La pareja Bjorn Strid / David Andersson sigue convencida que algo tan natural como sentarse un rato a descansar no es una actividad que esté hecha para ellos, y justo un año después de publicar el nuevo (y quizás sorprendente) disco de Soilwork, vuelven a la carga con una nueva entrega de su otra y siempre divertida banda. The Night Flight Orchestra empezó como una pequeña diversión que compartían con el bajista de Arch Enemy Sharlee D’Angelo (otro al que le cuesta lo suyo estarse quieto), pero después de cinco discos en siete años y medio (casi nada para una banda «paralela» -aunque no lo sea estrictamente-) el vuelo que transporta a esta orquesta nocturna ya ha tomado suficiente altura como para que dejemos definitivamente de catalogarlos como nada parecido a un proyecto paralelo. Sencillamente porque ya no lo son.
Debo confesar que cuando salieron, The Night Flight Orchestra fue una banda que me fascinó inmediata y absolutamente. Este rollo setentero y sudoroso, de champán, putas y farlopa en habitación de hotel con moqueta roja raída y ligeramente manchada me puso palote desde el preciso momento en que los conocí. Y si ya el inicial pero aún tentativo Internal Affairs me pareció una auténtica maravilla, los subsecuentes Skyline Whispers y Amber Galactic me convirtieron sin remedio en fan locaza de la banda, con canciones como «Living for the Nighttime», «Gemini», «Domino» o «Midnight Flyer» empezando a ocupar posiciones de privilegio en mis listas de escuchas y entre las recomendaciones que forzaba con más insistencia a los pobres animalicos que tienen que escucharme sobre estas cosas.
Aunque yo seguía más que emocionado con la banda, cuando me encontré de bruces y reseñé el aún buen Sometimes the World is Not Enough ya expresé mis temores a que la fórmula sobre la que The Night Flight Orchestra habían cabalgado en esos cuatro primeros discos tuviera un límite y que acabaran repitiéndose
Si tuviéramos que resumir en una sola idea (que forzosamente sería superficial e incompleta) lo que significa este disco en la camino evolutivo de la banda, diríamos que han trasladado su principal influencia desde finales de los setenta a principios de los ochenta, tomando muchos más elementos que les acercan al AOR de lo que habían hecho nunca. A nivel de feeling (que al final es lo que importa), aquí hay más laca y menos campanas, más drogas de diseño, menos champán y menos farlopa, pero aún así, y a pesar de usar herramientas algo distintas, logran mantener intacto el espíritu que los ha convertido en poco tiempo en una banda tan especial, divertida y con tanto potencial mediático. Porque el hecho que hayan cambiado o matizado un poquito su estilo no significa que no tengan entre ceja y ceja exactamente las mismas premisas y los mismos objetivos: parir canciones festivas y tremendamente accesibles construidas alrededor de un coro infeccioso e irresistible de aquellos que no te podrás sacar de la cabeza hasta el martes. Y si luego eso se traslada a una pista de baile o sobre el capó de un descapotable es absolutamente irrelevante.
Tras los mandos de la aeronave está una vez más David Andersson, compositor compulsivo que también, y de forma bastante sorprendente, últimamente es el encargado de escribir casi todo lo que está sacando Soilwork (y por eso, quizás, en Verkligheten encontramos tantos elementos que recuerdan a The Night Flight Orchestra) a pesar de haber llegado a la banda hace relativamente poco tiempo. Pero lejos de que un ritmo tan alto de trabajo afecte la calidad de su producción, las musas siguen estando de su lado en este disco y aquí encontramos algunos de los temas más inspirados e inventivos de su carrera. Y eso que, como fan de la banda que soy, las primeras escuchas me despertaron algún que otro recelo a modo de levantamiento de ceja, pero lo cierto es que una vez te dejas atrapar de nuevo por su mojo, no puedes sino asentir al ver que todo acaba por caer a sitio.
De una forma u otra, incluso, también podríamos entender la evolución que se nos presenta en este disco como que la banda ha decidido ya soltarse el pelo definitivamente, dejándose ir del todo con la incorporación de elementos absolutamente histéricos y exagerados. Algunos teclados o algunas intros parecen talmente sacados de una cinta de gasolinera ochentera, algunos solos de keytar rezuman caspa sudorosa a más no poder, algunos momentos de morritos rozan lo obsceno… Pero de esto se trata. Aquí todo está al servicio del carácter de una banda cuyo objetivo no es otro que éste mismo pero que, eso sí, en directo son bastante más modositos de lo que su música puede llegar a sugerir. A pesar de sus canciones y del potencial que tienen para ser sencillamente excesivos a todos niveles, su puesta en escena aún destila una cierta timidez que, de superarla, les convertiría en la hostia en verso.
El disco empieza una vez más con la lujuriosa y susurrante voz de en francés de una sugerente y lasciva azafata de vuelo (un detalle marca de la casa), pero enseguida nos podemos dar cuenta que algo ha cambiado, y mucho, aquí. El teclado inicial de tintes épicos (y con un aire algo Blade Runner) da paso a un riffaco que me recuerda infinitamente al «Do You Like It» de Kingdome Come y que se desvela como un sacudidor de cabezas infalible. Porque este inicial «Servants of the Air» es todo un puñetazo en los morros que, de buenas a primeras, te deja un poco descolocado al no ser exactamente lo que uno espera, pero que al cabo de nada te atrapa sin remedio gracias a sus momentos más rockeros pero también a las (excelentes) partes lentas y culebreras o en el histérico solo de keytar que pavimenta su parte final.
Los dos singles que salieron como avance (tanto «Divynils» como «Transmissions») son probablemente de lo menos innovativo que encontraremos en este disco. Se trata de dos temas pegadizos y llenos de groove, por supuesto, y mentiría si negara que cuánto más los escucho más me motivan, pero cuando los escuché por primera vez me los miré con cierto recelo, ya que mis temores de que aquí íbamos a encontrarnos únicamente con más y más de lo mismo y que la fórmula de éxito iba a exprimirse hasta niveles casi insostenibles tomaba visos de convertirse en realidad. Otros temas como «This Boy’s Last Summer» (con un delicioso rollo ABBA), la propia «Aeromantic» o «Taurus» también van un poco por esa línea, dejando claro que no es que pretendan romper en absoluto con el pasado, sino que estamos ante una transición más bien suave.
Pero eso sí, lejos de abusar de esa fórmula ya conocida, a cada esquina de este disco nos encontramos con alguna novedad o alguna sorpresa. «If Tonight Is Our Only Chance», por ejemplo, me parece un temarral absurdo y un himno como la copa de un pino lleno de pianolas españolazas, melodías inocentorras, un estribillo maravilloso y altas dosis de una épica casposilla que encuentro absolutamente deliciosa (y que hasta cierto punto recuerda un poco a Ghost, ¿no creéis?). «Curves» podría ser perfectamente la banda sonora de alguna serie de televisión ochentera, mientras que «Golden Swansong» me parece otro de los momentos álgidos de este disco. Lenta, melosa, cheesy, ultra melódica y con un principio maravilloso a base de sintetizador pizpireto que puede llegar a recordar al Phil Collins más irritante, este tema lo tiene todo para abrazarse mechero en mano con cualquiera que te encuentres alrededor.
También «Carmencita Seven» (título a parte) me parece un temazo excelente, con algún aire momentáneo a Rush y a otras bandas adscritas en esa especie de prog AOR que también lo petó en esos tiempos sin dejar de lado todo el mojo sexual que rodea todo el universo Night Fligh Orchestra. «Sister Mercurial» también mola lo suyo, pero es «Dead of Winter» la que me flipa de verdad. Con una magnífica intro new wave, una melodía increíblemente infecciosa y muchos detalles que me atrapan y me desarman sin saber muy bien cómo, no tengo demasiadas dudas en colocarla entre mis grandes favoritas a día de hoy. La final «City Lights and Moonbeams», por su parte, hace que pongas morritos y que muevas los hombros desde los primeros compases y que te acabes de emocionar del todo con un excelente estribillo que lo convierte también en otro de los grandes cortes de un disco que no baja del notable alto en cada uno de sus surcos.
Ya he dejado ir por ahí arriba que a mí muchas cosas de las que escucho aquí me suenan vagamente a los actuales Ghost. Y aunque el espíritu de de la banda es bastante distinto, no me extrañaría que estas similitudes, probablemente involuntaria, les sirvieran para aprovechar el éxito masivo de los discípulos del Cardinal Copia para su subirse un poco al carro de este improbable resurgimiento en popularidad de un AOR que ya dábamos por muerto y enterradísimo. Pero oye, todos aquellos que escuchábamos a Boston, a Foreigner, a Journey o a Toto como guilty pleasure podremos salir del armario y estar otra vez (un poco) en la onda.
La verdad es que no me lo esperaba, pero este Areomantic me ha sorprendido lo suyo… ¡y mola! No sé si me gusta más que sus álbumes anteriores, y dejando de lado los dos temas que más me flipan a día de hoy («If Tonight if our Only Chance» y «Dead of Winter»), lo cierto es que muy posiblemente no. Pero creo que el movimiento que han hecho, evolucionando lo justo para sorprendernos con nuevas dosis de una frescura que quizás no estaba tan presente en su último disco, me ha parecido valiente y necesaria para no anquilosarse en una fórmula que, de haber abusado solo un poquito más de ella, quizás ya habría empezado a mostrar visos de agotarse. The Night Flight Orchestra, con toda su buscada ligereza, son todo un regalo de nuestros días. ¡Así que disfrutémoslos!
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.