A finales de los 80 tuvimos la suerte que muchas bandas cerraran esa década dejando grandes discos. Hubo bandas que debutaron justo ese año, y otras, con una trayectoria mas dilatada editaron obras cumbres de su carrera. Este es le caso de The Cure, que el 2 de mayo del 1989 editaban Disintegration, su octavo álbum de estudio. Robert Smith quiso dar un sonido menos festivo a sus temas, después de sacar Kiss Me, Kiss Me, Kiss Me (1987) con temas como “Why Can’t I Be You?” y “Just Like Heaven”, y lo consiguió. Solo hay que oír el primer single, la mítica “Lullaby”, con el no menos mítico videoclip donde Smith se reparte protagonismo con una araña. El vídeo fue dirigido por Tim Pope, como otros muchos de la carrera de la banda, y que a lo largo de su carrera había trabajado para Soft Cell, Neil Young, Bowie, The Bangles, The Style Council y un largo etc. Fue Fiction Records quien lanzó el álbum, contando con una portada una vez más hecha por Parched Art, que ya habían trabajado con ellos antes en la que aparecía una foto de Robert Smith envuelto por flores. Y aparte de él a la guitarra y con su manera de cantar inconfundible, Simon Gallup se encargó del bajo una vez más, junto a Porl Thompson a las guitarras y Boris Williams a la batería, tres de los miembros más históricos de The Cure, y con Roger O’Donnell a los teclados que remplazaba al expulsado Laurence Tolhurst, facturando una de sus mejores álbumes. La producción del disco corrió a cargo de Dave Allen y el mismo Robert Smith, grabado en los Estudios Outside, en Berkshire y mezclado en los Estudio Rak 3 de Londres.
Su vuelta al sonido gótico fue un acierto para volver a estar en el punto de mira. Smith sabía lo qué quería hacer en ese momento y huyó del convencional formato de radio fórmula que tenían algunas de sus canciones más recientes bañando de oscuridad sus composiciones y sacando a relucir todo su talento para crear una obra maestra. No hay nada en Disintegration que no merezca la calificación de joya. Desde su inicio con “Plainsong”, con ese ambiente casi de funeral, de créditos finales de película, con esa guitarra punteado encima de una base casi industrial creada por los demás instrumentos, con la voz de Smith susurrando la canción.
En el segundo tema, la luz parece que empieza a salir en el imaginario de The Cure, pero solo son destellos que se convierten en la preciosa “Pictures of You”, una de las mejores canciones de toda su carrera, que te lleva a una sensación de levitación o de caída entre nubes, marcando un punto de inflexión, seguramente por que eran una banda con ocho discos a sus espaldas, y eso les permitió crear sin ninguna restricción no miedo. Aunque las malas lenguas hablan que hubo presiones para que este no fuera el sonido del álbum, ellos hicieron lo que sentían y sacaron piezas de larga duración, como esta, que superaba los siete minutos, todos ellos llenos de belleza sonora. Para este tema también sacado como cuarto single, grabaron un videoclip en un entorno de nieve y palmeras, con algún esqueleto acompañando al grupo que interpretaba el tema.
El siguiente corte del disco es “Closedown”, con esas baterías que tantas veces han marcado el cuerpo de sus canciones. Pausada y elegante, esta canción aportaba un poco más de luz en el conjunto total del álbum y servía de enlace para que fuera “Lovesong” la que nos devolviera a unos The Cure más pop. Otro de los temas que salió como sencillo y contó con videoclip, con Smith enfundado en un mono azul, sentado en un cueva llena de estalactitas, junto al resto de la banda, consiguiendo dejar otra pieza imborrable en su carrera. Los teclados a lo largo de la canción hacen magia, dando un aire más vivo a su sonido. Solo con cuatro canciones, The Cure había sabido regresar a los sonidos de sus inicios, pero con toda la experiencia acumulada de su trayectoria. La introducción de “Last Dance” nos trae hacia un Robert que canta más seco que en los temas anteriores, casi recitando, en una muestra que el disco quizás si tenía un punto en común en todo su sonido, pero que cada canción tenia vida propia. No creo que ninguna de las canciones de este disco hubiera desencajado en ningún otro álbum, tenían una sonoridad vital destilando oscuridad.
Habían sacado como primer single “la canción de la araña”, como muchos de mi generación la conocíamos, la hipnótica “Lullaby“, donde Smith habla sin hablar de su pasado como adicto, donde supo sacar una pieza fantástica, aquel tipo de canciones que solo saben crear las grandes bandas. Sus orquestación en puntos de la canción le da esa grandilocuencia suficiente para que siga sonado a ellos y no quedara como una canción prepotente. Esa es su habilidad, saber sonar a ellos siempre.
Poner justo después «Fascination Street”, otro tema con un sonido maravilloso de melodías sobre sintetizadores. Sacaron un nuevo clip grabado en lo que puede parecer el almacén que años más tarde aparecería en “Friday I’m In Love”. Seguramente era el tema más radiofónico en el sentido estándar de ese disco, pero eso no le quita ningún mérit, que se mueve entre las melodías más pop y el sonido más dramático de la banda. No en vano fue el segundo single del álbum, quizás para mostrar una faceta para todos los públicos. Los sonidos más duros y oscuros vuelven con “Prayers for Rain”, con esa introducción que camina por la parte más oscura de las notas con un Smith que mantiene su dulzura y tristeza en la voz, pero que suena desafiante, como si nos estuviera avisando de algo. Por momentos suena a dolor mostrando su repertorio más gótico, marcando una manera propia de sonar.
En la parte final del disco encontramos tres de los cuatro temas más largos del álbum, siendo “The Same Deep Water As” con sus más de nueve minutos quien encabeza la lista. La lluvia nos introduce la canción, con golpes de batería muy secos, poniéndonos en un contexto cercano a los paisajes sonoros de Blade Runner (1982), o posteriormente The Crow (1994), con un pausado Smith donde su voz deambula sobre la estructura musical construida encima de las gotas de agua que caen, elevándonos a una atmósfera tantrica y tranquila donde la paz casi se puede escuchar en medio de la lluvia.
The Cure supieron construir universos y paraísos propios en muchas de su canciones, y esa una de las grandes bazas de su dilatada y excelente trayectoria discografía. En el tema que da nombre al disco cambian el registro completamente, recuperando parte del espíritu más alegre, si se puede considerar así, con el sonido característico de las melodías que usaban The Cure, pero sin llegar a ser un tema desenfadado, manteniendo un aire melancólico, sin acabar de explotar pero con la fuerza suficiente para conseguir una sonoridad mágica.
Casi cerrando el disco vuelve a coger la línea más tranquila y bonita, para dar vida a “Homesick”, que arranca con más de tres minutos de parte instrumental antes de que Smith, con una voz algo más grave de lo habitual empieza a cantar. Si el anterior tema superaba los ocho minutos, este supera los siete, con partes de piano bellísimas, acompañadas por cuerdas, produciéndose uno de los momentos más tiernos del álbum.
El disco se cierra con “Untitled”, con lo que parece ser una melódica o un acordeón antes de que los punteos de las guitarras se adueñen de la melodía en una canción que comparada con las otras del disco suena más vacía de sonidos en su fondo o alma. Desnuda de orquestaciones o efectos de fondo, solo con ese redoble de gong que se escucha en ciertos momentos, pone el broche perfecto a Disintegration.
The Cure consiguieron hace 30 años grabar la obra cumbre de su carrera, que les llevó a recibir numerosos reconocimientos como el Rolling Stone colocando el álbum en el número 326 de su lista de Los 500 mejores álbumes de todos los tiempos, y a “Pictures of You” en el 278 de Las 500 mejores canciones de la historia. Disintegration supera los 3 millones de copias alrededor del mundo, y para muchos de nosotros es su mejor disco. Robert Smith, Simon Gallup, Porl Thompson, Boris Williams y Roger O’Donnell facturaron una obra maestra a la altura de pocas bandas, un disco que no ha perdido ni un ápice de su alma ni de su sonido que nunca ha quedado desfasado y que sigue siendo una pieza clave en la historia de la música.
Adicto a los vinilos y a los directos. Fotografo allì donde no haya sol y suene buena musica, con ya mas de 25 años pisando salas de concierto, ha visto de todo en todas las salas. Coleccionista de lp’s y 7″ que acaban sonando en sus sesiones como dj