«Los agujeros negros contienen la mayor cantidad de materia en el menor espacio que ningún otro objeto del universo, generando un campo gravitatorio tan fuerte que ni siquiera la luz puede escapar.» (Google).
¡Los suizos Stortregn puede que hayan sido capaces de redefinir la física cósmica con la edición de su quinto álbum Impermanence (2021)! Y es que la cantidad ridícula de riffs, solos, epicidad, técnica, talento, melodías y masacres galopantes que contiene este trabajo es capaz de aplastarnos contra los altavoces a varias G’s de fuerza, emulando el efecto del agujero negro de la genial portada de Paolo Girardi.
Totalmente desconocidos para mi hasta la publicación de Impermanence, Stortregn me agarraron y engancharon totalmente por sorpresa cual inocente asteroide flotando de órbita en órbita por la Vía Láctea Metalera. Black/death metal, o blackened tech death metal, o tech death a secas, son todas ellas etiquetas válidas como definición impromptu… pero la realidad es que se quedan cortas… más cortas que los vuelos de los 40 Falcon-9 que no volvieron (72 de 112 consiguieron aterrizar según SpaceX)*.
Está claro que las bases en la que se afianzan Stortregn son el death metal de muy alto calibre con grandes dosis de black metal inyectadas por vía intravenosa, pero la calidad y técnica desatadas en todas las composiciones de este Impernanence (2021) trascienden con creces los límites de estos dos géneros. Para hacernos una idea, así de cero absoluto, es como si la intrincación (de intrincado) del «The Gallery» de Dark Tranquillity se fusionara a nivel subatómico con la maligna atmósfera de los mejores Dissection, las delicadezas de los Opeth de antaño, y algunos toques de la epicidad de los primeros Bal-Sagoth, todo ello rodeado de un halo de brutalidad y velocidad que nos da los respiros justos para poder seguir siendo «supernovaizados» durante los 44 minutos que dura la que podría ser la banda sonora del Big Crunch** (aunque en el espacio nadie puede oírte gritar***).
Pese a que los primeros 20 segundos acústicos y el pseudo-épico minuto que le sigue puedan despistar un poco sobre qué es lo que nos depara esta obra, las dudas se disipan al minuto y 21 segundos de «Ghosts of the Past», cuando varias G’s de potencia nos aplastan a base de un estallido de blast-beats, gruñidos, riffacos monumentales y melodías de guitarra que se entrelazan entre ellas como híbridos de anacondas y tentáculos lovecraftianos.
Con la nariz sangrando y el cinturón bien abrochado después del impacto y aceleración iniciales, nos embarcamos en este Impermanence, que ya no nos soltará hasta los compases finales del octavo corte «Nénie».
Por si las melodías que se enroscan sin piedad ni freno fueran poco, a los cuatro minutos y algo del primer corte nos dan un sutil respiro con un solo de bajo de Manuel Barrios, con poco o nada que envidiar a las hachas de seis cuerdas, para que estas últimas se enreden de nuevo en unos solos vertiginosos afilados y precisos. ¡Y sólo estamos en el primer tema!
Sin ni siquiera un segundo para tomar aire, «Moon, Sun, Stars» entra a caballo de los últimos acordes acústicos de “Ghosts of the Past”, con un fraseo de bajo que nos da un aire muy Opeth bajando por fin las revoluciones… por unos 40 segundos, el tiempo justo para asegurarnos de que no hay daño cerebral, y saltar de vuelta al hiperespacio. Más blast beats, más gruñidos, agudos y graves, espirales de melodías de guitarra por doquier, todo administrado letal y efectivamente con una consistencia y arte envidiables. Los últimos 30 segundos de «Moon, Sun, Stars» son una orgía de tappings y otras técnicas guitarreras que desconozco que desembocan como quien no quiere la cosa en el tercer tema del disco (y mi favorito), «Cosmos Eater».
«Cosmos Eater» introduce unos contratiempos y ritmos sincopados que no hacen más que acentuar el talento y técnica de estos tíos. La canción evoluciona pasando por todos los elementos mencionados anteriormente, para llegar a los coros que destacan por su «simplicidad blackmetalera» mientras Romain Negro se desgañita con las letras «…the cosmos eater…». Y algo más tarde, alrededor de la marca de los 4:40 llegamos al primer descanso real, melodía y ritmo a medio tiempo, con voces recitadas un poco a lo Bal-Sagoth, hasta el final del tema ya más pausado… (respiro).
El tema título e instrumental, «Impermanence», parece empezar tranquilote, pero en pocos segundos Samuel Jakubec se lía con la batería a recordarnos un par de cosas: que es una fiera desatada a los parches y que este disco no está hecho para relajarse. La combinación que nos suelta aquí de blast beats y miles de otros ritmos para acompañar unas guitarras que (de momento) no se han vuelto (tan) locas a melodías y riffs nos da más que fe de sus dotes percutoras. Y casi sin darnos cuenta nos encontramos metidos hasta los codos en la vorágine que es «Grand Nexion Abyss», tema en el que también se identifican algunos pasajes un poco más de escuela de Gotemburgo, pero evidentemente pasado por el filtro Stortregn, que todo lo acelera y lo multicapea. El final de este corte nos muestra cierta piedad bajándonos las pulsaciones, todo un regalo para agarrar aire antes de entrar en otro de los platos (si cabe) más fuertes, «Multilayered Chaos».
«Multilayered Chaos» es uno de los títulos más representativos de lo que se nos viene encima, capas y capas de riffs y melodías en una especie de caos paradójica y metódicamente ordenado, que nos ataca a la vez que nos agasaja los tímpanos. El break-riff que se marcan a los 25 segundos de empezar es oro puro, a los 40 segundos re-enganchan con más y mejor de todo y a los dos minutos se nos ponen los pelos de punta al darnos cuenta de que el Sr. Nödtveidt ha vuelto de la tumba para poseer a los magistrales hachas Smith & Bathija. Increíbles 90 segundos de revival dissectionero, aderezado, claro está, con los solos de estos dos tiparracos y traídos de vuelta al redil mediante el break-riff que se ha ido repitiendo a lo largo del corte.
Con «Timeless Splendor», casi nos ofrecen una pausa entre canciones, es tan ínfima que cuesta identificarla, pero nos agarramos a ella. Además, empieza con un riff muy heavy metal a medio tiempo, que descomprime un poco la avalancha sónica que llevamos encima… por 30 segundos… menos si contamos el solo/tapping que empieza los 10 segundos. Ya después, se podría decir que «Timeless Splendor» alterna entre el riff más heavy del principio y una base un poco más black metal clásico, para caer hacía la mitad en un interludio de bajo y batería jazzística (?) de base al que irán añadiendo capas y espirales de guitarras que aparecen como chirimiri de meteoritos, desembocando en death metal y heavy metal y… bueno, de todo.
«Nénie», el último tema, empieza a saco, por si alguien se había relajado demasiado. 37 minutos después de haber empezado este viaje al cosmos de todo lo metal, aún impresiona la capacidad de los suizos de blastear sin piedad sin que el interés decaiga. Evidentemente, el talento y técnica son grandes responsables de ello, pero son las incansables melodías ametralladas en espirales vertiginosas las que nos atrapan y no nos dejan abandonar la nave hasta que la última nota se pierde en la lejanía cósmica. Así son los minutos finales de «Nénie» con un medio tiempo muy bienvenido, unos solos cíclicos y épicos y una guitarra acústica que, ahora sí, nos libera y deja relajar a gravedad cero.
El tech death en general es un género que puede llegar a hacerse pesado. Con virtuosismos constantes y bases rítmicas complicadas, presenta momentos en que el oyente puede sentirse fácilmente avasallado y le cueste seguir interesado en la música. Stortregn consiguen evitar esa pérdida de rumbo adoptando como vehículo conductor unas melodías incansables y unas composiciones muy cuidadas en las que uno se queda anclado, un frenesí perfectamente calculado, en el que su pericia como músicos nunca llegan a sacarle de órbita a uno. Es admirable como un álbum tan brutal pueda ser tan melódico y viceversa, la melodía no le reste brutalidad en absoluto. Más loable aún es el hecho de que consigan crear dicho producto sin ni un teclado ni voz «melódica». Y tal como es de esperar de un disco de estas características, la producción está en perfecta consonancia con el paquete; nítida, potente y bien equilibrada, en todo momento podemos apreciar cada una de las capas sónicas que conforman esta obra de arte.
Por si aún no estaba claro, la temática lírica gira en torno a terrores cósmicos y demás cuerpos y agonías estelares, un filón al que muchas bandas del género técnico suelen recurrir y que en mi opinión les queda como Guantelete del Infinito a mano de Thanos****. Ahí quedan ejemplos tan válidos com Vektor, Voivod, Inferi, Nocturnus, Singularity, Obscura u otros menos tech como Covenant/Kovenant, los primeros Limbonic Art, etc.
Y es que, tal y como dice Lex Luthor***** (seguramente influenciado por lecturas lovecraftianas de su tierna infancia):
«… los demonios no vienen del infierno debajo nuestro, no… vienen del cielo.»
Cinturón de asteroides:
- La impresionante portada es obra del pintor italiano Paolo Girardi (Bewitcher, Power Trip, Runemagick y un largo etc.). El original está a la venta por 1.200 €.
- Impermanence (2021) fue grabado, mezclado y masterizado por Vladimir Cochet en los Conatus Studios en Suiza. Cochet también dirigió el videoclip para la canción “Multilayered Chaos”.
- ”Cosmos Eater” fue co-escrita con André Merlin, antiguo guitarrista de directo de la banda. También es responsable de uno de los solos en la canción.
- Alessia Mercado (Burning Flesh, Murge) es cantante invitada en «Ghosts of the Past».
- Entre 2005 y 2006 el nombre de la banda fue Divine’s Smile, en 2006 cambiaron a Addict Repulsion, para acabar decidiéndose el mismo año por Stortregn. Significa “lluvia torrencial” en sueco.
* Según la propia página web de SpaceX (www.spacex.com)
** Lo contrario al Big Bang
*** Alien (1979)
**** The Avengers (2012), Guardians of the Galaxy (2014), Avengers: Age of Ultron (2015), Avengers: Infinity War (2018), Avengers: Endgame (2019)
***** Batman vs. Superman (2016)
Autoexiliado desde el 2007 a la tierra del salmón, el sirope de arce y el oso, he llegado a pocas epifanías en mi vida, pero una es segura: Si la gula por (casi) todas las manifestaciones del metal se considera un pecado capital, me merezco mi propio círculo en el infierno. ¡Traed aceitunas!