A finales de 1996, tuve la osadía de escribir una reseña no muy positiva sobre el doble CD (comercializado a precio de sencillo) Being There de los estadounidenses Wilco, concretamente en el número 15 de la desaparecida revista gratuita Zombi. Pese a que en su momento recibí un puñado de críticas negativas, ahora que la he vuelto a releer, con el álbum en cuestión de fondo, no me retracto prácticamente de nada (bueno, quizás de no haber destacado el excepcional tema introductorio «Misunderstood»). Lo más sorprendente del caso es como pasé de desestimar a reverenciar los distintivos planteamientos de la banda, tras escuchar su siguiente lanzamiento, el luminoso Summerteeth. En realidad, este redondo es el episodio piloto de una trilogía esencial, culminada con la musculosa grabación en directo Kicking Television: Live in Chicago como bonus extra.
Los antecedentes, pormenores y resultados de Yankee Hotel Foxtrot, el relevante trabajo que hoy cumple el vigésimo aniversario de su alumbramiento oficial, están bien relatados en la mayoría de biografías del grupo y, especialmente, en el documental de 92 minutos, rodado en blanco y negro y en película de 16 mm, I Am Trying to Break Your Heart: A Film About Wilco del director y fotógrafo Sam Jones. Aunque este reportaje se puede encontrar fácilmente en la red, como sinopsis (con spoilers) para los profanos o para los interesados que no disponen de tiempo libre, revelaré que la creación tuvo un parto lento y complicado, por culpa de dos cruciales factores: uno, muy inesperado, que el sello Reprise Records (perteneciente a Warner Music Group) rechazó el producto acabado y, en consecuencia, rescindió el contrato del conjunto; y el otro, bastante traumático, que las continuas desavenencias artísticas del líder Jeff Tweedy con su mano derecha, el teclista y guitarrista Jay Bennett, desencadenaron el despido de este último (también hubo un cambio de batería, Glenn Kotche sustituyó a Ken Coomer en enero de 2001, pero fue de mutuo acuerdo). Afortunadamente, el reputado Jim O’Rourke y la compañía Nonesuch Records (subsidiaria de la multinacional antes citada) pusieron las cosas en su sitio.
En retrospectiva, entiendo perfectamente que la cuarta publicación de los illinoisianos provocará urticaria (y todavía irrita) a los consumidores más puristas del género llamado country alternativo o americana, aunque las deserciones fueron cubiertas con creces por un montón de nuevos oyentes. Desde los iniciales efectos disonantes del primer corte ya se atisba la ruptura casi plena con su pasado sonoro y, por si las dudas, en las canciones menos rebuscadas (“Kamera”, “War on War” o, incluso, “Heavy Metal Drummer”) hay los suficientes arreglos inusitados para alejarse de los patrones preestablecidos. Unas composiciones que beben del pop clásico, el rock experimental y el folk psicodélico, a medio camino entre lo simple y lo enrevesado; entre lo básico y lo deconstruido; entre lo tradicionalista y lo contemporáneo.
Mención aparte para «Jesus, Etc», un islote repleto de hermosas melodías que justifica y engrandece todo el drástico itinerario. Con un mensaje en la botella que resume las desencantadas inquietudes existenciales de su autor, plasmadas en las letras de las restantes diez piezas de una obra tan atrayente y desangelada como la icónica imagen que preside su portada.
Y aún faltaba por llegar el rotundo nacimiento de un fantasma…