Max Cavalera, una leyenda viviente del metal y una de las figuras más influyentes en la historia del género, regresó a Barcelona con su imponente banda, Soulfly, para ofrecernos una noche inolvidable en la sala Salamandra de L’Hospitalet de Llobregat. El motivo de su visita no era otro que la presentación de su más reciente trabajo discográfico, Totem (2022), un álbum que ha sido aclamado por su potente energía y el retorno a las raíces tribales que han caracterizado la carrera de Cavalera.
La velada comenzó con la actuación de Heleven, una banda granadina de metal progresivo que logró captar la atención del público con su combinación de complejas estructuras musicales y atmósferas envolventes. Su destreza técnica y capacidad para fusionar la agresividad del metal con elementos melódicos y experimentales los convirtieron en una grata sorpresa, calentando motores para lo que prometía ser una noche explosiva.
Sin embargo, no todo fue perfecto en la jornada. La gran decepción de la noche vino de la mano de Lecks Inc., quienes con su propuesta de metal industrial no lograron conectar con la audiencia. Su sonido, demasiado artificial y carente de la fuerza orgánica que se espera en un directo, dejó una sensación de frialdad en un público que claramente esperaba más de ellos.
Heleven
La tarde arrancó con una Salamandra aún poco concurrida, lo que permitió a los primeros en llegar disfrutar del sonido contundente y técnico de Heleven en un ambiente más íntimo. Aunque desconocía a la banda granadina hasta esa noche, rápidamente me atraparon con su potente propuesta y su habilidad para dominar el escenario. Desde los primeros acordes, se podían sentir claras influencias de titanes del metal como Gojira e incluso destellos de la complejidad progresiva de Opeth, lo que añadió una capa extra de interés a su actuación.
Higinio Ruiz, frontman y guitarrista de la banda, impresionó con su presencia escénica y su capacidad para alternar entre distintos registros vocales. Personalmente, encontré que su voz gutural tenía un impacto mucho más potente y visceral que los pasajes más limpios, aunque estos también aportaban una variedad interesante a su actuación. Sin embargo, me hubiera gustado que su guitarra se escuchara con mayor claridad durante los solos, ya que en ocasiones el sonido se perdía un poco entre la densidad de la mezcla.
A pesar de este pequeño inconveniente, Heleven logró ofrecer un concierto sólido y disfrutable, logrando que la sala, aunque no llena, vibrara con sus ritmos variados y su enérgica ejecución. Sin duda, dejaron un gran sabor de boca y, tras ver a la siguiente banda, su actuación destacó aún más en comparación.
Lecks Inc.
Lecks Inc. subió al escenario en un momento en que la sala Salamandra ya estaba mucho más concurrida, con la gente que había llegado tarde llenando poco a poco el espacio. Sin embargo, lo que recibieron a cambio fue una actuación que dejó a muchos atónitos, y no en el buen sentido. Desde el primer momento, el concierto de los franceses arrancó de manera fría y caótica, dando la impresión de que la banda estaba completamente desorientada.
Los ritmos de bombo electrónico pregrabados se mezclaban de forma confusa con los golpes de la batería en vivo, cuyo batería parecía perderse en varias ocasiones. A esto se sumaban segundas voces y coros pregrabados que contribuían a la sensación de desorden, mientras la bajista miraba a su alrededor con evidente desconcierto, como si lo que escuchaba no coincidiera con lo que debía tocar. Esta descoordinación creó un ambiente incómodo tanto para la banda como para el público.
Incluso me atrevería a decir que en algunos momentos el vocalista parecía estar haciendo playback, aunque no puedo afirmarlo con certeza. Sin embargo, cuando un espectáculo incluye tanto material pregrabado, se vuelve difícil distinguir qué partes están siendo interpretadas en vivo y cuáles no. Esto generó una desconexión entre la audiencia y la banda, dejando una sensación de falta de autenticidad que empañó la experiencia.
Aunque hacia el final de su set Lecks Inc. logró mejorar algo en cohesión y ejecución, el daño ya estaba hecho. El mal sabor de boca persistió, como si hubiera presenciado a los Milli Vanilli del metal, una comparación que refleja la desilusión de esperar una actuación en vivo y recibir algo que se sentía más como un espectáculo prefabricado.
Soulfly
Todo lo anterior quedó rápidamente en el olvido en cuanto Soulfly tomó el escenario. Max Cavalera, una vez más, demostró por qué es una leyenda del metal, ofreciendo una auténtica lección de cómo se debe hacer un concierto. Desde el primer instante, se notaba que tanto él como el resto de la banda estaban altamente motivados, y esa energía contagió a todos los presentes. Su hijo, Zyon Cavalera, dejó claro que el talento corre en la familia, desplegando una potencia descomunal desde la batería.
La banda abrió con «Back to the Primitive», y desde el primer acorde, Max no dejó de moverse por todo el escenario, algo que me sorprendió gratamente, ya que en la última ocasión que lo vi, su presencia fue más estática. Es evidente que su forma física ha mejorado considerablemente; aunque su voz revela un poco el inevitable paso del tiempo, Cavalera sigue siendo una fuerza imparable en el escenario. El setlist estuvo compuesto mayoritariamente por temas de los primeros álbumes de Soulfly, con solo dos canciones de su nuevo trabajo, Totem. Esto hizo enloquecer a los fans, que no dejaron de saltar y destrozarse en el circle pit. Temas como «Bleed», «Prophecy» o «War, Fire, Blood, Hate» son auténticos himnos que elevan la adrenalina al máximo; si esas canciones no te hacen hervir la sangre, entonces es probable que estés muerto por dentro.
Un momento destacado de la noche fue cuando Richie Cavalera subió al escenario para interpretar «Bleed», asumiendo el papel de Fred Durst en una colaboración que electrificó aún más a la multitud. Toda la sala Salamandra vibró al unísono con la poderosa despedida de Soulfly al son de «Eye for an Eye». La audiencia saltaba y aplaudía con una energía inagotable, despidiendo a la banda con una ovación ensordecedora.
Al final, me quedé con ganas de más, deseando que Max Cavalera vuelva a Barcelona, quizás con Cavalera Conspiracy, para seguir disfrutando de su imparable legado en el metal.
Ex bajista, ex cantante (más que cantar gritaba), fotógrafo apasionado, adicto a la música. Rock en la sangre desde que nací, amante del metal desde que escuche Barón Rojo en el 84/85, loco por el thrash desde que escuche a Slayer con 13 años y loco por el punk y el hardcore y de esa energía brutal que desprende en directo. Fotógrafo y redactor (a veces) en Science of Noise