1992, año de Olimpiadas, de Expo, de cambio. Época en la que el que escribe no conocía el heavy metal más allá de unos pósters en los que un monstruo salía de un árbol y ponía Iron Maiden. Como (me) cambiaría la vida un par de años o tres más tarde.
1992. El hard rock–glamero divertido, lleno de sexo y purpurina agonizaba para dar paso a la ira, a la disconformidad social, a la rabia. Las melodías facilonas iban dejando paso a sonidos más duros y afilados (algunos nuevos, otros no tanto). Sepultura, por ejemplo, data de aquella época. También, en aquél mismo año, Megadeth lanzó su Countdown to Extinction. De entre toda esa movida festiva que parecía que poco a poco iba muriendo con Poison o Mötley Crüe, los americanos W.A.S.P. dieron un giro a su musicalidad, dejando de lado L.O.V.E. Machines o Animals para centrarse en algo “más serio”, o así lo debieron considerar ellos. Tres años de trabajo, y sin pretenderlo, pues tenía que ser un disco en solitario de Blackie Lawless, tuvieron su recompensa y se sacaron de la manga el que, para mí es, de largo, su mejor trabajo, y uno de esos discos perfectos, sin fisura alguna, que existen (y que pronto veréis en uno de nuestros Top 5): The Crimson Idol. De todo esto hace ya un cuarto de siglo…
No recuerdo exactamente cuándo lo escuché por primera vez. No recuerdo si empezaba en el heavy metal o tenía ya cierto bagaje. Era joven, eso sí. Mi perilla característica aún tardaría un tiempo en vislumbrarse, y seguramente mi fiebre por Manowar estaba en su pico más alto, preparada para su descenso. Lo que sí recuerdo es quedar absolutamente fascinado por aquella rabia y aquella tristeza que, musicalmente, el grupo había sabido transmitir. ¡Y ni siquiera había leído las letras! Porque sí, amigos, las letras son importantes, y más en discos como este.
The Crimson Idol es un disco conceptual. Por si acaso, y para que no se me tache de dar cosas por sentadas, esto significa que todo el disco gira en torno a una idea, a una historia. En este caso nos cuentan la de Jonathan Steel, un chico que llegó a lo más alto del rock ‘n’ roll para caer después en el abismo más profundo. Sin duda una historia cien mil veces vivida, ya sea en la música o en cualquier ámbito que implique fama (aún recuerdo al malogrado guardameta alemán Robert Enke). Jonathan vive con su familia tradicional. Ve, impotente, la gran complicidad que existe entre su padre y su hermano, mientras él queda (o se ve) relegado a un segundo plano, a ser el chico «invisible». El día de su 14 cumpleaños, su hermano, que también es su mejor amigo, muere en un accidente de tráfico, y nuestro protagonista queda tan destrozado que no es capaz ni de asistir a su funeral. Poco después, empieza a vagar por las calles y conoce las drogas y el alcohol; descubre la forma de engañarse a sí mismo para olvidar el dolor que siente. En esa peregrinación del dolor encuentra lo que cambiaría su vida: una guitarra roja. A partir de ahí, la carrera de Jonathan asciende meteóricamente, y los excesos le acompañan. “You’ve got all the friends money can buy”, se escucha en uno de los temas. Pero hay cosas que ni el éxito, ni el alcohol, ni las drogas pueden comprar, y es ahí cuando llama a su madre en busca de redención. “No tenemos hijos”, es lo que escucha… y podemos darlo por muerto, al menos (o no) espiritualmente.
Musicalmente, el telón se alza con «The Titanic Overture», que como su nombre indica, es titánica. Tras unos arpegios suena cierta melodía que estará presente en todo el disco. «The Invisible Boy» le sigue para explicarnos cómo se siente el protagonista al hablar con su padre (“Who am I, the orphan son you would never need»). Gran forma de empezar el disco. Le sigue «Arena of Pleasure», quizá el tema más directo y cañero de todo el trabajo. No en vano nos cuenta la huida de Jonathan a la gran ciudad acompañado, básicamente, de su guitarra. No me atrevo a decir si es la mejor canción del disco, porque es una pelea muy reñida, pero… pero eso he escrito.
«Chainsaw Charlie (Murders In the New Morgue)» es absolutamente demoledora, con una batería nada convencional pero tremendamente efectiva. Charlie es el propietario de la discográfica que ficha a nuestro héroe aunque, como siempre pasa, a un precio quizá demasiado alto. Lo acústico nos llega de la mano de «The Gipsy Meets The Boy» para narrarnos cómo una gitana advierte a Jonathan sobre los peligros de la fama y como pueden volverse en su contra. Obviamente el sr. Steel no hace caso y se da a una vida de alcohol y sexo, muy bien narrado en la tremenda «Doctor Rockter«.
Con «I Am One« vemos como la leyenda de Jonathan se agranda por todo el mundo y su fama es aplastante: por fin siente que tiene lo que merece y cree llenar su vacío con los aplausos (entusiastas) de personas de la que jamás recordará su cara. Y entonces llega el momento. Señoras y señores, tengamos un paquete de kleenex cerca. «The Idol« es, quizá, EL tema del disco. Empieza en una de esas fiestas locas de Jonathan, en las que todo son risas… hasta que se da cuenta del vacío que siente. Musicalmente empieza en forma de balada acústica para endurecerse un poco a medida que transcurre el tiempo, pero sin perder un ápice de lo que representa. La pasión del bueno de Blackie se nota en todos y cada uno de los segundos que dura el tema. Y el solo de guitarra, ese solo… Todo en este tema es perfecto. Quizá es la canción-no-festiva más icónica del grupo y, desde luego, un clásico del heavy metal.
Y si ya íbamos lentos en cuanto a tempo, «Hold On to My Heart« lo ralentiza aún un poco más. Es una balada de libro y tiene lo que debe tener una balada. No es el mejor tema del disco, desde luego, pero no desentona. Curiosamente, la discográfica la escogió para promocionar The Crimson Idol, y aunque «Arena of Pleasure» o «The Idol« hubiesen sido, en mi opinión, elecciones más acertadas, la balada sonó en emisoras que «The Invisible Boy« jamás hubiera soñado.
Cerramos el disco con un broche de oro, «The Great Misconceptions of Me«, llena de cambios de ritmos y cuya calidad no baja del sobresaliente en todo momento. Una verdadera delicia que pone punto y final a una verdadera obra maestra.
Cabe destacar «The Story of Jonathan«, canción (o algo similar) que narra toda la vida del protagonista, acompañada de una guitarra acústica. Al principio se dividió en dos, pero al remasterizar el disco se dejó como un solo tema. Merece la pena leer el libreto para comprender la majestuosidad de la historia, digna de ser llevada a la literatura o al cine.
Supongo que debería hablar del momento de W.A.S.P. cuando sacó el disco. Hablar de Chris Holmes, Bob Kulick y de que, según los créditos, Blackie Lawless toca la guitarra, el bajo, los teclados y canta. Debería explicar la de músicos invitados que participaron en semejante obra. Debería profundizar más en la época y en lo que The Crimson Idol representa para el grupo. Hablar de la icónica portada, con Jonathan a lo Jesucristo. Pero este trabajo es tan rematadamente perfecto, que hay que prescindir de todo y, simplemente, disfrutarlo.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.