Enfrentarse a una nueva obra de The Ruins of Beverast no es una tarea fácil. Supone más bien un reto auditivo. O al menos así yo lo he concebido a lo largo de estos últimos años con respecto al lanzamiento de sus cinco álbumes previos a los cuales he tenido ocasión de enfrentarme. Todos y cada uno de ellos, engendrados por Alexander von Meilenwald se convierten en una experiencia sin parangón, algo así como sumergirte en una especie de viaje espiritual, musical y sensorial. Y The Thule Grimoires, no iba a ser menos. Como oyente, para cada nuevo disco de The Ruins of Beverast tengo costumbre de hacer un reset mental y no caer en el flagrante error de comparar un álbum respecto a su predecesor, porque como bien apuntaba unas líneas más arriba, cada cual posee su propia identidad y este particular músico, le infiere una palpable personalidad.
Con el paso de los años, es evidente que la exposición mediática a la que se enfrentado ha crecido y el foco de atención sobre su música ha ido en aumento. No por ello, la calidad artística se ha resentido durante el transcurso de este tiempo. También ha amasado un estatus de banda icónica y de culto en el horizonte de la música extrema underground, pero ello no ha sido óbice para convertir cada grabación en obras maestras de arte oscuro y siniestro, sin querer entender de modas o seguir las corrientes trendies imperantes. La mejor manera de comprender The Thule Grimoires es sumergirse en lo más profundo de este elepé, dejarte seducir por los inquietantes ecos orquestados por el señor von Meilenwald y dejar de lado toda influencia y prejuicio externo que puedas tener.
El arranque del disco es fulgurante y vertiginoso, pues “Ropes Into Eden” supone toda una mirada atrás de recobrar negruzcas y viejas sensaciones vertidas de Rain Upon the Impure (2006) o Foulest Semen of a Sheltered Elite (2009). Incluso el final de “The Tundra Shines” o la no menos extrema “Polar Hiss Hysteria” también lo atestiguan. Aun así, en ningún momento hemos de pararnos a pensar que se trate de un back to the roots como dirían los anglosajones, pues muchos hablan de doom, black o incluso metal gótico para referirse a esta grabación. Pero a veces, las etiquetas, no hacen justicia para describir la grandilocuencia de este particular proyecto musical alemán. El espectro musical que comprende este trabajo de The Ruins of Beverast nuevamente es extenso y, por ende, con amplitud de miras. Por ejemplo, a lo largo del elepé, aquí y allá encontraremos un ligero nuevo tratamiento a las voces limpias que irrefutablemente tiene ciertas similitudes o aires góticos de los 90, como “Kromlec’h Knell” que pueden traernos a la mente a Pete Steele de Type O Negative (tonalidad de guitarra y voz). También merece mención el núcleo principal de la atmósfera que brinda “Mammothpolis” o “Deserts to Bind and Defeat”, que por momentos recuerda a una mezcla de los elementos clásicos en cuanto a siniestralidad de The Ruins of Beverast junto la oscuridad que emana Triptykon, la fuerza proggie de Enslaved. Tampoco puedo quitarme de la cabeza la destreza exhibida en “Anchoress in Furs”, una canción que desprende un halo transcendental que rememora las sensaciones tribales vertidas en Exuvia.
Y es aquí donde creo que hay que mencionar la incidencia de la aportación de Michael Zech. Como ocurriera con Exuvia (2017), vuelve a rodearse de una figura que resulta clave (e infravalorado por ciertos colegas de la prensa escrita) para la consecución de la producción obtenida, que es retomar la colaboración con el guitarrista Michael Zech (Secrets of the Moon) a modo de productor. Su influencia y contribución es una de las claves para elevar más si cabe el alcance y la calidad expuesta en este sexto álbum, si nos atenemos al background e impacto musical mostrado por él en Secrets of the Moon en su aclamado Black House (2020).
Y es tal la atención que uno ha de prestar a los casi 70 minutos de la obra, que escucha tras escucha uno irá descubriendo sinfín de matices, voces, elementos, arreglos y capas y más capas en cada uno de los cortes, conformando una especie de trance musical durante la reproducción del plástico. Para aquellos neófitos en The Ruins of Beverast, os aseguro que no será nada sencillo engancharos a este siniestro ejercicio. Porque conformar un trayecto de 70 minutos no es una tarea sencilla, pero todos los temas se desencadenan con una pasmosa fluidez y naturalidad, hilados por pasajes y samples capaces de conseguir esa unidad y cohesión artística demandada.
Una vez más, la maestría y pericia del solitario multi-instrumentista queda patente y fuera de toda duda en los casi 70 minutos de duración del largo, con su enésimo ejercicio de maestría musical y compositiva. Y es que cuando una grabación te exige de más y más escuchas para desgranarlo, analizarlo y disfrutarlo, es una inequívoca señal de que estás ante una obra maestra. Ese dato, te lleva a pensar, además, de que el artista ha invertido un trabajo/tiempo nada desdeñable hasta dar con el producto final. Brindo por ello, ¡chapeau!
Otra de mis pasiones es la prensa escrita musical. Con sus luces y con sus propias sombras. Poseo una dilatada experiencia en medios como el extinto Pitchline’Zine (2005-2016) del que fui redactor-jefe o Subterraneo Zine (2017-2019).