Hace poco hablábamos de The Great Kat y ese mismo reportaje me hizo recordar que pronto se cumplían tres décadas del disco «más reconocido» de la diosa de la velocidad y la música clásica. Todo un personaje al que se me pasó por la cabeza volver a entrevistar para la ocasión, pero… recordando la última vez, preferí no turbar la paz de su hogar. Como ya dije en el reportaje, Katherine habla como toca: a la velocidad de la luz, y del personaje no pasa. Ella es Katherine Thomas, inglesa de nacimiento que se mudó de muy chiquita a Nueva York y terminó asombrando por su técnica en el violín hasta el punto de ser becada para Julliard, que sería algo así como el Berkeley de la música clásica. Algo al alcance de los y las mejores. Ganó allí premios y licenciándose con honores. A nivel de técnica y velocidad es un Paganini moderno y sigue en la brecha, pero el mundo le hace poco caso y tampoco entendió ni ese disco, ni lo que pretendió y pretende en la actualidad: más tazas de lo mismo.
La autoproclamada reencarnación de Beethoven
Ella entendió a mediados de los 80 que la música clásica estaba muerta y decidió que había que resucitarla. Se consideró como la reencarnación de Beethoven y puso la música clásica al servicio del speed metal forzando la máquina hasta lo máximo. Roadrunner se fijó en ella y grabó un par de discos para ellos, siendo Beethoven on Speed el segundo y el “más” aclamado. Hasta cierto punto, y sin saberlo, estuvo antes que la Trans-Siberian Orchestra que posteriormente adaptaron el material clásico al heavy metal, con más gusto y menos velocidad. Pero eran tiempos en los que Malmsteen, Impelliteri, Jason Becker y el proyecto Cacophony tenían su mercado. Se llevaban los guitarristas ultra-rápidos y aquí pescó ella. Para mucha gente este disco puede ser insufrible, pero tiene su encanto. Además, nos regaló un disco de media hora, toda una rareza, pues sus discos son de 11 minutos o de 12 por lo habitual. Cuando vi en una tienda de Islandia este disco me tiré de cabeza. Hay críticas de este trabajo que le dan un cero, otros más generosos un 1. Alguna crítica favorable si buscas hay, pero serían de su familia y amigos.
Velocidad absurda como bandera
La mezcla de ceporrismo y velocidad es su razón de ser. Velocidad absurda constante y sin freno con algunos momentos influencias de Megadeth, de S.O.D, otras de los guitar heroes anteriormente citados, momentos neoclásicos y una batería que pinta a base programada. Graba también el bajo pues a nivel técnico no tiene problema alguno de hacer lo que quiera con un instrumento. El problema es que repite la fórmula hasta lo cansino: riff ultrasónico de música clásica + momento intermedio que pone de su cosecha y lo jode todo + vuelve al inicio + final ceporro acelerando hasta lo inhumano. Para rematarlo todo incluye sus mandamientos de autobombo faltones y te recuerda que cada 200 años aparece en la tierra un genio como Da Vinci, Van Gogh, Beethoven… ¡o ella!
Lo más interesante de la obre es la inicial “Beethoven on a Speed” que volverá se volverá a repetir posteriormente. No es una buena señal que te repitas en un disco que no llega ni a la media hora. Beethoven con músculo y una técnica tan soberbia como excesiva. Luego ya todo se te atraganta más… Puedes encontrar ciertos elementos de Annihilator en “Ultra-Dead” en lo que quizá sea lo más accesible y propio de todo el disco. “Flight of the Bumblebee” está a una velocidad alucinante y va bastante más rápido que el célebre solo de DeMaio. Mejor nos olvidamos de “Revenge Mongrel” y disfrutemos esa marcha funeral en versión metal, que no deja de ser curiosa. “Kat-Abuse” es uso y abuso del instrumento, de tus orejas y de tu paciencia.
Hay momentos técnicamente excesivos pero brillantes (en lo técnico) como en “God!”, terminando muchos temas en un descontrol total. Escalas y distorsión a la que a veces añade su voz, tan personal… Más que cantar escupe palabras, pero es pura actitud. Combina riffs thrashers y shred desbocado como en “Made in Japan”. Si lees las letras de esta canción verás como el delito de odio hacia los nipones sería aceptado por cualquier juez español. Pero lo realmente terrible es la letra en si (y es Subaru, no Suburu). Impresiona cuando cambia la guitarra por el violín y sale la solista de cámara que es como en “Sex & Violins”. Luce más el instrumento árabe que no la guitarra, pero más que nada porque hemos escuchado a muchos guitarristas extremos y pocos violinistas dentro del heavy metal.
Títulos atómicos como “Beethoven Mosh” han sido calcados por mi amada Trans-Siberian, lo que no sé es si tuvieron nunca a esta chica como referencia. La producción es tosca y oscura dando mucha personalidad y un sello personal al disco. La gracia es que va aumentando de velocidad sin freno en unos temas técnicamente sobresalientes. Todas las notas de las piezas clásicas están allí, eso es todo un mérito… quizá el único. Blast beats en “Gripping Obsession” en los que también puedes entender que difícilmente se pueda llevar al directo una velocidad colosal tal mientras también cantas. Su fórmula es evidente y reiterativa, casi contumaz, pero nos regala artefactos tan excesivos como un capricho de Paganini en ultravelocidad. Más cercana a su primer disco es “Worshipping Bodies” con unos detalles thrash pero con referencias y dejes que puedes ver en todo un Jeff Loomis, incluso momentos que hasta cierto punto puedes apreciar en Nevermore. Pero son espejismos.
Nunca te tomarán muy en serio si titulas a un tema como “Guitar Concierto in Blood Minor”, pero… repito, es realmente impresionante cómo toca esta mujer y la velocidad de la que es capaz. “Total Tyrant” es speed metal-thrash en el que, de golpe y porrazo, aparece un fragmento clásico a hipervelocidad. Es un poco circo al más puro estilo Michael Angelo Batio, y de verdad, Wacken podría traerla en algún clinic del Metal Market como ya hizo con el ex de Nitro. De los 25 segundos de “Bach to the Future” quizá no merezca la pena hablar tampoco. Si alguna vez tuviste un radiocasete y pulsaste a la vez las teclas “Play” y “FF”, ya te puedes imaginar como suena.
Veredicto
Neoclasicismo pasado de vueltas a velocidad absurda. Suelen recomendarte que ni te acerques a cualquier cosa que haya grabado The Great Kat pero es imposible no amar a esta diva, porque por encima de todo, sí, es toda una diva. Parecía que lo tenía todo en su día con esa imagen de monstruo sexy y con esa técnica tan depurada, pero no había nada más allá de la hipervelocidad. ¿Qué hizo sucumbir a toda una Roadrunner a grabar un par de discos de The Great Kat? El caso es que si te van las rarezas y lo kitsch vas a caer rendido ante esta dominatrix amante del BDSM que fustiga a machos de rodillas con su látigo mientras enarbola la bandera americana. Seguro que ama a Trump pero yo se lo perdonaría todo. Seguro que a Ludwig le sacaría una sonrisa…