Hace pocas semanas desgranábamos las múltiples virtudes de The Gathering (1999) en motivo de su vigésimo aniversario. Ahora toca irnos aún unos años más atrás, concretamente diez, para pegarle un exhaustivo repaso a uno de los discos clave de la época clásica de Testament. Es interesante ver cómo han pasado muchas cosas entre el uno y el otro, incluidas un par de crisis de identidad y unos cuantos tumbos estilísticos que pondrían en tela de juicio la credibilidad de la banda, algo habitual en las carreras de la mayoría de bandas clásicas de thrash durante los 90, que a la postre demostró ser una década muy complicada para el género.
Después de dos éxitos impepinables como The Legacy (1987) y The New Order (1988), los californianos Testament se erigían como una de las grandes alternativas a aquellas bandas de thrash metal ya establecidas e intocables que habían salido y triunfado medio lustro antes. Reflejándose en el éxito que Metallica o Megadeth estaban alcanzando mucho más allá del thrash, y sirviéndose de las indudables virtudes melódicas que siempre han tenido (con un guitarrista tan brutal y versátil como Alex Skolnick por encima de todo), los chicos de Eric Peterson también se olieron la posibilidad de poder petarlo a un nivel más tocho.
En realidad, su visión del thrash metal siempre había tenido un componente ciertamente melódico, tanto a nivel de guitarras como también gracias a la voz del grandullón Chuck Billy, que no daría rienda suelta a sus guturales hasta dentro de unos cuantos años. Pero si bien The Legacy y The New Order eran trallazos ferozes e induscutibles de thrash metal, en este Practice What You Preach empezamos a ver una cierta relantización y, quizá, también una cierta apertura a sonidos más accesibles. Discos posteriores como Souls of Black (1990) y, sobre todo, The Ritual (1992), ahondarían más decididamente en esta búsqueda del favor del mainstream metalero, pero no hay duda que los primeros intentos de meter la patita en la gran pecera del éxito de masas fue precisamente aquí.
Y eso que más allá de sus ambiciones y sus inquietudes, poca cosa había cambiado en el seno de la banda, que seguía al vertiginoso ritmo de un disco por año desde su debut a mediados de 1987. Una vez más, la mítica Megaforce Records (división de Atlantic Records) fue la encargada de publicar el álbum, y una vez más el line up continuaba estando formado por los infalibles Billy / Peterson / Skolnick / Christian / Clemente. Y así iba a continuar, de hecho, hasta que las dudas generadas por The Ritual acabaran de raíz con la participación del señor Skolnick (aunque acabó por volver diez años más tarde) y también del batería Louie Clemente (éste, para siempre) en el devenir de la banda.
Por ello, el quinteto sonaba en Practice What You Preach más sólido que nunca, dando un protagonismo muy destacado al bajo para parecerse un poco a algunas de las bandas de crossover thrash que estaban empezando a proliferar en la escena americana (aunque a mi gusto, en este caso, suena un poco demasiado metálico). Es evidente que no existe un cambio radical en su música (de hecho, no será hasta Low (1994) que éste se produce) pero también es innegable que se trata de un escalón más en la evolución natural de la banda, que aquí suena más limpia y más taimada de lo que lo había hecho nunca.
Personalmente, y aunque este fue el primer CD de Testament que me compré original (antes ya había adquirido tanto Low como Souls of Black, ambos en cassette), nunca acabé de engancharme del todo a Practice What You Preach más allá de algunas canciones concretas. Por ello mismo, y a pesar de que lo considero uno de los grandes discos clásicos de la banda (supongo que a la altura, a nivel de reconocimiento, de sus dos primeros trabajos), nunca ha sido un álbum que haya girado a menudo al completo en ninguno de mis reproductores. Tampoco escuchado ahora tengo la sensación que contenga, ni mucho menos, tantos temazos por metro cuadrado como los discos que le rodean cronológicamente (ni los dos anteriores ni tampoco el siguiente, ojo). En todo caso, resulta interesante pegarle un repaso para ver si, con la perspectiva del tiempo, recuperamos alguna gema que se haya quedado olvidada con el tiempo.
Lo cierto, de todas maneras, es que la banda tampoco es que nos haya ayudado mucho a ello a lo largo de los años, ya que dejando de lado su archiconocido tema título, la presencia en directo del resto de canciones de este disco ha sido absolutamente testimonial y, durante las dos últimas décadas, prácticamente inexistente. Como digo, la única excepción es la propia «Practice What You Preach», posiblemente uno de los temas más conocidos y representativos de toda su carrera, y un éxito garantizado en cualquiera de sus conciertos. Y no creo que nadie tenga duda de que este tema tiene todo lo necesario para convertirse en el hitazo en el que ha acabado convirtiéndose, con sus riffacos y su magnífico estribillo como puntas de lanza.
La icónica línea de bajo que abre «Perilious Nation» es inevitablemente memorable para todos aquellos que estamos acostumbrados a escuchar este trabajo en CD. Más allá de las gracias del tema, que las hay a pesar de tener también algunos pasajes ciertamente irregulares, la escucha de este segundo corte, al no estar tan sobadísimo como el primero, nos permite fijarnos también en otros detalles de la producción del disco, como la limpieza y la nitidez de cada una de las pistas y de los instrumentos, en contraste con el patoso jaleo que se escuchaba a veces en los dos álbumes anteriores. En muchos casos no es que se trata de una propuesta más lenta (en absoluto, de hecho), pero sí, muy probablemente, bastante más inofensiva. Eso sí, el solaco que se marca Mr. Skolnick (algo que se repetirá, y muchas veces, a lo largo del disco), pues déjalo ir.
«Envy Life» empieza con un potente y sorprendente gutural, algo a lo que Chuck no nos tenía demasiado acostumbrado por esos tiempos. Más allá de eso, no me parece un tema especialmente destacable ni brillante en general, aunque hay un riff incisivo que mola lo suyo. Una cosa que me parece clara escuchando este tema y algunos otros de este disco, eso sí, es que estos Testament son una influencia absolutamente pivotal para nuestros amigos de Deldrac. «Time is Coming» es algo más dinámica, con su coro medio fantasmal (y algo dudoso), y la potencia de algunos de sus riffs. Aún así, y a pesar de que se trata de un tema moderadamente disfrutable y que sobre la parte final gana bastante, tampoco me parece nada del otro mundo.
«Blessed in Contempt» es uno de los temas más cañeros del disco, con la caja a todo trapo y con el espíritu de sus dos primeros discos más que presente. Un soplo de aire fresco después de dos o tres temas que tampoco es que nos hubieran levantado de la silla precisamente. «Greenhouse Effect» sigue un poco por allí a pesar de ser una canción bastante más lenta, pero aunque no la conozcamos al dedillo, tiene un punch y un poso a clásico de Testament que no puede con ella. La que sí que es un temazo es «Sins of Omission», para mí uno de los grandes momentos de este disco. El principio ya augura que aquí nos espera algo diferente, y a medida que pasan los segundos y se van sucediendo los riffs y los pasajes lo confirmamos. Un ritmo infeccioso, una melodía pegadiza y unos cuantos guitarrazos originales y divertidos lo convierten, quizás, en uno de esos grandes temas olvidados que reclamábamos.
Auque supongo que debe ser odiada por muchos trues del thrash metal, a mí «The Ballad» me parece (y también me lo parecía a los quince) un temón brutal. Desde la intro a base de guitarra clásica (un recurso que repitirían para abrir Souls of Black), que deja muy a las claras (por si había alguna duda, que tampoco lo creo) de que Skolnick es un auténtico animal de las seis cuerdas, la melodía ultra-cheesie a la que entra la voz, el bajo y la caja über-ochenteras, los punteos blueseros y también, por supuesto, la épica potencia a la que se engorila y empieza a meter guitarrazos y solos por todos lados. Clásico temarral en crescendo que, a pesar de contar con algunos pasajes facilones y pastelosos hasta el bochorno, a mí me encanta. Y punto.
El disco acaba con dos temas bastante sorprendentes que no acaba de parecer que encajen en la idea global del disco: la breve, feroz y punkarra «Nightmare (Coming Back to You)», un trallazo divertido y agresivo totalmente inesperado, y la bizarra e instrumental «Confusion Fusion», un tema de ritmos y melodías extraños y psicotrópicos que, efectivamente, me deja en general bastante confundido y que se me antoja, en general, innecesario para completar esta muy buena cara B que, escuchada al cabo de bastante tiempo, me ha dejado un excelente sabor de boca.
Como soy un completista de la vida, para preparar esta reseña no solo me he escuchado el disco tres o cuatro veces, sino que me he puesto los cuatro primeros de Testament del tirón repetidamente. Y me reafirmo en la que ya era mi opinión a priori: en general, Practice es el que menos me atrapa de todos ellos. The Legacy tiene la tralla, The New Order los temazos y Souls of Black es, en general, más pegadizo, mientras que este disco se queda en un lugar un poco indefinido. Tiene algunos temas brillantes, sí, pero otros me pasan totalmente desapercibidos. Es un disco notable, pero probablemente no tan bueno como la fama que asumo que le precede. En todo caso, una excelente excusa para recuperarlo y revisarlo, que nunca viene mal.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.