Se podría considerar que tengo un sentimiento ambiguo hacia los Beatles. Yendo a los extremos, no los odio pero tampoco los adoro. Y puedo justificar esta singular disposición emocional con varios ejemplos vivenciales aunque, para no aburrir, solo pondré tres de diferente calado. Mi inicial contacto con el cancionero del grupo fue, siendo un atento preadolescente, mediante un recopilatorio, concretamente el Golden Greatest Hits (1979), que encontré en la colección paterna. «Ticket to Ride», «We Can Work It Out» y «Yesterday», por citar las que pinché reiteradamente, quedaron grabadas en mi subconsciente. Más adelante, en mi época de comprador compulsivo de todo tipo de música, me tocó aguantar a un familiar que meramente adquiría productos relacionados con el cuarteto británico, independientemente de su calidad, precio o estado. Y para terminar este relato personal, cuando fui vendedor de discos me sorprendió, positiva y negativamente, la repercusión que tuvo la publicación en CD de los dobles retrospectivos conocidos como «Rojo» y «Azul».
Curiosamente, y así enlazo mi particular anecdotario con el LP que hoy cumple 50 años, la instantánea que aparece en la compilación “1967-70” originalmente se iba a utilizar como portada de Let it Be. Este fue uno de los múltiples descartes que se generaron durante la gestación de una obra que partió de una gran idea, una filmada y televisada actuación en directo con material nuevo, pero que concluyó de malas maneras con la abrupta disolución de la banda. Entre medias, la desidia o las tensiones provocaron que fuera cambiando el repertorio y que este pasara por las manos de diversos productores (George Martin, Glyn Johns y el criticado Phil Spector). Al final, si contamos el posterior lanzamiento del alternativo Let It Be… Naked, existen cuatro versiones de un epitafio que complació a los innumerables fans del conjunto que, una vez más, lo situaron en el número 1 de las principales listas.
Puestos a describir, brevemente y de forma imparcial, el contenido de este determinante álbum me centraré, obviamente, en la edición que vio la luz en mayo de 1970. Aunque, de entrada, prefiero el orden de los temas que propuso Paul McCartney en 2003. La básica y jovial «Get Back» de apertura, el añadido de la soulera «Don’t Let Me Down», la eliminación de las cortísimas “Dig It” y “Maggie Mae” y la inmortal «Let It Be» como idóneo cierre. De las restantes composiciones sobresalen la deliciosa «The Long And Winding Road» y la etérea «Across The Universe», por supuesto con el coro y los arreglos sinfónicos orquestados por Richard Hewson bajo la supervisión del antes mencionado Phil Spector. «Two Of Us», “Dig A Pony”, «I’ve Got a Feeling», “One After 909” y las dos contribuciones de George Harrison, “I Me Mine” y “For You Blue”, completan con buena nota, pero sin llegar a la excelencia, los escasos 35 minutos del vinilo.
A pesar de las destacables virtudes de este registro, una parte de los seguidores de los chicos de Liverpool estiman que su penúltimo redondo, el icónico “Abbey Road” (que, en realidad, fue creado meses más tarde de las primeras tomas de “Let It Be”), es la indiscutible y memorable despedida oficial. Por desgracia, el paso del tiempo corroboró el diseño con las cuatro fotos separadas de Lennon, McCartney, Harrison y Starr que presidía la carátula del postrero trabajo.
Y yo, 23 años después en el Palau Sant Jordi de Barcelona, pude comprobar dichosamente que «Paul is not dead».