«¡La música es un dios, lo digo yo!»
En la estela del auge del rock alternativo en España durante los primeros años de la década de los 90, Sobrinus irrumpió en la escena musical, llevando consigo la etiqueta inicial de ser los «Primus españoles». Aunque la sombra de la influencia de la banda de Les Claypool era innegable en la música de este trío madrileño, pronto quedó claro que su paleta musical era más amplia, revelando una identidad propia. Sin embargo, la etiqueta persistió, afectándolos de manera superficial pero lo suficientemente profunda como para experimentar un cierto ostracismo, reflejando el destino común de muchos referentes en la escena musical local.
Originarios de Móstoles, Sobrinus estaban formados por Sidney Gámez (voz y guitarra), Javier Fernández (bajo) y Roberto Lozano «Loza» (batería). Su debut homónimo de 1996 mostró un nivel técnico excepcional, alimentado por su perfeccionamiento constante durante sus múltiples actuaciones en directo. A pesar de su buena acogida, la etiqueta persistente y su humor irónico en las letras los mantuvieron en una posición que necesitaba consolidación.
Zapin’ (1998), su segundo álbum, fue un esfuerzo ambicioso que oscilaba entre la consagración y el hundimiento. A pesar de un sonido más contundente y una promoción considerable, el álbum no logró el impacto deseado. Cambios en la formación siguieron en los albores del nuevo milenio, con David Parrilla reemplazando a «Loza», quien años más tarde se uniría a Rodrigo Llamazares (Super Skunk) y Miguel Lancha «Flecha» para dar forma a los geniales pero efímeros Zia.
A pesar de su continua actividad en directo, la falta de apoyo discográfico llevó a la autoedición de su tercer LP, el que aquí nos ocupa, 13 muecas compiladas, publicado en una fecha por mí desconocida del año 2003; por más que lo he buscado, no he dado con la tecla, así que este artículo sale hoy, de igual forma que podría haber salido hace cuatro o seis meses. Este álbum recopila canciones de sus directos y de algunos singles, exhibiendo un sonido más maduro a la vez que contundente.
El disco, lanzado cinco años después de Zapin’, marca el fin del camino para Sobrinus. Aunque conserva sus características fundamentales, el sonido ha evolucionado hacia una madurez bastante perceptible. «La noche me domina» es quizá su tema más célebre, y quizá uno de los más conocidos de toda su discografía. Esta canción cuenta con un ritmo vigoroso, especialmente su adictivo riff de guitarra, subiendo las revoluciones marcadas por la pieza que abre este trabajo, «La loba». Las letras sugieren una exploración de temas nocturnos, respaldadas por una instrumentación dinámica y la voz distintiva de Sidney Gámez.
«A veces pongo la noche en duda
Y a su sabor
Desnuda no parece tan segura
De su color
A veces pongo la noche en duda
Y a su sabor
Desnuda ya duda de su color
Tanto que a veces se le olvida»
La número cuatro, «La música es un dios», cuenta con la colaboración notable con Josele Santiago de Los Enemigos. Se trata de una canción en la que destaca la diversidad musical de Sobrinus. La fusión de estilos, desde el rock hasta elementos más experimentales y funk, se unen en un himno que rinde homenaje a la música como una entidad divina. En cambio la que le sigue, «Reina de la miel», la más breve de este trabajo, baja la intensidad tan característica de Sobrinus, pero solo por momentos, pues la cosa se eleva cuando llegan los estribillos.
En el medio tiempo «Hit», la banda introduce scratches, que contrasta con la potencia de la que le sigue, «Ya no soy un pez». Con un título la mar de intrigante, la canción continúa la exploración lírica única de Sobrinus. La instrumentación se diversifica, mostrando una habilidad para cambiar de registros dentro de la misma pieza. Aquí manda el slap. «Quiérete» cuenta con un tono más introspectivo. Estas tres piezas son reinterpretaciones de temas contenidos en La vida resulta, single publicado por la banda tres años antes. Mientras que nuevas adiciones, como «Saber no ocupa lugar», muestran la diversidad lírica del grupo, desde la hilaridad hasta retratos detallados de personajes, como es el caso de «Puro macho», que mantiene la energía característica de la banda, con unas guitarras contundentes y los ritmos más dinámicos de todo el trabajo.
Una breve interrupción en la secuencia, «12» sirve como un respiro, por todo lo alto y a ritmo de funk metal, antes del final del álbum. El trabajo se cierra con «Si me escuchas», una pieza que, con pasajes acústicos y cadencias reggae salpicadas de electrónica, abre una perspectiva más pop para Sobrinus. Esta paradoja se convierte en un punto de inflexión intrigante, sugiriendo una dirección más digerible para un público más amplio. El álbum, en retrospectiva, se presenta como un testimonio final de la evolución y la diversidad de Sobrinus antes de separarse.
13 muecas compiladas, que en realidad son 14, pues en ediciones posteriores se añadiría «El rock no basta», un enérgico y poderoso tema instrumental, demuestra la diversidad musical y lírica de Sobrinus, consolidando su legado como una banda única y ecléctica en la escena musical española. A lo largo de estas trece muecas, la banda ofrece una experiencia auditiva que abarca desde lo enérgico hasta lo reflexivo, dejando una marca distintiva en su último trabajo antes de su disolución a inicios de 2005, coincidiendo con el décimo aniversario desde sus primeros ensayos.
¿El mejor disco del mejor grupo de rock de nuestro país? Para mucha gente, por méritos propios, lo es. Cómo me hubiera gustado haber podido catar su continuación… una verdadera lástima.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.