Escribir sobre Sôber supone viajar en busca de recuerdos lejanos, fragmentos en la memoria del corazón. Para mí, las canciones de los hermanos Escobedo contienen mil imágenes de mi infancia y mi más tierna juventud, cuando el mundo no era sino un patio de juegos infinito cuyos únicos límites eran los de mi imaginación y los que impusiesen mis padres. Escenas de largos viajes en coche en los que la voz de Carlos Escobedo contenía la promesa de un mundo que no alcanzaba a comprender, pero cuyo fulgor resultaba seductor y atrayente como un fruto prohibido. Encuentros familiares adornados por la música de Sôber y sus crípticas letras en una suerte de eterna postal cristalizada a través del eco de la melodía. Valga decir que nunca he sido un seguidor devoto del grupo, y tan solo he mirado de soslayo a parte de su discografía, en especial aquellos trabajos editados desde su retorno a la actividad. Sin embargo, algunas de sus canciones resuenan en lo más profundo de mi memoria y acompañan recuerdos que aún hoy me hacen sonreír con la alegría inocente de un niño, y esa es una deuda que me acompañará siempre. Por ello, este concierto poseía un significado especial para mí, como si marcase el final de un largo viaje que emprendí casi sin darme cuenta mucho tiempo atrás. Y de igual manera que el grupo se había reencontrado con su pasado gracias a su colaboración con la Orquesta O.C.A.S. para hacer resurgir con nuevas alas sus viejas canciones, yo me disponía revivir antiguas sensaciones para hallar nuevos placeres.
A las nueve de la noche las puertas del Teatro de las Esquinas se abrieron y comenzó el goteo constante y gradual de asistentes. Pese a que me sorprendió el escaso aforo que presentaba el recinto, pues la bien conocida fama de Sôber me hacía presuponer una expectación traducida en largas colas para acceder a las instalaciones, mis temores se fueron disipando a medida que nos acercábamos a las diez y un número cada vez mayor de personas ocupada su sitio en la pista y en las butacas del piso superior. El carácter intergeneracional de Sôber quedaba patente en el amplio arco de edades que podía apreciarse en los concurrentes, lo que daba fe de la capacidad del grupo madrileño para reinventarse y enriquecía la atmósfera reinante mientras crecía la expectación. El inusual formato de esta gira, con una orquesta completa encargada de dar vida a la sinfonía del Paradÿsso, acrecentaba la emoción de los fans ante lo que estaba a punto de acontecer y copaba las conversaciones que cruzaban el recinto y originaban una cacofonía jovial y amistosa.
El silencio, sin embargo, ocupó el amplio espacio del Teatro cuando las luces se apagaron y el sonido de una palpitante lluvia nació poco a poco. Una profunda voz surgida del interior de la tormenta dio la bienvenida a los asistentes antes de que el telón cayese y Sôber asaltaran el escenario como si hubiesen surgido de los truenos que momentos antes habían resonado. Al son de “Animal”, la atmósfera del recinto colapsó mientras el público convergía de manera instantánea en un entusiasmo avasallador que contrastaba marcadamente con la dispersa tranquilidad anterior. Tras culminar en un magnífico solo a cargo de Jorge Escobedo, los primeros acordes de “Reencuentro” consiguieron levantar una gran ovación entre los asistentes, quienes corearon la canción de principio a fin mientras Carlos entonaba con pasión esta sentimental pieza. Resultaba un espectáculo esplendoroso contemplar a la banda sobre el escenario mientras una orquesta completa se movía a sus espaldas como un enorme ser vivo. Lejos de cualquier rígida etiqueta que pudiese presuponerse, los miembros de O.C.A.S. mostraron un entusiasmo que rivalizaba con el del respetable o los propios Sôber y más de uno parecía que iba a saltar en cualquier momento de su asiento. Carlos Escobedo, quien mostró una actitud amable y muy cercana a lo largo de toda la noche, mencionó el cariño que le guardaban a Zaragoza antes de presentar “Blancanieve”, uno de los cortes más celebrados por quienes atestaban el lugar y que unió cientos de gargantas en una única voz que se movía bajo su potente ritmo.
Tras la potente descarga que había prendido en un gélido fuego el escenario, el grupo optó por reducir la presión del aire e iniciar un viaje a la “Eternidad”, esparciendo a través de su delicada melodía una melancolía dulce como el aroma de una flor marchita. El nexo que los corazones de los presentes guardaban con esta pieza resultaba aparente en las embelesadas miradas que cruzaban su rostro, absortos en la magia que se tejía ante ellos. Además, la excelente aportación de la orquesta dotaba de una carga emocional más profunda al tema bien visible cada vez que el estribillo llegaba a un éxtasis multitudinario. La capacidad del conjunto de la O.C.A.S. para mover las canciones de Sôber a nuevas dimensiones fue notoria y pudo comprobarse a lo largo de toda la velada en interpretaciones como la de “Lejos”, corte que siguió el juego y que se apoyó mucho en el sonido sinfónico para lograr un resultado trepidante que casi pudo tocar el cielo con su hermosísimo final.
A la hora de presentar el siguiente tema, Carlos tuvo un pequeño lapsus que supieron resolver con mucho humor, lo que alentó el ambiente distendido y ameno que reinaba en el Teatro. Pese a ocupar un enorme escenario ante cientos de personas, la actitud del grupo no distaba mucho de la de una banda novel que tocase en cualquier garito ante familia y amigos, y las precocinadas presentaciones que daban pie a cada tema ganaban un punto de autenticidad con ello. “Náufrago” supo tocar las teclas adecuadas para despertar la ternura en la gente antes de girar en redondo y soltar un puñetazo sobre las tablas en forma de “Cápsula”, con la que Manu Reyes se desató por completo mientras Jorge y Antonio Bernardini se movían de un lado a otro del escenario.
Con algunas bromas referentes a su edad Sôber presentaron “El viaje”, en el cual sus compañeros de la O.C.A.S. subieron decibelios para inundarlo todo con su presencia sonora mientras Carlos Escobedo realizaba una interpretación soberbia y emotiva con la que llenaba todo el espacio a su alrededor. Quizá debería haber guardado algo para después, ya que al finalizar el tema músicos y público sorprendieron al entregado frontman cantándole el cumpleaños feliz, para su sonrojo. Y nada mejor para celebrar que una atronadora dosis de “Hemoglobina” con la que devastaron el escenario. El grupo demostraba que poco importaba el tiempo que hubiese pasado desde su fundación, mantenían un gran nivel como intérpretes. Y como si quisieran demostrarlo de alguna manera se sumergieron en una potente actuación instrumental en la que dieron lo mejor de sí como músicos. Tal exhibición de talento fue la antesala perfecta para calentar el ambiente y recibir a “El hombre de hielo”, canción que en contra de su propio nombre esparció por doquier una llamarada apoteósica y supuso uno de los puntos más altos de la noche, con el público entregado de principio a fin. El afilado estribillo de “Vacío” se encargó de atravesar una y otra vez un espacio que parecía amplificarse constantemente con la música, y que alcanzó horizontes infinitos cuando interpretaron “Paradÿsso”, dedicada al fallecido Alberto Madrid: un pasaje al que resulta difícil aferrarse con palabras, dada la emotividad del momento y la soberbia actuación con la que Sôber encararon el homenaje a su antiguo compañero. Después de que abandonaran el escenario, comenzó a sonar “Estrella Polar” aunque los músicos aún se encontraban fuera de escena. Al poco rato, pudimos contemplar cómo Carlos se movía entre el público mientras sus compañeros recuperaban sus posiciones. El rostro del curtido cantante dejaba traslucir la emoción que vivía mientras sus ojos se cruzaban con la ternura, el afecto y la ilusión que embargaban los de los asistentes. Al volver a las tablas, el grupo se marcó una sorpresiva versión del “Seven Nation Army” de The White Stripes antes de lanzarse a lo bestia con “No Perdones” y su acerado feeling. “Arrepentido”, una de las canciones más queridas por los oyentes, hizo temblar el Teatro de las Esquinas bajo su inmensa sombra antes de sorprender de nuevo a Carlos, esta vez sacando un pastel de cumpleaños para que pudiese celebrar adecuadamente sus 44 años recién cumplidos. Tal vez a modo de regalo, tocaron de nuevo una aplastante pieza instrumental que ensamblaron con “Mis cenizas”, un tiro limpio y certero al rendido público.
Si en esos momentos el concierto hubiese llegado a su fin, tal vez podría haberme dado por satisfecho al haber asistido a un show sublime y escuchado algunas canciones de enorme impronta. Pero el desenlace iba a rubricarse con dos sellos que prendiesen fuego a todo y a todos: “Diez años” y “Superbia”. Latidos de un corazón que se desbocaban al correr hacia la consumación de una noche funda en el tejido de la magia y los sentimientos, y que como los martillazos que caen sobre el último clavo, se detuvo bajo las acometidas de Jorge Escobedo, quien en un arrebato de paroxismo destrozó su guitarra a golpes para dar por finalizado el espectáculo. Aunque sus compañeros optaron por quedarse un poco más y compartir las últimas despedidas con aquellos que deseaban que aquello no acabase. Pero los conciertos no han de durar eternamente, pues en ese caso no podrían convertirse en los hermosos recuerdos que nos acompañan en el largo trayecto. Yo pude proporcionar a los míos un nuevo espacio al que asirse y vivir, y siempre podré volver a ellos para sentir la emoción de una noche en la que la memoria se hizo libre y voló lejos.
Hacia donde habita el corazón.
Setlist Sôber:
Intro
Animal
Reencuentro
Blancanieve
Eternidad
Lejos
Náufrago
Cápsula
El Viaje
Hemoglobina
El hombre de hielo
Vacío
Paradÿsso
Estrella Polar
No perdones
Arrepentido
Mis cenizas
Diez años
Superbia