco que la banda ha interpretado más veces en directo, por encima incluso del todopoderoso Reign in Blood. Todas las canciones que aparecen en este disco han tenido una presencia más o menos digna en directo. En un primer grupito, con alrededor de 400 interpretaciones a lo largo de estos treinta años, tenemos la trallera y punkarra “Born of Fire” y la brutal “Spirit in Black”, una de mis debilidades personales gracias a ese riff tan jodidamente afilado, sencillo, brillante y divertidísimo de tocar que colocaría fácilmente entre mis favoritos de toda la carrera de la banda.
La veloz, thrashera e intensa “Hallowed Point” (¡cómo la disfruté en el Primavera Sound de 2017!) y la opresiva, vacilona y breve “Blood Red” han sonado en casi 300 ocasiones, mientras que los temas firmados por Kerry King se colocan en el vagón de cola con unas nada despreciables ciento y pico apariciones en directo. Sin ser para nada un mal tema, más bien al contrario, es posible que “Temptation” sea el tema que menos morcillona me la pone de todo el disco, mientras que la pareja “Skeletons of Society” y “Expendable Youth” (dos canciones que me parecen sospechosamente similares) son medios tiempos directos, infecciosos y revientacuellos que nos muestran aún otra nueva vertiente más de la banda con aplastante éxito.
Porque da igual si lo escuchamos hace treinta años o si lo hacemos hoy: Seasons in the Abyss es un álbum perfecto al que soy incapaz de encontrarle ni una sola fisura y que, con toda la objetividad de la que soy capaz, coloco como uno de los discos cumbre en la historia del metal. Pero esto, chavales y chavalas, ya deberíais saberlo, ¿verdad?
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.