Después de una fiesta de presentación mágica y de una primera jornada llena de muy buenos y variados conciertos, llegamos a la jornada final del Rock the Coast ahora que le estábamos empezando a pillar el tranquillo. Es verdad que un festival de dos días es extremadamente cómodo y no te revienta como los eventos de cuatro jornadas cada vez más habituales, pero una vez ahí, pues hombre, se hizo un poquito corto. Sea como fuere, la jornada de hoy venía empaquetada con la mayoría de grandes reclamos para mí, desde los deseados Rainbow hasta bandas que adoro como Opeth, Dark Tranquillity o incluso Jinjer, el concierto esperadísimo de Conception o bandas nacionales de nivelón como Angelus Apatrida, Chaos Before Gea o Dry River.
Para coger fuerzas para un día tan intenso, qué mejor que pegarle un tiento a la playa. La mañana del viernes fue algo ventosa y nublada, así que este soleado sábado se antojaba como ideal para ponerle el «check» a lo único que me faltaba cumplir del motto del festival: «Sun, Horns, Beach«. A pesar de tener una arena de esas finísimas que se te pega como si fuera cemento, lo cierto es que es todo un lujazo poder disfrutar de la playa a la propia puerta del festival. Eso es algo que muchos eventos españoles ya han incorporado hace años a su menú, desde Benicassim hasta el Low o el Arenal (y hasta cierto punto el Primavera, aunque en mucha menor medida), pero que es nuevo en los festivales metaleros. Sí, ya sé que me diréis que el Resu también está al lado de la playa, y es cierto, pero el componente mediterráneo de las costas catalana, valenciana y andaluza le añade un toque vacacional especial.
Eso sí, el agua estaba a una temperatura polar (no tanto como en Viveiro, eso sí), así que al final fue más bien un entrar y salir. Aún así, creo que esta época del año, antes de la temporada alta y antes de que empiece a hacer un calor infernal por estos lares, es bastante ideal para un festival así. Una vez bañados y aseados, superamos la tentación de volver a darle al English Breakfast vegetariano doble para ir a comer a un sitio que parecía saludable y, lo que era más importante, más o menos rápido. Pues craso error, porque se tomaron lo del slow food realmente a pecho, y tardaron cuarenta minutos en traerme una hamburguesa vegetal con ensalada y cuatro cositas más. Total, que una vez más me tocó salir escopeteado hacia el festival para perderme lo mínimo posible de la jornada de hoy.
En esta segunda jornada, por cierto, la organización solventó algunos de los problemas que nos azotaron el viernes: la cola para entrar fue esta vez mínima, debido a que se eliminó el doble control que había el día anterior. También la forma de salir del Castillo (te obligaban a dar la vuelta por la parte de atrás para que entrada y salida no fueran por la misma puerta) se naturalizó una vez comprobado que las aglomeraciones en el acceso eran casi inexistentes. Lo que no creo que mejorara fueron las colas inhumanas que se generaron en los puestos de comida, pero esta vez me avancé a los acontecimientos y vine con un par de bocadillos de casa. Por si las moscas.
Chaos Before Gea
El restaurante slow food hizo que me perdiera el principio de Freedom Call por completo, pero como tampoco tenía previsto verlos más que diez minutos no me afectó demasiado. Lo que sí que me jodió más fue llegar tarde al Castillo para el inicio de la descarga de Chaos Before Gea, autores para mí del mejor disco nacional del año pasado y, después de su exitoso y devastador paso por la fiesta que organizamos en la Sala Rocksound en noviembre, también colegas personales y de la revista. Ya ha quedado claro que en disco son un absoluto pasote, pero es que en directo incluso se superan. Al llegar allí arriba, solo con un temita de retraso, comprobé como ante ellos se congregaba un montón de gente que sabía perfectamente de lo que hablo, y el quinteto malagueño no les decepcionó para nada con su devastadora actuación. Al contrario, visto el sonido que tuvieron que sufir muchas bandas ayer en este mismo escenario, estuvieron aún mejor de lo que esperaba.
Basando su repertorio en mi adorado Chronos, el tercer y para mí mejor trabajo de su carrera, Chaos Before Gea reventaron el recinto e hicieron sacudir cabezas desde el primer momento. Su mezcla entre Mastodon, Opeth, Gojira, Machine Head, Converge y The Dillinger Escape Plan (por ejemplo) es sencillamente irresistible. Canciones como «Rebirth» o «Consciousness, Conscience» están repletas de gancho y de groove, pero en directo toman aún una nueva dimensión. Con su vocalista Ismael Pérez brincando de un lado para otro y con el resto de la banda dominando el escenario sin ningún problema, atraparon en su torbellino de energía a la ingente cantidad de público que acabó reunida para verlos y que incluso, previo soborno por parte de Ismael, se animaron con un pogo bastante activo durante la interpretación de la canción que cerró sus cortos cuarenta minutos de concierto.
Quizás sorpresivamente vista la ínifima afluencia con la que contaron los también locales (y también muy buenos) Thyrant a la misma hora del día anterior, Chaos Before Gea fueron profetas en su tierra. Desde el primer día que saqué la copia promocional de su disco de la funda, sentí que esta gente tenía algo especial, y cada vez que me los encuentro en un escenario me lo confirman. No nos engañemos, es muy complicado que con el estilo que practican lleguen a petarlo más que testimonialmente en nuestro país, pero como mínimo os recomiendo, y mucho, que les peguéis un orejazo y que os acerquéis a verlos si pasan cerca de vuestra casa. Bandón con temazos, actitud y un directo imponente. Y además buena gente.
Jinjer
Antes de encaminarme montaña abajo para disfrutar una vez más de los impredibles Jinjer, me quise quedar a ver un tema de la desafortunada banda que tuvo que comerse el solape con los ucranianos. The Holeum me habían llamado la atención en mis descubrimientos previos al festival, y la verdad es que me supo bastante mal no poder verlos. Su metal oscuro y pesado en algun lugar entre el doom (mucho) y el sludge (menos) sonó sorprendentemente atronador desde el primer momento, aunque la luz del día y la poca afluencia deslucieron un poco lo que intuyo que podían haber sido. En todo caso, y como digo, Jinjer son mucho Jinjer, y por desgracia no pude ver más que un tema de un concierto que prometía lo suyo. Aunque son aún bastante desconocidos por ahora, espero tener de nuevo la oportunidad de verlos en el futuro.
El fenómeno Jinjer puede parecer a priori algo sorprendente: se trata de una banda ultratécnica y diría que bastante inaccesible a muchos niveles, con toneladas de prog, djent y death metal como elementos esenciales de una propuesta eminentemente muy trallera, pero su crecimiento y su aceptación entre las masas parece es meteórico y parecee imparable. Y si bien hace un tiempo me podía rascar la cabeza ante ello, a medida que me introduzco más profundamente en su corta discografía y más veces los veo en directo, supongo que puedo atreverme a explicar el porqué de una forma muy sencilla: Jinjer son la PU-TA-HOS-TIA. Instrumentalmente son espectaculares, Tatiana es una vocalista impresionante, suenan atronadores, tocan con una precisión que da miedo, tienen temarrazos que te aplastan contra el suelo, escénicamente se comen el escenario y, además, parecen gente de puta madre. Como para no petarlo.
La prueba es que, a pesar de que era aún super temprano, ante el Main Stage 2 se reunió mogollón de gente dispuesta a entregar su corazón y su sudor a los ucranianos y, en especial, a Tatiana, cada día más musa del universo metálico. No sería justo obviar la brutal capacidad instrumental de la banda: tanto Roman Ibramkhalilov a la guitarra como Eugene Abdiukhanov al bajo tienen una técnica sencillamente abracadabrante, y el batería Vladislav Ulasevich es casi único tanto la disposición de su kit (plano, sin timbalas y con muchos platos) como en la forma de tocarlo, pero tampoco sería justo no atorgarle a Tatiana Shmailyuk el crédito que se merece. La pequeña vocalista goza hoy en día del rango más completo y sobrado del panorama, es dulce y melosa cuando hace falta, gritona cuando así lo quiere, y brutalmente abrasadora la mayoría del tiempo. Además, y sin necesidad de hacer ningun esfuerzo artificial a nivel de vestimenta, rebosa carisma, confianza y presencia por todos lados y el escenario se le queda insultantemente pequeño. De hecho, a día de hoy, me atrevo a decir sin equivocarme que ni Alyssa ni nadie le tose a Tati en eso de frontear una banda de metal agresivo.
Su corto set de cuarenta minutillos fue gozado por jóvenes (muchos) y mayores por igual y contó con muchos de sus hitazos, desde «Who’s Gonna Be the One» a «Captain Clock», «I Speak Astronomy» o la sencillamente increíble «Pisces» (quizás su tema más conocido y objetivo de miles de adictivos videos de reacciones en Youtube). La asombrosa naturalidad con la que pasan del jazz al death metal o del prog al hardcore, de la épica a la tralla y de la dulzura más angelical a la agresividad más demoníaca es única, y la precisión con la que executan tal complejidad de música no invita a otra cosa que no sea levantarse y aplaudir. Su concierto fue sencillamente impresionante y se comieron con patatas a prácticamente todas las bandas que tocaron hoy aquí. Con tal convencimiento y tal estado de forma esta gente van disparados a la primera fila del metal más agresivo, y vete a saber si más allá y todo. En diciembre vuelven en gira propia como cabezas de cartel, y yo ya estoy contando los días.
Angelus Apatrida
Siempre es complicado salir a tocar cinco minutos después del bolazo que se marcaron Jinjer, pero si hay una banda que es capaz de hacerlo con la garantía de salir totalmente airosos es sin duda Angelus Apatrida. Los albaceteños hace tiempo que no necesitan demostrar que tienen uno de los directos más potentes del panorama nacional ni que son una de las bandas top del movimiento thrash revival que ha venido asolando el mundo del metal desde hace ya unos años. Ya sé que aquí solemos ser un pelín acomplejados, pero ni por calidad de canciones ni por personalidad ni por capacidad sobre el escenario tienen nada que envidiar ni a Havok, ni a Municipal Waste, ni a Suicidal Angels ni a ninguna otra banda que se os ocurra.
Pero bien, aunque no necesitan demostrarlo, ellos se empeñan en hacerlo concierto tras concierto. Personalmente, y tras mi experiencia frustrada cuando tenía que verlos presentando su nuevo y brillante Cabaret de la Guillotine en la sala Razzmatazz 2 junto a Trallery y Skeletal Remains (cuando tuvieron que cancelar por culpa de la súbita indisposición de su batería Victor Valera), aún no havía tenido la oportunidad de verlos en esta gira. Por ello, y aunque Angelus es una banda obviamente fácil de ver por estos lares, tenía muchas ganas de ver la certificación de que, con este disco, han dado un paso más en su contínua evolución sobre el escenario. Al ser quizás la única banda de thrash metal puro de todo el cartel, me dio la sensación que no había tanta gente como debería ante su escenario (definitivamente menos que con Jinjer), pero sí que fueron los que levantaron mayores pogos y circle pits, probablemente, de todo el festival.
Y eso que empezaron con un sonido bastante chunguero, con el doble bombo de la brutal «Sharpen the Guillotine» percutiéndote el plexo solar como un martillo pilón. Por suerte, los encargados del sonido fueron capaces de subsanar el problema a tiempo, así que pudimos disfrutar sin reservar de uno de los grandes temarrales de su discografía. Con «Of Man and Tyrants» la cosa se puso ya completamente del revés, y en la pista se empezó a levantar una densa polvareda que hizo las delicias de aquellos curiosos que no estaban acostumbrados a ver circle pits demasiado de cerca. En algun momento hubo un problema con el amplificador de bajo de José Izquierdo, cosa que hizo que tuvieran que parar durante un rato lo suficientemente largo como para que se notara el bajón de intensidad. Ellos tampoco supieron bien como gestionarlo, ya que en vez de interactuar con el público de una forma u otra, se limitaron a esperar que el problema se solucionara. Por suerte, a la que arrancaron con «Downfall of the Nation», otro de los grandes temas de su último trabajo, volvieron a ponerse de cero a cien en cuestión de segundos.
Llegados a este punto, la gran sorpresa del concierto: la banda iba a interpretar una versión de los todopoderosos Slayer, que además iba a ser grabada en audio y video para una movida aún desconocida. Todos los fans de la banda californiana pusimos los ojos como platos para ver cual sería la elegida, y los menos casuales soltamos un pequeño grito (interior) de júbilo al escuchar las primeras notas de un «The Antichrist» que sonó rapidísima y tan bien como el resto de su repertorio. Después de anunciar el ganador de una de las guitarras Jackson que suelen sortear de tanto en cuando, arrancaron ya con la recta final de un concierto que se hizo muy y muy corto con «Give ‘Em War» que incluyó el único wall of death decente que yo vi en todo el festival. Para acabar, «You are Next» enloqueció a todo el mundo y certificó de nuevo, si es que hacía falta, que los de Guillermo Izquierdo son una banda sencillamente espectacular en directo. Bolazo incontestable el suyo.
Dark Tranquillity
Con la tarde de orgasmos musicalos que llevábamos a nuestras espaldas, con los bolazos de Chaos Before Gea, Jinjer y Angelus Apatrida, me acerqué hasta las primeras filas del concierto de Dark Tranquillity preparado para (perdón si me dejo ir con las metáforas visuales) eyacular en plan aspersor ante Mikael Stanne y los suyos. Los suecos son una de las bandas de mi vida, hasta el punto que el nombre de nuestra revista está inspirado en una (genial) canción de esta banda, pero por suerte o por desgracia, mis compañeros de valla se pudieron ahorrar mi aspersor eyeculativo: Dark Tranquillity sonaron como el puñetero culo, y aunque Mikael es tan encantador como siempre y las canciones son tan impresionantes como siempre, su bolo estuvo muy lejos de ser memorable. Inexplicablemente, en un escenario donde todas las bandas habían sonado e iban a sonar pristinas a lo largo del fin de semana, el técnico de sonido de los de Göteborg fracasó con absoluto estrépito.
El quinteto sueco salió al escenario repleto de buena voluntad, pero tan buen punto empezaron con las primeras notas de «Encircled» ya empezamos a sufrir el problema que iba a lastrar todo el concierto: las guitarras no se oían en absoluto. Es decir, sí que se oían, y muy fuerte, los punteos agudos ocasional de la guitarra de Chris Ammott, pero ni los riffs ni los graves fueron ni lo más mínimamente audibles, arruinando obviamente cualquier posibilidad de poder disfrutar plenamente de su concierto. Además, cuando las cosas empiezan (y continúan) con tan mal pie, otras costuras empiezan a destacar: tanto Chris como el técnicamente maravilloso Johan Reinholdz son fríos como un carámbano, y ni el aparentemente simpático Anders Iwers ni el concentrado Martin Brändstorm aportan mucho más a la presencia escéncia de la banda. Esta responsabilidad, pues, recae al 100% sobre los hombros de Mikael Stanne, un trabajo al que no le hace ningún asco, al contrario. El pelirrojo vocalista se entrega con cuerpo y alma a interactuar con el público, ya sea con palabras, con sonrisas, con gestos o bajando a la valla para cantar encima de las cabezas del público y para estrechar la mano de todo aquel que quisiera.
La elección del repertorio, aunque previsible, también fue totalmente impecable, y personalmente solo objetaría la presencia de «Clearing Skies», un tema cualquiera de su último trabajo, Atoma, que me parecíó algo aleatorio y prescindible. A partir de allí, tanto las nuevas «Encircled» como «Atoma» y «Forward Momentum», aunque no sonaron bien, me parecen canciones maravillosas, y clásicos como «Monochromatic Stains», «The Treason Wall», «Terminus (Where Dead is Most Alive», «The Wonders at Your Feet» y alguna otra no necesitan ni palabras, para no hablar, claro, de «The Science of Noise», un temarraco brutal con un nombre precioso que fue la única concesión a su infravalorado Construct. La recta final fue para las habituales «Therein» (cuyo Projector -spoiler alert- cumple veinte años esta misma semana) y «Misery’s Crown», el mayor hitazos que ha parido esta banda a lo largo de los años.
Como siempre ocurre últimamente, no hubo concesión alguna para los primeros discos de la banda, y el público ni tan siquiera se molestó a pedir «Punish My Heaven» como en todos los conciertos que les he visto en estos últimos años. Señal que ya no queda mucha esperanza. Al igual que ocurrió el año pasado en el Rock Fest, Dark Tranquillity tuvieron que lidiar con un solaco de justicia, pero en esta ocasión, aunque no pareció ser culpa suya, no lograron salir del todo airosos de él. Algo que me apena profundamente, claro, pero que no dejaré de contar si así es como lo viví. No fue un concierto desastroso ni mucho menos, pero sí el peor de la media docena que les he visto hasta ahora. Tuve la duda de si la culpa del sonido horrible (que solo mejoró de forma insuficiente a lo largo de la descarga) fue algo particular de las primeras filas, pero gente que estuvo más atrás me lo confirmó. Pues hubo un técnico de sonido que le debieron pitar los oídos intensamente esa tarde, ya que justificada o injustificadamente, se cargó totalmente el bolo de una banda bestial. Una pena, la verdad.
Magnum
A la hora del concierto de Magnum (y de Crisálida), lo confieso sin embudos, aproveché para disfrutar de una de las múltiples grandes gracias de este festival: el salir al chiringuito situado casi en la puerta para tomar algo con la más absoluta tranquilidad. Lo poco que he escuchado de la banda de Bob Catley no me desagrada, pero viendo el menú de hoy, la única oportunidad que se me presentaba para descansar en lo que quedaba de día era exactamente ahora. Por cierto, que mientras sonaban Angelus y Dark Tranquillity, me perdí los conciertos en el Castillo de Siddharta y de Hypno5e. De los primeros conozco poco, así que no tuve dudas en escoger a Angelus, pero me jodió un poco perderme a los franceses. Una pena, ya que su propuesta me parece muy interesante, pero pocas bandas en mi mundo pueden competirle un solape a Dark Tranquillity.
Cuando volví de mi excursión chiringuitera me planté ante el escenario donde iban a tocar Opeth cuando aún quedaban tres o cuatro canciones del concierto de Magnum. Lo que me encontré allí fue un renacido Bob Catlin manejando decididamente el cotarro después de que su papel protagonista en Avantasia haya hecho crecer decidiamente su reputación y el aprecio para con su banda madre. Tras él, una serie de músicos muy solventes (incluida una especie de Kerry King más alto, con varios años menos y muchos menos excesos estilísticos), que alternaron un hard rock resultón, potente y vacilón con momentos que me parecieron un maldito peñazo. No niego que Magnum estén bien (incluso muy bien, segun quien se los mire) pero yo siento que no me perdí nada demasiado importante por no haber atendido a su concierto.
Opeth
Siempre que los suecos Opeth formen parte de un cartel al que yo asista, serán una de las bandas marcadas en rojo como totalmente imprescindibles. Es verdad que estos últimos años mi obsesión por ellos ha bajado notablemente (algo que, creo, es independiente del cambio de rumbo que han tomado sus álbumes más recientes), pero una gran parte de su discografía forma parte de los títulos imprescindibles de mi evolución musical, y trabajos como Blackwater Park, Deliverance o Watershed, por ejemplo, deben estar muy cerca a lo que yo considero la perfección en una colección de canciones puestas todas juntitas una al lado de otra. Lo curioso de la cosa es que todo el mundo con quien hablé a posteriori hoy me dijeron que fliparon con este concierto, y yo, que no será porque no sea fan, no flipé en absoluto. No dieron un mal concierto, ojo, pero ni mucho menos me acabaron de emocionar ni me pareció nada del otro mundo.
Quizás mis expectativas o mi nivel de exigencia hacia el señor Akerfeldt y sus compañeros son exagerados, no lo sé, pero si tengo que tomar como referencia el mejor concierto que les he visto de momento (y que fue en el Be Prog de 2014), creo que hoy no lo petaron en absoluto. Y más allá de que ejecutaran mejor o peor los temas antiguos (el vozarrón gutural de Mikael, por ejemplo, estuvo a un buen nivel), la sensación que me da es que su corazón ya no está allí. Desde hace tres discos (cuatro con el que van a sacar en pocos meses), Opeth han dado un giro que los acerca a una revisión personal del prog rock de los setenta, dejando con ello el death metal progresivo que perfeccionaron mejor que nadie totalmente apartado. Y por ello, hasta cierto punto esas canciones antiguas me suenan hoy parcialmente impostadas e insinceras, ya que ellos ya no se encuentran en ese momento musical. Algo que, ojo, no está ni bien ni mal. El sonido tampoco fue todo lo cristalino y compacto como me hubiera gustado (y eso que mucha gente lo elogió), así que aunque disfruté del concierto, me quedé con un sabor algo agridulce.
En los setenta y cinco minutos de los que dispusieron (casi horario de cabeza de cartel), Opeth interpretaron ocho temas de ocho álbumes distintos (Orchid, Morning Rise, Still Life y Watershed fueron los pobres damnificados), cerrando así el ciclo Sorceress antes de que su nuevo trabajo, llamado In Cauda Venenum, se ponga a la venta alrededor del otoño. La única representación de su último trabajo fue hoy fue el tema que le da título y que sirvió para abrir el concierto con un poco de falta de ritmo. El dúo batería-bajo formado por el sublime Martin Axenrot y su simpático tocayo Méndez fue el encargado de trabajar el crescendo con de esta canción, pero no fue hasta que se metieron de lleno en un clásico como «Ghost of Perdition», que la gente se sacudió la morriña y empezó a celebrarlo con pasión.
Uno de los componentes imprescindibles de un concierto de Opeth son los chascarrillos y las cherreras del bueno de Miguelito. Y esta vez, por supuesto, no fue diferente: habló del pelo del guitarrista Fredrik Akesson (apodado «El Pelucas» en no sé qué concierto anterior), de lo fan que es de Ritchie Blackmore y lo excitado que estaba de compartir escenario con él, de David Lee Roth y su envidiada capacidad para entretener, de que no habían ensayado demasiado y de que, además, tenía un pedal nuevo que no sabía bien lo que hacía, de que en vez de tocar cosas nuevas iban a tocar «mierda vieja» (pero canciones, no heces), y así recurrentemente. Es que se le tiene que querer, hombre. «Demon of the Fall» suele ser la canción más antigua que introducen en sus repertorios, y sirvió para confirmar un poco lo que decía antes: los cortes más agresivos no suenan todo lo convincentes como creo que deberían, algo que sí hicieron temas más actuales como «The Devil’s Orhard» o «Cusp of Eternity», quizás los mejores momentos de la tarde en ese sentido.
«In My Time of Need» fue la elegida para representar Damnation (¿y por qué no «Windowpane», eh?), y sirvió para dar paso a un final espectacular con dos temones largos, complejos e icónicos como son «The Drapery Falls» y la inigualable «Deliverance». Esta última me parece que tiene probablemente la mejor outro de la historia del metal, pero aún y así, a mí no me sonó del todo bien. Después de las generalizadas sacudidas de cuello y de las caras de pasmo del personal, los miembros de Opeth vinieron a abrazarse y el público les dedicó una sonora ovación y una batería de «Miguelito, Miguelito» que dejó clara quien es el miembro más carismático y más querido de esta banda. Veremos que nos depara su nuevo disco, pero por lo pronto su concierto aquí no consiguió motivarme como otras veces que les he visto antes. Aún y así, grandes Opeth, por supuesto, y aplausos máximos en su decisión de ser valientes y de huir de su zona de confort.
Rainbow
Perderme a Tribulation es algo q me jodió soberanamente, ya que los suecos pueden ser tranquilamente una de mis cinco bandas favoritas de todas las que tocaron aquí este fin de semana. De hecho, hasta el último momento me planteé saltarme mis planes originales subiendo al Castillo y, asumiendo que los grandes hits de Rainbow se iban a acumular en la recta final de su concierto, bajar una vez finalizaran y disfrutar de un poco de ambos. Finalmente, de todas maneras, y viendo el montonazo de gente que se agolpaba frente al Main Stage 1 para esperar al señor Blackmore y los suyos, decidí apuntarme al hype, ceñirme a lo que ya había acordado con mi mismo, centrarme un poco más y coger sitio para el que era, sin duda y en general, el concierto más esperado de todo el festival, tanto para la mayoría del público como, en parte, también para mí. Y si eso de haber renunciado a los deliciosos bailes fantasmagóricos de Tribulation fue o no una buena idea, lo íbamos a descubir en breve.
Aunque entre la gente más metida en esto del rock estaba claro el tirón de Rainbow (no en vano llevaban más de treinta años sin pisar España, y sus conciertos a día de hoy caen en cuentagotas), me costaba imaginar como el público medio, el que viene a ver los hits y luego se va para casa, pudiera sentirse más atraído por ellos que por la presencia de dos fábricas de singles de éxito como fueron Scorpions y Europe el día anterior. Como tantas otras veces, mis vaticinios resultaron estar estrepitosamente equivocados, ya que la expectación que se generó ante los de Ritchie Blackmore no tuvo rival durante el fin de semana, y tanto la tensión que se respiraba antes de empezar como la electricidad apasionada que sentimos mientras transcurría su concierto fueron casi mágicas. Incluso antes de que subieran al escenario, me quedó bastante claro que mi decisión de quedarme aqui era la correcta, ya que lo que se vivía a pie de pista era una excitación reservada únicamente para las ocasiones verdaderamente especiales.
Y tan pronto los miembros de esta nueva y quizás extraña reencarnación de Rainbow subieron al escenario con diez minutos de retraso sobre el horario previsto se confirmó todo lo apuntado. Las primeras notas de la intro «Over the Rainbow» y de la inicial «Spotlight Kid» fueron recibidas con un griterío atronador, abriendo la serie de hits espectaculares que formaron un repertorio cercano a la perfección si lo que buscabas era ir a por todas y no bucear en el catálogo más desconocido de la banda británica. Y aunque la ejecución no fue perfecta ni mucho menos (tampoco la de Made in Japan lo es, si nos ponemos así), lo que vimos hoy aquí fue un conciertazo absolutamente memorable que permanecerá mucho tiempo en nuestras retinas y nuestra memoria.
Había ciertas dudas sobre las capacidades de la banda que acompañaba a Ritchie, ya que a pesar de ser buenos músicos, los zapatos en los que tenían que meterse eran de aúpa. El semi-punki David Keith cumplió la papeleta pero no se acerca ni por asomo a Ian Paice ni a Cozy Powell, el bajista Bob Nouveau pasa totalmente desapercibido y el teclista Jens Johansson puede ser técnicamente brillante, no lo niego, pero le faltó algo de desparpajo para acabar de brillar (y huelga decir que no es John Lord -qué jodidamente grande fue John Lord). Por último, Ronnie Romero tiene una voz sencillamente espectacular, y a mi juicio interpretó los temas de Ian Gillan, de David Coverdale, de Dio, de John Lynn Turner y de Graham Bonnet con exhuberante facilidad. Es cierto que algo más de carisma no le vendría nada mal, pero viendo hasta donde ha llegado en pocos años, entiendo que eso es algo que aún se puede trabajar. El chileno impresionó al público con sus capacidades, y la verdad es que no me extraña para nada.
Pero evidentemente, todas las miradas estaban centradas en la figura del señor Blackmore, que si no es la mayor leyenda a las seis cuerdas de la historia del rock, bien poco le debe faltar. El ya septuagenario guitarrista subió al escenario con la vestimenta medieval que suele usar en Blackmore’s Night, y durante todo el concierto se mantuvo estático y con la boca semi abierta tal y como ha hecho toda su vida. Y sí, amigos, con eso le basta y le sobra para rebosar un carisma casi sobrenatural y para atraer todas las miradas sobre su atenta figura y sobre la vieja y mítica Stratocaster amarilla que cuelga de su hombro. Además de sus indscutibles capacidades a la guitarra (que tiran tanto de técnica como de feeling), la gran magia de Ritchie recae en su rol de amo y señor del cotarro encima del escenario, observando con enfermiza atención las evoluciones de todos y troleando musicalmente a sus confusos compañeros de escenario sin que esos, en más de una ocasión, fueran capaces de seguirlo en sus improvisaciones e inesperados cambios de ritmo. Pero eso, lejos de deslucir el concierto, lo convirtió en aún más fascinante.
De tanto en cuanto, además, Ritchie agarraba el micrófono para bromear con Ronnie, se arrodillaba para clamar al cielo o se lanzaba a tocar la melodía de Peppa Pig. Todos esos aspavientos eran tan inesperados que, aún conocida y super probada su condición de déspota cascarrabias, no podías dejar de sentir simpatía y cariño hacia él. A nivel de repertorio, la cosa fue de locos: a la inicial «Spotlight Kid» de la que hablábamos hace tres párrafos la siguió «I Surrender», e inmediatamente después vino «Mistreated». En la esquina posterior derecha del escenario se escondían dos coristas que le dieron una textura muy cálida a muchas de sus canciones. Una de ellas era Candice, mujer de Ritchie y mitad de Blackmore’s Night, que una vez más irradió simpatía, dulzura, elegancia y vozarrón a pesar de estar relegada a un papel secundario. Continuaron con un «Since You Been Gone» que la gente coreó a lo grande, pero el éxtasis llegó con la impresionante «The Man on the Silver Mountain», en la que Ronnie brilló especialmente (como hace con todos los temas de Dio) y que incluyó un pasaje perteneciente a «Woman from Tokyo» introducido por su bajista.
Algunos se quejaron de que Rainbow dieron demasiada cancha a temas de Deep Purple en detrimento a gemas escondidas de la propia banda. A mí, por el contrario, eso me encantó, y la interpretación de «Perfect Strangers» y «Black Night» fue disfrutada con pasión tanto por el público como por mí mismo a pesar de que por momentos sonaran un poco raras. El «Himno de la Alegría» se alargó casi infinitamente (probablemente demasiado) a base de solos, jams e improvisaciones varias, incluida la retirada de Ritchie del escenario durante un rato que dejó al resto de la banda con cara de cierta confusión y que también dejó claro que a esos músicos les falta algo para llegar a ser verdaderamente grandes. Después de la interpretación de la genial y muy coreada «All Night Long», Ritchie anunció que quedaban solo veinte minutos de concierto (mentira) mietras mostraba un cartel con esa cifra que, por lo que parece, le habían mostrado entre bambalinas.
Y digo que eso fue mentira porque en veinte minutos no empaqueta uno la brutal y esperadísima «Stargazer» (quizás uno de los temas más épicos de la historia del rock), la divertida y bailable «Long Live Rock n Roll», con solaco de rodillas e intercambios constantes de voz entre Ronnie y el público, y la maravillosa «Burn», uno de los temas top de la historia de Dee Purple a pesar de formar parte de su etapa post-Gillan. Siguiendo con la coña, apareció ahora un cartel anunciando que quedaban solo cinco minutos de concierto, unos cinco minutos que, inevitablemente, se reservaron para el gran hitazo insuperable de la carrera de Ritchie y de todas sus bandas: la sobadísima y a veces cansina «Smoke on the Water», que aunque estemos ya todos hasta la coronilla de ella no deja de ser un temazo objetivo e histórico que no admite discusión. Ronnie intentó que la gente se pusiera a cantar la estrofa entera con toda su ilusión pero con unos resultados más bien mediocres. Todo lo contrario que ocurrió con el gran final a capella que cerró el concierto y que dejó a la gente berreando como si no hubiera mañana mientras la banda ya se abrazaba y se despedía y los hijos de Ritchie y Candice (vestidos de un repipí que tiraba para atrás) tenían sus minutos de gloria lanzándoles Cds’s al público.
La sensación final es que estuvimos ante un evento totalmente único y casi irrepetible. Pudo haber más o menos fallos de ejecución y los componentes de la banda pudieron estar más o menos al nivel, pero la energía que se generó ahí cuesta mucho de encontrar en un concierto al uso. Hubo pieles de gallina, hubo lagrimillas y hubo pequeños grititos de excitación. Con Ritchie ya de camino al camerino, Ronnie salió a darse su propio baño de masas antes de acabar. La verdad es que el vocalista chileno recibió mucho amor y se doctoró en este concierto. Porque una cosa es impresionar al frente de Lords of Black y otra muy distinta salir sobradamente airoso de una gira de este calibre. Pero el señor Romero lo consiguió, y por ello fue uno de los grandes triunfadores de una noche mágica. Definitivamente, lo siento mucho Tribulation, y espero que volváis pronto, pero lo que viví con Rainbow hoy se vive una sola vez en la vida.
The Darkness
Una vez Ritchie se piró a su casa, la mitad del recinto se fue con él, así que los también británicos The Darkness tuvieron que dar su bolazo (porque fue un bolazo) con la mitad de su pista vacía. Está claro que la banda liderada por los hermanos Justin y Dan Hawkings no supone un reclamo al mismo nivel que fue Europe ayer, sobretodo de cara a aquellos fans casuales que habían venido a ver «Since You Been Gone» y poco más, pero es una pena que no hubiera mucha más gente para disfrutar de un concierto entretenidísimo que, además, sonó prácticamente perfecto. En mi caso, y después de comentar la jugada con los que me encontré y de tomarme una cerveza tranquila post-éxtasis Rainbow, me subí por primera vez a las gradas para tomar aire y observar mi primer concierto con atención desde allí (o, al menos, parte de él). Y la verdad, me sirvió para comprobar que desde arriba se veía y se oía perfectamente bien. Esto de las gradas es otro punto diferencial de este festival, y me atrevo a decir que otro gran acierto.
Vestido como siempre de blanco impoluto, el hilarante Justin Hawkings se pasó el concierto interactuando con el público y arrancando histéricas carcajadas de aquellos que entendían lo que decía. Después de interpretar la genial «Black Shuck», por ejemplo, tuvo una pequeña discusión con los fans de las primeras filas sobre como sería la traducción de «fuck» en español, y a la mínima que podía soltaba algun troleo con cara super seria que no dejaba títere con cabeza. A pesar de mantener ese componente humorístico inevitable, creo que la banda ya hace tiempo que ha superado la fama (justa o injusta) de ser una banda parodia, y aunque los falsetes exagerados y las pamplinadas escénicas no paran de sucederse, su propuesta musical a día de hoy, superados los problemas de Justin con las drogas, es muy seria y muy potente.
Entre temazos como «Barbarian», «Givin’ Up», «Get the Hands off My Woman» o la brutal «Stuck in a Rut» (me encanta), y con Justin haciendo el pino delante de la batería, mostrando sus habilidades con los pectorales y cagándose en los técnicos de Michael Monroe que estaban haciendo las pruebas de sonido del siguiente concierto (aprovechando para pronunciar un serio y extenso alegato a favor de los valores del respeto), llegamos a la recta final de un concierto verdaderamente festivo y muy muy entretenido en el que habría cantado mucho más de haberme quedado algo de voz después de Rainbow. The Darkness se estaban marcando un bolazo bastante espectacular, y supongo que fue muy inocentón por mi parte el sorprenderme por ello.
Llegados a este punto, el histriónico vocalista inglés, verdadero protagonista de todo el show, anunció que iban a tocar su tema más conocido, «I Believe in a Thing Called Love». Pero como lo fácil es ponerse a bailar una vez esta sonando la canción, lo que él pedía es que la gente bailara antes de que la tocaran, y si no bailaba todo el mundo se iban a casa. A base de insistir («bounce, bounce, bouncey-bounce«) todo el tiempo que fuera necesario, incluso señalando con el dedo a aquellos que no obedecían sus órdenes (el chico de la camiseta roja con mochila), Justin consiguió finalmente una respuesta satisfactoria, de manera que el público recibió el ansiado premio en forma de hitazo bailongo. Una canción que, curiosamente, no fue la última de su decarga, sino que lo fue «Love in the Rocks With No Ice», otro tema divertidísimo que provocó las últimas y merecidas ovaciones hacia uno de los mejores conciertos del día.
Conception
Mi intención inicial era subirme al castillo a mitad del concierto de The Darkness para ver la descarga de los noruegos Conception, una banda que nunca he seguido para nada pero cuya presencia aquí había generado tal ola de pasión a mi alrededor que no podía sino ser yo también partícipe de lo que todos apuntaban como uno de los grandes conciertos del festival. Pero como los de Justin Hawkings me atraparon muy mucho en el Main Stage 2, retrasé mi visita al castillo una vez acabado su concierto, de forma que cuando llegué esperaba que los noruegos llevaran ya más de veinte minutos sobre las tablas. Pero cuando entré en el patio lo que me encontré fue el silencio expectante de miles de personas (estaba a petar a nivel Wardruna, más de lo que lo había visto ante cualquier otra banda del festival), y cuando pregunté qué es lo que ocurría me dijeron que había unos problemas con el bajo que impedían poder empezar.
Al final fueron cuarenta los minutos de retraso con los que comenzó el concierto (el peor retraso de todo el festival de largo), y cuando por fin los miembros de Conception subieron al escenario ataviados en atractivas túnicas negras, una ola de decepción engullió la ilusión inicial con la que fueron recibidos: el sonido era brutalmente bajo y la voz de su simpático y apologético vocalista Roy Khan ni tan siquiera se oía, en absoluto e inexplicablemente, hasta que hubieron pasado algunos frustrantes minutos. Ni tan siquiera al acabar esa primera canción los aplausos fueron especialmente atronadores por muy esperada que fuera la banda, y es que el pésimo sonido y la forzada y drástica reducción de su tiempo sobre el escenario para no comerse absolutamente a Dry River y afectar a la hora de cierre del festival fueron un lastre demasiado grande como para levantar un concierto que empezó ya con muy mal pie. Aún y así, un montón de fans les animaron a menudo con gritos de «Con-cep-tion! Con-cep-tion!», me temo que más por apoyo al marrón que por satisfacción por lo visto.
Nadie les niega su evidente calidad instrumental, pero a medida que transcurrían las canciones y la cosa no acababa de mejorar, la gente fue abandonando el recinto dejándome espacio para avanzar filas y filas con la esperanza de poder escucharlo todo un poco mejor, sin demasiado éxito. Lo cierto es que no les conocía mucho y no me impresionaron para nada, no ya solo por el sonido sino también por culpa de una cierta languidez y falta de gancho en su propuesta, que no me pareció en absoluto memorable o excitante. Es evidente que las circunstancias no ayudaron, claro, y quizás en una próxima visita (que prometieron que ocurriría en breve) tendré la ocasión de cambiar de parecer, pero si me tengo que basar en lo visto aquí, fueron sin duda una de las grandes decepciones del día.
Mayhem
El retraso con el concierto de Conception hizo que se convirtiera en una seria posibilidad poder ver tanto a Mayhem como a Dry River, dos bandas que no me dicen especialmente nada, pero que tenía curiosidad por ver ambas: en el caso de Mayhem porque son Mayhem, y en el caso de los valencianos porque todo el mundo parece estar flipando con ellos de un tiempo a esta parte. Visto que lo de Conception no me convencía para nada, decidí bajar al escenario principal para ver como una de las bandas más seminales de la historia del black metal cerraba la programación del festival ahí. Vaya por delante que a mí Mayhem jamás me han gustado, y siempre he creído que si no fuera por las publicitadas muertes de Dead y Euronymous y por todo el tinglado alrededor de Helvete y de la banda a principios de los noventa, no gozarían ni mucho menos del estátus que tienen. Y es que pensar que su disco de debut es de la misma época que los primeros trabajos de bandones como Emperor o Satyricon te hace plantear como es posible que esta gente tengan la fama que les rodea.
Así que bien, armado de curiosidad pero con los ojos críticos bien abiertos, me planté delante de los noruegos justo en el momento que salían al escenario a escupir su icónico black metal lleno de ínfulas punk. Lo primero que me decepcionó és que no iban especialmente vestidos para la ocasión (las fotos que vi de su última gira por España eran bastante espectaculares), y lo segundo que me hizo arquear la ceja es que son tirando a malos, con canciones acabadas a destiempo y momentos en los que parece que todo el mundo va a la suya. A pesar de que esta gente ha tocado junta desde hace casi treinta años (tanto Hellhammer como Necrobutcher y Attila estaban ya en la banda cuando Euronymous fue asesinado en 1993), su falta de cohesión como grupo me resultó bastante alarmante. A medida que pasaron las canciones la cosa mejoró un poco, e incluso con «Freezing Moon» y un pequeño cambio de vestuario a algo más oscuro y ritualístico albergué alguna esperanza de ver algo diferente o excitante, pero nunca fue suficiente como para hacerse merecedor de mis elogios.
Al ser la única banda de black metal de verdad de todo el festival, supongo que mucha gente se quedó a verlos por la curiosidad generada por la película Lords of Chaos, un film en boca de todos y que, por cierto, se pasó gratuítamente en el cine de Fuengirola antes de empezar el festival, pero a medida que transcurrían los minutos gran parte de los asistentes se aburrió con ellos y fueron desfilando hacia otros sitios, dejando grandes vacíos frente a su escenario. También a mí se me empezaba a hacer larga la cosa, así que satisfecha mi curiosidad y asumiendo que no tenían mucho más que ofrecerme que sus oscuras contraluces y el ruidoso e inconexo black metal que, para más inri, no es que sonara mal ni le faltara nitidez, decidí encaminarme por última vez cuesta arriba para, ahora sí, bajar el telón del festival con una banda tan y tan distinta a los noruegos como es Dry River.
Dry River
Escuchando aún las notas del concierto de Attila y los suyos mientras subía hacia el Castillo, lo que me encontré al entrar en el patio me dejó un poco del revés: además de una banda ataviada con sus ya característicos y elegantes trajes granates con corbatín, sobre el escenario había un par de tíos (uno de ellos ya entrado en kilos) bailando como posesos como quien daba una clase de aerobic. Frente a ellos, una generosa cantidad de público feliz y entregado a su propuesta que me dejó a las claras que lo que íbamos a ver aquí iba a ser, por lo menos, muy entretenido (mucho más que Mayhem, eso por descontado). De hecho, ya lo comentó el simpático vocalista Angel Belinchón: si estáis aquí, por lo menos, es porque no queréis suicidaros, porque sino estaríais viendo a Mayhem. Pues eso.
El fenómeno Dry River no deja de ser algo absolutamente fascinante. Sobre el papel nadie diría que esta banda, ni por estilo ni por pintas, tiene lo que hay que tener para convertirse en el tremendo hype en el que se han convertido, con tanta y tanta gente a mi alrededor que demuestra un nivel de obsesión con ellos bastante sorprendente. Incluso lo que he escuchado en disco hasta ahora ha distado de impresionarme, pero lo cierto es que sobre el escenario su propuesta cobra una nueva dimensión. Divertidos y en constante interactuación con un público que los adora, entiendo que se pueda convertir en adictivo el asistir a los conciertos de estos chicos. Aunque hoy su tiempo de actuación se vio también mermado por el maldito retraso de Conception, los veinte minutos que pude ver de ellos fueron suficientes para enteder de qué iba la historia y, también, para comprender y compartir el porqué de su éxito.
A parte de unos frikazos de cojones, y a pesar de que su música sigue sin apasionarme del todo, esta gente son unas bestias al mando de sus instrumentos sin hacer muchos alardes de ello. Su prog melódico alterna momentos de altísima complejidad técnica con altos niveles de glucosa, como nos muestra, por ejemplo, la pegadiza balada «Me va a Faltar el Aire», que debe ser su gran hit poque me suena hasta a mí. El concierto se hizo muy corto («aunque no pasa nada, porque haremos más conciertos y vais a venir todos»), y hacia el final salió un señor delgado con bigotito y camiseta imperio a hacer unas poses de Freddie Mercury, preludio de la última canción y de un ecstático Live Video de Facebook «porque somos modernos pero viejos, y usamos Facebook porque Instagram no lo entendemos. Solo hay fotos de gente haciendo cosas que nos importan una mierda»). Si es que hay que quererlos, hombre.
Pues bueno, las últimas notas del concierto de Dry River fueron también las últimas notas del festival, ya que al desfilar montaña abajo vimos como Mayhem ya habían terminado también con su oscuro ritual en el escenario principal. A la salida, largas colas para devolver los vasos (entre las que hubo alguna polémica ante la imposibilidad de entregar más de uno por persona) y satisfacción manifiesta entre unos presentes que ya empezaban a especular sobre en qué fechas caería el festival el año que viene (sé de más de uno que ya han reservado apartamento para los cuatro fines de semana de junio). Lo cierto es que, para ser la primera edición, tanto la organización como la localización y la calidad del cartel y de los conciertos fue elevadísima. Tanto, que me sorprendería mucho que el Rock the Coast no se conviertiera en poco tiempo en uno de los eventos estrella del verano festivalero. Y no os extrañe que se convierta en una visita recurrente para mí también.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.