Por mucho que nos seduzcan los rutilantes carteles de los festivales y que nombres como los de Kiss, Judas Priest o Metallica copen nuestras expectativas y hagan que movamos nuestro esqueleto hasta tierras aragonesas, vascas, catalanas, o allende de nuestros mares… si Iron Maiden está tocando “The Trooper”, a la vez que la llamada de la naturaleza te apremia, hay que obedecer al instinto básico y primario. Si hay que cagar, hay que cagar, no hay que darle más vueltas a ello. Ese impulso freudiano manda, y punto. Es curioso pues estás en primera fila en Machine Head, pero… el cielo debe esperar. Entonces se abren esos grandes interrogantes a los que uno se enfrenta, sí o sí, en todo festival: ¿Podré hacerlo en unas condiciones mínimas? ¿Habrá papel? ¿Habrá pestillo? ¿Podré respirar? ¿Estará a pleno sol y sudaré mientras cago? ¿Cuántas enfermedades venéreas hay allí?
La edad es algo que nos golpea y nos da bofetones de realidad. El día que prefieres defecar en vez de cantar el estribillo de “Higher than the Sky” de Rage entre el gentío te das cuenta de que el heavy metal mola… pero unas condiciones higiénicas y una privacidad merecerían estar al mismo nivel que los cabezas de cartel. Digamos que los festivales patrios han tardado en darse cuenta de estos detalles importantes, pero añadamos que cagar en pleno 2020 poco o nada tiene que ver en los 90 o los principios de los 2000. ¡Eso sí que eran aventuras de verdad! Acción, gore, terror, drama, comedia, espionaje… todos los géneros del séptimo arte se mezclaban en esa misión.
He recopilado 5 historias desagradables por su naturaleza, pero en las que nos podemos sentir identificados todos/as pues, aunque no se suele hablar de ello, el cagar es tan importante como los grupos, el merchandising o la cerveza que sirven en un festival. Si eres ya de los que las condiciones del cagadero son las que marcan si vuelves o no el año siguiente… este es tu reportaje amigo/a, estoy de tu lado. Y un consejo gratis: si en un festival te dan flyers de propaganda… ¡cógelos! Bendito sea el papel satinado.
1. Aguantar hasta el aeropuerto de Hamburgo
Hubo unos años en los que Wacken no era tan mediático como ahora. Abrir una puerta del polyclean era enfrentarte a algo difícil. Abres esa puerta e intentas no vomitar pensando que el valiente que lo ha conseguido antes que tú es un ser sin escrúpulos capaz de invadir Polonia si se tercia. Soy de los que no puede… Le confesé a un amigo que si aguantas hasta el día de vuelta conozco un lavabo en el piso superior del aeropuerto de Hamburgo que sólo yo y el que hizo los planos conocen. Allí descargué y animé a mis compañeros a ir después del trabajo hecho (laborioso y fructífero, no entraré en detalles…). Posiblemente debería haber avisado que el papel escaseaba, pero un amigo decidió celebrar el fin de Wacken con tortilla española y carajillos en un bar español. A pesar de que ese menú no lo aprobaría ni la cúpula de VOX mi buen amigo descargó feliz hasta darse cuenta de que no había papel… Una contrariedad que suplió inteligentemente con el papel de periódico que cubría el suelo fregado. El caso es que dicho papel estaba rebozado con serrín, la cual cosa explicó los muchos espasmos que me tocó aguantar del amigo en el vuelo de vuelta de Hamburgo a Barcelona. No todos los héroes llevan capa…
2. Banderas de nuestros padres
En los Wackens de los 90 adentrarse entre los matorrales era jugártela en un campo minado del que cualquier paso en falso era pisar mina. El alcohol y el estreñimiento acumulado hacen que en esos parajes uno pueda llegar a ver misiles y monolitos por lo que atreverse a ir sin linterna es muerte segura, además de que por la noche esa zona boscosa está sumamente habitada por gente que tiene tu misma idea en el mismo momento. Mejor que adentrarse a la tierra de nadie es optar por el polyclean. Algunos valientes ya habían descartado polycleans por eso de cagar mientras vomitas y la opción lógica era ir al pueblo y hacerlo en un restaurante. Creer que el lavabo del restaurante era mejor opción que ese atroz habitáculo era perder el tiempo: no lo era. Una montaña de mierda en un equilibrio imposible emergía de la taza. Merecía una foto en ese restaurante de Wacken pero mis arcadas lo impidieron, aparte que siempre he preferido tomar fotos de Savatage o incluso de Thunderstone si me presionas. Un valiente amigo no sólo entró, lo vio y defecó, sino que había guardado la bandera de su margarita y coronó lo alto de esa montaña. Tres días después allí seguía allí ondeando fuera de la taza, nadie se atrevió a tocarla.
3 – Pinos de categoría especial en festivales de provincias
Los estadios de futbol de regional y los festivales metaleros de los 2000 con nombres que no pegan ni con Loctite eran un matrimonio de conveniencia muy habitual en esos tiempos. Segismundo Toxikómano, Udo, alguna banda portuguesa que nadie conoce, el cuñado del organizador abriendo con su grupo como local y un par de agrupaciones de versiones eran capaces de ser llamados “festivales”. Los baños del Esteponense de turno no aguantaban las vejigas del metal y pronto la charca de meados hacía imposible el acceso. Un apretón puede sobrevenirte mientras miras Metalium con un bocata de supuesta panceta o un gofre en forma de albóndiga servido con desgana por un nini repleto de acné. Un buen amigo sintió la llamada de lo salvaje y viendo que Metalium acaparaba todas las miradas decidió sentirse como Zinedine Zidane y se sentó en el banquillo dejando un “pino de categoría especial” (estas han sido sus palabras). No había papel así que los calzoncillos atraparon los restos de serie. Nadie entendió por qué terminó la noche andando como un cowboy…
4 – Cagarse encima, la última opción…
He llegado a conocer a individuos que, saliendo de fiesta, y para hacer la gracia, se han meado o cagado encima, pero en un Wacken un buen amigo y famoso bajista hispano combinó grandes bocadillos de pescado con un artilugio infernal para beber cerveza. Se llenaba una cerveza entera en un embudo acompañado por un tubo y entraba todo el continente gaznate abajo en cuestión de segundos. Con unas cervezas de más a muchos les sale ese macho ibérico que llevamos dentro y repitió la operación varias veces ante el deleite y la algarabía de nuestros vecinos alemanes, dueños del artilugio infernal. En una de las muchas demostraciones entró la cerveza y salió el salmón con la misma ansia que tienen estos peces al remontar al río buscando su origen de nacimiento. Pescado rojo y cerveza directa no combinan así que dejamos al amigo dormir en el asiento trasero de la furgoneta. A la mañana siguiente nos despertaba un simpático alemán para ofrecernos Vodka caliente y nos obligaba a beber a todos. Buscó al amigo dentro de la furgo pero nada más abrir esa puerta el hedor infernal lo disuadió. No llevaba calzoncillos y sus únicos pantalones eran de cuero. Quedaban dos días de festival… Lo dejamos aquí.
5 – Cagar sin pestillo en Wacken
Una de las grandes innovaciones del mítico festival alemán fue el añadir a la oferta un remolque con sanitarios con puerta, pestillo y agua corriente. Lo que nunca entendí es por qué no se estila eso de poner papel. Los nórdicos siempre han visto el papel como un lujo innecesario y que con agua ya todo queda limpio. Otro buen amigo hizo la larga cola desplazando algunos usuarios al grito de “I can’t no more” mientras el pobre inmigrante encargado del remolque le pedía la propina debida. A base de pedos le hizo saber que había otros factores que o apremiaban y terminó sentado en el trono pues “se diarreaba encima” (así me lo ha descrito). Una vez sentado pudo admirar una serie de pinturas rupestres de anteriores usuarios hechas con un dedo y caca. Mientras se preguntaba si el proceder de esa pintura no figurativa era mera expresión artística o la falta de kleenex se abrió la puerta y un alemán le entró en el habitáculo con cara de cagarse encima. Al parecer no había pestillo y desde fuera parecía que el lavabo estaba libre, de color verde. Mi buen amigo es de los que necesitan tiempo en su menester y esa puerta se fue abriendo sin parar admirando caras de urgencia y desesperación mezcladas con la sorpresa de ver a un individuo cagando enmarcado en un enclave pictórico. Unos cachondos alemanes tomaron incluso una foto del amigo que esperamos algún día poder ver.