¿Te has preguntado alguna vez cómo sonaría el universo si nuestros oídos humanos tuvieran la capacidad de escucharlo? Hace 2.500 años, un matemático griego nacido en la isla de Samos desarrolló una curiosa teoría según la cual los cuerpos celestes, suspendidos en el éter, debían emitir con sus movimientos unos tonos musicales armoniosos cuya combinación produciría una maravillosa melodía perpetua, quintaesencia de la belleza emanada del propio Cosmos, gracias a la fascinante concordancia entre las proporciones aritméticas de sus órbitas, masas y volúmenes con las notas musicales y sus vibraciones.
A esa música inefable y divina la llamó la Música de las Esferas. Según Pitágoras, el sonido emitido por cada planeta -y por los lejanos soles y galaxias- debía corresponderse con un tono diferente de la escala musical, dependiendo de los radios de sus órbitas, del mismo modo que los tonos musicales emitidos por la cuerdas de un arpa dependen de su longitud. La vida en la Tierra se vería, por tanto, afectada por esa “música” de los cuerpos celestes, gobernando los ciclos temporales de las estaciones y todos los ritmos de la naturaleza, incluidos los biológicos.
Desde que Pitágoras concibiera su teoría, muchos filósofos y pensadores (Aristóteles, Ptolomeo, Plinio), físicos y matemáticos (Copérnico, Kepler, Newton, Einstein) y, por supuesto, músicos como Haydn, R. Strauss, Holst o Stravinski, han intentado transmitir a su manera este pensamiento, plasmando en gráficos y partituras sinfónicas las armonías cósmicas inaudibles.
Pero ha sido otro griego, nacido en Agria en plena II Guerra Mundial, quien podría adjudicarse el mérito de haber logrado crear un cúmulo extenso de obras musicales inspiradas en ese mito de la armonía cósmica. Hablamos de Evángelos Odysseas Papathanassíou, más conocido por Vangelis, quien falleció el pasado 17 de mayo, tras batallar contra las secuelas que le dejó el Covid-19, y a quien queremos homenajear desde aquí, dedicándole un repaso a su biografía artística.
Aunque mundialmente conocido por haber compuesto bandas sonoras para el cine, como la de la oscarizada Chariots of Fire (1981), 1492: Conquest of Paradise (1992) o la del film de culto de ciencia ficción de 1982 Blade Runner (sacada íntegramente en un álbum oficial 12 años después del estreno de la película), su característico y reconocible sonido, fruto del empleo de sintetizadores analógicos y teclados electrónicos de todo tipo, que se hunde en las raíces de la música folclórica de su Grecia natal y en la polifonía coral ortodoxa, arranca de mucho más atrás en el tiempo.
Sin haber cursado jamás estudios musicales reglados, Vangelis destaca como un niño prodigio que se acerca al piano de su casa para elaborar composiciones de un autodidactismo inaudito, negándose siempre a acudir al conservatorio. Pronto adquiere un órgano Hammond y con él consigue juntarse con otros compañeros de instituto para formar The Forminx, grupo que sigue la estela de la música pop de los años 60.
En 1966, con solo 23 años, ya había compuesto su primera banda sonora por encargo para una comedia teatral del director Giorgos Konstadinou, titulada 5000 Lies. A los 25 años, él y otros amigos deciden trasladarse a vivir a Londres para labrarse un porvenir como banda de rock, pero un problema con los pasaportes y la tensa situación social que se vive en esos días en París, parada técnica de su periplo desde Grecia y en plena revolución de mayo del 68, les obliga a permanecer en la capital francesa indefinidamente. Allí fundan Aphrodite’s Child junto al bajista y cantante Demis Roussos (muy conocido en España años después durante su carrera en solitario) y al batería Lucas Sideras. Consiguen su primer éxito con un tema cantado en inglés titulado “Rain and Tears”, convertido en un clásico de la época junto a “A Whiter Shade of Pale” de Procol Harum y “Nights in White Satin” de The Moody Blues.
El triunvirato de la melodía sentimental, cautivante y trascendente del panorama europeo de la época (de verdad, si no sabéis cuales son, animaros a escuchar las tres seguidas sin ninguna clase de prejuicio).
Pero si hay algo más a destacar de la etapa de Vangelis en Aphrodite’s Child fue su tercer y último disco, el titulado 666, uno de los álbumes de culto más influyentes de su época y joya arcaica del rock psicodélico europeo de vanguardia. La referencia al número de la Bestia en esa portada roja y minimalista hace alusión al Apocalipsis o Libro de las Revelaciones de San Juan, en la que se basa el contenido, inquietante y perturbador, de sus 24 temas.
De hecho, la polémica que suscitó este álbum conceptual retrasó su publicación hasta 1972, cuando la banda ya se había disuelto y cada músico había iniciado su carrera en solitario. Desde aquí, aconsejo vivamente su escucha ya que hallaréis en él un compendio de excelencia compositiva, y sonoridades que os recordarán a Jethro Tull, Dead Can Dance, Frank Zappa o Pink Floyd. Y eso, sin mencionar que contiene el tema “oo” (en realidad escrito como el símbolo de infinito) cantado -suspirado- por la actriz griega Irene Papas que contiene el orgasmo más largo de la historia de la música, cinco minutos de éxtasis que culmina en una vorágine operística a lo Nina Hagen.
Con Roussos iniciando una exitosa carrera de baladista gracias a su portentosa voz de contratenor y a un físico exuberante que oculta bajo túnicas sacerdotales y con Sideras dedicado ya a su trabajo discográfico Rising Sun de repercusión más discreta, a Vangelis le llueven ofertas para musicalizar series documentales para la televisión francesa (L’Apocalypse des animaux, La féte sauvage) y pequeños films independientes, mientras su sonido se decanta claramente por el llamado entonces rock sinfónico de teclados, que fue una de las modas musicales de la década, contribuyendo a crear con sus discos una escena de electrónica de alta calidad (la new age), conformada por otros músicos como el francés Jean-Michel Jarre o los británicos Mike Oldfield o Rick Wakeman.
Escena por lo demás, muy próxima al sonido del rock progresivo de bandas como Yes, Tangerine Dream o Camel, con el que está íntimamente imbricado. De esta época, destacan obras como el soberbio Heaven and Hell (1975), un álbum seminal en mis particulares escuchas de adolescente cuya portada y contraportada ejemplifican el tono dicotómico del contenido: dos únicos y larguísimos tracks concebidos como suits orquestales y corales, con el aporte vocal del legendario Jon Anderson (Yes) con quien Vangelis no dejaría de colaborar a lo largo de su vasta y pródiga carrera: música celestial y demoníaca a partes iguales.
A raíz de la publicación de Albedo 0:39 y Spiral, de 1976 y 1977 respectivamente, Vangelis empieza a ser vinculado al mundo de la ciencia-ficción por ese característico sonido “espacial” que desarrolla en muchos de los temas y gracias a los cuales la propia NASA y la Agencia Espacial Europea le proponen crear partituras para presentar las expediciones y proyectos en curso.
También el astrofísico Carl Sagan, le invita a componer la banda sonora de uno de las series documentales científicas más apasionantes jamás realizadas, Cosmos: A Personal Voyage, con la que debuta en los años 80 y alcanza un estatus de músico reputadísimo, tanto, que el mismísimo director de cine Ridley Scott le contrata para la que se convertirá probablemente en una de los mejores bandas sonoras de todos los tiempos.
En 1980, el griego vuelve a asociarse con Jon Anderson, creando Jon and Vangelis, con quien publicó cuatro álbumes, aunque mi favorito siempre será el referencial Short Stories, una adorable y liviana obra para la ensoñación y lucimiento del vocalista.
El viaje sonoro de Vangelis continuó décadas después. Su discografía es inabarcable, al menos para este pequeño artículo, siendo frecuentes sus colaboraciones y nuevas bandas sonoras hasta bien entrado el siglo XXI. De lo que podéis estar seguros es de que cualquiera que escuche sus obras más emblemáticas puede tener el convencimiento de que con ellas oirá algo parecido al sonido del Universo del que nos hablaba Pitágoras.
Siempre quise ser una novelista de éxito pero soy tan perezosa que me conformo con escribir pequeño artículos sobre la música que me apasiona, las bandas que admiro y los discos que me impactan. Veréis que si me dan vía libre, haré especial énfasis en las portadas, como si éstas cargaran con el peso de una buena historia que solo conocemos unos pocos. Con suerte entre esos pocos estaréis vosotros, lectores.