El esperado nuevo trabajo de Wave War, titulado Stigma (2024), veía la luz hace a penas una semana, pero lamentablemente no cumple con las expectativas, mis expectativas. Si bien el álbum intenta volver a las raíces más pesadas de la banda y añadir influencias de metal industrial, el resultado final deja mucho que desear.
La banda de Florida, compuesta por el vocalista principal Briton Bond, el guitarrista rítmico y vocalista Cody Quistad, el guitarrista principal Seth Blake, el bajista Chris Gaylord y el batería Stephen Kluesener, ha sido conocida por su habilidad para equilibrar pasajes melódicos épicos con una pesadez contundente. Sin embargo, en Stigma, este equilibrio se siente forzado y poco natural.
El álbum abre con «The Show’s About to Start», una introducción ominosa que promete más de lo que cumple. Los siguientes nueve temas, aunque más o menos agresivos, carecen de la frescura y originalidad que alguna vez definieron a Wave War. «Self Sacrifice» intenta mezclar coros melódicos con breakdowns castigadores, pero se siente repetitivo y predecible.
El single principal, «Magnetic», destaca en cierta medida, pero no logra capturar completamente la esencia del álbum. Aunque los versos melódicos y coros pegadizos se complementan con riffs tintados de metal industrial, la ejecución resulta poco convincente y las feroces voces de Bond no logran rescatar la monotonía del tema.
«Nail5», una canción que pretende rendir homenaje al viaje y evolución de la banda a lo largo de sus cinco álbumes, hace aguas por todos lados, a pesar del interesante inicio; lástima que solo sean 20 segundos escasos. Y lo mismo suede con el sexto corte, «Tombstone», que a pesar de sus blast beats, riffs gruesos y los agudos de Bond, no logra destacar verdaderamente. Sí, es enérgica y, por momentos, entra la mar, pero los breakdowns pierden su impacto por predecibles y sosos.
La segunda mitad de Stigma sigue con temas intensos como la omitible y Robzombiesca «Happy Hunting» y «Hellbent» (solo existe un hellbent… y no es este), que muestran la inclinación de la banda por mezclar melodía y brutalidad, pero que no son más que refritos de temas ya escuchados hace más o menos tiempo. La penúltima, «In My Blood», sí que entra bastante bien, pero no lo suficiente como para redimir el álbum. El cierre con «Is This How It Ends?» deja una sensación de total y absoluta insatisfacción, sin lograr que el oyente ansíe más. Si buscas el peor tema de todo el álbum, aquí lo tienes, justo al final. Y, ojo, que para sacar esta conclusión, antes has de haberte tragado 20 minutos más. Lo mejor de este álbum es que solo dura media hora.
Lo más decepcionante de Stigma es que carece de todo lo que alguna vez hizo interesante a una banda como Wave War. Antes, la banda tenía canciones que, aunque no fueran grandes obras maestras, al menos te hacían mover la cabeza y disfrutar sin pensar demasiado. Trabajos como Blueprints (2015) y Deadweight (2017) tenían sus momentos más o menos memorables, o al menos interesantes, y hasta en sus trabajos más recientes se podía encontrar alguna joya escondida entre una composición mediocre. Pero en Stigma todo lo que hacía divertida a Wave War ha desaparecido, dejando solo fórmulas de canciones predecibles y letras vacías que no aportan nada a la escena, y mucho menos a ti como oyente.
Stigma no solo es un muy, pero que muy mejorable álbum de Wave War, sino que es, por momentos, bastante malo. Carece de la diversión y la energía que alguna vez hicieron a la banda algo especial; aquí todo se forzado y vacío. Si alguna vez fuiste fan de Wave War, este álbum te dejará decepcionad@. Si buscas algo que realmente valga la pena, tira atrás en su discogrsfía un par de discos y mantente alejado de este trabajo.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.