Quién iba a decirme a mí que gozaría tanto de la noche de un miércoles cualquiera. El pasado día 18 de septiembre, algunos fuimos a deleitarnos de la música en directo de dos grupos que nos lo hicieron pasar más que bien. Estoy hablando, ni más ni menos, que The Warlocks y Electric Monolith.
La gente empezaba a llenar la Sala Sidecar durante las primeras canciones de Electric Monolith, que abrieron el bolo con su sonido al ritmo del rock psicodélico. Os juro que hubo un momento del concierto en que me sentí verdaderamente envuelta por el estilo años 70. El sonido era genial y cada nota retumbaba en tu cabeza suprimiendo todo aquello innecesario, solo te hacía falta escuchar, contemplar y disfrutar.
Después del power trío de Barcelona, se subieron al escenario los estadounidenses The Warlocks, cinco músicos (tres guitarras -siendo uno de ellos la voz-, un bajista y un batería) que casi no cabían en el escenario y que solo paraban de tocar para beber cerveza y presentar la siguiente canción. Estaban a tope y se notaba. Un público de todas las edades moviéndose a un lado y al otro siguiendo sus interpretaciones de gaze y rock experimental psicodélico sin pausa. Presentaron su último álbum de 2019, Mean Machine Music, y demostraron que no han bajado para nada el nivel después de años de discografía. Tocaron también temas como It’s Just Like Surgery de su álbum Surgery de 2005 o Shake the Dope Out de Phoenix del 2002.
La gente cantaba las canciones a pleno pulmón mientras el cantante Bobby Hecksher enloquecía, se quitaba la guitarra, la tiraba al suelo, sacudía el amplificador y bailaba desvergonzado con expresiones indescriptiblemente teatrales en su cara.
Fue todo un espectáculo lleno de sonidos misteriosos y completamente bien avenidos. Pudimos apreciar sus atrevidas composiciones interpretadas a la perfección. De repente te dabas cuenta de que detrás de la voz y las notas que sonaban por encima, una de las 3 guitarras emitía un sonido muy diferente al resto, aunque siendo este un complemento más que necesario para la interpretación de su estilo experimental.
Acabaron su actuación al grito de «Barcelona campions!», al que la gente respondía con risas y gritos de juerga. Había incluso gente saltando descalza durante sus últimas canciones.
Fue todo un placer asistir a esos conciertos. Las luces que iluminaban el escenario eran rojas por detrás de los artistas, acompañadas de dos focos blancos desde delante, como de costumbre en la Sala Sidecar. Esa iluminación hace difícil hacer fotos nítidas y con buenos colores, pero llenan fácilmente el ambiente poniéndolo muy acorde al tipo de música y convirtiéndose en un complemento estupendo. Hacia el final del concierto, los focos blancos se apagaron y siendo también rojas las paredes de la sala, estábamos todos inmersos en una noche roja que creó un final realmente épico.