Resulta sorprendente que justamente ahora y casi sin previo aviso, Billy Corgan y sus calabazas nos ofrezcan un nuevo trabajo. Sorprendente pues hace más bien poco tiempo nos aburrieron y hastiaron con el grandilocuente y mal resuelto ATUM (2023), una “ópera rock” compuesta por tres actos, 33 nuevas canciones y casi 140 minutos de nueva música. Es evidente que este último disco decepcionó a la mayoría de fans y quizás, sólo quizás, Corgan ha logrado recapacitar para dar al oyente y al fan lo que desea.
Hace poco leí una entrevista al líder de los Smashing que comentaba que estaba harto de que la gente les recordara por sus primeros discos. Que como artista y compositor, su trabajo y la evolución de su música es mucho más grande que lo que gestó en los noventa. Nadie ha puesto nunca en entredicho la capacidad y calidad de la maquinaria funcionando a pleno rendimiento, pero quizás no hemos logrado conectar bien con lo que Corgan nos ha ido regalando sobre todo esta última década. También comentaba de forma crítica que en sus directos le cansa tocar siempre las mismas canciones “antiguas”.
Curiosamente y tras ATUM (2023), todas las palabras que leí en dicha entrevista han quedado difuminadas. Su reciente gira europea ha sido exitosa y con un repertorio clásico increíble en la que no ha faltado ni una de las más queridas por los fans. Y ahora nos regalan de forma inesperada e insospechada un nuevo disco con bastante aroma a sus inicios. Bastante, incido en esto.
Aghori mhori mei (2024) es el título del que ya, de forma inmediata, es el mejor disco de Smashing desde los dos volúmenes de MACHINA publicados el año 2000. Quizás podría estar a la par del injustamente infravalorado y olvidado Zeitgeist (2007). Pero no voy a ponerme ahora demasiado pesado con las comparativas. Lo que quiero comentar y sin calentón de por medio, es que el décimo tercer disco de los Pumpkins es un esfuerzo notable de la banda para gustar a todo el mundo.
Ya de por si el disco es atractivo en su formato, diez cortes en tres cuartos de hora. Sin extravagancias ni excesos. Ideal para degustar sin tener que hacer un parón. Un disco publicado sin ningún anticipo lo que es también sorprendente, pues hay canciones que hubieran funcionado de forma perfecta como singles. Aunque aquí si entiendo a Corgan, el que quiera descubrir lo mejor del disco tendrá que escucharlo entero. Y el viaje por estos diez temas es totalmente placentero para cualquier fan de la banda.
Lo primero que quiero resultar es que la banda recupera parte de su esencia grunge / hard rock, olvidada casi por completo en las dos últimas décadas. El disco es musculoso, con riffs pesados y una batería que aporta ese punch que tanto se echaba de menos. Las composiciones son eclécticas y dinámicas como podemos comprobar ya de primeras en “Edin”. La canción que abre el disco es ligera, melódica, coherente y progresiva. Un gran abridor y la primera muestra de que este disco va en serio.
“Pentagrams” sigue la dinámica de su predecesora de forma fiel mientras que “Sighommi” y sobre todo “War Dreams of Itself” son canciones directas, todas ellas de menos de tres minutos y medio de duración. Canciones pesadas, rockeras en toda su esencia y con mucho carácter. Entrelazándose con estas dos últimas y contrastando pues son más delicadas tenemos “Pentecost” y “Who Goes There”.
Tras otra muestra de dureza titulada “999” tenemos un amor a primera vista con “Goeth The Fall”, simplemente la mejor canción de Smashing desde “The Everlasting Gaze”, para un servidor su última gran canción, ubicada en primera posición en MACHINA I (2000). No os cuento más sobre ella, disfrutadla sin spoilers. La recta final arranca con “Sicarus”, otra muestra de pesadez marca de la casa. Y llegamos al cierre titulado “Murnau”, una hermosa canción de esas en las que Corgan quiere tocar el alma del oyente.
Inesperadamente Smashing Pumpkins acaban de sacar de la chistera un disco que roza el excelente, un trabajo mimado y pensado para que los fans adoren y para resarcirse tras un traspié de 33 canciones y otros discos menores.