El neo-thrash, al igual que todos los «neos» en el mundo de las artes, ya sea música, arquitectura, escultura o cualquier otra expresión artística, cuenta con la valiosa ventaja de disponer de una perspectiva sobre el movimiento original que éste nunca tuvo, ofreciendo la posibilidad de identificar y extraer lo mejor de un estilo concreto y reproducirlo de la forma más efectista. En consecuencia, así como las catedrales neogóticas son más góticas y más «perfectas» que las originales, los grupos de neo-thrash sintetizan lo bueno y lo mejor de años de éxitos y fracasos del estilo. Es imposible que en el resultado final exista la magia que tuvieron los pioneros, y estos edificios y bandas difícilmente pasarán a la historia o contarán con la apreciación del academicismo cultural, pero es muy posible que sean capaces de producir obras bellísimas y totalmente disfrutables. Y este Division of Blood es un excelente ejemplo de ello.
Los griegos Suicidal Angels, formados en 2001 como proyecto de instituto del cantante y guitarrista Nick Melissourgos, se toman esto del neo-thrash muy en serio. No se han movido ni un ápice de los cánones del estilo desde sus inicios, a excepción de los coqueteos black metaleros, tan arraigados en Grecia, que podemos apreciar en sus primeras maquetas, donde experimentaron con un sonido más duro y una voz más gutural y viperina. A partir de ahí, una devota y fiel mezcla de los Slayer del Reign in Blood (1986) con lo mejor del thrash alemán. Su primer álbum se publicó en 2007, y desde entonces no han fallado a la cita con el estudio cada par de años, completando una carrera prolífica y muy regular, sin arriesgar nada y repitiendo continuamente los mismos patrones ejecutados a la perfección. Técnicamente son buenísimos, tienen claro lo que quieren hacer, y lo hacen realmente bien.
Si algo mola de este tipo de grupos, que tienen la única ambición de componer excelentes temas de un thrash metal de lo más prototípico, es el énfasis que ponen en los riffs, la gran joya de la corona del género. Por ejemplo, me encanta Municipal Waste porque, a parte de ser festivos como nadie, tienen algunos riffs thrasheros absolutamente memorables. Y con Suicidal Angels pasa algo parecido: tienen tan interiorizados los conceptos clave del thrash, que son capaces de sacar riffs magníficos como churros, sonando inmediatos y pegadizos. Y ojo, que esto tampoco es fácil! No son en absoluto originales, pero me motivan con tanta facilidad y tocan algo que yo mismo llevo tan adentro que ni tan siquiera me importa. En realidad, en esa falta de ambición artística identifico un homenaje a un estilo con el que yo también crecí, así que me cuesta poco disfrutarlo sin poner demasiado juicio racional en ello.
Sin ser un experto en su carrera (cosa que a partir de ahora voy a intentar enmendar), y siendo todos sus discos de un nivel bastante elevado, este Division of Blood, la sexta entrega en su discografía, me parece de lo mejor que han publicado. Cuenta con una magnífica producción, limpia y definida sin dejar de ser dura y agresiva, a cargo de Jörg Uken, mientras que la portada, como es habitual en ellos, está protagonizada por la mascota de la banda, ese zombi alado (o quizás será un ángel suicida?) paseándose por entornos permanentemente bélicos. Si os la miráis con detalle seguro que estos trazos os resultaran familiares, ya que está dibujada (al igual que las últimas cuatro portadas de los griegos) por toda una institución del thrash como es Ed Repka, autor de trabajos tan míticos y reconocibles como el Peace Sells… But Who’s Buying? (1986) y el Rust in Peace (1990) de Megadeth o el Leprosy (1988) y el Spiritual Healing (1990) de Death, entre muchos otros.
«Capital of War» abre el disco recordando a unos Destruction o unos Sodom veloces y agresivos, un tema potente pero de momento algo genérico. Tardo exactamente 1:20 en soltar un «Hey!» de sorpresa y aprobación cuando entra el medio tiempo vacilón (después de un cambio un poco brusco, todo hay que decirlo), y 1:45 en gritar un «Woow!» emocionado y ponerme a sacudir compulsiva e inevitablemente cabeza y brazos al son del primer gran riff de los muchos que nos ofrece este álbum, empujado por este «Fire! Fire!» motivante y rodeado de cañonazos. A partir de aquí todo viene rodado. Incluso el regreso de la primera estrofa, que parecía genérica tan solo un par de minutos antes, es bienvenido y disfrutado. El trabajo de las guitarras es excelente y el tema en general te prepara perfectamente para lo que hay por venir.
«Division of Blood», que da título al álbum, transcurre en un tempo bastante moderado, con buenos riffs pero sin demasiada excitación, llegándose a hacer incluso un poco monótona. Tiene vocación de himno y ha sido escogida como primer (y de momento único) single y video de este álbum. La verdad es que la canción no está nada mal, pero palidece un poco alrededor de tanto temazo y me parece uno de los cortes menos memorables del disco. En «Eternally to Suffer» vuelve la velocidad, vuelven Slayer y vuelven Kreator. El minuto 2:50 nos introduce a otro gran riff, pesado, antémico, de brazo en alto y cuello en suelo, que desemboca en un final poderoso y exhilarante. Un tema excelente al igual que la frenética y kreatoriana «Image of the Serpent», con otro magnífico y caótico riff sobre el segundo minuto. A estas alturas ya estamos embalados y desatados, y eso que lo mejor aún está por venir.
«Set the Cities on Fire» es Slayer por los cuatro costados. Veloz y precisa, tiene una estructura simple pero muy completa y bien enlazada, con riffs tremendos a punta pala y un solo histérico y perfectamente ejecutado como si de el mismo Kerry King se tratara. Un tema fantástico y agresivo, que para más inri homenajeante acaba con un «Burn…! Burn…! Burn…!» prácticamente calcado al final del «Agent Orange» de Sodom. También muy destacable es la espectacular «Front Gate», un medio tiempo poderoso y vacilón que podría ser single perfectamente, y que después de tenernos un rato sacudiendo la cabeza rítmicamente cambia el ritmo a caballo de otro riff manidísimo que me trae a la cabeza, sin esperarlo, a grupos más black metaleros, y especialmente a los Old Man’s Child más luminosos y directos. «Cold Blood Murder», por su parte, vuelve a ser Slayer 100%, demostrando que a estos chicos les encanta el Reign in Blood y aprovechan para recordárnoslo a la que tienen ocasión.
Y bueno, cuando creía que la cosa no podía ir a más, ahí está «Bullet in the Chamber», mi indiscutible favorita, que cada día me flipa más. Y ojo, no solo esto, sino que me parece un tema increíble que trascenderá para mí el contexto de este álbum. Fluye con un dinamismo envidiable y está llena de riffacos magníficos, pegadizos e infecciosos. Muy pegadizos y muy infecciosos. Cómo me gusta que de tanto en cuanto, sin esperarlo lo más mínimo, te topas con algún tema que te atrapa y que te apetece escuchar a todas horas. En mi mundo, no hay duda de que se va a convertir en una de las canciones del año. Es curioso que me recuerde y mucho a los espectaculares y dolorosamente infravalorados Himsa (que a su vez recuerdan a otras cosas, pero el caso es que me han venido ellos a la cabeza), otro de esos grupos que seguíamos cuatro gatos pero que a mí me volvía (y me sigue volviendo) loco. Es cierto que, si nos ponemos tiquis-miquis, fríamente el último tercio de la canción es mejorable, pero sinceramente me da igual, ya que los primeros dos tercios son perfectos. Temazo de la vida. Motivación máxima.
Cuando vi el track list por primera vez y comprobé que el último tema, «Of Thy Shall Bring the Light», tenía una duración de 12 minutos, y como buen flipado que soy, me froté las manos esperando algún tipo de épica thrashera, oscura o progresiva. Incluso el nombre tiene pinta a canción de Behemoth o de alguna banda black metalera. Así que casi pido la hoja de reclamaciones al comprobar que se trata de una canción normal (y de las menos memorables del disco, incluso) con uno de esos molestos hidden tracks tan noventeros y que tanta rabia me dan. Siete minutos de silencio y algún ruidito puntual para acabar con un corto (y bonito, eso sí) punteo acústico que podría haber ocurrido, sin que hubiera pasado nada, siete minutos antes. En el mundo del CD o de la cinta, si me apuras, esto del hidden track podía tener algun sentido, pero en la era digital me parece una completa tontería, y encuentro decenas de motivos (que no voy a enumerar aquí y ahora) por los cuales me parece una mala idea. Tentado me he sentido en quitarles un par de puntos solo por esto, pero como soy un hombre paciente, ecuánime y reflexivo, he dejado pasar el mosqueo inicial y me he resignado a aceptarlo como un problema menor y, en gran parte, una manía personal. ¡Pero que se lo piensen mejor la próxima vez, leñe!
Estamos ante un disco directo e inmediato, con una duración ideal para disfrutarlo al máximo y dejarte con ganas de rebobinar (38 minutos si descontamos los siete minutos de silencio). No hay ni un segundo de paja, y me encanta como, entre pasajes ya de por sí inspirados y disfrutables, te saltan a la yugular esos riffs brutales y totalmente memorables que hacen elevar un escalón el grado de motivación. Si nos basamos en su potencial trascendencia y su impacto en la historia de la música, evidentemente es un disco a olvidar. Si nos basamos en la originalidad de sus canciones, es un fail como una casa. Pero si nos basamos en su dinamismo y en lo que me han hecho disfrutar, no tengo más que efusivas alabanzas para este Division of Blood, uno de los discos que, personalmente, y por poco trve que suene esto, más me han emocionado este año. Las nueve canciones que componen el álbum me parecen todas excelentes, repletas de riffacos memorables que me hacen menear la cabeza, repicar los pies, tocar guitarras y baterías imaginarias y generar miradas inquisitorias allí donde me acompañen, ya sea en la calle, en el tren, en el trabajo o en casa. Y eso, amigos, vale más que cualquier relevancia histórica que pueda tener. Fijaos que a lo largo del repaso de las canciones he ido mencionando al Reign in Blood, a Himsa o a Old Man’s Child, tres grupos / discos que, por un motivo u otro, han tenido un lugar muy especial en mi vida musical y mi relación con el metal. No es de extrañar pues que este disco me haya atrapado tanto, ya que sin saber muy bien cómo se las ha apañado para llegar a varios de mis puntos débiles.
Este otoño tendremos a los griegos por la península, acompañados por nuestros histéricos titanes Crisix, junto con los canadienses Skull Fist y los belgas Evil Invaders, dos bandas de speed metal revivalista que no me acaban de cuadrar en el cartel y que, curiosamente, ya giraron juntas por aquí el año pasado. Por cierto, qué curioso es esto de los gustos musicales. He estado mirando setlists recientes de Suicidal Angels en festivales y están tocando más de la mitad de este nuevo disco. Sorprendentemente (para mí), se dejan en el tintero a la niña de mis ojos, la impresionante «Bullet in the Chamber», que a mi juicio es imprescindible pero obviamente para ellos no tanto. En todo caso, me imagino que en gira propia se estiraran más en el número de canciones, y habrá esperanzas de que la incluyan en el repertorio. Secretamente os diré que no es un concierto al que en principio tuviera pensado ir, pero la motivación generada por este disco hace muy probable que se me acabe viendo por allí.
Artículo publicado originalmente en Metal Symphony.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.