En la más que subterránea pero extensa escena underground del heavy metal alemán de los años ochenta, se escondieron muchas buenas bandas que poca gente llegó a descubrir más allá de su propio territorio conocido en los sumideros de la música teutona extrema, de los que sólo algunas formaciones privilegiadas pudieron ascender y llegar al resto de países. Este fue el caso de una oscura y casi anónima banda de speed metal que un buen amigo mío y mentor en materia de thrash metal -a la postre, una de las personas que a mi parecer más entiende de este tipo de músicas- tuvo a bien recomendarme, un buen día del invierno pasado, mientras tenía lugar una comida informal en su retiro paradisíaco de Utxesa. Bajo unas amenazantes y tormentosas nubes que se reflejaban en el prístino pantano que teníamos a la vista y con un sabroso regusto a la sopa alpina de gruyere que nos acabábamos de zampar, los invitados a aquella tertulia metalera pudimos escuchar los vertiginosos ritmos de un tema desconocidos por todos, salvo por el amigo Rafa.
Como no soy de dejar los buenos consejos de este gran entendido para más tarde, aquel mismo día de febrero busqué en internet los dos discos a los que él me había hecho alusión, únicos trabajos discográficos que perpetraron cinco jovencísimos músicos de Baviera durante los diez años que respondieron al nombre de Vectom. Cual no fue mi sorpresa, nada más desplegarse ante mí las portadas de sendos y desconocidos álbumes, al encontrarme ante la imagen familiar de unos encapuchados penitentes, a modo de los nazarenos procesionales de Semana Santa, solo que muy siniestros ellos, que si bien en España reconocemos como parte de la idiosincrasia nacional, en otros lugares pudieran ser confundidos con miembros del Ku Klux Klan (aunque vestidos de negro para mayor deshonra).
Guardé las fotos de sendas portadas y con esto de la pandemia las olvidé. Hoy, trasteando entre los montones de ficheros del ordenador, me he vuelto a tropezar con ellas, así que he decidido echarles una nueva escucha para intentar sacar el jugo a estos subterráneos discos de los alemanes y acaso echar algo de luz sobre su vida y obra.
Trayectoria
Vectom se fundaron en 1983, en Ingoldstadt, ciudad próxima a Múnich cuyo encanto universitario y una fervorosa tradición cervecera la convierten en un destino soñado para la juventud alemana. Allí se gestaron estos dos discos, durante la incipiente carrera de la banda mientras los muchachos soñaban con labrarse un futuro dando conciertos por los pueblos y provincias próximas hasta que, desmoralizados, se esfumaron definitivamente en torno a 1993, sin más suerte que la de pasar a formar parte de las listas de bandas seminales del thrash metal. Esto resulta un poco triste porque sus miembros siempre vivieron en la oscuridad y nunca llegaron a beneficiarse del apoyo y de la promoción de su sello discográfico, Scratchcore, el mismo con el que poco después firmarían SDI y Necronomicon. Sin embargo, la cantidad de bandas similares en esa época en Alemania era tan absurdamente grande que si no conseguían innovar y destacar de algún modo, sería prácticamente imposible que salieran del anonimato, cosa que si hicieron Kreator, Destruction y Sodom.
Lo intentaron con ganas durante tres años locos de actividad. Trataron de ser ofensivos a su manera tanto con las portadas (obra de Martin Appoldt, un ilustrador que no pasó de hacerles algunas carátulas más a Exumer, Tyrant y Angel Dust) y con su música, a base de temas rapidísimos y breves que contenían letras lúgubres, de temática satánicas y violentas. Por ejemplo, Speed Revolution editado en 1985, cuenta con diez canciones de tres minutos de promedio, por lo que sólo dura unos 35 minutos de tralla. Lo mismo pasa con Rules of Mystery, que sacaron un año después. Está claro que la etiqueta de género no es en balde.
El arranque del primer álbum, con su tema homónimo, debía sonar pavoroso para la época, con una intro a base de ruidos de batalla, campanas y una voz demoníaca que increpa al personal siguiendo la estela de lo que ya había hecho en 1982 Barry Clayton con el pasaje del Apocalipsis para The Number of the Beast de los Iron Maiden, pero con un tono mucho más cavernoso y de ultratumba. Le sigue un riff de guitarra acompañado de violentas explosiones de batería con un estribillo a la altura en una típica estructura de canción de speed metal. El siguiente tema, «In Nomine Satanas», no aporta mucho más, pero posee una batería bastante intensa y algo parecido a un solo de guitarra molón. «Damned Love» contiene una vibra asesina con un aullido perforador que nos dice algo sobre el potencial de la garganta de Christian Bucher, su cantante. Las canciones más memorables son «Black Viper», «Satan’s Color» y «Open the Coffin» con estribillos pegadizos, interesantes pasajes melódicos y algunos solos agradables, así como frecuentes giros vocales del cantante, que da gritos y mete gruñidos bastante agudos y desgarrados a veces. Así y todo, no lo encontré un disco memorable ni fundamental para hacerse con él, aunque si uno es muy fan del género o gusta de coleccionar rarezas, éste sirve de relleno.
Vectom se mantuvieron fieles al speed metal clásico en su segundo disco aunque mejorando algo la instrumentación y sobre todo la producción, que resultaba bastante primitiva en el primero, cosa que no está exenta de encanto para los oyentes acostumbrados a este tipo de sonido de la vieja escuela, sobre todo porque hace que los temas parezcan más salvajes, más puros. A mi, de hecho, es el que más me gusta de los dos. Con Rules of Mystery la banda baja algo la velocidad y en algún momento parece que incluso se decanten por el power metal primigenio al estilo Helloween época Kai Hansen. Escuchando la muy instrumental «Caught by Insanity» y una intensa «Elixier of Death» (que no aparece curiosamente en los créditos de la contraportada) con un canturreo de un coro de frailes o similar que me hizo recordar un pelín al famoso «Balls to the Wall» de Accept, me quedé medianamente satisfecha, aunque los errores tipográficos me hicieron dudar de cuál canción era cuál. Supongo que, en parte, esta fue la razón de que en 2011 el sello Battle Cry Records tuviera el detalle de re-editar en un único CD ambos álbumes (hubo otra reedición anterior en 2006 exclusiva para el circuito alemán) con la secuencia de temas correctamente numerada y titulada. Actualmente se pueden obtener reediciones de los LP en vinilo hechas hace tan solo un año.
En general, no hay nada realmente original ni brillante en la obra de Vectom, pero eso no significa que su trabajo no sea bueno porque, de hecho, se trata de un digno exponente del speed metal alemán primigenio y del thrash metal de mediados de los 80. Tal vez no sea tan memorable como aquellos primeros discos de Sodom, Destruction o Kreator, incluso el muy clásico Walls of Jericho de Helloween, pero en mi opinión tiene su encanto. Y lo tienen también -y sobre todo- esas portadas de corte ocultista, con unos amenazantes cofrades enfundados en sus túnicas negras…. ¡Vectom lo habrían petado si se hubiesen disfrazado «a lo nazareno» con esos capirotes* durante sus conciertos! Pero los cinco muchachos a duras penas brindaron conciertos locales aquí y allá por su Alemania natal hasta su definitiva disolución en 1993. A partir de ahí, nada se sabe de los destinos de Simon, Sonhüter, Bucher, Götz y Krol.
El origen de los capirotes de Semana Santa
La simbología de los penitentes ha sido muy poco utilizada en las portadas de discos cosa que me extraña pues poseen mucha fuerza visual y un poderoso significado que haría las delicias de las bandas de signo oscuro (otra cosa son los encapuchados, de las que tendríamos sobrados ejemplos y que daría para un artículo extenso). Fue durante la Edad Media que a los condenados por el tribunal de la Santa Inquisición se les colocaba el capirote para señalarlos, pintando figuras alusivas al delito cometido o al castigo (por ejemplo, las llamas del infierno) y se les colgaba un cartel a modo de sambenito. Este sombrero cónico fue plasmado en obras de Velázquez y de Goya.
Aprovechando ese significado penitencial, las hermandades religiosas decidieron adoptarlo en torno al siglo XVII para sus procesiones, aunque algunos historiadores apuntan a que su uso fue incluso anterior. Esta costumbre se extendió rápidamente por toda España y acabó siendo parte fundamental de la vestimenta nazarena de las muy diversas cofradías. La forma cónica del capirote alude al acercamiento del penitente al cielo y la tela que cae sobre cara y pecho, el manto del capuz, sirve para ocultar el rostro y preservar la identidad del penitente. Los colores vienen dados por las hermandades y suelen tener un simbolismo relacionado con la sangre y pasión de Cristo (rojo), con el luto (negro) o con la pureza (blanco), aunque existen morados, verdes y combinaciones de varios colores. También, los cucuruchos de papel llegaron a utilizarse en las escuelas como signo de castigo y humillación para los alumnos que no se aprendían la lección, de donde viene la expresión «tonto de capirote».
Si bien se trata de un elemento común y conocido en los países de tradición católica como España, ocurre un fenómeno muy peculiar en los Estados Unidos donde el conocido grupo Ku Klux Klan (paradójicamente de signo anticatólico y antisemita) se apropió de esta estética durante su segunda fundación, acaecida en el año 1916, justo después de la proyección de una polémica película muda que revolucionó a muchos americanos titulada The Birth of a Nation (1915) del director D. W. Griffith, donde se ensalzaba la supremacía blanca y se despreciaba a los negros. La impactante obra pictórica del artista hiperrealista texano Vincent Valdez, «The City I», refleja una visión crítica soterrada al KKK.
Los capirotes, a pesar de su pertinaz vínculo con hermandades religiosas, logias y asociaciones herméticas de índole ocultista, con fines pararreligiosos o pseudopolíticos, y usados como parte del elemento ceremonial de sus componentes masculinos provienen, sin embargo, de unos tocados franceses empleados durante la alta edad media por las mujeres nobles llamados hennin, carentes de todo propósito más que el meramente estético. Algunas hadas madrinas de los cuentos infantiles aún se siguen representando con ellos. La historia terminó asociándolos a las brujas, mujeres ajusticiadas por sus conocimientos o prácticas medicinales, a las que la tradición representaba con sombreros cónicos, imagen arraigada que ha seguido hasta nuestros días. Los brujos, magos y hechiceros suelen también asociarse a un atuendo a base de túnica y sombrero puntiagudo herencia de las civilizaciones antiguas en las que los ritos iniciáticos de sacerdotes y sabios exigía un atuendo que proyectara grandeza, altura y conexión con los dioses del cielo, o en su reverso, con los cuernos del maligno.
*Nota: Capirote (capuz, caperuz): gorro puntiagudo o cucurucho de cartón o rejilla que sirve para estilizar y mantener la forma del capuchón largo de tela de los nazarenos durante las procesiones de Semana Santa. Su origen está muy relacionado con la penitencia de los pecados en la religión católica.
Siempre quise ser una novelista de éxito pero soy tan perezosa que me conformo con escribir pequeño artículos sobre la música que me apasiona, las bandas que admiro y los discos que me impactan. Veréis que si me dan vía libre, haré especial énfasis en las portadas, como si éstas cargaran con el peso de una buena historia que solo conocemos unos pocos. Con suerte entre esos pocos estaréis vosotros, lectores.