Los islandeses Sólstafir han conseguido con los años algo que no es en absoluto fácil: hacerse un hueco incondicional en el corazón tanto de sus fans más veteranos como en el de los muchos que los van descubriendo disco tras disco. Si aún no tenéis el placer de haber disfrutado de su música, no me queda sino recomendaros que los escuchéis, ya no solo por el hecho de que son una bandaza realmente especial, sino también porque definir lo que hacen con palabras es bastante complicado. Podríamos intentar decir que vienen de una especie de black atmosférico que con los discos ha ido quedando atrás en favor de una personal mezcla de shoegaze, progresivo, post, ambient, rock y americana, y aún así no seríamos fieles a la realidad. Yo no etiquetaría lo que hacen hoy en día como metal, ojo, pero no dudo que casi cualquier fan del metal abierto de mente se puede enamorar de esta banda como lo hemos hecho tantos otros antes. Sea como fuere, e independientemente de lo que sea que hacen, lo que es indudable es que todos sus discos hasta el momento se pueden contar como pepinazos, y Berdreyminn no es ninguna excepción.
A parte de proponernos una música adictiva y personal, otro de los puntos con los que el cuarteto liderado por Addi Trygvasson te atrapa irremediablemente es su poderosa, icónica y atractiva imagen, tanto a nivel personal como en todo lo que gira alrededor de sus vídeos, portadas e iconografía en general. Si ellos como personas y personajes dan la impresión de duros y solitarios forajidos, irremediablemente elegantes y curtidos por la crudeza de los vientos islandeses, también la imagen de sus portadas, sus directos y sus videoclips está cuidada hasta el último detalle, siempre alineada con lo que la banda quiere transmitir en cada momento. Así como el anciano curtido y ventoso que servía de carta de presentación de su anterior Otta (2014) evocaba una fría y abrupta hostilidad, el paisaje suave y difuso que ilustra la portada de Berdreyminn nos introduce a su disco más calmado y atmosférico por el momento, con las guitarras bajando su tono y cediendo protagonismo en muchas ocasiones a matices más delicados que nunca. Quizás alguien echará en falta algo más de fuerza en una primera escucha, pero creo que a medida que se asimile el disco se verá que la propuesta de Sólstafir sigue siendo igual de potente aunque los medios para conseguirlo hayan variado un poco. Así que no os penséis que estamos ante ningún tipo de cambio radical: Sólstafir sigue siendo una de las bandas más interesantes y originales del panorama rockero actual, y tan solo han dado un paso más en un camino que siempre ha estado inequívocamente comprometido con la melancolía y la sensibilidad.
De la misma manera que es complicado definir su música, también es bastante complicado explicar como son sus canciones sin caer en postulados inciertos y manifiestamente injustos. Para empezar, la misma estructura se repite prácticamente tema tras tema: en unos primeros minutos, inicios muy tranquilos y atmosféricos a base de piano, cuerdas, coros o alguna guitarra en segundo plano dando soporte a la melosa y eternamente dolorida y preocupada voz de Addi; más adelante, cambios de ritmo y tono incorporando un riff rockero sencillo y tranquilo; y para acabar, pequeños apoteosis que nunca acaban de desmadrarse del todo. Esto, dicho así, vendría a significar que todas las canciones son parecidas. Y si bien ante un frío análisis quizás lo son, a la hora de la verdad no lo son en absoluto. Hay un hilo conductor de melancolía y de solitud, de tristeza y de esperanzadora valentía sobre el que el disco transcurre sin ninguna prisa y con remarcable fluidez durante casi 60 bonitos minutos que acaban por hacerse incluso cortos, y si bien todo toma un sentido más amplio escuchado en su conjunto, los matices y las sensaciones que emanan de cada tema son únicos y perfectamente diferenciables.
La inicial «Silfur-refur» es un tema ligeramente más directo que lo que veremos en el resto del disco, quizá más cercano a lo que nos ofrecieron en Otta, y una elección muy adecuada para empezar este trabajo donde lo dejaron tres años atrás. Cuando lo escuché como adelanto del disco fue un tema que me encantó, pero ahora, pareciéndome aún excelente, creo que palidece un poco ante lo que se nos avecina. Sin ir más lejos, «Ísafold» me parece uno de los cortes más brillantes del disco, y probablemente se trata de mi favorito a día de hoy. El tema más corto del álbum es evocador en espíritu, cuenta con un simple riff ochentero y una interesante y progresiva línea de bajo que me recuerda un poco a Riverside, resultando muy pegadizo e irresistible dentro de su repetitiva sencillez. «Hula» es otra dulce maravilla. Uno de los temas más atmosféricos y delicados del disco, con gran protagonismo para pianos etéreos y coros, tanto masculinos como femeninos, que lo acercan un poco a propuestas como la de los franceses Alcest. Aquí no hay casi guitarras más que para aportar alguna textura muy de fondo, e incluso el final alcanzamos un potente éxtasis apoteósico sin necesidad de recurrir a ningún tipo de distorsión, solo subiendo progresivamente el tono de la voz y dando más intensidad a unas cuerdas que han ido creciendo poco a poco de forma casi inadvertida. Precioso.
«Nárós» y la bellísima «Hvit Sæng» continúan alargando este impecable inicio de disco siguiendo las estructuras habituales: un inicio muy calmado, melódico y atmosférico, con protagonismo especial para los suaves y melancólicos lamentos vocales de Addi. Más o menos súbitamente, aparece un riff directo, poderoso, rockero y motivante, con un bajo firme y distorsionado sobre el que cabalga una subida de ritmo y de tempo, mucho más dinámico y machacón, desembocando en un crescendo continuo y repetitivo que, esta vez sí, se ayuda en las guitarras y en la batería para construir un final apoteósico. Dos temas que se sirven una estructura parecida para alcanzar resultados muy distintos y reconocibles. El viaje continúa a lomos de «Dýrafjörður», en el que una bella melodía de piano nos introduce por bosques fríos y brumosos sin llegar a dejar que escapemos nunca de su tono lento y ondulante, a pesar de que por momentos se añaden múltiples capas de guitarra y se adivinan intentonas de lanzarse a por algo más potente. «Ambátt», la canción más larga del disco por pocos segundos, empieza con unos coros frondosos e irreales y contiene más elementos estrictamente progresivos que ningún otro tema, con melodías casi pop, una luminosidad inusitada y un tímido crescendo final. Para acabar nos queda otro de los grandes momentos del disco. «Bláfjall» es el corte más épico y «agresivo» de Berdreyminn, con órganos solemnes, melodías vocales que pueden recordar a Kvelertak, guitarras inesperadamente metaleras, un bajo omnipresente y unas gotas de actitud punk.
Berdreyminn, como suele ser habitual en esta banda, es un disco que va mucho más allá de las canciones y que consigue, como tampoco es ninguna sorpresa en ellos, que nos sumerjamos por completo en una atmósfera honesta, explícita y adictiva. No sé si se trata de su mejor trabajo hasta el momento, muy probablemente no, pero en todo caso no está muy por debajo de ningún otro, apuntándose otra muesca en el catálogo de éxitos incontestables que los islandeses han ido acumulando durante su envidiable trayectoria. La única vez que he tenido la oportunidad de verlos en directo fue en ese invento llamado Be Prog! The Madness Day que los chicos de Madness! Live se sacaron de la manga hace un par de años, juntando en el Apolo barcelonés un cartel imponente con Riverside, The Ocean, Mono y los propios Sólstafir, que se marcaron un concierto elegante, fluido y totalmente impecable. A la espera de que presumiblemente anuncien una gira por salas para este otoño que esperemos que pase por aquí, ya hemos tenido una primera visita en la pasada edición española del Download Festival, presentando sus temas combatiendo con el bochornoso calor de las tardes madrileñas.
Artículo publicado originalmente en Metal Symphony Website: http://www.metalsymphony.com/solstafir-berdreyminn-season-of-mist/.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.