Sodom – Masquerade in Blood: 25 años de uno de los puntos más bajos de la carrera de los alemanes

Ficha técnica

Publicado el 1 de junio de 1995
Discográfica: SPV GmbH / Steamhammer Records
 
Componentes:
Tom Such (Angelripper) - Voz, bajo
Dirk Strahlmeier (Strahli) - Guitarra
Guido Richter (Atomic Steif) - Batería

Temas

1. Masquerade in Blood (3:19)
2. Gathering of Minds (4:16)
3. Fields of Honour (3:23)
4. Braindead (2:29)
5. Verrecke! (2:49)
6. Shadow of Damnation (2:57)
7. Peacemaker's Law (3:24)
8. Murder in My Eyes (2:37)
9. Unwanted Youth (3:33)
10. Mantelmann (2:10)
11. Scum (5:24)
12. Hydrophobia (3:23)
13. Let's Break the Law (2:56)

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Supongo que poca gente debe tener este Masquerade in Blood como uno de sus discos favoritos de Sodom. Tampoco yo, la verdad, y de hecho si me basara puramente en la calidad de este trabajo no creo que me hubiera animado a escribir sobre él. Pero este fue el álbum con el que conocí al mítico trio alemán en mi tierna e impresionable adolescencia, y aunque no lo escuche ni mucho menos a menudo (ni al disco ni al grupo, en realidad), es inevitable que le tenga un poco de cariño a pesar de su manifiesta y, a veces, insoportable irregularidad. Así que al verlo ahí, abandonado a su suerte en nuestro Excel de aniversarios, me he sentido casi obligado a pegarle un nuevo orejazo que me ayudara a dejar algo para la posteridad.

Y bueno, la verdad es que mentiría como un bellaco si dijera que estas nuevas escuchas me han dejado especialmente impresionado. Y eso que su tema título, al igual que me ocurrió al descubrirlo por primera vez y también en cada ocasión que suena en alguna de mis listas random (es el único corte del disco que he tenido siempre incorporado a mi imaginario sonoro), me sigue pareciendo más que notable. Pero tras él se esconde un pequeño caos de estilos y sonidos que no recordaba en absoluto pero que, a pesar de haber cosas aquí y allí de las que disfruto con facilidad, en demasiados momentos adolece de la coherencia y la inspiración necesaria para no levantar un poco la ceja.

Es cierto que estábamos en plenos noventa, década en la que el thrash metal vivía sus momentos más críticos. La mayoría de bandas que habían arrasado con el mundo unos pocos años antes se encontraban ahora deambulando sin rumbo fijo. Algunas habían perdido a buena parte de sus miembros clave, mientras que otras no tenían claro ni qué estilo abrazar. Solo hace falta mirar a sus propios compañeros de big 4 teutónico: por esos tiempos, Kreator estaban dudando entre el metal industrial de Renewal y el groove metal de Cause for Conflict (ambos discazos, en mi opinión), mientras que Destruction solo fueron capaces de sacar un solo disco (el… “curioso” The Last Human Cannonball) en toda la década. Tankard no cuentan, eso sí, porque al haber hecho más o menos lo mismo durante toda su carrera no hay lugar para ningún tipo de crisis de identidad.

A pesar de todo lo que les rodeaba, Sodom no se escaparon demasiado del thrash durante esos años, y si lo hicieron fue solamente a base de matices bastante naturales. De hecho, los alemanes nunca se habían mantenido del todo inmóviles en este sentido, habiendo transicionado ya de su su proto black metal primigenio de espíritu punkarra al thrash metal con el que se hicieron grandes a finales de los ochenta, así que la incorporación de elementos de death y de groove metal en este disco no sorprendió demasiado a nadie. Más que la variedad de estilos, algo que no me parece en absoluto negativa, lo que me chirría de Masquerade in Blood es la calidad de algunas de las canciones que parecen hechas atropelladamente y sin pensárselas demasiado y, sobre todo, la flagrante inconsistencia a nivel de sonido.

Yo tampoco era del todo consciente que estuviera en tan mala consideración, pero casi todas las listas de esas que trufan internet y que llevan por título “All Sodom albums ranked from worst to best”, colocan este disco en su parte más baja, cuando no directamente en último lugar. Lo cierto es que no soy del todo capaz de valorar si estoy de acuerdo con una afirmación tan tajante, ya que hay un buen puñado de discos de los germanos que jamás he escuchado, pero lo que sí que tengo claro es que entiendo perfectamente el porqué este Masquerade in Blood no ha pasado ni pasará a la historia del género. Lo que sí que llama la atención es una portada con muchos detalles y muy en la onda de otros clásicos del thrash y del death metal de la época en la que algunos líderes políticos suelen verse vilipendiados por la mascota de la banda de turno. En este caso la víctima, como no, es el entonces canciller alemán Helmut Kohl, que se ve arrastrado y sujeto por el habitual Karrenheinz junto a otra figura relevante de la política continental del momento como es el líder ruso Boris Yeltsin.

Durante esa época, quiénes acompañaban al capo Tom Angelripper (encargado como siempre de la voz y del bajo) para completar el line up de la banda fueron dos chavales que tuvieron una estancia más que breve: el guitarrista Dirk Strahlmeier (más conocido por su apodo, “Strahli”, y que iba a fallecer víctima de una sobredosis pocos años después) solo estuvo Sodom durante la grabación de este disco, mientras que el batería Guido Richter ya había participado en el anterior Get What You Deserve pero también acabó haciendo las maletas al poco tiempo de publicar este Masquerade in Blood. Curiosamente, a partir del siguiente ‘Til Death Do Us Unite (otro disco que no es precisamente para tirar cohetes), el line up de la banda se estabilizó por primera vez en toda la carrera su banda gracias a la entrada de Bernd «Bernemann» Kost a la guitarra y de Bobby Schottkowski a la batería, formando así una unidad que se mantuvo firme e inalterable hasta 2010.

Ya hemos dejado claro que este disco no es precisamente un pináculo del metal germano, pero a pesar de ello a mí el tema título me sigue pareciendo un temón. El thrash sucio y característico de la banda se tiñe aquí con un poquito de incipiente groove metal y con algunos elementos del death europeo que lo empezó a petar unos años atrás y que, a pesar de entrar quizás un poco a destiempo, me resultan bastante interesantes. Tanto los riffs como la alternancia de líneas vocales me parecen notables y llenas de energía y groove, hasta el punto que creo que he vivido toda mi vida teniendo este disco en mayor estima de lo que quizás se merece por culpa de asimilarlo demasiado con este tema, a la postre el único que ha sido relevante en mi historia musical.

El riff inicial vacilón de “Gathering of Minds” tampoco está del todo mal, y en general diría que esta canción tan cercana al death metal se salva de la quema a pesar de contener algunos cambios un poco raros y de no tener nada que la haga ascender a un nivel verdaderamente especial. Los amantes de Motörhead estarán de enhorabuena con “Fields of Honor”, un tema cuya escucha seguro que enorgulleció a Lemmy y los suyos porque podría estar perfectamente en cualquiera de sus discos. Es verdad que los de Angelripper nunca han escondido en absoluto su admiración por los británicos, y por ello su trayectoria está repleta de homenajes descarados a la banda del señor Kilmister. En todo caso, y si dejamos de lado la falta de originalidad, se trata de una canción fácilmente disfrutable. Así que oye, de momento ni tan mal.

“Brainded” es trallera, violenta y veloz. No es para nada terrible y el estribillo mola, pero en general peca de caótica y una vez más le falta ese algo que lo convierta en algo más que un tema simplemente pasable. “Verrecke!” (al igual que un “Mantelmann” que nos encontraremos unas pistas más adelante) es un repetitivo y festivo himno punk cantado en alemán en el que o bien no hay guitarras o bien no se oyen en absoluto (por desgracia lo que ocurre en realidad es lo segundo). Esa discordancia sónica pone de manifiesto el que para mí es el gran pecado de este disco, que es que en demasiados momentos da la sensación que no hay ninguna continuidad apreciable en la producción, como si algunas canciones se hubieran grabado en sitios distintos y no se hubieran tomado la molestia de hacer que sonaran todas igual.

Aunque estos primeros temas podrían ser más o menos aceptables, a medida que avanza el disco la cosa se dispersa más y más. El punk y el hardcore más directo continúan con “Shadow of Damnation”, un corte que aún da bastante el pego, mientras que el heavy clásico y saltarín con cierto aire a los Anthrax más juveniles y alegres nos aborda a través de la divertida “Peacemaker’s Law”. A partir de su extraño final con petardazo cutrillo incluido se empieza a poner de manifiesto la evidencia de que no hacía falta empaquetar hasta trece canciones en este trabajo, y la fatal “Murder in My Eyes”, con su bajo extrañamente distorsionado, su inexplicable ecualización y su falta general de inspiración empieza a abrir la veda que nos iremos encontrando de aquí hasta el final, con cierres abruptos, momentos prescindibles y cambios aparentemente improvisados a punta pala.

El energético estribillo hardcoreta de “Unwanted Youth” está bastante bien pero tampoco llega a tapar las demás miserias de este tema, mientras que la ya mencionada “Mantelmann” suena como si fuera una maqueta sin ningún tipo de correlación con el resto del disco. Si nos la miramos con benevolencia, le perdonamos este “pequeño” detalle y nos intentamos ubicar en medio de alguna fiesta de Casa Okupa medio etílica, quizás podemos llegar a disfrutar de su simplicidad punk, pero me sigue resultando inexplicable que sonando así pinte nada en el conjunto del disco. Su final abrupto, raro y cutre da lugar a la vuelta del groove de la mano de la dolorosa e innecesariamente larga “Scum”. Ese riff más moderno tiene su cosa (ya veis que me lo estoy intentando mirar con buenos ojos) pero tanto la producción como los cambios aparententemente aleatorios y los pasajes precipitados y cero trabajados son tirando a horribles e indignos de una banda que, a esas alturas, ya se había labrado un nombre en el panorama metálico europeo y llevaba siete discos a sus espaldas.

Llegamos ya (por fin) a la recta final con una correcta “Hydrophobia” que vuelve a tener una producción totalmente distinta a la que escuchábamos en los últimos temas y que, a pesar de simplorra y no necesariamente brillante, al menos mantiene un groove divertido y está formada por una serie de partes que no son un despropósito. La cosa acaba con “Let’s Break the Law”, una versión aparentemente aleatoria de la banda de punk inglesa Anti-Nowhere League que tampoco pinta demasiado aquí pero que, como versión punk con toques sucios, resulta moderadamente aceptable a pesar de que, a la hora de la verdad, no hace más que cerrar el disco de una forma tan poco memorable como realmente se merece.

Siempre me gusta pegarle un vistazo a setlist.fm para comprobar si un disco en concreto ha tenido impacto o no en la carrera de una banda. En este caso, y aunque entiendo que los datos referentes a Sodom no serán tan completos como los de bandas más grandes (no hay información, por ejemplo, de la propia gira de presentación del álbum en 1995), lo cierto es que este Masquerade in Blood no sale precisamente bien parado de esa prueba del algodón: sólo el tema título ha tenido algún tipo de presencia (absolutamente testimonial) en los repertorios de las dos últimas décadas y media, siendo con ello el disco que ha gozado de menos protagonismo de los quince que han llegado a publicar a lo largo de su carrera. Así que aunque mi veredicto retrospectivo es que este disco dista mucho de ser ninguna maravilla pero aún así hay cositas que se salvan, el juicio de la propia banda es aún más severo. ¿Y quién soy yo, pobre de mí, para contradecirlos?

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Sobre Albert Vila 954 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.