¡Y volvió Steve Vai a nuestra ciudad! Casi ni me creo que en menos de dos años lo hayamos podido ver hasta dos veces seguidas, ambas en recintos perfectamente acogedores que te permiten disfrutar ampliamente de lo que es su propuesta: dos horas y media de magia con guitarras de todo tipo, con una banda solvente y efectiva que le respalda con clase y elegancia. ¿El único pero? Pues sólo habría el hecho de que el show fue bastante similar al de su anterior venida, aunque créanme, el hechizo hizo su efecto…
La banda la forman actualmente Phillip Bynoe al bajo, Dante Frisiello (el chico nuevo) a la guitarra y al teclado y finalmente el tatuado y habitual Jeremy Colson a la batería. No había teloneros, era simplemente Vai en estado puro, con una platea que estaba de pie y los palcos sentados bordeando el lleno total. Nada más para un músico legendario que hace menos de un año ya consiguió un llenazo espectacular. Estaba claro que tras la pandemia las ganas de tocar del genio eran absolutas, y Barcelona tenía ganas de ver a Steve otra vez.
Empezó con ruidos de guitarra de fondo cuando la sala estaba todavía a oscuras, apareció su logo de fondo, y después, en la penumbra, ya con la banda sobre escena, nuestro héroe hace acto de presencia con una guitarra con luces azules en el mástil. Una entrada musical y haciendo relinchar a la guitarra pues el caballo es uno de sus símbolos, especialmente también por su mujer Pía. De hecho, el primer tema con el que empezó, es justo el nombre de uno de los caballos de la ex de Vixen: “Avalancha”. El inicio fue impactante y arrebatador. Realmente tenías al divo en plena faena, concentrado y una banda que sonaba con la precisión de un reloj suizo (nunca he tenido un reloj creado en la confederación helvética, pero uso dicha comparación).
“Giant Balls of Rock” continuó el aquelarre guitarrero en el que nos fijamos que el divo gastaba un cable verde a juego con su jersey. Muchos detallitos en sus digitaciones, pero también detallitos sutiles. Frisiello dobla solos y ambos sonríen complacidos a la vez que Colson tira de pegada y precisión, con mucho vuelo. Los solos de guitarra eran larguísimos y no se hacían pesados para nada, los cambios de guitarra era de uno por tema y la pantalla trasera nos ofrecía unas esferas que aludían al título de la canción.
En “Little Pretty” hay un cambio estilístico y a sus espaldas nos aparece la inmensidad del espacio calzando nuestro sonriente protagonista una guitarra lila que contrastaba con los tonos amarillos de los focos. Una chica sentada detrás de mí decía eso típico de: “es que esa guitarra habla”, y sí, a pesar de ser un tópico, no le faltaba razón. En mi flanco izquierdo un grupo de veteranos marrulleros disfrutaban con comentarios en voz alta de gracia discutible, pero tengamos claro que, al fin y al cabo, no deja de ser un concierto de rock…
En la elegantísima “Tender Surrender” Bynoe se contoneaba, pues tiene un estilo propio de movimientos, siempre en los ritmos de la música y haciendo gala de unas notas que, constantes y con muchos detalles, dan amplitud en los temas. Se agradecieron esas imágenes de la naturaleza de fondo. El gran Vai fue entonces cuando saludó al coqueto recinto, alabó a España por la hospitalidad y presentó al grupo. Hizo que el bueno de Frisiello marcara músculo bíceps e hizo un par de chistes innecesarios sobre la masculinidad del guitarra. Fue lo único que quedó fuera de lugar (más que de lugar, de época…).
En la intrincada y tecnológica “Lights Are On” se marcó un solo muy físico, con mucho movimiento y poses. Aquí llegaron las sorpresas con ese pique entre su guitarra que sería contestado por bajo y batería a la vez. Pero es en “Incantation” cuando van apareciendo guitarristas sobre escena, y no era pose para nada, pues se les podía escuchar. Nos darían la espalda todos al unísono y terminarían de rodillas tocando en un momento sumamente original que desembocó en el solo de bajo.
Ese tiempo extra de descanso lo aprovechó Steve para ponerse un gorro y atacar una de las canciones más especiales de su nuevo disco: “Candlepower”, bañada en luces verdes y con imágenes de velas en el fondo de la pantalla. Tema muy original e inspirado en el que Colson juega a tocar con sus baquetas los herrajes de la batería para conseguir ese algo especial. Eso dio paso al solo de Frisiello, que sorprendió con una pieza muy delicada, que se fue animando y llegó a sonar muy metal. Aquí fue cuando el resto del grupo salió a acompañarle.
Una de las grandes anécdotas de la velada fue esa entrada en falso en “Building the Church”. Colson se avanzó y Vai prefirió parar y empezar de nuevo en el tapping. Mostraron su humanidad por un momento, muy aplaudido, por cierto. Cada vez me convence más esta canción en la que desarrolla todo tipo de técnicas. Luego hay ese momento en el solo que utiliza las cuerdas a modo de percusión. Es que es repetirse con lo de Steve Vai, pero es que… no he visto a ningún guitarra que haga las cosas que él hace. Y ya en el apartado más circense, nuestro compañero Enric Minguillón consiguió una foto en la que parece que hace levitar su guitarra. El truco está logrado, pero digamos que hace cosas más increíbles…
Soy muy fan del “Greenish Blues” esa pieza que es un blues adaptado a su estilo y que nació de improvisaciones en las giras cuando probaba sonido con el grupo. Antes nos dijo que su último disco Inviolatees el más exitoso que ha sacado desde Passion and Warfare: “¡No está mal para alguien de 62 años!”, bromeaba el maestro. Obviamente para la canción se utilizaron focos verdes. Luego la fuerza y la potencia aparecen en forma de fragmento de la película de Crossroads y sale a cabalgar el “Bad Horsie”, fragmento del mítico solo que hizo para la película.
Para “I’m Becoming” acompaña la tierna canción con imágenes de embriones y del milagro de la vida. Es capaz de imitar el llanto de un niño con las seis cuerdas. Digamos que la guitarra blanca que tanto le define fue apareciendo esporádicamente a lo largo del concierto. Al final de la canción apareció un feto con su cara de cuando sería un niño de seis o siete años. Bonito momento de complicidad con los presentes. Y luego uno de los momentos más deliciosos de todos sus conciertos: el “Whispering a Prayer”. Aquí Frisiello cae al teclado y Steve Vai juega con sonidos, volúmenes e intensidades para que aflore la magia. Es un momento de piel de gallina…
Justo en el momento de empezar el “Dyin’ Day” con las acústicas paró el genio el concierto. ¿Otra equivocación? No, algo más banal… Un desmayo en las primeras filas hizo que nuestro hombre preguntara si todo andaba bien. Salió de repente toda la crew para atender al individuo que había tenido el sofoco. Debo decir que la calefacción estaba alta y que al principio pensaba que yo igual no iba a soportar ese calor… “Cuidamos de vosotros… y te diré un secreto: allí arriba hay sillas libres”. Tiempo luego de explayamiento para un Colson desatado que lleva un kit funcional con un único tom y otro de alargado con sonido más agudo, además de un splash que usó para dar color a un magistral ejercicio técnico que no se hizo pesado.
Y ya en la recta final nos encontramos con una especie de Frankenstein tapado: la Ibanez–Hydra, o lo que es lo mismo: una guitarra de tres mástiles y que está falcada en el suelo para que Vai juegue con todo: “Teeth of the Hydra”. Esperábamos que se la trajera en su última gira y en esta es uno de los grandes momentos. Luego otro tema con nombre de caballo de su señora: “Zeus in Chains” adornada en luces de ikurriña: blancas, verdes y rojas. Quedaba lo más granado de su discografía por lo que nos dijo que si sabíamos la melodía que no nos cortásemos a la hora de cantar.
“Liberty” con imágenes de infantes de todas etnias con esa melodía que recuerda a la música clásica y que siempre precede al “For the Love of God”. Antes presentó a su amigo español Danny G que parece ser que es chef, actor y vocalista de ópera. El bueno de Danny volvió a poner letra a la maravillosa pieza. Estuvo genial la primera vez, pero no sé hasta qué punto mantenerla así, con voz, es algo que realmente aprecian sus fans. Nos regaló una última pieza y se despidió agradeciendo a todo el mundo el estar allí. Incluso sacó a un niño para que tocase la guitarra mientras él ponía la digitación con su mano izquierda en el mástil.
Gran ovación y expectativas cumplidas. Los genios no suelen defraudar y lo de Vai sigue siendo maravilloso, aunque entiendo que haya quienes no puedan soportar un festín de guitarra de dos horas y media. Yo no es que sea especialmente fan de estos profesores, pero a este hombre hay que verle en directo pues el tiempo pasa y uno ni se da cuenta. Es una experiencia inmersiva total y el mejor guitarrista que haya podido ver en mi vida. Repetiré siempre que venga, aunque espero que haya cambios importantes en su repertorio.