Desde Indiana llegan Wenches, dispuestos a electrizar a todos los presentes con un rock duro, desgarrado y altamente rabioso. Según sus propias palabras, son una banda de escandaloso hard rock tocado de la forma que sólo los punks melenudos saben. Y, en mi opinión, tal definición no les va nada mal.
Este Effin’ gnarly arranca con la guitarra preñada de matices clásicos de “Mama, Wake up”, cargando de intención al grupo desde un primer momento. Sonidos distanciados entre sí por varios lustros vienen aquí a fusionarse.
“Tuck stop tank top” no puede ser más concisa: en un minuto se despachan un tema de veloz rock and roll con todo lo que tiene que tener. No levantan el pie del acelerador en “Bad man”, donde la limpia fuerza del cuarteto sigue siendo palpable a cada segundo.
Por si alguien dudaba de las influencias de los norteamericanos, para el siguiente corte nos ofrecen la primera de las tres versiones que incluyen en este trabajo. En este caso se trata de “What’s next to the moon”, incluida en el eterno Powerage de Ac/Dc, a cuya potencia original Wenches se encargan de darle una vuelta más, saliendo muy decentemente del paso.
Sin avisar entra “My lady’s on fire”, vacilona y callejera, desbordando esencia setentera en cada acorde y en cada golpe de caja.
Los ánimos se tornan arrolladoramente punk en “Break up to make up”, donde la actitud del grupo se frenetiza del todo, incluso en los pasajes más bajos de la canción, que se cierra con el sonido garajero más sucio posible.
Para la siguiente cover tiran de una banda más actual, siendo Bad wizard los elegidos. El tema, “Six to midnight man”. La ejecución, como no podía ser de otra forma, ejemplar, dotando de velocidad y mala leche a la versión original, dándole una personalidad más macarra.
La última composición propia antes de despedirse es “Slip slidin”, visceral y desesperada como ella sola, que da paso a la versión encargada de bajar el telón. Nos encontramos con la inconfundible intro de bajo del 100.000 years que editaron hace casi 40 años Kiss. Interpretada directa y sin adornos, nos recuerda a los tiempos del Alive!, con solo de batería incluido, en el que Kyle se explaya a sus anchas dejando patente una calidad que a estas alturas nadie debería poner en duda.
Effin’ gnarly es lo que un disco de rock debe ser. Es directo, es crudo, los retoques y los complementos los dejan para otros, todo lo que se oye aquí es auténtico. Y eso siempre se agradece.