Con un solaco de justicia y la playa al lado del párking llena hasta los topes, me dirigí diligentemente hacia las entrañas del infierno de hormigón que es el Fòrum para ver a los barceloneses Rebuig dar el pistoletazo de salida a la jornada del viernes desde el escenario Adidas Originals. Formados en 2013 por miembros de bandas como Cuzo o Malämmar, el cuarteto catalán liderado por Jaime Luis Pantaleón publicó su primer disco, el aclamado y más que sólido Mort i Futur, hace poco más de un año, y desde entonces no han hecho otra cosa que subir como la espuma, generando interés y curiosidad con su sludge baboso y psicodélico de actitud hardcore, llegando a telonear hace unas semanas a unos jefes como Crowbar y gozando ahora de la oportunidad de demostrar de lo que son capaces en un escaparate de lujo como es el Primavera Sound. Aunque de buenas a primeras éramos cuatro gatos (y todos ellos habitualísimos de la escena barcelonesa – si es que al Primavera al final va todo el mundo!), a medida que avanzó la descarga y la gente descubrió que la placa solar daba una sombrecilla la mar de agradable, la pista se fué llenando con dos o trescientos locales y guiris que disfrutaron sin reservas de la sucia y brutal descarga de los catalanes.
En vez de colgarlo en el fondo, Rebuig colocaron su telón justo delante del escenario para que pudiéramos ver bien explícitamente los jetos pintarrajeados de muchos de los blancos de su crítica y su rechazo (que eso significa «rebuig»): Trump, Merkel, Albert Rivera, Susana Díaz, Aznar, Pablo Iglesias, Oriol Junqueras, Jordi Pujol, Pilar Rahola… vamos, que no dejan títere con cabeza. Y quizás porque no había sitio para más jetos rechazables, el vocalista Albert Coscolin subió al escenario llevando una camiseta con la foto de Esperanza Aguirre y, durante el primer tema, también una braga que le cubría la cara por completo, todo acompañado de las extrañas muecas y bailoteos que fueron dando color a sus abrasivos bramidos. El cuarteto lo dió todo en los cortos 30 minutos de que dispusieron, sonando siempre tralleros, ruidosos y opresivos y saltando del grind al sludge, del doom y el stoner al hardcore sin ningun miedo a través de temas como la inicial «12 metres», la frenética «Cremat per Falla», los riffs graves, gordos y sepultureros de «Zulos i Democràcia» o la psicodélica y compleja brillantez de «Andorra, Putes i Bosses de Brossa», protagonista de un reciente videclip. Me quedé con las ganas de escuchar mi tema favorito, el «Penjat i Empalmat» que abre Mort i Futur, pero eso me dá la excusa perfecta para ir a buscarlos en algun concierto más íntimo y de mayor duración. Ojo con estos chicos que acaban de llegar pero intuyo que, con su original y convincente propuesta, apuntan alto en este mundillo. Ahí lo dejo.
Aún un poco aturdido por el puñetazo sónico que acababa de recibir, me encaminé sin rumbo definido a ver qué se cocía en otros rincones del Fòrum. Mi paseo duró tan poco como lo que tardé en llegar al escenario Pitchfork (situado a unos veinte o treinta metros del anterior), donde estaba a punto de empezar la descarga de los también barceloneses It’s Not Not, clásicos del sello BCore y veteranos de la fértil escena post hardcore catalana de principios de siglo. Habiéndolos visto varias veces hace ya años, mi intención en un primer momento fué la de quedarme unos temas y continuar con mi ruta aleatoria, pero fíjate tú que acabé atrapado por su rock buenrollero y bailongo y por las ganas de gresca que llevaba encima su vocalista Joel Rojas. La presencia del gran Eric Fuentes de The Unfinished Sympathy a la guitarra fué una sorpresa que me acabó de convencer a quedarme, completando lo que siempre ha sido todo un supergrupo a la catalana con miembros de Standstill o Tokyo Sex Destruction, y que después de casi diez años de parón han decidido volver al estudio y parir un buen disco llamado Fool the Wise (2016) que ocupó la mayor parte de su repertorio.
Si bien la cosa empezó algo modosita, al cabo de un par de temas a Joel se le quedó pequeño el escenario y se bajó a pasarse la mayoría del bolo entre el público, robando birras, gorras, gafas y sombreros, enrollando a la gente con el cable del micrófono e interactuando y bailando con absolutamente todo el mundo, divirtiendo y llamando la atención a los que se acercaron al creciente corrillo de sonriente público que se iba desplazando a su alrededor. Aunque la banda fué convincentemente desgranando sus múltiples temas de rock veraniego potente y accesible como la inicial «Resurrection» o la pegadiza «We’re Gonna Get Out», así como clásicos como «The Midnight Jewel» o «Pills and Coffees», me dá la sensación que la gente va a recordar este concierto más por lo que pasó frente el escenario que no por lo que pasó encima. De hecho, eso no es algo necesariamente negativo, y viendo la fiesta y diversión que generaron es incluso posible que hubieran merecido un horario mejor.
Tentado estuve a irme a ver a los rusos Phurpa en el Auditori para que me llevaran a un estadio de consciencia superior con sus gravísimos cantos tibetanos, o quizás a los madrileños Belako, que sonaban atronadores desde la distancia y por lo visto triunfaron por todo lo alto abriendo la tarde en Mordor, pero en vez de eso decidí quedarme con el excelente sabor de boca que me dejaron las dos bandas con las que empecé el día y darle un pequeño break a la música en directo, pegándome un paseo por la zona de prensa, en la que podíamos contar con todo tipo de facilidades para desarrollar nuestro trabajo, como WIFI, cargadores, consignas gratuitas y virtualmente barra libre de aguas, refrescos y cafés (ya se sabe que los periodistas no bebemos cerveza…) y por las paradas de discos y merchandising, con representación de lo más granado de la escena barcelonesa. En el stand de la discográfica Aloud Music aproveché para tener una interesante charla (que publicaremos en breve) con Nacho y Pablo, bajista y guitarrista de los madrileños Jardín de la Croix, antes de apresuramos a cruzar medio Fòrum y pillar sitio para el siguiente e inesperado objetivo del día.
Y es que como pasó en la jornada anterior con el bolo sorpresa de Arcade Fire, sobre las cinco y media todos los que teníamos instalada la app del festival en nuestros teléfonos recibimos una excitante noticia: los escoceses Mogwai, baluartes del post rock y uno de los grupos fetiche del Primavera Sound, iban a presentar inesperadamente y en exclusiva su nuevo disco, titulado Every Country’s Sun y previsto para principios de setiembre. La hora elegida eran las ocho de la tarde, y el lugar, el escenario Bacardi Live!, situado en la esquina opuesta a Mordor y hogar habitual de bandas de electrónica. Obligados a sacrificar a los ruidosos Shellac de Steve Albini, a los que tenía bastantes ganas de ver a pesar de que vienen cada año sin falta, nos dirigimos al escenario en cuestión a través del puente que pasa por encima del puerto y del ostentosamente exclusivo Café del Mar, con Ferraris y Lamborghinis aparcados en la puerta y yates más grandes que el bloque de pisos dónde vivimos tú y yo. Quizás para que nadie tenga la tentación de arrojar cualquier tipo de líquido pudiente sobre las élites en un momento de indignada excitación etílica, la organización del Primavera prohíbe cruzar el puente con bebidas. Y ya os digo que más de uno lo pensó.
Delante del escenario Bacardi Live! no cabía ni un alfiler, y a las ocho en punto apareció el quinteto de Glasgow ante la ovación del público y la excitación de algunos de mis amigos, fans locazas de la banda. Sin mediar demasiadas palabras, se dispusieron a desgranar íntegramente su nuevo trabajo, así que nadie se conocía ninguna canción más allá de la primera, «Coolverine», que ha servido de adelanto y que tampoco tengo claro que muchos hubiéramos escuchado. Mi impresión es que en general se va a tratar de un disco más rockero y con menos presencia electrónica que su anterior Rave Tapes (2014), con multitud de momentos densos, potentes y guitarreros mezclados con pasajes hipnóticos, ambientales y atmosféricos, en una de aquellas montañas rusas de sensaciones a las que nos tienen acostumbrados. Elegantes, sensibles y delicados a la par que decididos, la banda liderada por Stuart Braithwhite y Dominic Aitchison contó con la ayuda de una nueva e interesante incorporación como es el joven Alex Mackay a la guitarra y al piano, demostrando con solvencia por qué llevan más de dos décadas siendo una de las bandas más icónicas y respetadas de la escena post rock internacional. Si bien la naturaleza del concierto, con todos los temas nuevos y desconocidos, no prestó a alcanzar el mismo nivel de emotividad que habría tenido un set normal, todos fuimos capaces de sentir que estábamos ante una ocasión única y privilegiada.
Lo bueno que tiene el postureo es que, una vez muchos pudieron plantar la bandera del «yo estuve allí» que supongo que provoca lo inesperado y especial de este concierto, se acabaron yendo bastante antes del final ante la constatación que Mogwai no son del todo accesibles, con lo que las estrecheces iniciales se desvanecieron rápidamente y los que realmente queríamos estar allí pudimos difrutarlo todo muy de cerca y muy cómodamente, hasta el punto de ver con detalle como, como buenos escoceses, los miembros de Mogwai no bebían ni agua ni cerveza para refrescarse, sino que le daban directamente (especialmente el teclista Barry Burns) a una botella de whisky de las highlands. Una vez acabado el concierto, y ya que estábamos, bajamos a darnos un garbeo por la zona más apartada del recinto del festival, dedicada a la electrónica y el chillout. Bajo las palmeras y con acceso directo a la playa, el espacio supone un absoluto oasis dentro del recinto duro y hormigonado que es el Fòrum, y la verdad es que viéndolo no me extrañó en absoluto que cienes y cienes de turistas procedentes del frío norte de Europa flipen y vuelvan cada año.
La siguiente cita ineludible de la noche era con los influyentes Descendents en el escenario Primavera. Pioneros junto a bandas como Bad Religion del punk rock melódico que tanto lo ha petado posteriormente, separados y reunidos en multitud de ocasiones, el cuarteto californiano liderado por el icónico Milo Aukerman, cantante y mascota de la banda, se presentaba en Barcelona veinte años después de su recordada visita a la mítica sala Garatge, con lo que el amplio colectivo hardcoreta de la ciudad los esperaba con muchísimas ganas. En los noventa minutos de los que dispusieron, y que, para mi sorpresa, se hicieron muy cortos, descargaron hasta treinta temas que cubrieron toda su discografía, desde clásicos celebradísimos y cantados hasta las últimas filas como «Hope», «I Wanna Be a Bear», «Clean Sheets», «Myage», «Silly Girl», «Coolidge» o «Suburban Home», cosas más modernas como «Nothing With You», «Coffee Mug», «Talking» o «I’m the One», hasta algunos temas de su reciente Hypercaffium Spazzinate (2016) como «Testosterone» o «Without Love», que no desentonan demasiado en un set lleno de energía y melodía que tuvo a la gente botando en masa de principio a fin.
Igual que pasa con sus coetáneos Bad Religion, y especialmente con su cantante Greg Graffin, Milo tiene bastante más pinta de despistado profesor de instituto que de estrella del rock, y desde la lejanía incluso parecía que los años no le habían perdonado y le habían obsequiado con una protuberante chepa. Por suerte, desde las primeras filas se podía apreciar que, curiosamente, y tal era el ritmo que imprimieron Descendents al concierto, lo que llevaba era una mochila tipo «camelback» debajo de la camisa, para poderse hidratar sin tener ni que agacharse a por botellines de agua. La banda se mantuvo muy juntita en todo momento, sin ningun telón de fondo, decoración ni estridencias, como diciendo que se sentirían más cómodos en escenarios y salas más pequeñas, aunque tampoco se les vió fuera de sitio en la gran plataforma del escenario Primavera. A pesar de que Descendents nunca fueron uno de los grupos a los que seguí con más detalle dentro de un estilo que siempre me ha gustado, no me costó nada disfrutar de un concierto enérgico, honesto, cercano y lleno de himnos ligeros y bailables que entran la mar de bien cuando se acerca el verano.
Después de la diversión alegre y juvenil de Descendents me costó un poco cambiar el chip para meterme, inmediatamente, en la enrevesada mente del señor Michael Gira, ya preparado en el escenario Pitchfork. Aunque sus neoyorkinos Swans no son una banda que escuche habitualmente en sus trabajos de estudio, cuando los ví en directo en 2013 en este mismo festival me dejaron absolutamente flipando, cosa que hacía de su concierto una parada absolutamente ineludible e irrenunciable de mi ruta de hoy. En aquella ocasión les ubicaron en un escenario Ray Ban que contó con bastante poco público (creo que se solapabon con Blur), y recuerdo que a su fascinante e hipnótica propuesta musical se añadió el impresionante trabajo de un descamisado y animalístico Thor Harris con multitud de instrumentos poco comunes que pudimos seguir con todo detalle gracias a las pantallas laterales. Este año Swans han sido programados en un escenario bastante más pequeño y quizás más apropiado para lo complicado de su planteamiento, aunque por ello tuvimos que sacrificar las pantallas laterales. Y tampoco perdimos tanto sin ellas, ya que desgraciadamente descubrí que Thor ya no está en la banda, así que su descarga en esta edición no contó con esa potente carga visual y resultó ser una experiencia más puramente sonora, lo que no evitó que, de nuevo, me volaran la cabeza y el espíritu para convertirse en mi mejor concierto de este viernes.
Empezemos por decir que Swans no son, en absoluto, una banda para todos los públicos. Así como al principio la pista frente al escenario Pitchfork estaba prácticamente al completo, a medida que pasaba el tiempo se fué vaciando de gente con cara de preguntarse qué leches les había pasado por la cabeza para venir ahí en un primer momento. Y es que entrar en el opresivo y mántrico universo al que te intenta llevar el sexteto americano, siempre bajo la férrea batuta de Michael Gira, ni es fácil ni llega a ocurrir si no tienes paciencia ni predisposición. Sabiendo esto, Swans contaron con más tiempo de actuación que niguna otra banda en todo el festival: dos horas en las que les dió tiempo de tocar seis larguísimos temas pertenecientes a sus dos discos más recientes, con una progresión lentísima que, muy poco a poco, nos llevó a una especie de trance espiritual mediante sus ritmos repetitivos, atonales, amelódicos y agobiantes. Michael Gira ejerece como despótico y malhumorado chamán de un grupo que se dispone en semicírculo a su alrededor y que no mueve un dedo sin recibir instrucciones directas de su líder, ya sea mediante subidas y bajadas de intensidad, violentos parones o ecstáticos cambios de ritmo. La línea vocal, mientras tanto, es un mantra repetitivo que no tiene otra misión que atraparte y colaborar decisivamente en tu viaje a un estado meditacional.
Mientras por momentos estamos ante un ejercicio totalmente arrítmico, en el que puedes pensar que cada músico va a su puta bola, en un abrir y cerrar de ojos todo se concentra en una perfecta sincronía respiratoria, siendo capaces de repitir una o dos notas machaconamente durante 48 vueltas entre inspiración y expiración. A muchos todo esto os puede sonar como una absoluta aberración, pero para que os hagais una idea de como funciona la mente de Michael Gira, ahora ya cumplidos los 60, pensad que en los primeros días del grupo, a mediados de los ochenta, el objetivo era que un concierto de Swans fuera una experiencia lo más desagradable posible. Para ello, solía apagar cualquier tipo de aire acondicionado de la sala y agredir físicamente a aquellos que se agarraran al escenario o que hicieran headbanging. Con los años se ha dulcificado lo suyo, y ahora se limita a agobiarnos sólo sónicamente. Y doy fé que lo consigue. Definir la música de esta banda es algo complicado: es noise rock? es rock experimental? La única manera como podréis entenderlo de verdad es escuchándolos, ya que no hay otro grupo como ellos. O, mejor aún, cazadlos en directo si pasan cerca vuestro para gozar o sufrir de una experiencia que va más allá de la música y que requiere de toda tu atención y paciencia.
Aun recuperándome del estado de catatonia y estupefacción en el que me dejaron Swans, inmediatamente tocaba moverse unos metros hacia el escenario Adidas Originals para enganchar el concierto de los navarros Berri Txarrak, que a pesar de haber tocado por estos lares un par de millones de veces suponen siempre un placer y siguen siendo, de largo, una de las bandas más solventes y compactas de nuestra geografía. Dá gusto ver como el trío liderado por Gorka Urbizu, que se dirigió al público en todo momento en un casi perfecto catalán, cuenta con una pléyade de seguidores incondicionales que lo dieron todo durante los escasos 45 minutos de que dispusieron. Con una elegante cortina de fondo y con multitud de temazos por bandera, Gorka, Galder y David demostraron una vez más que tienen perfectamente controlado de qué va esto con su fantástico directo y su contudente y pegadiza mezcla de hardcore, metal y rock alternativo. Como curiosidad, el concierto de Berri Txarrak es el momento en que me encontré más gente conocida de los tres días de festival. Por un lado esto es algo bueno, claro: siempre está bien encontrarse gente conocida, que en muchos casos hacía bastante tiempo que no veía, y también quiere decir que los navarros son capaces de apasionar a mucha gente con (me gusta pensar) un muy buen criterio musical. Por otro, tanta socialización hizo que no pudiera estar tan atento como me habría gustado a un concierto que sonaba a bolaco tremendo, y solo pude disfrutar medio de refilón de temazos infecciosos e irresistibles como «Oreka», «Ikasten» o «Denak Ez Du Bailo».
Llevado por la curiosidad me encaminé hacia el escenario Primavera de nuevo para ver como los belgas Front 242 se montaban un considerable fiestón proto-makinero con su dance ochentero industrial que, visto así explícitamente, influyó lo suyó en toda la movida tecno valenciana que sufrimos a principios de los noventa. No niego que disfruté un poquito bailando sus ritmos contagiosos, pero cinco o seis temas fueron suficientes para que decidiera encaminarme de nuevo bajo el cobijo de la placa solar, donde los americanos Wand estaban a punto de empezar su concierto en el escenario Adidas Originals. Esperaba ver un buen bolo de garage fuzzero y psicodélico, pero la verdad es que la banda liderada por el andrógino Cory Hanson resultó ser, para mí, una de las grandes decepciones de la noche y del festival, sonando mucho más planos y vulgares de lo esperado, con algunos finales y enlaces realmente mejorables, y solo convenciéndome en el hipnótico y repetitivo tema final.
Por suerte para mí, lo que no fuí capaz de encontrar en Wand lo encontré de camino hacia la salida en el escenario de al lado, donde unos divertidísimos Priests, encabezados por una joven muchacha de pelo lila, bata de estar por casa (espero que algun guru de la moda no me lapide por esto) y voz dulce pero carrasposa, me obsequiaron con una colección de temas cortos y directos que mezclaban el post punk, el noise, el garage y el surf rock y que me hicieron bailotear despreocupadamente. Al ritmo que marcaba un activo guitarrista que se parecía a Miquel Iceta y que bailaba desafiando constantemente la gravedad, llegó la hora de poner el punto y final a una interesante y ecléctica segunda jornada en la que los inevitables solapes me obligaron a perderme a bandas como The Make-Ups (que todo el mundo dijo que dieron un bolazo), Sleaford Mods o los propios Shellac.
Artículo publicado originalmente en Metal Symphony Website:
http://www.metalsymphony.com/unos-hipnoticos-swans-destacan-en-la-jornada-mas-eclectica-del-primavera-sound/
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.