L.A. Woman es el canto de cisne al gran legado que dejaron The Doors para la posteridad. Luego (tres meses después en París) los excesos se nos llevarían a un Jim Morrison que en esos tiempos ya andaba pasado de quilos, pero mantenía su arte intacto, no su figura apolínea. L.A. Woman está considerado casi por unanimidad como uno de los mejores discos de la historia y en este el blues va más allá de ser una influencia y toma todo el protagonismo. Curiosamente los temas más celebrados y conocidos son los que más se alejan del estilo predominante. Son los más puramente Doors y los que conllevan ese acercamiento a lo comercial
La muerte de Morrison da para un artículo y varios libros, pero no nos centraremos en ella, pues al fin y al cabo sucedería poco después. Lo que sí hay que destacar es que los intentos para desengancharse del alcohol y las drogas eran momentáneos. Hay en este disco un aura de misterio en muchos de sus temas y las letras del divo sorprenden por su calidad. Quizá no era el zumbado con estudios universitarios que quiso mostrar Oliver Stone en su película. Siempre se dijo que se basó especialmente aquel film en la visión del batería John Densmore.
Las relaciones entre ellos estaban casi rotas por completo y la grabación fue un tortuoso camino del que se terminó apartando su productor de toda la vida Paul A. Rothchild. Terminarían en disco los propios Doors con el ingeniero Bruce Botnick. Al grupo se les unieron el bajista Jerry Scheff y el rítmica Marc Benno, lo cual se nota a lo largo del disco.
El disco
Abre “The Changeling” de forma poderosa con gran protagonismo del teclado de Ray Manzarek y un groove muy particular y definitorio del grupo. Ese interludio instrumental es juguetón como los son los aullidos y ese cambio de tiempo final tan festivo que termina con palmas y con unos dejes de espiritual negro. Luego vienen clásicos imperecederos como la preciosa “Love Her Madly”. Aquí vuelven a sentar cátedra con un tema aparentemente sencillo y comercial. Vuelven a ser las teclas blancas y negras las que ponen colorido junto a la guitarra acústica. Todo reposa en una base rítmica sin fisuras. Canto jovial al amor adolescente que da en el blanco.
El tema que da título al disco es otra de sus cimas con ese motor que abre y con un inicio que pudo inspirar a la mítica “Highway Star” de Deep Purple. Los guitarrazos de Krieger en el estribillo y el solo empasta perfectamente a ritmo medio con alma de jam y dejes de lo que será posteriormente el rock sureño. Esa guitarra que hace de eco a Morrison es embriagadora y el interludio calmo con el repiqueteo en la campanilla de John Densmore completa una canción dotada de arreones y juegos con el volumen. Magistral. En si la canción es un recorrido por Los Ángeles y a la vez una despedida, pues nuestro chamán favorito la cambiaría por París en poco tiempo… Primero abandonaría L.A., luego este mundo.
Terminando con la excelencia manifiesta hay al final del disco un tema candidato a canción perfecta: “Riders on the Storm”. Posiblemente la mejor despedida para Jim Morrison. Una epopeya que se inicia con truenos y que avanza inmisericorde entre brumas psicodélicas, desierto y peyote. Ese inicio susurrante con guitarra y voz haciendo de pregunta-respuesta sigue siendo mítica. A todo eso hay que añadirle esa letra críptica con la guitarra de Robby que es casi gótica. Es una de las canciones definitoria del sonido del grupo y Manzarek comanda con sus teclados ese creciente viaje hacia la locura que se sucede entre rayos y truenos.
El resto del disco no desmerece para nada el resultado y hay mucha joya que ha escapado de los grandes recopilatorias, caso de “Been Down so Long”. Aquí es Densmore el que pone el tiempo que cae a plomo en alma de blues. Ese mismo blues aparece con toda la pureza del Delta en “Cars Hiss by My Window”. Aquí las influencias de Robert Johnson son palmarias yendo a la pureza del estilo incluso. Mucho feeling, aullidos algo velados y clase.
El corte más sorprendente de todos es “L’America” por sus cambios constantes y esos versos cambiantes conectados por ese ritmo marcial de caja. Pura experimentación sin rastros de comercialidad y mucha genialidad. Ese final trepidante e intenso da un giro importante a la composición. En “Hyacint House” hay momentos templados siendo un canto a la soledad. Hay injertos de Chopin en el teclado y un poso optimista que les funciona perfectamente alejándose del blues imperante. Es otra de las joyas que encierra el disco con un gran trabajo de Morrison en lo vocal.
Cae la cuarta versión del grupo californiano en “Crawling King Snake” de John Lee Hooker perfectamente adaptada. Esa temática reptiliana encajaba a la perfección con Morrison. Reptiles y batracios siempre fueron bienvenidos en las letras y temáticas del rey lagarto. Suena puro y deudor de su herencia e influencia. En “The WASP” hay una puerta abierta a la experimentación, aunque ese riff de base es puramente de la escuela The Doors. Riff hipnótico con el cantante haciendo más de narrador que de cantante. Termina siendo una poesía musicada.
Veredicto
No es mi disco favorito de The Doors y siempre se suele olvidar que el grupo siguió sin Morrison y que incluso consiguieron un hit posterior, si bien totalmente alejado de lo que fueron The Doors. De lo que sí hay que estar seguros es que L.A. Woman vuelve a ser otro hito como lo fue el anterior Morrison Hotel. El blues era ya imperante y dominador, por lo que apunta a lo que podría haber sucedido en un futuro hipotético con Jim vivo. Pero no nos desengañemos, los momentos más rutilantes es cuando suenan como lo habían hecho siempre. La jam psicodélica y ese pop con teclados siguen ganándole la partida por mucho que sea más que atractivo todo ese material de blues primigenio o esa experimentación.
Otra de las genialidades del álbum está en la carpeta interior y es ese cristo en blanco y negro crucificado en un poste de teléfonos. Una imagen premonitoria de que a sus 27 años abandonaría este mundo en la ciudad de las luces. No son los 33 de Cristo pero tampoco son los 50 años que le puso el forense cuando vio su cadáver en la bañera parisina. Un perfecto canto de cisne a Morrison y a una discográfica impecable.