Como casi todas las cosas buenas que a uno -musicalmente hablando- le suceden durante este confinamiento, son accidentales, y este Devouring Ruin (2020) de los canadienses Wake es un buen ejemplo de ello.
El día, mal que nos pese, todavía tiene 24 horas, y si tenemos en cuenta que la jornada laboral que venimos desarrollando desde el calor de nuestro hogar desde hace ya demasiadas semanas se ha visto dramáticamente afectada y acortada por el ERTE de turno, todavía nos quedan muchas horas diarias que hay que rellenar como sea y con lo que sea. Como yo no soy de aplaudir nada ni a nadie, he optado por no variar un ápice mi tiempo de esparcimiento personal, y como eso de bajar una hora al día a pasear por el Clot se ha convertido en poco menos que un deporte de riesgo tratando de esquivar a tanto niño anormal y a tanto adulto irresponsable, empleo mis hogareñas horas muertas en tratar de descubrir nuevas y atractivas propuestas musicales. A veces, acierto.
Contrariamente a lo que uno podría pensar, el metal extremo me proporciona cierta tranquilidad en estos días. No sé por qué motivo, la música que combina contundencia black con atmósferas densas, como es el caso que aquí nos ocupa, me relaja mucho más de lo que debiera o de lo que yo pudiera llegar a pensar, signo inequívoco de que la puta cuarentena me está afectando bastante.
Wake es una banda originaria de Calgary, Canadá. Su primera incursión musical, el EP /DEPHOSPHORUS, fue publicado en el año 2012, y si analizamos las distintas propuestas que han ido sacando al mercado hasta llegar a este Devouring Ruin, uno puede llegar a la conclusión de que el quinteto es, cuanto menos, un culo de mal asiento, pues su estilo no ha dejado de evolucionar y mejorar con el paso de los años. Temas rápidos y riffs aplastantes y lacerantes; por esos derroteros han deambulado Kyle Ball (voz), Rob LaChance (guitarra), Arjun Gill (guitarra), Ryan David Kennedy (bajo) y Josh Bueckert (batería) durante esta última década. Podríamos afirmar -sin miedo a equivocarnos- que la banda nunca ha temido doblegar y poner a sus pies ningún estilo musical. Han manejado la ira, el desenfreno y la depresión a su voluntad. Los chicos de Wake son unos maestros en ese arte de redefinir cuán expansivo y dinámico puede ser el grindcore y el metal más extremo. En pleno 2020, e inmersos en una crisis mundial, los canadienses continúan despreciando a los débiles e ignorando las tendencias, y el resultado de querer ir a contracorriente se traduce en un Devouring Ruin que rezuma pasión y negra visceralidad por todos y cada uno de sus surcos.
Wake ha evolucionado progresivamente hacia acomodarse en una especie de híbrido que incorpora aspectos del death y del black metal; blackened death metal en su máxima expresión, vamos. Si su anterior Misery Rites (2018) todavía estaba muy arraigado al grindcore, en Devouring Ruins la banda ha indagado mucho más en sus influencias no grind/metal, dejándose querer más por el post-rock y post-black metal. Es por ello que estamos ante un trabajo lleno de contrastes, lo que se traduce de la siguiente manera: gracias a las secciones lentas, las secciones rápidas suenan más rápidas y viscerales, y viceversa. Este Devouring Ruin ve a la banda explorar y experimentar con los cambios de tempo y de ritmo para desafiar los estándares de cualquier género o subgénero. Estamos ante 10 canciones en las que se combina el caos con un ambiente sofocante y con unas líneas de guitarra melódicas depresivas, en medio de los lamentos y alaridos de un Kyle Ball en constante estado de gracia.
Aquí encontramos similitudes, tanto clásicas pero sobre todo contemporáneas. Los Wake del año 2020 tienen similitudes tanto con los Emperor de mediados de los 90 como con bandas actuales como podrían ser Ulcerate o Altarage. La verdad es que a estos canadienses se les ve muy cómodos en ese mar de estilos bebiendo directamente de la ferocidad y de las atmósferas black. En canciones como “This Abyssal Plain” o sobre todo en “Mouth of Abolition” es donde uno más percibe esas ganas de explorar, ese ansia por ensanchar los horizontes, combinando densidad con texturas más melódicas. Al explorar esos nuevos territorios, queda claro que Wake no quieren repetirse y que están en este juego para aportar y hacer evolucionar el ciclo creativo de la música más extrema. Angoixo‘s seal of approval!
Otros dos temas que me gustaría destacar son el inmenso, sombrío y palpitante “Torchbearer” y el final “The Procession (Death March to Eternity)”, los dos más largos del álbum. Ambos son muy buenos ejemplos de esta nueva metamorfosis que está sufriendo la banda. Y hablando de Kafka, ¿no es genial descubrir a una banda en pleno proceso de cambio antes de que se te escape por debajo de la puerta? Para entender este trabajo, está claro que hay que buscar y analizar sus raíces, sus inicios como banda, pero aunque en Devouring Ruin hay algún tipo de continuidad, el salto y la evolución son demasiado evidentes como para pasar desapercibidos. Quizá es por eso que un tipo como yo se ha animado a analizarles.
Sin embargo, Wake no ha desistido de su ferocidad original, como muy bien demuestran en “In the Lair of the Rat Kings” y “Monuments to Impiety”, ambas canciones de un estilo similar, que vienen a saciar las ansias de crueldad y venganza de sus más fieles seguidores. Pero uno ya sabe que eso de tratar de saciar la sed de todas las bocas nunca sale bien, por lo que puede llegar a ser comprensible que algún que otro trve fan se haya querido bajar del tren de Wake durante estos últimos años.
Sea como fuere, aunque su séquito de fans se haya visto afectado, Wake ha logrado dar rienda suelta a un álbum sorprendentemente ambicioso y notablemente intenso, que mantendrá al oyente atento hasta el último de los 2.760 segundos que dura.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.