Uno de los recuerdos televisivos que tengo de mi adolescencia musical es este. Corría el año 1995, y los británicos Terrrovision estaba on fire promocionando el primer single de su segundo álbum de estudio tras su debut de 1993, Formaldehyde. El tema en cuestión, «Oblivion», arrasó los charts de media mundo, y nuestro país no fue una excepción. Gracias a Los 40 Principales y a TVE hubo una época en la que teníamos a este cuarteto hasta en la sopa… aunque fuera para dejar claro que el tiempo en televisión es oro, y que eso de tocar en directo era un lujo demasiado caro que no estaban dispuestos a asumir.
El segundo álbum de Terrorvision reúne todo lo bueno del punk, del rock y del metal. Este How to Make Friends and Influence People es feroz y cachondo a partes iguales, y nos muestra a una banda enchufada y dispuesta a poner estadios repletos de público patas arriba en cero coma. Me atrevería a decir que la fórmula de la época para provocar la implosión del Planeta, tenía su epicentro en el Reino Unido, pues solo un par de meses antes de la publicación de esta obra que hoy me quita ratos de sueño y hambre, los irlandeses Therapy? publicaban Troublegum (1994), que es otro pepinazo de dimensiones bíblicas, que si bien está varios peldaños por encima de este How to Make Friends…, ambos trabajos vienen a demostrarnos que el Reino Unido siempre ha sido una olla en continua ebullición en lo que a bandas de rock se refiere. Podría pararme diez minutos y buscar más ejemplos de esto que os digo, pero no me da la gana.
Grabado en Nueva York bajo la supervisión del productor Gil Norton (Pixies, Echo and the Bunnymen), el segundo álbum de Terrorvision nos presenta a una banda mucho más fiable y musicalmente más variada en comparación con su álbum debut. El guitarreo más que evidente de su primer trabajo, deja paso a la experimentación y a la mezcla de estilos que, si bien en directo tiene bastante buena pinta, así grabado no mola tanto como debiera… ¿o soy yo que ya estoy mayor? ¿O soy yo que lo recordaba con un poco de demasiado cariño? Veamos…
A medida que los acordes de «Alice What’s the Matter» van en aumento y Wright comienza a regalarnos su peculiar (y discutible) estilo de cantar, la apertura de este segundo LP de los de Bradford nos recuerda que estamos a punto de embarcarnos en un viaje inolvidable. Así de entrada, creo que es más que evidente que este trabajo supera con creces su primera incursión musical y, a pesar de que algunas letras podrían ser tildadas de «estúpidas», pues parecen metidas con el calzador de «esto va aquí porque rima con esto otro que va a continuación», este opener -una canción que alterna tensión y rock a raudales con una gran efectividad- se lleva la palma de hit entre los hits de la banda… más que merecido, por otro lado.
Pero el himno, la canción más conocida de la banda (creo que con diferencia) es la segunda, «Oblivion», un tema que en directo siempre ha funcionado a las mil maravillas. «Energía» sería un término que la definiría a la perfección. La estructura de la canción es excelente y Wright nos muestra, de nuevo, sus divertidas letras con la cantidad justa de entusiasmo, mientras que el trabajo de guitarra de Mark Yates te hace retroceder varias décadas atrás en el tiempo, a una época en la que el rock ‘n’ roll sonaba a antiguo.
Pero si tus gustos van más por unos derroteros, por así decirlo, más prog, «Stop the Bus» es tu tema, lo que nos demuestra que, musicalmente hablando, estamos ante un álbum maduro pero divertido que nos muestra a un cuarteto con ganas de pasarlo bien sobre las tablas sin hacerle ascos a casi nada. Ellos son capaces de pasar de los pasajes más calmados a acelerarte la sangre a base de caos a toda máquina en un abrir y cerrar de ojos. Deliciosa línea de bajo, por cierto.
Si te gusta el sonido de los 70, ahí tienes «Discotheque Wreck», que nos enseña que Terrorvision también pueden sonar metal si quieren; durante una buena temporada, este tema copó el puesto más alto de uno de tantos tops que me gustaba confeccionar en mi época teenager. Sonidos más duros, más acorde con su trabajo anterior.
El ritmo medio de «Middle Man» la convierte en una de las pistas más destacadas del álbum. El amor de la banda por el rock de los años 70 queda, una vez más, de manifiesto. Brillante riff y unos no menos brillantes coros, aderezados con la orquestación justa. Un gran acierto.
A partir de este punto, parece que la banda quiere «madurar», mostrándonos un sonido algo más adulto y menos fun. «Still the Rhythm» es un claro ejemplo de ello. Es , con diferencia, el peor tema del disco, en el que solo funcionan (débilmente) los versos. «Ten Shades of Grey» combina la sensibilidad de los años 50 con ese deje tan doo-wop, mezclado con el wah-wah de la guitarra de Yates. Segundo intento de madurez musical, y segunda decepción del álbum. El wah-wah también marca el inicio de «Stab in the Back», que tiene versos que se hacen eco de la escena pop y funk de los años 90. Aquí, la banda suena por momentos como los Happy Mondays o incluso como Jamiroquai, antes de que las guitarras hagan acto de presencia.
Pasados estos 12 o 13 minutos de flojera, la diversión vuelve a hacer acto de presencia con «Pretend Best Friend», mi segunda favorita del álbum. La canción cabalga a lomos de un riff que, por momentos, parece recordar a una versión hard de la sintonía de The Munsters. Otra de las favoritas del gran público, y de las más esperadas por parte de los asistentes a sus bolos. Ahora no recuerdo si, en alguna ocasión, DJ Amable nos la puso en una de tantas y memorables sesiones de madrugada en A Saco.
«Time o’ the Signs» es normalita, sin más, y me temo que el hecho de ir detrás de «Pretend Best Friend» no juega demasiado a su favor. «What the Doctor Ordered» es bastante más interesante. Aquí vemos a un Shutty (batería de la banda) en beast mode por primera vez en lo que va de álbum. Dejes de guitarra que recuerdan levemente a Metallica. Así suena el tema más pesado de este disco, un claro ejemplo que viene a demostrar que la banda no tiene ningún tipo de prejuicio al combinar velocidad punk y riffs más propios del metal.
El ritmo lento y la orquestación llegan de la mano de «Some People Say». Aquí la banda pretende tirar la casa por la ventana, queriendo sonar con una epicidad que no hemos percibido hasta el momento. La voz de Wright es una de las mejores del álbum y combina perfectamente con los arreglos orquestales… pero me da la sensación que el tema se queda un poco a medias. No soy nada fan de cómo acaba, para nada. Y para cerrar el álbum, «What Makes You Tick», que se vale de un enorme riff de guitarra que, una vez más, bebe directamente del rock de los años 70. Pero, de nuevo, y al igual que sucede con el tema que la precede, cuando parece que la tensión va en aumento y vamos camino del, por así decirlo, clímax, la cosa se acaba de igual forma que se abre «Alice What’s the Matter». Maldito reloj…
How to Make Enemies… es, en líneas generales, un buen álbum, repleto de ideas decentes y de unos coros brillantes. Los arreglos están bien y encajan muy coherentemente con las guitarras y las voces, pero en general, me temo que Terrorvision se queda un poco a medio camino del objetivo final que pretendían lograr con este trabajo. Es algo parecido a lo que les sucedió con su álbum posterior, Regular Urban Survivors (1996), en el que también se alternan singles brillantes con pistas totalmente prescindibles. Estamos ante un álbum bastante desigual, que hace que los hits suenen aún más hits debido a las flaquezas de algunos de sus temas.
Pero, sea como fuere, a este álbum siempre le he tenido un especial cariño, pues fue de los primeros CD’s que adquirí. Y digo «adquirí» y no «compré», porque creo que lo robé en La Fira del Disc de turno, junto con The Great Milenko (1997) de Insane Clown Posse y alguna que otra caja pirata de Guns N’ Roses. Creo que el delito ya ha prescrito…
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.