Hace ya más de medio siglo que nació el heavy metal; unos tales Black Sabbath tuvieron la culpa. Desde entonces, a lo largo de más de cinco décadas, han ido naciendo y evolucionando innumerables subgéneros abarcado innumerables tópicos y temas. Y hoy, encarando ya la recta final del año 2022, yo pregunto: «¿Cómo es que estoy escuchando un álbum de metal extremo ambientado en un macabro y pérfido Far West?» La verdad es que, en ocasiones -casi siempre, diría yo- es mejor no preguntarse el porqué de las cosas y dejar que lleguen a ti, así, de sorpresa. Y eso es lo que me ha sucedido con este Deathwestern (2022) de la banda de Las Vegas Spiritworld. Este, amiguetes, es el álbum que seguramente no sabías que necesitabas en tu vida.
Pongámonos serios: los temas medievales y fantásticos han sido relegados al olvido. El power metal tiene cubiertas todas las guerras históricas importantes, desde tiempos inmemoriales. El folk metal ha glorificado a todas las tribus conquistadoras de todas las culturas. Pero, ¿dónde están los vaqueros del death metal? Pues, como no, están en el glorioso estado de Nevada. Deathwestern es una oferta implacable y MUY necesaria de thrash metal, hardcore e imágenes espeluznantes empapadas de sangre de revistas pulp de los años 30 y 40. Este segundo trabajo, tras su exitoso Pagan Rhythms (2020), está impregnado por la visión apocalíptica del oeste americano del cantante y multiinstrumentista Stu Folsom. Basta con que te pongas el primer tema (bueno, el segundo, que el primero es una especie de intro) para darte cuenta de que estos tipos llevan mamando los riffs de Slayer y Pantera desde la cuna. Haciendo un símil al más puro estilo Far West: Deathwestern es la banda sonora que sonaría en un bar de Bandera, Texas mientras una banda de sanguinarios pistoleros luchan contra una horda de demoníacos Deadites que lanzan tomahawks a modo de riffs.
Este álbum está lleno de pura energía. Los surcos, desde el primero hasta el último, son imparables. Las guitarras solistas son explosivas como lo eran en los trabajos de los primeros Megadeth. De hecho, buscando una comparación más actual, me vienen a la cabeza Power Trip. Los riffs, aunque es ocasiones un tanto repetitivos, suelen resolverse con épicas melodías y homenajes constantes a Slayer. Las voces son lo suficientemente duras como para dotar al álbum de un sólido y descarado tono de thrash viciosamente death. Se abre, como decía más arriba, con un tema instrumental típicamente Western, «Mojave Bloodlust», que afortunadamente es la única apariencia de influencia country-Western. Y tras la calma, comienza un headbanging que se alarga más de 30 minutos, pues el resto del álbum es non-stop death/thrash metal. Tenemos una simbiosis exitosa y ganadora de pistas vertiginosas como «Moonlit Torture» -en la que colabora Dwid Hellion, músico y artista visual interesado en el horror y lo oculto, más conocido por ser el vocalista y único miembro constante de la banda de hardcore Integrity– o «Crucified Heathen Scum». Un total de 11 temas con dos únicas pegas: 1. Que se te hacen cortos y, 2. Ese riff machacón tan Slayer que tienes la sensación de escuchar cada dos por tres. Pero, si bien uno lamenta que estemos ante un casi EP, los títulos «Purafied in Violence», «U L C E R» y «Committee of Buzzards», en los que uno espera más variedad a veces, se perciben como más largos. Mirando el disco como un todo, los pocos momentos de estancamiento no duelen tanto: Deathwestern está rodeado por un marco country que tiene un núcleo de hardcore metálico en su interior que trae consigo infinidad de melodías pegadizas que harán las delicias de los pogos de todo el mundo.
El escenario está listo. Deathwestern, la criatura de Stu Folsom hormonada a base de metal extremo en su forma más salvaje y cinematográfica, ha llegado a los hogares de medio mundo en medio de una neblina de polvo y sangre, y con la grandeza de la música del maestro Ennio Morricone sonando de fondo.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.